"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


miércoles, 12 de octubre de 2022

Reseña: "Pura pasión" de Annie Ernaux

Tusquets, 2020.80 pp. S/.39


Cuando empiece a escribir este texto a máquina, cuando se me aparezca en letras de molde, mi inocencia se habrá terminado. Cito la última frase de la nouvelle de Annie Ernaux (Lillebonne, 1940)  por su exquisito juego temporal y la extinción de la condición a la que alude, concebida como un estado de obnubilación sin culpas y no cual mero período de ingenuidad que se deba superar por imposición externa. El único lamento del fin de la inocencia es el tránsito del éxtasis emocional del título a experiencia pasada y la imposibilidad, por más que se agoten todos los recursos de la ficción, de replicar de manera real un tiempo en el que el futuro y sus consecuencias importan poco o nada frente al objetivo de extender el presente a como dé lugar, misión en la que se es capaz de apostar la vida misma.

 

¿Cuál es la frontera entre el deseo amoroso y la obsesión enfermiza?¿Existe? No son preguntas nuevas las que surgen al leer esta novela corta, cuya trama, la confesión de la amante de un hombre casado, es tan antigua como la literatura misma. Lo que causa la disrupción, esa sensación de estar ante algo novedoso y único, es la  intensidad que emana, posible por la capacidad de Ernaux de contar y reflexionar en poquísimas líneas sobre el delirio al que la ha llevado una relación amorosa y en el que no cabe interés alguno por responder  a los juicios externos que esta puede provocar. La narración entrecortada, con cada anotación dispuesta cual resquicio de un discurso  que se sabe intraducible del todo y con el que solo es posible trabajar mediante sus  residuos y  esquirlas, le impregna un matiz único de urgencia y zozobra a la experiencia de lectura.

 

Gran parte del presente hastío que generan algunas novelas autobiográficas responde a que estas se amparan de manera exclusiva en el morbo y la pérdida gratuita de pudor. “Pura pasión” se ubica en la otra orilla por una diferencia esencial: un texto sobre la pasión solo es posible al término de ésta, no mientras está vigente. El lapso que media entre ambos estados es determinante para salvar a lo narrado  de un exhibicionismo vacuo y ramplón, cuyo único destino posible es un abismo de perpetuo e irremediable tedio. La pasión no avergüenza; su publicación y lectura sí, nos da a entender Ernaux, y es ese miedo, ese pudor, lo que sostiene el riesgo, la sensación de que la autora se está jugando el todo por el todo al publicar lo que ha escrito, algo que el lector agradece y ,por qué no, aplaude.

 

 

 Texto publicado en la web de El hablador

 

  

sábado, 23 de julio de 2022

[Reseña] ‘¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?’ de Michel Nieva

 Costumbres ciberargentinas

Colmena Editores, 2021. 100 pp.

                    “Porque me da risa.”

                Aunque pueda sonar como una razón menor, es lo primero que respondería si alguien me preguntase por qué recomiendo este libro. Y es que más allá de sus escenas de sodomización robótica o la espeluznante descripción anatómica de un ex presidente conservado en formol, algo que resalta del libro de Michel Nieva (Buenos Aires, 1988) es cómo este posee un ingenio ficcional y tono paródico que aúna un humor no exento de hondura al explorar los sentimientos de sus personajes, condenados a lidiar con su existencia artificiosa.

                Nieva crea un universo en el que contextualiza arquetipos ya clásicos de la ciencia ficción, como lo son los androides y los zombis, dentro de una atmósfera argentina (o de la idea que se tiene de “lo argentino”.) Mejor dicho:  de los gauchos a las crisis económicas (el corralito del 2001 como epítome[1]), pasando por la hiperlocuacidad de los libreros porteños y la vehemencia con la que estos son capaces de defender una posición ideológica, en la poética de Nieva existe un sincretismo exhuberante de elementos disímiles. ¿Cómo, entonces, Nieva logra que una mezcla así no se sienta impostada?

                En ‘¿Sueñan los androides…?’ el lector conecta con una propuesta de lo que podría ocurrir si efectivamente existiera un mercado de androides basado en idiosincrasias, y estos decidieran asumir una posición bartlebyana (‘¡Y habría preferido no hacerlo!’, exclama constantemente) contraria a las funciones paras las que fueron programados.  con el ascenso y metórica debacle de un joven inventor que de la noche a la mañana saborea el rotundo éxito y la consecuente traición, en una estupenda ridiculización de las cansinas historias de vida que buscan validar al emprendedurismo como dogma: ‘La verdad, a veces me sorprende que los acontecimientos más importantes de la vida obedezcan a razones tan estúpidas, a azares sumamente vulgares’ (pág. 29) expresa uno de los personajes en este cuento.

