Ediciones UDP. 2015. 208 páginas / Chile
Editorial Planeta 2016. 208 páginas / Colombia
“En
lo tocante a la literatura, jamás busqué una respuesta. Si la literatura sueña
con arrojar como fruto algún tipo de sabiduría o algo similar, tal vez sea
porque ya está muerta.”
Andrés Felipe Solano
Corea:
apuntes desde la cuerda floja más allá de ser un volumen de
crónicas de un colombiano viviendo en el
lejano país asiático, es un libro que podría clasificarse dentro del rubro del
diario, debido a todas las posibilidades narrativas que uno puede permitirse
dentro de él. Un conjunto de textos breves escritos a lo largo de todo un año y
dividido en cuatro estaciones (Invierno, Primavera, Verano, Otoño), donde es posible hallar desde historias
íntimas sobre los altibajos de su matrimonio con Soojeong-o Cecilia en el lado
occidental- hasta esbozos sobre la cotidianidad y desmitificaciones políticas de
la extraña y lejana (para nosotros) Corea del Sur. Solano no discrimina temas,
y es que si bien su vida siempre está en primer plano, al escribir sobre ella
los lectores podemos mirar al tigre
asiático a través de la prosa del colombiano.
Empecemos por el plano más personal.
Como indica la nota preliminar, Solano conoció a la que sería su esposa durante
una residencia literaria en Seúl el 2008. Lo que no parecía ser más que un
affaire, se convirtió en una relación más seria tras el contacto que sostuvieron
tras el retorno del colombiano a su patria y el viaje de ella al país
sudamericano (con hepatitis incluida). Se casaron primero en Colombia y luego
en Busan en el 2009 y 2010 respectivamente. El 2012 desembarcaron en la ciudad
portuaria coreana mencionada, donde estuvieron seis meses en la casa de los
padres de ella hasta que se mudaron a un
departamento en el barrio de Itaewon. Durante el invierno del 2013, Solano empezó
este libro en donde dedica buena parte del mismo a describir su matrimonio: los
silencios, las discusiones (“Salieron
calaveras y culebras de nuestras bocas y un cállate, cállate, y casi un lárgate
de una puta vez.”), los momentos de tensión y también los de sosiego.
Podemos hallar textos donde nos enteramos de la trascendencia del idioma como
una barrera al interior de una relación, sobre aquello que no se verbaliza y
las dudas que flotan detrás de ello. Las hipótesis y los miedos:
“También
he pensado en la posibilidad de aprender coreano lo suficientemente bien como
para entender lo que ella habla con la gente, y he evaluado la inquietante
posibilidad de que esa nueva Cecilia esté llena de un humor soso, de
comentarios inanes, de respuestas aburridas. El silencio siempre será nuestro
aliado, nuestro tesoro a defender.”
También apuntes sobre las indagaciones
sobre la posibilidad de romper con los límites inherentes a la monogamia
matrimonial y cómo hay preguntas cuyas respuestas deben quedar en el terreno de
la eterna duda.
“Quedó
claro que hablaba de una noche, no de una relación extramarital prolongada. En
todo caso, su pragmatismo me desarmó e hizo que me preguntara si a ella le ha
pasado por la cabeza acostarse con otro hombre. Supongo que sí, y por supuesto
yo tampoco quisiera saberlo en caso de que sucediera.”
O aquellos donde se muestra cómo
la economía doméstica es el generador de tensiones, preocupaciones y
desmotivaciones:
“Hace
cinco años que no recibo una paga mensual. En algún momento tuve una pensión y
un seguro de salud. Esto se está convirtiendo en un banco de iglesia, donde se
empieza por las quejas y se termina en lágrimas y babas. El invierno no ayuda a
mitigar la sensación de orfandad.”
