Podemos concebir un un espacio sin tiempo, pero no un tiempo sin espacio
Julio Ramón Ribeyro
Lima era la ciudad más triste y extraña que se pueda ver
Herman Melville
Mis amigos se van de viaje por estos días.
Buscan abandonar como sea esta ciudad que perciben asfixiante y en la que si
persisten, creen que los terminará por ahogar en un océano de aburrimiento.
Caminando por el malecón de Miraflores, cubierto por una especie de neblina que
se adhiere a nosotros como un pesado manto, reparo en que nunca he salido de Lima más que en los
paseos esporádicos del colegio o una semana que pasé en Pisco. Como dice
Ribeyro en una de sus "Prosas apátridas" Lima estaría para mí, más
allá de mi gusto, como
"una conquista de la experiencia, tan dentro de mí, que me hace capaz de
afirmar que me pertenece". No puedo por lo tanto decir si me gusta o no, o
si la amo u odio. Simplemente que mi vida no puede entenderse sin Lima. Y no
puedo imaginar una vida viviendo lejos de ella.
Empieza a cae una tenue llovizna. Llovizna
que nunca llega a cobrar la fuerza suficiente como para alejar a las parejas
que se abrazan tratando de formar un solo cuerpo capaz de combatir la
inclemente sensación de frío que causa la intensa humedad del litoral, ubicados
en diferentes puntos del parque Salazar. Sigo caminando por Larco para esperar
el micro que me llevará a casa: viejo, sucio, atestado de gente, en resumen, un
símbolo andante de nuestros tiempos. Luego de varios minutos logro conseguir un
asiento al lado de la ventana desde donde soy capaz de ver una protesta a lo
lejos, actos de magia en las esquinas, combis compitiendo por pasajeros
mientras eluden la muerte con la que conviven a diario como sombra, niños
limpiando las lunas de los carros sin que nadie se los pida., viejas casuchas
cubiertas de una capa de mohín que les da un aspecto lúgubre. En poco más de
veinte años no he sentido cambio alguno. Es sólo el caos mutando y
reinventándose.
Sube una anciana y a pesar que me encuentro
en una de las últimas filas, tengo que cederle el asiento porque nadie lo hace
adelante. Ahora sólo quedan en mi vista los demás pasajeros. Estudiantes de
institutos hablando mal de algún profesor, escolares perdidos en el sonido que
escapa de sus audífonos, una chica simpática alejada del mundo real gracias a
la pantalla de su celular, tres trabajadores de construcción durmiendo y un
anciano cabizbajo mirando una receta con el logo del seguro social. Así
recorremos esta ciudad, como insignificantes alimentos de una ballena de
tristeza que termina por engullirnos sin que reparemos en ello.
Una ballena como la que adorna la
maravillosa cubierta de “La ciudad más triste” de Jerónimo Pimentel, libro que
cargo en mi mochila desde hace tiempo como un artículo de primera necesidad.
El año pasado, fui a la Feria del Libro el
último día que es el único en que de
verdad hay rebajas significativas. Como típico universitario no contaba
con un presupuesto oneroso, pero sí me di maña para cumplir con una lista previa
de obras que buscaba adquirir entre novelas y ensayos de economía. En esas
estaba, cuando pasando por el stand de Santillana, vi un libro que resaltaba
entre los de su lado por la cubierta. Era La ciudad más triste, que estaba
con descuento. Un libro que nunca terminaba por animarme a comprar a pesar de
los buenos comentarios que salieron en algunos diarios. Incluso recordé que fui
a un conversatorio que tuvo el autor con Renato Cisneros en la Feria del Libro
del 2012, al que asistí por la presencia de este último, del que había leído
entusiasmado “Busco Novia” y “Nunca confíes en mí” al terminar el colegio.
Calculé que me alcanzaba para comprarlo, pero tenía que medirme en mis gastos
los siguientes días. Por supuesto que no medí nada al final, pero ese día
cargaba la novela atrás en mi mochila, caminando por la avenida Salaverry,
inundada por una lluvia que al parecer,
quería hacerse eterna ese agosto.
