Planeta, 2019. 364 pp.
Para escribir sobre este libro se torna necesario describir su recepción en los medios literarios. Aparecida en abril del 2019, la novela de Dany Salvatierra (Lima, 1980) tuvo poca o nula atención de la crítica más allá de las entrevistas que se le hicieron a su autor. Este ninguneo resalta mucho más porqué “La mujer soviética”, por trama y extensión, no es una novela que se circunscriba a una tendencia dentro de la narrativa peruana de los últimos años. Y la extensión no es un tema menor en un contexto donde se alzan voces que, erróneamente a mi parecer, critican la brevedad de las novelas peruanas y, sin embargo, guardaron silencio sobre este libro de más de 350 páginas. Existen otros factores, como la fecha de aparición, su distribución, la editorial que lo publicó, que hace más inexplicable aún el silencio frente a este libro Quizá un intento por evadir la condena de “amiguismo” en un circuito literario como el limeño, donde la mayoría de sus integrantes se conocen, sea la razón de esta indiferencia. Inevitablemente quienes escribimos reseñas nos toparemos con libros de escritores a los que conocemos personalmente y el mérito no será evitar hablar sobre ellos, sino en hacerlo de manera honesta, resaltando sus virtudes y señalando sus defectos. Pero ya es momento de cerrar esta introducción y pasar al libro en sí.
Hay que dar pocas luces sobre el
argumento al escribir sobre un thriller. “La mujer soviética” la protagoniza
Jacqueline Metalius, diva y leyenda de las telenovelas latinoamericanas, cuyo
esplendor se remonta a las últimas décadas del siglo XX, cuando el internet no
tenía el monopolio de la atención mediática. Esta se verá envuelta, a raíz de
un mensaje anónimo y perturbaciones de carácter anormal en su residencia de
Miami, en una adictiva trama que combina una posible red de espionaje de rango
internacional con la obsesión fanática
de un admirador (como en “Misey” de Stephen King) que la hará retornar a la capital peruana.
La novela de Salvatierra destaca
nítidamente por la construcción de su protagonista. Ya de por sí resulta
encomiable el uso sin chirridos de la primera persona con un personaje del
sexo opuesto (piénsese en J.M. Coetzee o Junot Díaz), y más al dotarlo de una
fuerte personalidad evadiendo los clichés típicos atribuidos a las estrellas
mediáticas, con una voz sin filtros para verter un ácido discurso sobre quienes
la rodean y sus acciones. Si hay algo que detesta Metalius es la denominada
“pose woke”, la corrección política llevada a sus últimas consecuencias y es
desde ese sitial que dispara contra varios aspectos sociales sobre los que
cualquier crítica negativa se tornaría
tabú: los estudios de género, la moral de los poetas, la empatía de las figuras
televisivas, el activismo de redes sociales y la adicción a los horóscopos.
Esta frescura para hablar sobre la
sociedad actual, que recuerda a
Houellebecq, se da sin caer en un discurso sociológico como en el que suelen
caer varios autores actuales, y más bien ayudan a sostener el libro en torno a
su personaje principal, apoyado en otros recursos literarios como la
construcción de diálogos verosímiles, recursos idiomáticos que revelan la clase
social de sus protagonistas con facilidad y giros sorpresivos en la trama bien dosificados.
Si se trata de establecer
conexiones, “La mujer soviética” es heredera de la estética pop de Andy
Warhol. A lo largo de la novela se va revelando la construcción artística a
partir de la imitación y el uso de géneros populares como insumos. Si hay algo
que predomina en los grandes productores de telenovelas son los reciclajes de
guiones, la adaptación de historias para
cada época con distintos protagonistas. Se utilizan las antiguas ficciones como
materia para las nuevas, y es ahí donde
Metalius se erige como artista, impregnándole su sello a la caracterización de
los personajes arquetípicos de las ficciones televisivas sin olvidarse la
esencia del enganche con los televidentes, los elementos eficaces para cautivarlos.
“La
falsedad anunciada, la repetición a un paso de la hoguera y todo por culpa de
la ficción. Nos ganamos la vida mintiéndole al público. El afán de imitar vidas
ajenas es también un tipo de muerte (…) la ficción es un disfraz que nos
condena a desaparecer y nos vuelve inmateriales, unidimensionales, fantasmas
del melodrama, iguales a los espíritus que habitan el camerino y los demás
rincones de la mansión”.
(pág.9)
La muerte rodea constantemente a
los personajes de la novela, convirtiéndose en la guía de sus acciones tanto en
su aspecto simbólico como real. Es a través de la inmortalidad de la ficción
que Metalius busca dejar un legado, una estela alumbrada por su nombre y de ahí
su rivalidad feroz con las jóvenes promesas televisivas. La eterna disputa de
lo nuevo y lo viejo toma un carácter nocivo, llevando a desprenderse de
cualquier vínculo, materno incluso, siendo este un campo desacralizado de tal
manera que termina por convertirse en una carga nefasta para la consecución de
los anhelos de los personajes y en el
origen de su perversidad.
En detrimento a una trama
paralela que busca calzar de forma infructuosa una exploración sobre el mundo
de la dark web, uno de los mayores
atributos de “La mujer soviética” es el planteamiento de la ficción, a través
de la parodia de las telenovelas, como un elemento de dominación de masas, un
sueño colectivo.
“El
gobierno ejercía el control de los canales de televisión y empezó a transmitir
Coral en los quince países de la Unión y en simultáneo, a las siete de la
noche, la hora en que las familias se sentaban a cenar frente al televisor. El
resultado fue un suceso nunca antes visto. Era la primera vez que transmitían
una telenovela de Hispanoámerica, una realidad distinta donde no existían la
Guerra Fría ni la crisis económica, donde los problemas eran más cotidianos”.
(Pág. 137)
El recurso del melodrama se ve
reflejado como una manera de captar la atención mediática a través de la
construcción artificial de historias cuyo alcance ya quisieran tener otras
formas artísticas, al punto de ser esencial para validar una estructura social
de manera constante. La telenovela más grande fue la del ser humano queriendo
exterminarse a sí mismo, se dice hacia el final, y al leer
el desmoronamiento moral y físico
de los personajes y su derrota progresiva frente al paso del tiempo, uno se da
cuenta, que incluso siendo una parodia del mundo de los melodramas televisivos,
los protagonistas están viviendo el suyo fuera de las pantallas confundiéndose
la realidad y la ficción en un
inquietante policial que por momento recuerda a Rubem Fonseca. La novela de
Dany Salvatierra fue una de las más gratas apariciones narrativas del año
pasado, sin duda, y merece seguir leyéndose.