Resignación y resistencia
Mondadori, 2011. 316 pp.
¿Es posible mantener la conciencia tranquila cuando se ejerce la política? ¿Cómo? ¿Cómo resistir un sistema de gobierno programado para ahogar cualquier iniciativa que amenace la acumulación de la riqueza de quienes ya son dueños de ella? Belén Gopegui (Madrid, 1963) erige su novela en dos conceptos clave: resignación y resistencia.
‘Acceso no autorizado’ es un retrato
político que deja entrever el carácter inercial del quehacer gubernamental, así
como la poca o nula libertad en la toma de decisiones. En esta historia no hay
lugar para el idealismo. La narración cierra la ventana a cualquier aire de cambio
que intenta colarse. Todo está ya programado, el sistema se defiende. Es en
esos momentos donde la resignación y la culpa –aunadas en el personaje de la
vicepresidenta de España– aparecen, crecen, se desbordan y buscan una salida,
una filtración a través de las palabras.
La novela superpone muchas acciones que suceden en simultáneo, pero sobre las que destaca una en particular: la vicepresidenta de España comunicándose por su computadora con un hacker. Una hoja en blanco a la que acude cual oráculo a expresarle sus temores, sus miedos, sus remordimientos y también, por qué no, a disfrutar del placer del coqueteo cómplice. Confiar en un desconocido, del que no se conoce más que las palabras que escribe podría ser considerado como irracional, pero ¿qué tanto lo es en realidad?, se pregunta la protagonista. Con círculos políticos contaminados de traiciones y pullas y una red de comunicaciones pinchado por completo, la idea de confiar en un anónimo no resulta tan descabellada
Gopegui pone su prosa al servicio del sentido de la urgencia de lo que está contando. El accionar de sus protagonistas (la vicepresidenta y el abogado devenido en hacker) determinado por situaciones de presión pública, paranoia, conspiraciones y lealtades movibles, se transmite adecuadamente con frases y diálogos cortos, austeros. El lenguaje usado dosifica las reflexiones y las cavilaciones, sin restarles densidad, como se puede apreciar en líneas como las siguientes:
«…nos saludamos entre nosotros, sonreímos,
nuestra presencia afirma que estamos satisfechos con las cartas recibidas, que
estas reglas de juego nos parecen bien; llegado el momento, mataríamos, sí,
mataríamos, pero no para cambiarlas sino para que todo siga como ahora, aunque
sepamos y, no podemos negarlo, lo sabemos, que bastaría un empujón para
mandarnos al abismo de los desatendidos, los sospechosos, los tristes, los que
no tienen horizonte. Esperamos morir sin que eso ocurra, y nos llamarán
socialdemócratas y sonreiremos, y nos parecerá bien». (pág. 263)
Y también:
«¿No es revelador que el único gesto
verdaderamente significativo de un político occidental, el único momento en que
parece mostrarse como individuo que se atiene a unos principios y no fluye en
la corriente, sea la dimisión? ¿No dice esto que el rechazo sería el único
espacio para el factor humano en nuestras democracias?». (pág. 313)
En ‘Acceso no autorizado’ el lector siente empatía por la comunidad de los hackers porque no le temen al fracaso social dado que ya viven en él. Sus acciones de reprogramación tienen un aire de resistencia y revolución, silenciosa y lúdica. Importa, sí, el dinero, el poder comer a diario, porque muerto ya no da tanta gracia invadir la computadora de otros:
“Los putos ricos son libres, es lo que más me
jode. Los putos ricos inspiran admiración porque se pueden permitir jugársela,
decir que no, dejar un trabajo, que más les da si no lo necesitan para vivir”.
(pág. 157)
Pero
hay más que eso: Hay un sentido de contrapoder
tecnológico (y también, económico social) en el hecho de resistir y lograr dar algunos
golpes informáticos: mucha adrenalina y la posibilidad de nivelar el juego, al
menos en la dimensión de lo virtual, pero con consecuencias en el mundo real.
Inmiscuirse en los círculos de las élites del poder e intervenir en esferas a los que por otros medios nunca se
sería invitado.
¿Cómo lidiar con un tejido social donde la avaricia corporativa ha encumbrado a la indolencia como su eje? ¿Cómo se despierta uno con la consigna de querer sobrevivir al día, sin certeza alguna sobre lo que vendrá el siguiente? La novela de Gopegui muestra caminos para subvertir la abulia diaria a través del accionar de estos guerrilleros informáticos. “Cuando no se le habla a nadie, ¿a quien se le habla? Las palabras son código, existen para ser intercambiadas” (Pág. 270) se dice en la novela y ahí se encuentra la clave para resistir y dar pelea: el lenguaje. ¿Qué son los códigos de programación sino un lenguaje?
¿Y qué es este sino un campo en constante evolución? Uno cuya reciente aparición da la oportunidad de hacerle frente a los dueños del tablero. Alterar la sintaxis para alterar la realidad. He ahí no solo una propuesta subversiva, sino también un estilo.