Y ya que menciono a la economía a
nivel micro, Corea: apuntes desde la
cuerda floja funciona como una estupenda radiografía sobre las implicancias
del consumismo en la sociedad coreana, en la que Solano deja traslucir a través
de sus observaciones sobre la vida cotidiana cuestiones que analizadas a
profundidad, fungen de síntomas del fenómeno mencionado, pues como afirma el
colombiano “Siempre habrá más y más para
comprar. Nunca será suficiente”. La histeria colectiva por el extremo
cuidado personal (sin distinción entre hombres y mujeres) es una muestra de
ello. Y sí, este virus ya está presente en todo el mundo, pero en Corea se
acentúa además por los avances tecnológicos que de cierta forma (no la causa
principal) deshumanizan a gran parte de la población coreana, con ansias de
acumular bienes de lujo, estar “ultrainformados”, a la “vanguardia” de los
dictámenes de la moda del momento. El triunfo del neoliberalismo más extremo y
el todopoderoso gobierno de la publicidad:
“Ya
no hay agentes explotadores externos, a lo Marx. Somos nosotros mismos quienes
nos explotamos hasta quedar rendidos. Nosotros con nuestro apetito desbordado,
con las ganas de tenerlo todo –zapatos y libros de fotografía y mechones de
pelo-, de estar enterados de todo, de querer viajar a todos lados, de hablar
sobre todo, de escribir sobre todo, de querer tocarlo todo, fornicarlo todo,
cuerpos, pedazos de cuerpo, mentes, almas, muertos, máquinas, fantasmas.”
“Quise
saber si los coreano siempre habían estado obsesionados con su aspecto físico.
Me dijo que sí, que incluso era una cosa que antecedía a al capitalismo, a la
producción en masa, a la publicidad, pero que obviamente no en las proporciones
de hoy. Después de Japón, Corea es el país donde se vende más maquillaje para
hombres en el mundo.”
Llegando al punto incluso de ver
el suicidio como una vía de escape que (suena terrorífico) parece estar
normalizándose, debido a gran parte a la carrera competitiva de las familias
surcoreanas en lo referente al ámbito del estudio. El aprendizaje como un medio
para lograr el anhelado triunfo impuesto por el modelo hegemónico, que no es
sino el de tener la capacidad de adquirir bienes de manera desmesurada:
“Corea
tiene la tasa de suicidios más alta entre los países industrializados. Viejos
que se ahorcan en la noche o toman veneno para aligerarle las cargas a sus
hijos, que están obligados a mantenerlos; adolescentes que se rehúsan a llenar
el molde que sus padres han construido para ellos.”
Un modelo de sociedad que cuenta
además con un hipócrita discurso moral sobre el pudor sexual y ciertas
libertades personales como el referido al consumo de alucinógenos:
“Si bien puede aparecer la imagen de la Venus de
Boticelli en televisión con los senos pixelados, las calles están llenas de
tarjetas que ofrecen los más variados servicios sexuales, desde sitios donde se
paga por media hora de besos hasta noraebangs de lujo, donde los hombres van a
cantar y a beber con jóvenes modelos sentadas en sus rodillas antes de pasar a
la cama.”
“Me
pregunto qué va a pasar cuando Estados Unidos la legalice y se vuelva un
negocio legítimo.(…) Hace poco encarcelaron a un viejo que cultivaba yerba en
un parque público en un suburbio de Seúl. La fumaba en una banca delante de
todo el mundo. Nadie lo denunció, simplemente porque el 99% de los surcoreanos
no distinguen el olor de la marihuana.”
Pero una colectividad, que al fin
y al cabo, aún con todo el desarrollo que la ha beneficiado, mantiene secuelas
de su pasado subdesarrollado:
“La
comida aparece con frecuencia en las novelas coreanas de posguerra. Muchas
escenas se desenvuelven alrededor de los platos. Una nación obsesionada con la
comida es la consecuencia de un país que padeció la hambruna. La suegra de una
de mis alumnas del taller de traducción la regaña con frecuencia por no tener
la nevera llena. Mi suegra, aparte de una nevera de dos puertas repletas, tiene
un par de refrigeradoras especiales para conservar kimchi y verduras. Siempre
están a tope.”
“Desde
que me acuerdo, en marzo siempre empieza la guerra.”, se
menciona en el libro, y es una frase que sirve como punto de partida al entendimiento
de los aspectos políticos en este país, más allá de lo que podemos consumir de
las grandes cadenas de información a nivel mundial que nos brindan un falso
panorama sobre lo que acontece en la nación asiática. La pregunta es ¿Cómo
afecta a los pobladores, de verdad, las tensiones entre las dos Coreas? Veamos
el siguiente fragmento:
“Es
sábado y el gobierno de Corea del Norte anunció que va a convertir a Seúl en un
mar de fuego. Por ahora ese no es un problema, la verdadera tragedia es que
esta mañana amanecimos sin café. (…) El lugar estaba repleto de parejas o
grupos de amigos que parloteaban frente a un café americano, un expreso o un capuchino.
