"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


martes, 30 de mayo de 2023

[Reseña] ‘El trabajo de los ojos’ de Mercedes Halfon

 

La luz que nos aleja

Las afueras, 2019. 104 pp.

Todo entra por los ojos, reza el dicho. La primera impresión es la imagen que uno proyecta y la que va a instalarse en la memoria del otro. Ritos de preparación, ensayos, preocupación. Se centra la atención en uno, en lo que puede prever. Pero, ¿y si la mirada que nos ausculta no es la que se espera? ¿Si esta se desvía de lo normal? Existe una narrativa visual que se replantea a partir de las posibilidades de su autor y receptor, uno cuya vista le alcance una escena distinta a la que llega a los demás. ¿Cómo se lidia con percepción alterada de la realidad?

‘El trabajo de los ojos’ empieza con la noticia muerte del oculista de la narradora y la revelación de su estrabismo como una enfermedad aparecida en la infancia y la multiplicidad de males oculares que pueden aparecer, a causa de ella, a lo largo de su vida. Sobre estos tres ejes, Mercedes Halfon (1980) erige un bello libro, en el que, hilvanando pasajes llenos de humor, curiosidad, asombro y reflexión, profundiza en la amalgama de aquellos elementos que posibilitan y dificultan el acto de ver.

Es una máxima que puedo aplicar a otros aspectos de mi vida. En vez de apoyarme en lo que funciona bien, pongo sistemáticamente la energía sobre lo que falla. Es un mecanismo de la crítica”. (pág. 21)

La predisposición surgida a temprana edad para mirar de manera distinta, debido al estrabismo, se torna en la obsesión de la narradora. Explora cómo ello afecta sus relaciones familiares y amicales. Una familia caracterizada por esta marca física. Una herencia indeseada. Madre e hijos compartiendo estas carencias oculares. Años de visitas a centros oftalmológicos. La dificultad para hallar las cosas. Esforzarse siempre más que los demás y cómo ello puede resultar por ratos tortuoso y cansino. Halfon vuelve esta característica indeseada en motor de escritura pues, como dice, “(…) cuando empezamos a notar los procedimientos es porque algo se está malogrando” (pág. 40)

Y que sean los oftalmólogos especialistas en niños las autoridades científicas en lo referido al estrabismo, le confiere a este mal una seña de cicatriz de infancia inamovible.  Una herida que arde en cada visita médica, en cada chequeo y tratamiento nuevo. Una niñez permanente en los ojos, la imposibilidad de desarrollar una mirada adulta, “como los demás”. Ello provoca a lo largo de la vida otra lectura de lo que se percibe.  Un código distinto para entender el mundo, menos definido y más subjetivo. Más aún con la ceguera, la extinción total de la luz:

“A veces creo que la vista es un bien de ese tipo. Algo que existe de forma irrefutable, muchos la poseen, pero hay un punto oscuro, un precipicio rocoso desde donde cae a un fondo de pantano inaccesible”. (pág. 22)

Este andar por puntos ciegos, distorsionados, estrecha el vínculo de la narradora con su vocación literaria, en un intento de aprehender lo que no se puede captar fácilmente con la mirada, a través del lenguaje. El pasar horas incontables de soledad tratando de descifrar emociones, experiencias, el sentido de la realidad. Escribir como una forma de guiarse por la vida:

Llorar por un dolor opaco y persistente. El conocimiento sería un calmante al permitirnos encontrar una forma reconocible, una regularidad. Convertirlo en relato. Tenga o no una solución’. (pág. 86)

La estructura fragmentaria dota al libro de un ritmo pausado en el que se invita al lector a detenerse en cada pasaje. Hay ensayo, aforismos, datos históricos. Historias personales y familiares. Un enfoque heterogéneo con un efecto cautivante. Y si bien, en cierto pasaje se dice que el relato esconde la trampa de conocer el final de la historia y ser una ocasión perfecta para la exageración, el recomendar con entusiasmo este libro no lo es.

 

(Este reseña fue publicada en la revista virtual 'El hablador')


 

domingo, 21 de mayo de 2023

[Reseña] ‘Desubicados’ de María Sonia Cristoff

 

Cuando ser humano cansa

Libros del Laurel, 2014. 140 pp.