                ¿Qué ocurriría si el monstruo de Frankenstein deambulara por Buenos Aires? Mi relato favorito de este conjunto es ‘Sarmiento zombi’, donde Nieva recrea la desolación de un chico ninguneado amorosamente: ‘y ¿cuándo uno está enamorado no es, en el fondo, todo el tiempo, toda experiencia vivida sin esa persona que nos obsesiona, un pretexto, una necesidad de traducirla en anécdota con el único objetivo de poder compartírsela?’ (pág. 65) para luego, sumergirnos en el delirante deseo de una secta (cuando Emiliano, el protagonista, se une a esta) que busca revivir a Domingo F. Sarmiento, obviando los nefastos efectos que un evento así puede provocar.

 Nieva reactualiza el mito de la bestia desprovista de control que arrasa con la naturaleza que le rodea, rechaza la condición que le ha sido impuesta, y que además se ve obligada a combatir los tormentos sobre qué significa albergar sentimientos, como bien lo expresa Bodoque, uno de los artífices del nuevo monstruo:

Y ansí la tosca criatura

Injustamente agraviada

Entendió que el mundo finito

Extenso como el chorizo

No estaba aún preparau pa

Los zombis o muertos vivos

 

(…)

 

Todavía corre el pobre monigote

Buscando el resto que aún falta

A su cuerpo pa ser hombre

¿Será ausencia tal vez de alma?

¿O bien este el mismo es

Sentimiento de insipidez

Que a todo hombre corroe?’

(págs. 84-85)

 

Empatía que se logra generar también con el llanto desconsolado y adolorido del gauchoide del primer relato, en lo que es una muy buena revitalización del conocido soliloquio de la criatura creada por Mary Shelley:

 

‘¡Qué daría yo por tener

un caballo en que montar

y una pampa en que correr!

¡Diga, patrón, si tal vez,

De otro gauchoide gimiente

Deba yo hacerme padre y juez

pa no ser tan contingente!

¡Soledá, patrón, soledá! ‘ (pág. 13)

 

Ruptura de la cuarta pared por parte de los personajes, referencias a la propia obra de Nieva, un uso lúdico de distintas tipografías y, sobre todo, un humor ácido que hace que dichos elementos converjan de buena manera, son elementos que destaco de un volumen muy recomendable. Como para reírse de las ficciones con posturas nacionalistas, sosas y solemnes, que cunden en buena parte de la narrativa realista actual.

 

 (Este reseña fue publicada en la revista virtual 'El hablador')



[1] Para mayor referencia, sugiero escuchar este episodio de ‘El hilo’: “Argentina, 20 años del corralito y la crisis interminable” (https://elhilo.audio/podcast/corralito/#:~:text=El%20pa%C3%ADs%20estall%C3%B3%20en%20diciembre,en%20la%20historia%20de%20Argentina )

martes, 19 de julio de 2022

[Reseña] ‘La vía del futuro’ de Edmundo Paz Soldán

 Páginas de Espuma, 2021. 176 pp.

Inventando de nuevo a Dios

“La tragedia moderna es el intento vano de la adaptación del hombre al estado de cosas que él creó”.

-Clarice Lispector en ‘Cerca del corazón salvaje”

Mientras más nos adentramos en los misterios del universo, más insignificantes nos sentimos dentro de este. ¿Cómo lidiar con esta sensación de desamparo, de soledad y prescindibilidad? ¿Cómo permanecer con los pies en la tierra en tiempos más vertiginosos? Ya no solo son descubrimientos científicos o avances tecnológicos los que asombran y causan estupor, sino las herramientas que una élite va diseñando y arrojando al mundo, ¿De qué sirve tanto progreso técnico, entonces? ¿De dónde viene esa obstinación?


Ya en 1925[1], César Vallejo distinguía instrumentos de progreso ‘que no se dejan sentir (…) que no nos angustian, ni nos dan de trompicones, ni nos dominan, ni obstruyen el libre y desinteresado juego de nuestros instintos de señorío sobre las cosas; en una palabra, que no nos hacen desgraciados’. Casi cien años después, Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967) nos entrega ocho historias en donde ese discernimiento es más complejo, y en donde el futuro se lee desde una situación de zozobra constante. En estos relatos, la relación del ser humano con sus creaciones coexiste con una sensación de desgracia que se extiende aceleradamente en la sensibilidad de sus personajes: en sus líneas –cada vez más apesadumbradas–, se hace evidente la imperiosa necesidad de evadirse, acompañada por la menguante esperanza de una realidad mejor. Deseando que ese progreso que tanto se pregona en los medios masivos llegue, por fin, a sus vidas.

