Uno de los libros más comentados y elogiados del último año fue Connerland (Literatura Random House) de Laura Fernández (Terrassa, 1981) Una novela que mezca sci-fi , humor y una crítica paródica de los círculos literaios, sirviendo además de homenaje a los escritores te cambian la vida, con una imaginación digna de elogiar
“Voss creía que era más sencillo convivir con un escritor sin lectores que hacerlo con uno que tuviera millones de ellos. Un escritor sin lectores era como un pequeño animalito indefenso en mitad del bosque.” (pág. 33) Hay un recelo constante en “Connerland” sobre los escritores que venden y los que no venden. Una satanización del bando contrario por parte de estos dos grupos. ¿Cómo ves dicho panorama en la actualidad? ¿Crees que la ilegibilidad puede resultar, como dice un personaje, en un pretexto para promocionarse como un escritor de prestigio ? ¿ Es menos frecuente ver best sellers de calidad hoy en día?
No creo que la culpa la tenga, en ningún caso, el escritor. El escritor escribe porque no puede evitarlo, porque no puede no hacerlo, al menos, es así en mi caso, y como dijo Kurt Vonnegut, el estilo de cada uno depende de sus limitaciones – algo que certifico, si en mis historias hay cientos de miles de personajes es porque para que avancen necesito que los personajes hablen entre ellos, y para que el protagonista hable, necesito crearle, constantemente, un interlocutor, que no siempre es el mismo, porque si fuera el mismo me aburriría, y yo no escribo para aburrirme sino para todo lo contrario, ¡escribo para pasarlo en grande! --, otra cosa ya es lo que opine el lector de lo que haces. Está claro que hay literatura hecha por escritores que salen cada día a cazar y que están siempre buscando mejores y más complejas maneras de construir sus historias, porque de otra manera, se aburrirían – el lector exigente es el lector que ha leído mucho y quiere más, y mejor, quiere empezar a disfrutar no ya con el argumento sino con el cómo se cuenta, no con el fondo sino, o también, con la forma --, y que esa literatura no puede ser disfrutada por un lector cualquiera, sino que sólo podrá disfrutar de ella un lector explorador, un lector aventurero, un lector que ya ha recorrido muchos y muy diversos caminos, y que está abierto a cualquier cosa que quieran contarle. Y ese lector no abunda. De ahí que hoy, como siempre ha ocurrido y siempre ocurrirá, ninguna novela que juegue a ser algo más que una historia, se haya convertido en un best-seller, a excepción de El Quijote, claro, pero esa es otra historia y debe ser contada en otro momento, como dice el clásico.
Desde las primeras páginas de tu novela, se muestra el deseo obsesivo de distintos personajes que rodean a Van Conner, por el dinero. Más allá de la parodia, ¿cómo crees que esta avaricia cada vez más acentuada está afectando la forma cómo nos relacionamos?
Guau. Ni idea. En el caso de Voss, que es también mi caso, porque, aunque no lo parezca, en la novela todo lo que ves es todo lo que hay – hay una parte de mí en cada uno de los personajes, y no siempre es una parte agradable --, la preocupación por el dinero se limita a no tenerlo y a lo complicado que es todo cuando no lo tienes, viviendo como vivimos en un mundo en el que existir es consumir. Así que no sé bien, pero supongo que la manera en que ya nos afecta tiene que ver con la deshumanización. Hoy en día, cada vez más, todos somos productos, nos vendemos en cada red social, y lo hacemos porque estamos obligados a hacerlo si queremos existir, aunque sea como máscara.
“Cuando eres alguien poderoso no importa lo que haces, lo único que importa es que eres alguien poderoso” repite el más famoso agente literario de “Connerland”, el Gran Ghostie Backs. El poder en nuestros tiempos legitima cualquier tipo de comportamiento, tanto en lo político (Trump) como en otros ámbitos. Lo que parece incrementarse a la par es la permisividad con ello. ¿Estamos acostumbrándonos a tener gente así en el poder que ni se cuestiona de manera real, más allá de las redes?
Por supuesto. Pero insisto en que esto no creo que sea algo nuevo. Piensa en Julio César. No sé, el poderoso es siempre alguien a quien le trae sin cuidado el resto. Y cada vez más, todos somos como niños mimados. Sólo esperamos que nos miren. Sea quien sea, que nos miren. Y estamos normalizando la idea de que quien sea que haya Ahí Arriba (la presidencia del país que sea) sea un despiadado crío sin escrúpulos. Estamos quedándonos con lo peor de la peor de las infancias posibles: la de un niño malcriado.
Tu novela está cargada de mucho humor, parodiando de buena manera el mundo editorial y la relación de los editores con los escritores y los libros que se terminan publicando. Profundizas en su rol clave y fundamental. ¿Cómo ha sido la acogida de este retrato entre las personas que conoces de este sector?
¿La verdad? ¡Nadie me ha dicho nada! Supongo que se lo han tomado con humor. En realidad no es mi intención atacar a nadie, sí lo es ridiculizarlo todo, porque, después de todo, somos ridículos, diminutos seres en un mundo inmenso preocupados por sus absurdos problemas. John Barth en esa, para mí, piedra angular de la literatura (grave) del absurdo que es La ópera flotante lo explica muy bien: nada tiene sentido, no intentemos encontrárselo, pero disfrutemos mientras tanto.
“Los escritores no son famosos”, se afirma en la novela. Y puede que tenga razón el personaje, pues a diferencia del cine, la literatura no es un arte masivo , pero hay un público devoto igual que está a la espera de lo siguiente que se publicará. ¿Cómo afecta esta exposición y el hecho de soportar la presión por el siguiente libro (si el primero tuvo acogida, claro)?
En alguien como yo no afecta en absoluto. Yo me sigo sintiendo cada día como la niña que sólo quiere escribir y que roba tiempo, como quien roba pequeños tesoros, para hacerlo. Cuando eres fiel a ti mismo, y eso, en mi opinión, es lo que debería ser todo el mundo, escritor o no escritor, artista o no artista, el único rival eres tú. Tú vas a asegurarte de que lo siguiente que harás será mejor, porque tú mismo quieres pasártelo aún mejor, y utilizar todo lo que has aprendido hasta el momento. La inseguridad es el peor enemigo de cualquier artista, pero ningún artista que conozca, ninguno que lo sea realmente, ha sido nunca inseguro.
Los escritores de ciencia ficción como Van Conner, suelen ser muy prolíficos y publicar constantemente ¿Cuáles crees que sean los factores vinculados a dicho patrón? ¿Por qué el público lector, en su mayoría, conoce más sobre sus biografías, pero no sobre su obra en sí?
La razón, supongo, es la precariedad. Durante mucho tiempo, la ciencia ficción, en tanto que género de evasión, no se consideraba LITERATURA, con mayúsculas, sino producción. Puesto que había mucho público potencial, las editoriales producían una cantidad ingente de títulos, y eso hacía que los escritores tuviesen a lo sumo dos semanas, un mes, para acabar cada novelita, y eso, evidentemente, pese a las genialidades de los que lograron sortear el obstáculo tiempo (mi querido Robert Sheckley, Philip K. Dick, Fredric Brown, los grandes), hacía que las obras no pudiesen ser gran cosa (aunque muchas lo eran precisamente por eso: la cantidad con la que se producía hacía que los argumentos fuesen totalmente delirantes y que no tuviesen tiempo de tenerle miedo a nada). Quizá por eso sabemos más de las biografías de esos escritores que de sus obras. Y también está el componente heroico. Todo escritor que ame su oficio siente una admiración infinita por aquel que vive sólo de él, abriéndose camino a machetazos que son novelas cada quince día, en mitad de la jungla. Yo nunca me he considerado escritora de ciencia ficción porque para mí sería un enorme honor que me lo consideraran.
Rompes en la novela con el orden y la mecanización a la que la rutina nos tiene acostumbrados, con la tiranía de los tiempos rígidos. ¿ Es la ciencia ficción uno de los campos más liberadores de la literatura?
Totalmente. Siempre he dicho que no me considero escritora de ciencia ficción pero sí que utilizo todos los recursos que puedo de ella porque me parece el género más libre de la literatura. Y yo cuando escribo quiero sentirme libre. Poder contar cualquier cosa y desde cualquier punto de vista. Eso se lo debo a Richard Brautigan, a Robert Coover, a Kurt Vonnegut, a Thomas Pynchon, a Donald Barthelme, a los escritores posmodernos norteamericanos de los 50 y los 60, ellos me mostraron el camino: ahí lo tienes, haz lo que quieras, me dijeron, y eso es lo que hago, sin olvidar de incorporar cada nuevo tesoro que encuentro por el camino. Pienso, por ejemplo, que mientras escribía Connerland leí un libro divertídisimo de Gail Parent que se titula Sheila Levine está muerta y vive en Nueva York e incorporé sin casi darme cuenta el diálogo dentro del diálogo que aparece sólo en una parte de la novela (la parte en la que estaba leyendo a Gail Parent), y lo hice porque podía hacerlo, porque cada una de mis novelas, o mis relatos, es una caja de herramientas, o una caja de hallazgos, de sorpresas, que son las que yo como lectora voy encontrando por el camino.
“Jóvenes que se dedican a tomar notas en sus libretas en vez de pasársela en grande.” (pág. 203). ¿Es la dinámica generalizada entre los escritores de nuestro tiempo o va a terminar siendo un cliché arcaico? ¿ Es necesario cierto tipo de aislamiento? Ghost dice, exagerando tal vez, que “Los escritores se hacen daño todo el tiempo” (pág. 352).
Es lo que creo. No creo que sea una dinámica arcaica y no creo que vaya a desaparecer. Hay muchos tipos de escritores, pero, para mí, el verdadero escritor es aquel que no puede evitar escribir. Y que está escribiendo todo el tiempo, que no deja de pensar en ese otro mundo que está creando, que vive con un pie en éste, y otro en su propio universo de papel y letras en la pantalla. Y para ese escritor siempre va a ser mejor, insuperablemente mejor, lo que puede aportarle aquello que está creando, en tanto que felicidad, una felicidad poderosamente infantil e indestructible, que el mundo real. Fíjate en la vida de Voss, o en la del propio Jubb Renton: por fuera no es gran cosa, pero por dentro es apasionante. Insuperablemente apasionante. En mi caso es así también, e imagino que lo es también en el de Robert Coover o Thomas Pynchon, sus novelas son casi cuadros de El Bosco: cualquier cosa es posible y lo es de una forma alucinante.
Los escritores mueren pero sus personajes estarán vivos siempre, se dice al final de “Connerland”. ¿ Cuáles son en tu caso, los personajes de la literatura que más atesoras hasta ahora?
Arturo Bandini es mi personaje favorito de todos los tiempos. Leer Pregúntale al polvo me cambió la vida. En serio. Hasta entonces me había sentido más rara de lo normal, casi completamente sola en mis delirios de grandeza estúpidos, y cuando leí esa novela de John Fante me dije: “Ahí lo tienes, un tipo que va por la vida como tú, creyendo que todo esto es mentira y que además nadie le valora lo suficiente pero que algún día todo el mundo recordará que ARTURO BANDINI pisó esta baldosa”. Me pareció la mejor manera, una manera genial, de relatar lo que siente todo escritor que se ha sentido alguna vez (o se siente, siempre) invencible: esa idea de que no importa lo que los demás opinen de ti, porque tú eres el mejor y lo sabes, aunque en realidad no te tomas en serio en absoluto y sabes que nada tiene sentido y que todo es absurdo en realidad. La idea de reírte de ti mismo y de que reírte de ti mismo es lo único que te hará invencible. Eso me dio Arturo Bandini. De hecho, le puse a mi hijo, que ahora tiene nueve años, Arturo, en honor al grandísimo Bandini. Y podría decir muchos más: Ignatius J. Reilly, claro, pero también Esther, la protagonista de La campana de cristal, y Sal Paradise, Rick Deckard, Kilgore Trout, y Reginald Perrin, ¡miles! Pero de entre todos me quedo con Arturo Bandini. Hasta le dediqué mi primera novela. Los personajes son, a veces, siempre, en los casos indicados, mejores que sus autores, son esos mismos autores perfeccionados, aunque sea en el peor de los sentidos, y eso me encanta.
(Entrevista publicada originalmente en el portal web "
Punto y Coma")
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