"Un mundo sin
aflicción, pensé, estaría tan incompleto y sería tan poco armonioso, tan feo,
como una escultura o un árbol que no tuviera sombra”
Tomás
González
David, un pintor de edad ya muy avanzada, decide pasar los últimos años de su
existencia en un pueblito colombiano, condicionado por un retiro “obligado”. Sus días se ven absorbidos en acciones rutinarias, ayudado por una mujer del
pueblo. Es así que se pone a escribir sobre un hecho que marcaría un antes y un después innegable en su vida: La decisión de morir de
su hijo Jacobo. Un accidente de tránsito lo dejó parapléjico a éste último,
sumiendo sus días en una constante agonía, pues el dolor
físico era tan grande que por momentos la muerte era una condena más apetecible que el padecimiento al que su físico deplorable lo había sometido.
Por más tratamientos con los que se intentó aliviar dichas dosis de dolor,
nada tuvo una efectividad destacable. Por ello, la voluntad de morir en
una ciudad de Estados Unidos viajando con su hermano. Y David, nos cuenta cómo
fue esa espera, ¿Se arrepentiría a último momento? ¿Qué pasaría por su mente en
sus últimas horas de vida? ¿Su hermano lo convencería de no hacerlo?¿Cómo lo
está tomando su madre?¿ Cómo comportarse cuando tu hijo ha decidido morir y uno
no puede más que esperar?
La ciudad de New
York sirve de atmósfera para la narración de la historia de David y su familia.
Durante las cercas de 24 horas que dura la espera de la llamada que les diga si
Jacobo murió o se arrepintió a último momento, se nos va contando parte de la
historia de David, aquella que es importante.Sus anhelos como inmigrante en los
Estados Unidos; su vida con Sara, el único amor que puede validar en su
biografía; sus amigos; su pasión por retratar aquellas imágenes en las que se
funden bellas formas que la realidad le otorga y su imaginación.
Flashbacks de distintas épocas
alternándose con su presente en el país latinoamericano y las horas de tensa
espera en la ciudad que nunca descansa. Todo encadenado de tal forma que uno no
se pierde entre tantas escenas, sino que va siendo testigo como la suma de
todos ellos sirve para el propósito de González. Pequeños puntos que
separados no nos dicen nada, pero que en conjunto tiene el valor de una pintura de notable
belleza.
No se vaya a
pensar que este libro sirve de plataforma para que González ensaye una posición sobre la
eutanasia. El autor tiene el suficiente tino como para darle al lector el suficiente espacio para su8 propia reflexión. Lo que prima en las pocos más de 130 páginas
de este libro, es un retrato, lo más verosímil posible,
sobre la pérdida de un ser, la extinción de una vida. La ausencia de alguien que ha sido
determinante durante la existencia de uno y cómo se sobrevive a ello, si es que
se es capaz de hacerlo. ¿Alguien debe ocupar su lugar? ¿Qué actitudes debe
asumir uno?¿Qué canales se usan para desahogar la tormenta que se forma y dejar
ir esa sensación de desesperación en la que uno parece ahogarse por ratos?
¿Cómo plantarle cara a la muerte?
Cómo ya he dicho
en anteriores posts, hay infinidad de temas sobre los cuales escribir. Hay
muchos mundos que no se han explorado aún. Tomás González lo ha hecho sobre el
mundo de la aflicción demostrando que la violencia colombiana no es el único
tema sobre al cual los autores de dicho país pueden avocarse ( y del que muchos autores locales pueden aprender algo)
Se consigue en Librería Communitas. Vale la pena el monto y el tiempo invertido.
+Frases y fragmentos:
“Nunca he sido capaz de
diferenciar demasiado entre el amor y deseo, así que puedo decir que nos
tuvimos mucho amor toda la vida.”