‘La vía del futuro’, el relato que abre el volumen, nos muestra a través de distintas voces (periodistas, estudiantes, niñeras, CEOs) las consecuencias de un sistema de Inteligencia Artificial; así como a un culto que, adherido a este sistema, funge de secta. Ante la complejidad para entender el funcionamiento de dicha creación, se forma una fe inquebrantable hacia esta (La fe no exige explicaciones). Se entrega el control de uno mismo ante el desconocimiento. La sensación de misterio que guarda toda religión, ahora configurada para adorar a una máquina, es alimentada por el miedo de lo que esta pueda hacer a futuro con la Humanidad . Dado que el hombre no está haciendo capaz de sobrevivir a su entorno, ¿por qué no entregarle el control de las máquinas?[2]. Como dice uno de los personajes:

Coincidían el hombre y la máquina en el tiempo y el espacio, mientras el universo giraba hacia su desintegración. Me sentí triste por nuestra especie finita, por esos chicos tan jóvenes que algún día no estarían más ahí, por ese yo que algún día desaparecería. Nos iríamos pero esas máquinas con las que nos fusionábamos día a día se quedarían. Entendía que debíamos cuidarlas, quererlas y respetarlas para que ellas nos permitieran subsistir”. (pág. 27)

Tras este inquietante inicio, ‘El señor de la palma’ y ‘Mi querido resplandor’ siguen explorando esas búsqueda de amparo en alguna fe para lidiar con la precariedad. En el primero, mediante el dominio usurero de una comunidad de agricultores a través de un aplicativo móvil; y en el segundo, jugando con la posibilidad de realizar avistamiento de ovnis. Aunque parezcan disímiles, la devoción –en ambas piezas– juega un rol fundamental como vía de escape a esa precariedad que asfixia y no permite imaginar otra vía, abrirle la puerta a otro universo.

Y es en esa capacidad de imaginar un futuro mejor (¿o quizás un presente?) que se ha visto menoscabada en los últimos años, donde Paz Soldán encuentra una oportunidad. A través del desmoronamiento de una relación amorosa debido a la irrupción de una androide  paraguaya, copia pirata a su vez de una japonesa, y la obsesión que esta causa en el protagonista (‘La muñeca japonesa’); las confusiones entre lo virtual lo físico (‘Las calaveras’); o la drogadicción y la violencia como virus (‘En la hora de nuestra muerte’) Aquí encontramos ficciones que avizoran un camino donde las sociedad parecen haber priorizado su ambición digital por encima de la resolución de sus males sociales, al punto de heredar los horrores de las anteriores generaciones y nacer ‘con la droga en el cuerpo’ (pág. 130)

El último relato, ‘Bienvenidos al nuevo mundo’, es un buen cierre para este volumen, con una historia de campus, que muestra el lado b del culto mencionado en el primer relato (‘El Profundo’). Aquí se imagina: ¿Cuál es una alternativa a la felicidad cuando esta no es una posibilidad ni una vía? Ante el constante estado de paranoia en el que se vive, se expande el deseo por desvanecerse del sentido de conciencia. Se opta por entregarse a esos nuevos Prometeos que representa algunos avances tecnológicos:

“Para mí Dios es el GPS (…) Una máquina qué te dice cuál es el mejor camino a seguir, nunca te falla y está encendida las veinticuatro horas. ¿Qué otro Dios quieres?” (pág. 133)

 En La vías del futuro, Paz Soldán plasma, con un estilo particular y una habilidad notable, la angustia de una sociedad que se encuentra varada entre el artificio y la fatalidad que este provoca. En estas historias existen situaciones imaginarias, pero que que no se sienten, en absoluto, imposibles. Son retratos  de cómo se va quebrando el mundo interior de cada uno de sus personajes debido al miedo provocado por  estos nuevos dioses inventados. Unos que, como toda invención humana, no están tardando mucho en ponerse en contra nuestra.



[1] En ‘Wilson y la vida ideal en la ciudad’, crónica de diciembre de 1925 recogida en ‘Del siglo al minuto. Crónicas sobre máquinas y ciencias’ (Casa de la Literatura, 2021)

[2] La sensación de temor sobre las posibilidades de replicarse en la vida real la trama de este relato se vio catalizada por la siguiente noticia de hace unas semanas: ‘El ingeniero de Google que asegura que un programa de inteligencia artificial ha cobrado conciencia propia y siente’ (https://www.bbc.com/mundo/noticias-61787944)



(Reseña publicada en 'El hablador')

miércoles, 4 de mayo de 2022

[Reseña] ‘El mundo en vilo. La ilusión tras la Gran Guerra’

'Un aleteo al fin de la guerra¨

Turner, 2020. 288 pp.



El ‘efecto mariposa’ es un término que se popularizó a raíz de una película de inicios de este siglo. Sin embargo, la idea ha inspirado, desde mucho antes, a autores como Ray Bradbury y hasta un episodio de los Simpsons. Incluso, esta idea fue llevada a inspirar a científicos, como sucedió con los múltiples pronósticos del tiempo del meteorólogo Edward Lorenz al intentar diseñar un modelo certero de predicción de fenómenos climáticos en 1961[1]. Cambios numéricos que –aunque diminutos y casi imperceptibles– podían tener efectos monumentales y ser capaces de provocar una sensación generalizada de caos debido a la a falta de predictibilidad. Este concepto de sistemas inestables que bien podría aplicar a lo que expone el libro de Daniel Schonpflug, quien, partiendo de datos históricos, recrea la indefensión generalizada en distintas partes del Hemisferio Norte tras el fin de la Primera Guerra Mundial.

¿Es posible aprehender toda la devastación emocional que involucra  la posguerra? ¿Qué supone la vida tras sobrevivir la batalla? Schonpflug brinda un retrato del fin de la primera confrontación a gran escala de la mayoría de los países europeos y el acelerado posicionamiento de los Estados Unidos como potencia mundial a través de retazos biográficos de distintos personajes de dicha época: de Harry Truman a Virginia Woolf, pasando por Gandhi, Lawrence de Arabia, el príncipe Guillermo de Prusia, Terence McSwiney y otros menos conocidos, pero de participación significativa, como Soghomon Thelirian o Marina Yurlova.

‘El mundo en vilo’ es un libro que apela a la narración de las vidas de dichos personajes durante años que siguieron al cese de las armas a fines de 1918. Schonpflug combina datos históricos con la exploración del mundo interior de sus protagonistas frente a estos hechos, ya sea mediante la revisión de las notas de sus diarios o una nutrida serie de libros biográficos[2], con el propósito de ilustrar ese estado de aturdimiento que cundió por los países europeos y las sociedades colonizadas por estos. Un estado de optimismo forzado (y finalmente erosionado) tras un furor de violencia que hizo que millones de hombres se enfrentaran a la muerte por la ambición de sus líderes. ¿Se podía aspirar a un momento de paz y calma en 1919?¿El hombre sería ya consciente de lo que podía provocar la falta de entendimiento y conciliación?

“’Eran años locos’: así resume Grosz la posguerra en Berlín. Tras la guerra, parecía como si todas las ataduras hubieran desaparecido. ‘Una oleada de vicio de pornografía y prostitución recorría el país entero. Todos decían ‘Je m’en fous, por fin ha llegado el momento de divertirse un poco’. En realidad, los tiempos son agotadores y nada divertidos’. Lo único que parece animado es la espuma multicolor de la vida nocturna y el arte, al menos superficialmente. Por debajo hambre destrucción y violencia’.” (pág. 155)

Veinte años es la distancia temporal entre las dos Guerras Mundiales. ¿Por qué tan poco tiempo? Hay muchos factores implicados, pero ‘El mundo en vilo’ se centra en el inicio de este lapso, con la fragilidad de los acuerdos de paz, la humillación a los vencidos y el desorden político de los vencedores. ¿Para qué sirvió el triunfo? ¿Hubo mayor bienestar? ¿Qué futuro se vislumbraba? Hay dos fragmentos del libro que ilustran una posible respuesta a dichas cavilaciones:

 

'Flamingo' (1917) de Curt Hermann



“(…) parece como si en la pintura se desvaneciese la esperanza de una victoria gloriosa y también la belle époque, anunciando el crepúsculo del Viejo Mundo, de las viejas élites y su época de esplendor. La muerte de una criatura bella simboliza, más allá de su contexto histórico concreto, el fracaso de algo magnífico, algo bello pero demasiado frágil para resistir a la cruda realidad. Ese fue el destino que la primavera y el verano de 1919 reservaba a las quimeras de tantos”. (pág. 176)

