"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


martes, 3 de agosto de 2021

Reseña: “La diáspora” de Horacio Castellanos Moya


Literatura Random House, 2018. 160 pp. S/.69


Ya quisiera uno escribir una primera novela con el ímpetu y soltura que exhibe Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) en “La diáspora”, publicada originalmente en 1989. Vaya manera de irrumpir en la ficción narrativa con un libro que, en una época tan álgida como fueron los ochenta, aborda y critica de manera aguda las desilusiones de una generación que creía de forma inquebrantable en el poder de la Revolución al punto de arriesgar la vida por ella. Escribir una parodia de la derecha lo hace todo el mundo. Lo arriesgado es hacer una de la izquierda desde la misma izquierda, denostando la mercantilización de sus causas en un negocio que reclama un aura de ética intachable que no merece muchas veces. Y más difícil aún, hacer esta diatriba con una maestría que mostrará también en libros posteriores como “Insensatez” (2004) o Moronga (2018), confirmando que cada texto suyo es una pieza más de un proyecto narrativo coherente como pocos a nivel mundial, para no acotar su alcance solo a nivel hispanoamericano donde compartiría espacio con titanes de la talla de Piglia y Bolaño.

Uno de los más gratos hallazgos de este libro es corroborar que las principales preocupaciones temáticas y emocionales de Castellanos Moya ya se encontraban aquí, comenzando por el cuestionamiento de las convicciones ideológicas. Los personajes de esta novela se encuentran a la deriva, apartados y marginados en el DF, alejados del campo de acción, pero sobre todo de una causa que les brinde la sensación de pertenecer a un colectivo que le dé sentido a sus nimias vidas. Tanto Juan Carlos y el Turco reniegan del Partido, el colectivo al que consagraron su vida por muchos años y que desvió su rumbo al punto de desvirtuar su accionar debido a las ambiciones de sus dirigentes y la pugna por el control que terminaría causando al asesinato de la comandante Ana María y el aparente suicidio del comandante Marcial, máximas figuras de las guerrillas salvadoreñas. La sensación de orfandad y desamparo terminará por convencerlos de que la única salida posible es romper con sus ideales e intentar descifrar que hay más allá de la lucha política, en un territorio ajeno, lidiando con la única herencia que les legó su participación en el conflicto además de la pobreza: la paranoia.



Si algo hermana a la mayoría de los personajes de la novela (y de la narrativa de Castellanos Moya) es la constante sensación de paranoia y desconfianza hacia todo aquel que quiera acercarse. Siempre estar en guardia y relacionarse lo menos posible con alguien desconocido, es la marca con la que deambulan por la vida tanto los dos personajes mencionados, como Quique, el exguerrillero ansioso por regresar a combatir con un rifle en las manos. El temor de ser emboscado y traicionado es la secuela más duradera no solo de un conflicto sino del rompimiento con una ideología, viendo en cada rostro a un potencial enemigo, en contraste con aquellos denominados “burgueses” que no padecen ello y hasta tienen empleos y familias. Aquí la semilla de violencia impregnada en cada uno no explota como en “El arma y el hombre” o “La sirvienta y el luchador”, pero sí se trasluce de manera más sutil al momento de concebir las relaciones posibles con sus antiguos camaradas o sus potenciales conquistas sexuales, además de que puede ser una buena manera de adaptarse a la urbe capitalista: “Si San Salvador le resultaba grande y extraña, la ciudad de México le produjo escalofríos, las calles enormes repletas de autos y buses. Pero las costumbres del peligro crean un poderoso instinto de sobrevivencia.” (pág. 81) 

Y aunque los personajes mencionados son los protagonistas de la novela, Castellanos Moya dedica algunas páginas a otro que se lleva todas las palmas: Jorge Kraus. Este periodista que evoca a esa inolvidable y tenebrosa voz de “Insensatez”, es una suma de arribismo y aprovechamiento ramplón capaz de causar escozor en el lector debido a que su ambigüedad y capacidad camaleónica provocan que su toxicidad corrosiva pase desapercibida frente a los demás. Castellanos Moya muestra esta frialdad extrema para seguir trepando en líneas como las siguientes:


"Kraus barajeaba las diversas alternativas para la escritura del libro, los argumentos a los que recurriría para convencer a las FPL y a los sandinistas de que un libro de esa naturaleza ayudaría en gran medida al proceso revolucionario salvadoreño. Se regocijaba por las tremendas posibilidades editoriales que se le abrirían: escribiría un verdadero best seller, que le produciría fama y dinero. De inmediato tendría ofertas de traducciones, adelantos por la escritura de nuevas obras. Porque su idea para la estructuración del libro le parecía sencillamente genial: lo elaboraría con la técnica de la novela policíaca, pero con puros hechos reales. Algo semejante a "A sangre fría" de Truman Capote o a "Recuerdo de la muerte" de su compatriota Miguel Bonasso. Sólo que el libro de Kraus superaría a éstos por una razón esencial: los sucesos que abordaría constituían una tragedia universal, digna de un clásico griego o de una obra dostoievskana." (Pág, 118)

Este símbolo de la capitalización individual de una tragedia social es la principal crítica a cierto sector de la izquierda que si bien aparece en otros pasajes, adquiere una dimensión mucho más peligrosa en figuras como la de Kraus en el capítulo seis de la tercera parte de este libro, dándose incluso maña para concebir una metodología capaz de moldear y replicar la escritura de una tragedia, al punto de desvirtuar los hechos con tal de acomodarse a un fin al que se busca justificar de cualquier forma antes que ver cuestionada su veracidad. La sensación de sentirse superior moralmente termina siendo el aceite de un turbio y pérfido engranaje que se vislumbra hasta el día de hoy, refugio de tantos abusos y atropellos sociales. Escrituras de libros que edulcoran y aprovechan el morbo de los conflictos armados, ¿dónde hemos visto eso antes?


