"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


martes, 20 de junio de 2023

[Reseña] "Cuentos completos" de Mario Levrero

 

Fiebre levreriana

Literatura Random House, 2019. 656 pp. 

¿Por qué uno se vuelve levreriano? ¿Cuándo es que el apellido se vuelve un adjetivo que describe un estilo capaz de impulsar y formar una fervorosa comunidad de admiradores de una obra que conecta a lectores de distintas latitudes y generaciones? Una respuesta a esta última cuestión puede ser la diversidad de caminos que existen para acceder a su escritura. La vía más común sería abordar como punto de inicio El discurso vacío y La novela luminosa, sus novelas más elogiadas, ambas épicas de la cotidianeidad y la trascendencia del ocio. Pero el lector también podría optar por la ruta más onírica con la llamada «Trilogía involuntaria» (conformada por las novelas La ciudad, El lugar y París) y Fauna/ Desplazamientos. Sugiero una tercera vía, un híbrido entre ambos caminos: El alma de Gardel y Dejen todo en mis manos; o sus deliciosas observaciones vitales recopiladas en sus Irrupciones, textos imposibles de adscribir a un solo género en particular. Afortunadamente, la publicación de sus Cuentos completos, conecta todas las vías anteriores.


Propongo empezar leyendo el relato «La calle de los mendigos», donde una ligera y aparentemente inocua alteración de la rutina diaria, como lo es la falla de un encendedor, lleva a una búsqueda desesperada por desentrañar un misterio que no hace más que crecer hasta el punto de desviarnos de lo absurdo de la situación, para situarnos en el laberinto de la curiosidad. En el «El sótano», «Las sombrillas» o «Nuestro iglú en el Ártico» ocurre lo mismo: reconfiguraciones de la realidad que se logran al recuperar la capacidad de asombro de la infancia, cuando la línea entre lo lógico y lo onírico era más difusa, e insertarla en una atmósfera ensuciada por una mecánica adulta, sucia y gris. «Más de una vez pensé en mí mismo como en un triste adulto, de esos que pasan la vida acumulando cosas en previsión de un invierno que raras veces llega», menciona en «Capítulo XXX» (p. 320), sugiriendo su resistencia a «la opacidad cotidiana, a este frío y a este apego insensato a las cosas. Yo no puedo darme ese lujo» (p. 337, «Surkville»)

El retorno a una capacidad de asombro infantil, aparentemente perdida en las batallas diarias de la adultez, se entremezcla con la urgencia sexual y el humor. En los cuentos de Levrero existen ambientes cargados de tabúes y reglas, cuyos límites son transgredidos mediante un lenguaje aparentemente desmesurado y descontrolado («La casa de pensión»). Esta transgresión no es sino la solución frente a tanta solemnidad impuesta, a la que Levrero golpea sin pudor, apelando a escenas que si bien podrían escandalizar en un primer momento, poseen un efecto que va más allá de la impresión superficial. Son metáforas de la libertad del ejercicio de la ficción. El resquebrajamiento de la «seriedad» es un acto de resistencia, desde la literatura, en el cual el uruguayo encontró una herramienta invaluable. Una síntesis de ello puede ser la respuesta que brinda a un divertido cuestionario formulado por nada menos que él mismo: «Yo utilizo la imaginación para traducir a imágenes ciertos impulsos —llámalos vivencias, sentimientos o experiencias espirituales. Para mí esos impulsos forman parte de la realidad o, si lo preferís de mi “biografía”. Las imágenes bien podrían ser otras; la cuestión es dar a través de imágenes, a su vez, representadas por palabras, una idea de esa experiencia íntima, para la cual no existe un lenguaje preciso» (p. 589, «Entrevista imaginaria con Mario Levrero, por Mario Levrero»).


Levrero prefería denominar relatos a este tipo de narraciones para escapar a las fórmulas repetitivas que se le asignan al cuento, como se puede constatar en las 59 piezas que conforman el presente volumen. A diferencia de la concepción tradicional, el relato para el autor representa una oportunidad para romper con ideas preconcebidas de causa-efecto-solución, para tomar opciones más azarosas y delirantes, pero no por ello menos atrapantes. «Los ratones felices» y «Espacios libres» son prueba de ello, con episodios donde lo que menos hay es la lógica en detrimento de la vitalidad. Esto confirma que uno no lee a Levrero para descifrar un enigma, sino para emocionarse durante la persecución del mismo. Desde la angustia inquietante y asfixiante de «El inspector» al cuestionamiento existencial de «Diario de un canalla», pasando por la melancolía de «Algo pegajoso», el humor de «Confusiones cotidianas», el horror fantástico de «Aguas salobres» o la sensación de aventura de «La cinta de Moebius» y «Alice Springs», el lector reconoce que está frente a verdaderas obras maestras verdaderas obras maestras. Cabe decir que algunos textos contienen una mayor dosis de densidad en contraste con los otros relatos, como ocurre con «Ya que estamos» y «La toma de la Bastilla o cántico por los mares de la luna», lo cual podría confundir al lector. Sin embargo, al menos habrá un párrafo o frase que denote la genialidad del escritor que en una segunda o tercera lectura permita transportarlo a planos de conciencia desconocidos. Tal como anota Nicolás Varlotta, la persona que estuvo a cargo de esta edición.