La leí camino al cementerio para visitar la tumba de mi abuelo, unos días
después. Es un viaje de unas dos horas de ida y regreso hasta Lurín, si se toma
el micro marrón conocido como el “San Bartolo”. Como nunca, no me quedé
dormido. No me despegaba del texto, a pesar de que por partes aceleraba su
lectura por la impaciencia de saber que pasaría en la otra escena. ¿Es una
novela de aventuras? ¿Una solapada crítica social? ¿Debí haber leído Moby Dick antes para entenderla mejor?
¿Hace tiempo que no me hacía tantos cuestionamientos sobre un libro, no? Llegué
a mi casa, corrí a mi cuarto y no salí hasta acabarla.
Hace unos meses volví a coger el libro de
mi biblioteca. Reposaba entre Punto de
fuga de Jeremías Gamboa y La vida
privada de los árboles de Alejandro Zambra, libros que me había prometido
volver a leer una vez que acumulara más lecturas. Lo tomé y ahora sí, más
relajado y capaz de brindarle más tiempo me dispuse a leerlo de nuevo. Para
esto ya había disfrutado de su última publicación Al norte de los ríos del futuro, un poemario denso pero genial,
alabado por la crítica en general. Y fue en esta segunda lectura que la he
disfrutado más, considerándola como uno de mis libros favoritos.
Herman Melville (autor de obras como “Moby
Dick” y “Bartleby, el escribiente” por si alguien que está leyendo esto se la
pasó distraído en las clases de Literatura del colegio o la universidad) llega
a Lima buscando una historia por allá, en el año 1843. Una ciudad donde el
único gobernante seguro es el desorden. Ni bien desembarca encuentra en su
camino huérfanos, mendigos y lisiados. Seres marginados. Extranjeros en su
propio territorio. Pero no sólo a ellos, también rufianes tentando suerte en
estas tierras de América del Sur, hombres en busca de la ansiada revolución,
ladrones expiando culpas en una precaria prisión, indios que conviven con la
desconfianza a todo lo foráneo, españoles que dan vueltas por un pasado glorioso que se niegan a
abandonar, inventores señalados por la desgracia, judíos celebrando rituales
bizarros, entre otros personajes de una variopinta caravana que vive en la
misma ciudad.
Un terremoto se ensaña con la ciudad. Una
ballena aparece varada en la costa. Una turba de bribones da un golpe de estado. Salvajismo por doquier,
una lucha constante por la supervivencia, la tragedia extendiéndose como una
plaga incontrolable. Y Melville escribiéndole de todo ello a Nathaniel Hawthorne a través de sus epístolas. Epístolas
que también tienen como contenido sus sueños, ansiedades, miedos, temores y
reflexiones de una urbe que cada día se le hace más extraña pero atrayente.
Jerónimo Pimentel se
da maña para escribirnos de todo ello y que nos parezca de lo más verosímil.
Compuesta de un “Exordio”, veintitrés capítulos y un epílogo, la novela en sus
152 páginas es una muestra de inteligencia y un arduo trabajo de investigación,
pero sobretodo de imaginación. Uno de verdad termina por creer que está
hurgando en la mente del escritor norteamericano del siglo XIX. Hay líneas, y
párrafos enteros en ocasiones, en donde la vena poética de Pimentel sale a la
superficie pero de una forma que no hace mella en la construcción narrativa
sino que la enriquece y da realce. No recuerdo haber leído una novela con
características similares y he ahí lo valioso, sobretodo abordando un tema diferente a los patrones más consumidos hoy en día.
La obra del autor es
una exploración del presente y sus problemas, pero con la comodidad y ventaja
de ubicarse en diferentes perspectivas. Desde el pasado, como en La ciudad más triste, y el futuro en su
último poemario, Pimentel analiza los males de la actualidad como la sensación
de vacío existencial, el cuestionamiento a creencias absolutistas y el problema de
relacionarnos o comunicarnos de modo significante, por mencionar sólo algunos
temas. Y esto es lo que le da más potencia. Usa el pasado como plataforma para
hablar de una Lima que mantiene los mismos problemas que parecen nunca acabar y
criticar los defectos de una sociedad en estado de constante agonía, con una prosa que encanta a pesar de ese aire nostálgico que circula por todo el texto pero que la dota de una extraña belleza.