Castellanos Moya vislumbró hace treinta años cómo el tópico de la violencia iba a convertirse en un modelo exótico para armar y desarmar de manera descafeinada en gran parte de la literatura latinoamericana posterior, llena de clichés y personajes acartonados, y se arrojó a escribir esta novela tan potente y vigente. En una época donde las principales apuestas literarias parecen ser las reediciones de libros inhallables, “La diáspora” terminar erigiéndose como uno de los más valiosos rescates.

(Texto publicado en la web de la revista "El hablador")


[Reseña] "Open" de Andrés Agassi

Duomo, 480 pp.

Propongo lo siguiente: leer las memorias de personajes famosos cuatro a cinco años después de su publicación. Uno se despeja del ruido mediático del lanzamiento y la morbosa curiosidad para apreciar con calma su calidad literaria. Y vaya que la hay en las páginas de este libro publicado originalmente el 2009. Pocas veces uno se topa con un texto que esté a la altura de los vaivenes biográficos de un deportista que marcó un antes y un después en su campo.

No creo que haya un símbolo tan claro de la acelerada obsolescencia de nuestros cuerpos y su funcionalidad laboral como la vida de los deportistas profesionales. Conminados a mostrar sus dotes desde temprana edad y a responder con rápida madurez al nivel de presión demoníaco con el que conviven, cualquier tropiezo puede devenir en la oscuridad del olvido. Y la exigencia no cesa en ningún momento, solo se acentúa mientras se acorta el camino al Parnaso deportivo, con cada vez más gente dependiendo de uno, desde el público tan ávido de adorar a un nuevo dios atlético hasta los patrocinadores de los que se depende para concentrarse exclusivamente en mejorar sin agobiarse por el dinero. Un nanosegundo puede ser clave para el devenir de toda una carrera y eso lo saben más que nadie los tenistas, sobre todo Andre Agassi (Las Vegas, 1970) cuya carrera fue tan irregular como espectacular.

Si había un tenista que acaparaba las páginas deportivas de fines del siglo pasado e inicios del este, ese era él. Si bien fue una época de feroz competencia, ninguno de sus colegas llevó a este deporte a un posicionamiento en medios tal como lo hizo el chico “Viva las Vegas”. Estilo inconfundible, relaciones con estrellas del firmamento de Hollywood y una actitud que escapaba a los parámetros comunes en el deporte blanco, Agassi era un meteoro que no dejaba indiferente a nadie. Para la prensa y el público era una estrella de rock, el distinto, el rebelde. Nada más alejado de sus deseos como lo revelan estas páginas.

Agassi posa junto a su familia. Créditos: El Confidencial.

El mayor peligro de este tipo de textos por encargo es el deseo de mostrarse como un ejemplo de superación y centrarse en brindar una moraleja. Aquí no. Aquí se reniega del tenis desde la primera línea. Ser un dotado para el deporte supone una condena a la que es imposible escapar sin herir a alguien en el camino. Solo hay una vida posible: jugar. Jugar y jugar hasta la extenuación, venciendo, aplastando a los demás para poder destacar y ser visible. Peor cuando es en el mismísimo hogar donde se juega para existir, subyugado a la mirada del padre, una figura omnipotente de cuyos deseos se desprenden los hilos que manejarán su vida.

La primera mitad del libro hace hincapié en la sensación de orfandad en la que Agassi se ve sumido por su sombra constante y agresiva, una máquina a la que solo se satisface ganando puntos. Año tras año, Agassi atacaría la ausencia de cariño paternal extrapolando su figura en los diversos amigos que irá consiguiendo, quienes serían clave para los distintos altibajos que supondría sus carreras.

J.R. Moehringer, el premio Pulitzer elegido por Agassi para llevar a cabo esta empresa, optó por narrar su vida en tiempo presente, confiriéndole a la lectura una sensación permanente de suspenso y expectativa frente a lo que implicará cada decisión a su protagonista, cada experiencia por la que pase. Desde las humillaciones juveniles en la academia en la que pasó su adolescencia hasta la ruptura de su relación con la mega estrella, Brooke Shields.

Pero “Open” es una biografía deportiva, y si hay algo que destaca por encima de los conflictos familiares y amorosos es la recreación de la tensión de cada partido, de cada punto que está en juego y del que depende saborear las mieles de éxito o asomarse a una derrota implacable. Cada partido narrado provoca buscar en la web su video correspondiente y disfrutar de cómo ha sido abordado por Moehringer, que supo mostrar la grandeza del norteamericano en el deporte, no como un niño prodigio de carrera incólume sino como un titán que podía pasar de una ominosa racha de eliminaciones en las rondas iniciales de torneos de ínfimo nivel a obtener ocho Grand Slams que lo convirtieron en una leyenda atípica, para lo que contrasta su figura con una galería de personajes, como Peter Sampras o Boris Becker, de forma humorística y feroz en varios pasajes geniales, a tal punto que se le perdona su propaganda filantrópica o el soso misticismo de su viaje para conocer a Mandela.

¿Qué rebelión queda ya? ¿Qué nuevo pecado puedo cometer para demostrarle al mundo que no soy feliz y que quiero volver a casa? Nadie lee las memorias de alguien que te quiere contar lo feliz que ha sido siempre, sino las de alguien que ha pasado por trances tan míseros que permitan, al menos de ese modo, a su ídolo. Y que esté muy bien narrado, claro. Ace.

(Texto publicado en la web "Página en Blanco")