Retomo mi pregunta inicial, ¿Por qué uno se vuelve levreriano? Ensayo una respuesta: porque al leer a Levrero, uno se percibe cómplice, como quien lee a un amigo  (según mencionaba Diego Otero)[1]. Su literatura irrumpe en nuestras rutinas, hipnotizándonos con escenas que ensanchan nuestras experiencias y nos sumergen por completo en una materia artística formada por diversas fuentes. Todas ellas conjugadas de tal manera que uno se olvida que está leyendo. Leer a Levrero no solo es una forma de escapar a la realidad, es una invitación a desarmarla y volverla a armar. «Cuando creíamos que todo había terminado, todo estaba recién por comenzar» (p. 208, «Todo el tiempo») La recopilación de estos relatos nos sigue atrapando con una obra de irradiación incombustible, una nueva oportunidad para empezar.



[1] En Buensalvaje N° 10, marzo del 2014 https://revistabuensalvaje.wordpress.com/2014/03/20/las-bromas-espirituales/


(Texto publicado en El hablador)

domingo, 4 de junio de 2023

[Reseña] ‘Vidas conjeturales’ de Fleur Jaeggy

 Notate bene

Ediciones Universidad Diego Portales, 2022. 68 pp.

¿Cómo trazar un perfil sobre seres iluminados, distantes en el tiempo? ¿Cómo se aproxima uno a esa genialidad por una vía distinta a la acumulación de datos biográficos? La respuesta puede ser tan simple como arriesgada: conjeturar. Buscar entre los resquicios, residuos, sobras. Reunir la información de aparente carácter ordinario, que por sí sola no podría decir mucho sobre la vida de alguien y obtener de ella un retrato íntimo y emotivo. Así como lo logra Fleur Jaeggy (Zúrich, 1940) en este breve compendio de vidas.


Thomas de Quincey (1785-1859), John Keats (1795-1821) y Marcel Schwob (1867-1905) son las figuras literarias elegidas en este volumen recopilatorio. Si bien escritos y publicados en distintos años, la misión de estos tres proyectos narrativos parece partir de una misma motivación: conocer cómo se forma (y deforma) una sensibilidad artística. Y una primera estación ineludible para ello es la infancia, germen de padecimientos y alegrías; de intereses y miedos.

Jaeggy, con gran capacidad imaginativa, caracteriza a los escritores mencionados. Los recrea para volverlos personajes. Se apropia de ellos. Los tres son seres con infancias difíciles, como muchos, pero a la vez genios signados por una marca de la iluminación. Una marca que es capaz de hacerlos trascender y subvertir la condena del olvido, de ubicarlos por encima de los demás por su talento, y, al mismo tiempo, distantes a sus coetáneos, acompañados por una sensación de no pertenencia impuesta y luego, voluntaria.

La felicidad jugó con él, después se transformó, casi como si el dolor fuera una felicidad encolerizada, una agraciada convulsión de la naturaleza’ (pág. 19) La aproximación a De Quincey se apoya en la realidad padecida: pobreza y adicción. Esta última surgida como respuesta a los efectos nocivos de lo primero. La adicción se convierte en una vía de escape a la memoria de vivir atormentado por los maltratos infringidos en la escuela. De Quincey llega al punto de apartarse de los asuntos de los vivos, todos sospechosos de conspirar contra su persona, en un aislamiento radical que probablemente haya sido uno de los factores predominantes en la extenuación de su organismo.

Quién sí resistió lo más que pudo con tal de dar respuesta a sus enemigos fue Keats[1], según se consigna en el perfil más apasionado del libro. Keats, ‘Devoraba los libros, copió, tradujo fragmentos, hizo de escribano y de copista de su mente. Hizo saber a sus amigos del Guy’s Hospital que la poesía era ‘la única cosa digna de atención para una mente superior’. Y esa era su única ambición’.  (pág. 33). En este ensayo, llama la atención cómo Jaeggy dedica muchas líneas a las distintas descripciones fisionómicas del poeta. Lo describe como poseedor de una mirada abrasante (a la que se le atribuía la de posibilidad de ver el futuro) y unos labios siempre dispuestos a demostrar su imperecedera personalidad[2]. Un carácter avasallador, capaz de anular la identidad de todo aquel que se le acercara. Quizás por ello el número de páginas dedicadas a su agonía resulta apropiado. Como una forma de ver si la vulnerabilidad de una sombra tanática permitía revelar más acerca de la personalidad del poeta, quien no deja de brillar en sus horas más aciagas.

Y si bien a Schwob, Jaeggy le dedica un menor número de páginas respecto a los dos anteriores perfiles, estas le bastan para señalar la gran importancia que tuvieron las relaciones amicales y sentimentales en la vida del escritor judío. Amigos que se torna refugios, musas que se vuelven fantasmas. ‘Ese viaje de la memoria hacia las sombras de los encantamientos se había desvanecido. Quedaba el catálogo arrugado de un largo deambular’ (pág. 58) Agotado tras sus viajes, Schwob se rinde ante la nostalgia y opta por volver. El perfil llega a su fin con una escena de fantasmas, lo cual tiñe de luto el ambiente en el que yace el escritor y también el lector de estos perfiles quien, al cerrar este breve librito, seguramente añorará a estos personajes. Esta lectura se convierte en el pretexto perfecto para acudir a los libros de los autores perfilados y por qué no, también, los de su aguda retratista.  

 

(Este reseña fue publicada en la revista virtual 'El hablador' )

[1] ‘“Si muero”, le escribe a Brown, “debes hundir a Lockhart”. Era un tipo que escribió un artículo contra Keats, aprovechándose de chismes e informaciones personales: combinó su talento de sabueso y chivato de la policía con el de enemigo de la Literatura (pág. 43)

[2] ‘Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua’ es lo que Keats solicita se inscriba en su lápida en un intento de unir su recuerdo al poder transformativo del líquido elemento.