 

Finalmente, una de las mayores virtudes de ‘El mundo en vilo’ es la mención de los efectos de la guerra europea en las sociedades de la India, Siria, Arabia o Vietnam. El fuego de los anhelos de independencia que empezó a encenderse y no se ha extinguido hasta nuestros días. La interdependencia global es uno de los mayores símbolos de la modernidad, donde los aleteos de una mariposa en cualquier lugar del mundo provoca tempestades al otro lado del orbe. El actual conflicto de Ucrania y Rusia es un ejemplo más. ‘Los recuerdos, gracias a Dios, no pueden fotografiarse’, se cita hacia el final, y tal vez esté ahí la clave para que la humanidad siga aprendiendo, entre tanto sacudón violento, a convivir algún día en paz. A descifrar la subjetividad tras los hechos.



[2] Véase la Bibliografía del libro. Págs. 277-286

lunes, 21 de febrero de 2022

[Reseña] "Silencio administrativo" de Sara Mesa

 Una historia de horror

“Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático” de Sara Mesa

Anagrama, 2019. 122 pp.

Toda historia de pobreza es una historia de horror. Una caracterizada por la incertidumbre persistente de si se logrará llegar al final del día con al menos un plato de comida, un sorbo de agua limpia o un lugar para el aseo. En la olla del pobre todo es condimento, como dijo João Guimarães Rosa. Un infierno sin escape que se habita a diario y por la cual, quien lo padece se convierte en objeto de juicio. Conlleva la condena social, el rechazo y la fobia. Una conjunción de miedos (¿a ser uno de ellos?) en su contra que se aúnan en actitudes agresivas (insultos, pedidos de expulsión, violencia física), o pasivas y silenciosas, igual o más peligrosas al tomar como único rumbo la indiferencia, disfrazada bajo caridad. Las personas pobres reciben una negación de la justicia por ser consideradas responsables de su propia situación. La deshumanización se convierte en la única vía para evitar la incomodidad que supone tomar conciencia de que, en efecto, la pobreza existe.


Sara Mesa (Madrid, 1976) escribe la historia de Carmen y su relación con Beatriz, con quien, tras cruzarse varias veces, realiza un acto extraordinario para la sociedad en la que vive: se fija en ella. Ya no es solo un escollo a evitar en la calle, o la causa para acelerar el paso tras darle unas monedas. Es una persona: con historias, con emociones, con necesidades. Tiene un nombre. Es alguien que requiere ayuda y espera. Espera y espera. ¿Qué espera? ¿En qué nivel y condiciones? Beatriz empieza a actuar. Se involucra en la desesperante situación de Carmen, la escucha y la acompaña. No como una salvadora ni para aliviar su propia culpa, sino para intentar que Carmen salga del pozo al que la han empujado una serie de trabas y desidia social. Un pozo cuya profundidad aumenta con la infinita burocracia de los programas sociales destinados a ayudarla. Un pozo del que la misma Beatriz no está libre.

Si hay un elemento que vertebra el laberinto burocrático al cual se refiere la autora en el subtítulo es la desconfianza. La presunción inicial es de culpabilidad y la solución institucionalizada para ello es la demostración constante de lo contrario. Validar que alguien es confiable mediante papeleo: documentos, constancias, autorizaciones, recibos, avales. Una constante búsqueda de que la palabra de uno sea considerada cierta por los demás. Pero, ¿cuáles son los límites de esta exigencia? ¿Qué efectos puede causar?

“(…) ¿cómo es posible exigir a quien vive en la calle, sin recursos de comunicación- teléfono, internet- ni de transporte, que haga su peregrinaje a través de oficinas, ventanillas y colas como si nada”. (pág. 50)

Como bien se señala, un problema neurálgico es la indefensión de las personas empobrecidas ante la exigencia de precisión documentaria sin un acceso adecuado a la información. A estas personas –sumidas en su propios laberintos­– se les exige recorrer otro más, para chocar con la indiferencia de funcionarios con una agotada capacidad para la empatía. Además, son personas que, en la mayoría de casos, están formadas en un sistema diseñado para rechazar al solicitante, proteger el estatus quo y evitar que quienes conforman el sector más precario de la sociedad adquieran un rostro o una voz propia.  

La autora, asimismo, le da énfasis a cómo el género resulta ser un factor determinante para la experiencia de la pobreza. La misma estructura socioeconómica es la que que lleva a muchas mujeres a ocuparse en exclusiva de la familia y el hogar o a trabajar en puestos escasamente remunerados y/o sin contratos. Esto deviene en su incapacidad para generar ingresos considerables por cuenta propia y en la dependencia económica plena de su cónyuge.

Una ruptura sentimental o la muerte de los padres, por ejemplo, puede conducir a una mujer joven directamente a la pobreza más absoluta. Muchas se agarran a la supuesta protección que le ofrecen otros hombres, se prostituyen o son extorsionadas (pág. 46)

A ello se suman las situaciones de acoso –como las que sufre Carmen– que se presentan a diario en las residencias de personas indigentes. Mesa trasciende la frialdad de las cifras y recoge los testimonios que reflejan esta vulnerabilidad y su influencia en la historia de vida de cada persona. Con cada testimonio, Mesa elude el paternalismo habitual en este tipo de textos, así como su condescendencia deshumanizante. Ella emprende, ante todo, una batalla por la dignidad, reflejada en el acto de escritura. Y es que la elección del lenguaje es otro elemento clave en esta historia. Con este texto, Mesa denuncia la impenetrabilidad de la documentación de asistencia social, escrita en forma críptica e inaccesible. A ello, Mesa contrapone la estructura y tono del libro, con el fin de demoler la concepción de la pobreza como una serie de números que suben y bajan. A través de una mirada profundamente humanizante, el texto nos muestra un retrato de Carmen que dista del melodrama periodístico:

“Carmen muestra una gran dignidad cuando relata su vida, no cae jamás en el victimismo, es capaz incluso de reírse, con un oscuro y franco sentido del humor. Es agradecida , pero nunca carga las tintas. Frases como “qué buena eres” o “¿qué haría yo si ti?”  jamás salen de su boca. Da las gracias porque es educada, pero lo hace siempre con discreción, en términos de igualdad”. (pág.  41)

¿Qué queda cuando se ha perdido, aparentemente todo? ¿Acaso no es la historia propia aquello que no nos puede ser arrebatado? Sara Mesa denuncia la aporofobia de las instituciones llamadas a resolver la pobreza. En la recuperación de la historia de Carmen, Mesa escribe lo ilegible para las estadísticas oficiales. Recoge lo que conforma a una persona cuando todo lo demás se ha socavado, que no es –ni jamás podría remitirse a– una cifra. Allí están los gestos, sus aficiones y vicios, tan reales como los de las personas que conforman ese elefantiásico laberinto que Carmen y otros tantos tienen que recorrer a diario.

Ese laberinto que, como Mesa advierte, no es anónimo. Tiene nombres y apellidos al frente: autoridades y funcionarios que alimentan el infierno de la pobreza con lo que hacen o dejan de hacer cuando se olvidan de su vocación de servicio.  Que mueven los engranajes de una maquinaria orientada a señalar el error, maximizar la falla y encontrar aquel detalle que le dé la razón de desconfiar de las personas que requieren la ayuda. De lograr que la desesperanza prevalezca entre estas como sentido común. Si bien la historia de Carmen se sitúa en Andalucía, España, es posible extrapolar y maximizar lo que el libro denuncia aplica a cualquier región latinoamericana, con instituciones más endebles y Estados con menor presencia. Con oligopolios obsesionados con precarizar más a sus trabajadores, una distribución económica cada vez más desigual y demandas de justicia social que no hacen más que crecer año tras año, por más que el culto a las cifras deseen minimizarlas. En este contexto de precarización normalizada, cualquier escenario alternativo se vuelve utópico, y cualquier intento de solución cae en una postergación indefinida:  ¿Renta básica universal? ¿Impuestos a quienes más ganan? “No, para después” se suele decir. Que va a tomar años. Muchos años con muchos días en los que mucha gente como Carmen se despertarán con un mismo fin: sobrevivir.

La lectura de este libro confirma el logro de su propósito: estamos frente a una crónica cuya perspectiva, no exenta de subjetividad, aborda una realidad social que casi nunca es el centro del debate político. Una crónica que fastidia e interpela, sobre todo si uno se dedica a la gestión pública –como quien escribe–, y se encuentra, en teoría, llamado a contrarrestar esta realidad. Una realidad insoslayable la cual no se resolverá invisibilizándola mediante juicios preconcebidos o la sola atención a sus síntomas a distancia, en silencio cómplice. En un  perverso y diabólico silencio administrativo que, con su libro, Mesa, quiebra. Y, como lectores, nos encontramos llamados a oir.

 

(Este texto se publicó en la revista "El hablador")