Para Stephany, quien lo leyó primero
Hay mañanas en que me levanto, miro por la ventana, veo la cara del día
y me niego, terminantemente, a recibirlo.
(Julio Ramón Ribeyro)
Solía leer tantos relatos sobre
fantasmas que cuando por fin vi a uno no me sorprendí. Estaba leyendo anoche
una antología especial sobre ellos cuando él apareció. Con un grito gutural
trató de impresionarme mas solo atiné a responderle con una sonrisa dibujada en
mi rostro, antes de bajar la mirada para seguir leyendo. Mortificado ante mi
indiferencia comenzó a vociferar palabras en idiomas extraños que debían ser
muy antiguos porque no me eran familiares. Hizo curiosas morisquetas que se
acercaban a lo humorístico y por último rompió uno de los espejos de la
habitación. Allí fue cuando reaccioné y le indiqué de forma pausada que si
seguía dañando el mobiliario de la casa lo tendría que invitar, muy a mi pesar,
a retirarse. Sintiéndose inútil y cansado cogió uno de los cigarrillos que
estaban sobre el escritorio, lo encendió con fuego nacido de sus dedos y se
sentó a mi lado.
Viéndolo cabizbajo y algo
deprimido le pregunté si estaba perdido. No es común que aparezcan por estos
lares, según mostraban los textos que llenaban mi biblioteca. Parece que dicha
observación lo envalentonó porque orgulloso respondió que no hiciese caso a
todo lo que escribían sobre ellos. Sólo un verdadero fantasma tiene la autoridad
y el derecho para hacerlo ya que los mortales tergiversaban sus acciones durante
el inútil intento de tratar de indagar en sus mentes para averiguar qué es lo
que piensan y sienten. Calmado le respondí que no éramos muy diferentes,
habiendo más similitudes entre nosotros que lo que puede afirmar la evidencia
empírica.
Luego de un interminable silencio
incómodo, por fin disparó. Era obvio que tarde o temprano cuestionaría el
porqué no me aterré y salí despavorido de la casa al verlo aparecer. Solté una
risotada y le dije que si él era un fantasma por naturaleza yo lo era por
vocación. Sus ojos, entre la sorpresa y el desconcierto, suplicaron entonces
una explicación. A temprana edad había decidido alejarme de la sociedad ante el
desencanto y la imposibilidad de desenvolverme en ella por el simple hecho de
que no terminaba de comprenderla. El
mundo y yo nos dimos la espalda de forma mutua y ninguna de las partes pareció
molestarse pues, al fin y al cabo, habíamos evolucionado tan eficazmente que
vencimos nuestra debilidad de depender de la comunicación directa y personal
para sobrevivir sin perderse por la senda de la locura y la desesperación. Se
podía obviar la situación enfermiza que se hubiera originado de persistir en el
empeño de actuar como los demás.
¿Pero no era acaso mi cuarto
atiborrado de libros una muestra de que no era posible romper los lazos que me
vinculaban con los demás? ¿Aquellos versos inscritos en el parqué del piso no
mostraban la necesidad de vivir a través de lo que otros sentían? ¿A quién le
escribía las montañas de papeles que impedían el libre tránsito por el
departamento?
Contesté que los libros me
brindaban la opción de crear mi propia realidad, una que estuviera ceñida a mí
al ser moldeada por una sola voluntad que la transformaba interpretándola a su
gusto. Una realidad donde los seres ficticios parecían más humanos que las
sombras que pululaban por las calles en estos momentos. Todos van tan de prisa
en este mundo que se rechaza toda propuesta de establecer una pausa. No hay
pausa para condenar el horror, menos para tentar la felicidad. La indiferencia
terminó por absorber nuestras relaciones. Y ser un fantasma que vive por y para
la literatura va siendo la mejor opción, sino la única, para oponer
resistencia.

Me levanté sin prisa para mirar
por la ventana. Una ciudad luchando con sus luces artificiales contra la
oscuridad, que trataba de tragársela como una ballena todopoderosa saciando sus
salvajes instintos. Esta visión reforzaba mi autoexilio. Al voltear vi una
tenue gota recorrer de forma irregular aquel extraño rostro antes de que
reaccionara y cambiara de actitud. Claro que no charlamos de estas cosas
durante las horas que siguieron. Intercambiamos curiosas anécdotas sobre otros
tiempos, breves escenas que escapaban a la rutina que terminaba
homogeneizándolo todo. Ante mi insistencia me respondió que la vida en el más
allá no era lo que Alighieri imaginó, dejándome a la expectativa sobre si debía
tomar dicho dato como una noticia alentadora. Bebimos dos botellas de vino y
criticamos ciertos clichés enraizados en nuestras mentes sobre la existencia de
los colegas de mi interlocutor. ¿
Cuando
has visto un fantasma que busca de forma desesperada la forma más rápida de
embriagarse? gritó, alzando la copa llena, tras lo cual soltó una sonora
carcajada que se debió escuchar hasta el inframundo. Antes de que el irritante
astro rey lanzara las primeras señales de su presencia, me dijo que se había
hecho tarde para ambos. Nos abrazamos como si fuésemos dos viejos camaradas,
haciendo la firme promesa de tratar de volvernos a ver pronto, en este o en el
otro mundo. No sé si fue en esa milésima de segundo que se desvaneció. Sólo
estoy seguro que fui a la cocina a prepararme un café bien cargado para
comenzar a leer otra vez.
Interesante el cuento. Algo altanero el sujeto, pero creo que estaba pasando por una etapa por la que muchos hemos pasado.
ResponderEliminarMuy buena historia Sebastian!!
ResponderEliminarGracias a los dos anónimos!
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