‘Tengo el ritmo de las máquinas’ cantaban Los Prisioneros[1] con un pulso siniestro e irónico. Una canción sobre jornadas cronometradas hasta el mínimo, responsabilidades fijadas. Una tranquilidad forzosa, disimulada bajo la creencia de que adaptándose uno logra la estabilidad interior. Es así que cualquier interrupción se vuelve un fastidio, algo que suprimir a la mayor celeridad posible. La protagonista y narradora de ‘Desubicados’ comienza a padecer insomnio tras ver interrumpido sus sueños por la aparición de nuevos vecinos y sus sonidos sexuales cerca de las tres de la mañana (macho y hembra, los califica). Lo que al inicio valora como un acontecimiento positivo para su propio matrimonio, deviene en un incordio insuperable, especialmente, al no poder identificar con exactitud de dónde provienen los ruidos. Ante ello, la única salida que concibe es dormir en una banca de zoológico alejada de los seres humanos, lo cual calma su ánimo al transformarse voluntariamente en un bicho. Una situación tan banal y hostil provoca que dicha solución no se perciba tan descabellada.


Los libros de Maria Sonia Cristoff (Trelew,1965) interrumpen y frenan el vértigo de la rutina. Uno podría, de forma superficial, definir a sus personajes como desequilibrados y asociales –¿Lo son realmente? –. La exploración de esa pregunta es la que lanza a uno a develar capa por capa lo narrado en sus novelas. ¿Hay de verdad tanta distancia entre uno y esa protagonista que duerme en zoológicos y se siente más cercana a los animales que a los seres humanos? ¿Por qué no podríamos tomar la decisión de arrancar y optar por ese camino? En medio de esas interrogantes, un pasaje:

“¿Tendré miedo de comprobar que no es cierto que la inadecuación es una cuestión de orden geográfico? Porque saber lo sé: siempre es sencillo reconocer la falacia de los lugares comunes, lo que no es tan sencillo es comprobar cómo a pesar de eso, de ese saber, un día el lugar común hizo carne en nosotros, nos convirtió en sus súbditos. ¿Será el pánico a vivir en un lugar sin zoológico?” (pág. 73)

A lo largo de la novela, la narradora viaja con la mirada atenta al comportamiento animal en cautiverio y recrea cómo el hombre va dejando su huella, negativa por lo general, en la existencia de estos seres con cuya vulnerabilidad se ve identificada y comprendida. Las imágenes de ciudad, el invento humano por excelencia, son de aturdimiento y zozobra, una cadena de extirpación de aquello que escapa de la norma humana, capaz de mellar toda voz y aplastar todo gesto de incomodidad.

 “De todas las cosas que los animales van perdiendo a medida que se integran a un zoológico, los sonidos propios son una ¿Será que ya no hay nada que avisar? ¿Qué ya no hay a quien avisarle?” (pág.34)

'Resaca existencial' se repite en varias páginas y vaya sustantivo. Resaca. Molestia, escozor, esa sensación molesta tras tanto ruido y celebración a la que se nos empuja en la contemporaneidad. ¿Celebración por la explotación disfrazada de ‘hiperproductividad’ como medida máxima de eficacia y éxito? ¿Por la disminución de horas de ocio? Cristoff, como en ‘Inclúyanme afuera’ y ‘Mal de época’, logra captar los sentimientos de desajuste interno e inadecuación en la mirada respecto al resto. Expone el momento en que el disfraz de heterogeneidad que se propugna como emblema moderno esconde un exotismo controlado, un zoológico de puertas abiertas en las que ser humano, cansa.

“Salgo a caminar entre las jaulas, a moverme un poco tal vez me ayude a pensar mejor. Solo que no puedo sacarme de encima este sueño, este sopor. Lo cubre todo, me absorbe, no me deja terminar de entender nada. ¿Será este el estado de aturdimiento del que hablan algunos filósofos contemporáneos cuando analizan la cuestión de lo animal y lo humano? ¿Cómo puede alguien tomar una decisión adecuada -y no solo eso: trascendental- en este estado?” (pág. 67)

Y es que, ¿quién define lo humano hoy? ¿Desde dónde se hace? Son preguntas que inciden en los derechos sobre cuya ausencia se erigen las prisiones que nos encierran, asfixian; construidos cual espejos que nos motivan a la reflexión y –en última instancia– a atormentarnos. A removernos y desubicarnos.


(Este reseña fue publicada en la revista virtual 'El hablador')

[1] En ‘Otro Día’, track n° 12 de ‘La cultura de la basura’ (1987)