Compartían fotos en sus celulares o en sus tabletas. Nadie parecía preocupado
por las noticias. La música que sonaba no fue interrumpida en ningún momento
por una alerta de último momento. Compré dos libras de café y salí a recorrer
las calles cercanas a la Universidad de Hongkik. No había sirenas ni
movimientos de tropas. No había manifestantes con carteles, ni cantantes
desgarrando himnos pacifistas. Todo el mundo estaba inmerso en sus compras, en
sus helados, en sus citas amorosas.”
No hay la exagerada ola alarmista
que leemos nosotros los fines de semana en la sección internacional de los
diarios latinoamericanos. Y el motivo parece sencillo pero tiene una poderosa
lógica detrás: A nadie le conviene. O mejor aún: A La Economía (en mayúsculas)
global y a los principales poderes no le conviene.
“¿Qué va a pasar? En teoría, a nadie le
conviene una guerra en el tercer punto comercial más importante del mundo. Si
estallara una guerra así, se desinflaría la economía mundial y el planeta se
iría por el inodoro. Un ejemplo diminuto que leí en el periódico; algunos
programas universitarios en Estados Unidos se financian en gran parte gracias a
los estudiantes asiáticos Si estallara la guerra, no habría más coreanos,
chinos, taiwaneses o japoneses dejando miles de dólares en los campus gringos. “
“Esta vez anuncié por el micrófono que Kim Jong-Un había mandado a matar a su tío y a otros altos mandos.
Luego me enteré de que un periodicucho de Hong Kong dijo tener información confiable
sobre el destino final del familiar del dictador. Habría sido carne para los
perros. Esa fue la noticia que corrió como pólvora, un chisme sin fundamentos
que alimentó una vez más las torcidas fantasías occidentales sobre la república
comunista. Aquel tipo de rumores solo exacerba los peores deseos e impide ver
el verdadero drama de Corea del Norte, su terrible soledad. Aún me pregunto
cómo fue capaz de Adam Johnson de escribir The Orphan´s Song y ganar con aquel libro el Premio Pulitzer la
primavera de 2013. El estadounidense armó una novela de cuatrocientas páginas
con la información que recolectó en entrevistas a desertores y en un viaje de
tan sólo cinco días a Corea del Norte. Tomó uno de esos tours para extranjeros
a Pyongyang y caso resuelto. No me extrañaría que su novela terminara con un
hombre devorado por un animal.”
Solano
destruye los mitos que nos hemos construido alrededor del “exitoso” modelo de
desarrollo coreano, devela la tragedia detrás de los logros mostrados en varios
aspectos, expone los males que los coreanos intentan esconder debajo de la
alfombra y cómo todo lo anterior impacta en la vida de sus ciudadanos. En la
vida de quien escribe este muy buen libro, donde a pesar de algunas metáforas
que sobran (“Salí maravillado, con una
sensación de gratitud que protegí como a una canasta de huevos durante el camino
de regreso a casa.”) es una interesante propuesta. Recomendable por muchos
motivos.
+ Sobre el autor:
Andrés Felipe Solano es novelista y periodista. Autor de la novelas Sálvame, Joe Louis (Alfaguara, 2007) y Los hermanos Cuervo (Alfaguara, 2012). Sus artículos han aparecido en diversas publicaciones como SoHo, Arcadia, Gatopardo (México), La Tercera (Chile), Babelia-El País (España), Granta (España, Reino Unido), The New York Times Magazine y Words Without Borders (Estados Unidos).
En 2008 fue finalista del Premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, institución presidida por Gabriel García Márquez, por su crónica Seis meses con el salario mínimo, que fue incluida en Lo mejor del periodismo en América Latina(FNPI-FCE, 2009) y en Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012). En 2016, gana el premio Biblioteca de Narrativa Colombiana por su obra Corea: apuntes desde la cuerda floja (Ediciones Universidad Diego Portales, 2015).
No hay comentarios:
Publicar un comentario