“Han pasado ya tantos años desde
entonces que incluso la pena en mi corazón se ha ido secando, como la humedad
en una fruta, y es poco frecuente que el recuerdo de lo ocurrido de repente me
agite otra vez, como si hubiera sucedido ayer, y me haga tragar fuerte, para
controlar cualquier sollozo. Pero aún ocurre, y la congoja amenaza entonces
como doblarme. Pero pasa también que a veces pienso en mi hijo, y los
sentimientos son tan cálidos que se me ocurre pensar que la vida es eterna,
quieta y eterna, y el dolor, una ilusión.”
“El infortunio es siempre como el
viento: natural, imprevisible, fácil.”
“Me gusta cómo lo que el hombre abandona se
deteriora y empieza a ser otra vez inhumano y bello.”
“Cruel es el lugar común de que
la esperanza es lo último que se pierde.”
“Cuando pienso en eso y siento la
ausencia de Sara y el frío de esta, la inevitable soledad de la vejez humana
debo recostarme un rato, apagar el alma unos minutos como soplando una vela y
dormir.”
“Que tu armazón, como en el caracol, se tan fuerte que pueda permitir la
ternura, decía un poeta, y eso le iba a todos ellos.”
“El tiempo es materia rara.
Teníamos por delante pocas horas, ya menos de once, que iban a estar más
cargadas de pena que todo lo que les hubiera podido ocurrir a mis cangrejos
herradura en sus millones de años de existencia. Y al mismo tiempo eran horas
muertas y vacías.”
“La aflicción no es inmóvil; es
fluida, inestable, y sus llamas, más azules que anaranjadas y rojas, y a veces
de un verde pálido espantoso, lo torturan a uno por un costado en el interior
del cuerpo, a veces por el otro costado, a veces por todo el interior y con
mucha fuerza, hasta que te ves gritando en silencio como en la pintura de Munch
en la que una persona da un alarido sobre un puente.”
“El tiempo es materia elástica
que depende de la alegría o la aflicción.”
“La gran soledad es como un
lienzo aparentemente vacío, engañosamente vacío.”
“En otras palabras, hay dos
maneras de estar en la ciudad: o manteniendo bien la compostura, o esquizoide
de remate y hablando solo o con fantasmas por puentes y avenidas.”
“Y ahora que vuelvo a hacerlo
después de tantos años me asombra otra vez los dúctiles que son las palabras;
lo mucho que por sí solas, o casi por sí solas, expresan lo ambiguo, lo
transmutable, lo poco firme de las cosas. Son iguales al mundo: inestables como
casa en llamas, como zarza ardiendo.”
+Sobre el autor:
+Primeras líneas de la novela:
lado, Sara tampoco dormía. Miraba yo sus hombros morenos,
su espalda aún esbelta a sus cincuenta y nueve
años, y encontraba consuelo en su belleza. A ratos nos
tomábamos de la mano. En el apartamento nadie dormía,
nadie hablaba; de vez en cuando alguno tosía o
iba a orinar y volvía a acostarse. Nuestros amigos Debrah
y James habían venido a acompañarnos y se habían
acomodado en un colchón en la sala. Venus, la novia
de Jacobo, se había acostado en el cuarto de él. Mis hijos
Jacobo y Pablo habían salido dos días antes en una
van de Rent-a-Car con rumbo a Chicago, desde donde
habían tomado un avión para Portland. En algún momento
me pareció oír el débil rumor de la guitarra de Arturo,
el tercero de mis hijos, en su cuarto. En la calle
sonaban los gritos nocturnos del Lower East Side, las botellas
quebradas de siempre. A las tres de la mañana, o
algo así, pasaron, cavernosas, dos o tres motocicletas de
los Hell’s Angels, que tenían su sede a dos cuadras de nuestro
apartamento. Dormí casi cuatro horas seguidas, sin
soñar, hasta que a las siete me despertó la punzada de
angustia en el vientre por la muerte de mi hijo Jacobo,
que habíamos programado para las siete de la noche,
hora de Portland, diez de la noche en Nueva York."
+Entrevista:
+Edición especial de Buensalvaje Colombia sobre este autor:
https://revistabuensalvaje.files.wordpress.com/2014/11/buensalvaje_co_1.pdf
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