Durante el último Festival de la Palabra, organizado por el Centro Cultural de la PUCP, tuvo una charla con Rodrigo Hasbún, autor boliviano del que también he escrito antes en este blog. Y lo busqué para ver si podía escribir una dedicatoria en mi ejemplar de su novela,y accedió a ello y a conversar un toque sobre mi experiencia como lector diciéndome algo muy cierto: "Escribir una novela es como lanzar una botella al océano,con la incertidumbre de no saber si alguien la va a recoger". Yo recogí el mensaje y espero que si alguien busca leer una buena obra de un autor peruano, también lo haga.
+Algunas frases:
-"El misterio del mundo es un océano escondido en tu boca"
-"Es la fetidez la que hermana a los puertos del mundo"
-"Como si la bocanada que da el espermaceti al respirar atrajera también una luz que permite divisar, por un instante y si se mira arriba lo suficiente, el espiráculo del cetáceo: agujero solar, canal de eyección respiratoria, su posibilidad es también la fe, el oxígeno al que se aferran sus habitantes, por lo demás, entregados con fervor a la cruz católica"
-"Perú, país acostumbrado al fuego de la destrucción como leña de su historia."
-"Una ciudad sin cielo es la que todos miran arriba".
-"Observando el mundo desde la ballena nos apropiamos de la mirada de Dios"
-"Lima posee el secreto de civilizaciones futuras: solo parecen estar vivos quienes odian".
-"El criollo es valiente de boca y cobarde por dentro; así como es religioso en el éxtasis y trágico en la pena"
-"Digerir un mundo para entender sus reglas"
-"Si existiera algo parecido a una fe cetácea, mi único rol posible en ese credo sería el de Diablo. Eso es lo que soy, contesté, un arcángel caído"
-"En una ciudad solo se puede ser dos cosas:cazado o presa"
-"Lo que callaban los hombres era una especie de idioma y solo con el semblante expresaban sus conceptos: muchos, con suspiros, escribían un libro entero de congojas"
-"...la presencia de una Fama de bronce en la pileta central, diosa querida y odiada, homenaje al rumor y a la maledicencia, rasgo que distingue a los habitantes de Lima, cuna de caudillos que se desean inmortales y de vecinos que son el cordero que se ofrenda de vez en cuando en honor a ellos"
-"Ocurre que nada en esta ciudad es lo que paree. Parece la capital peruana pero no lo es: no hay lugar más ajeno al Perú que Lima; parece costeña pero no se dirige al mar, pues para eso creó al Callao; debiera ser andina pero la mención de tal idea repugna a sus habitantes, que viven orgullosos su falso europeísmo. Plegada sobre sí, Lima se rehúsa a llamar a las cosas por su nombre y en ese artificio ha encontrado la clave de su posteridad."
-"No es la escasez sino la abundancia de temas lo que parece incapacitar a los autores modernos"
-"...y seguimos remando contra los embates de las olas que, aún pequeñas, retumbaban como el minutero amplificado de un Dios que, de pronto, empieza a observar su reloj demasiadas veces, con demasiada tristeza"
+Sobre el autor:
Jerónimo Pimentel nació en Lima en 1978. Estudió Periodismo en la Pontificia Universidad Católica del Perú, profesión que ha ejercido en diversos medios como el diario El Comercio y la revista Caretas. Ha publicado los siguientes poemarios: Marineros y boxeadores (Santo Oficio, 2003), Frágiles trofeos (AUB, 2007) y La muerte de un burgués (AUB, 2010). También, el libro de prosas La forma de los hombres que vendrán por Matías P. Delgado (Underwood, 2009). La ciudad más triste es su primera novela.
PD: La dedicatoria que el autor tuvo la gentileza de escribir en mi ejemplar: