Irrupcion gatuna
Laurel, 2021. 82 pp.
Toda exploración del amor comienza por una pregunta sobre el lenguaje. Ambas implican el examen de la forma en que nos comunicamos y, por ende, nos relacionamos con nosotros y los demás. ¿Cómo expresar lo que sentimos y, al mismo tiempo, ahondar en lo que somos, lo que nos rodea y los lazos que nos vinculan? Diario de Koro puede leerse como un registro de esta búsqueda. Un diario que busca alejarse de su naturaleza, al oponer la forma de medir el tiempo con el nacimiento de una cronología personal. Una que gira en torno a la unión entre un poeta y un felino.
La relación de Gastón Carrasco (Santiago, 1988) con Koro empieza
cuando este último tiene un mes de nacido y viaja maullando en una caja de
zapatos, y se desarrolla a lo largo del confinamiento que vivimos en la
pandemia. Durante dicho periodo, que hoy nos puede parecer lejano, Carrasco
empieza a indagar en la intimidad del hogar y las dinámicas entre los seres que
la habitan, comenzando por sí mismo:
“El vecino de arriba golpea, se sienten golpes de bastón:
un recluso mandando mensajes sobre fugas. Pierdo el interés, sigo el ejemplo de
Koro y me enrollo en mí mismo para dormir”. (p. 16)
Este acto podría ser una declaración de principios que se
vislumbrará a lo largo del libro, compuesto por anotaciones sobre las nuevas
rutinas que se originaron, las reflexiones que estas provocaron y los hallazgos
sobre lo que uno llevaba a cuestas hasta dicho momento. De ahí que se
entremezclen desde citas de libros leídos hasta películas vistas, pasando por las
más simples acciones de Koro deambulando por los ambientes de la casa,
confluyendo en una nueva percepción de la dinámica que rodea e interviene en el
narrador.
La horizontalidad de la relación entre ambos, como contraposición al
vínculo común de amo-mascota, crea un nuevo lenguaje en el que confluyen poesía
y naturaleza, lecturas y maullidos. Tanto Koro como Carrasco se aproximan al
teclado tanteando con la posibilidad de romper la quietud de este y así
escribir letras palabras, frases, textos, pensamientos y emociones. Más que
interrupción, hay una irrupción felina: el lenguaje que se está formando no se
corta ni se detiene, sino que se expande y enriquece con cada gesto de Koro,
desde el más nimio al más extraño:
“Ahora duerme sobre el teclado, escribe con el cuerpo,
prescinde de las palabras, no importa el vínculo ni las relaciones, escritura
automática de signos, predilección por las consonantes, como ese sonido que
hace al ver una polilla: kkkkkkkkkk”. (p. 66)
De esta manera, puede decirse que Diario de Koro es una ruptura con la monotonía del lenguaje que nos
rodea a diario al impregnar lo que se escribe con matices bárbaros, salvajes e
inesperados, llenos de errores que dislocan el automatismo. Una marca
particular que se refleja en el texto, para así “sonar juntos”. Un principio de
unión y cooperación, como se menciona en una de las anotaciones, que diluye la
individualidad y el encierro, tanto físico como emocional.
“Acariciarse es apretar el lenguaje. Constriño y uno
palabras como en un neologismo. Una forma simple de unirse a otro. Las letras
juntas componen el follaje”. (p. 26)
La existencia de Koro, ese ser libre y lúdico, nos remite a la
corporalidad como un mecanismo de afirmación y supervivencia. Sobre cómo la
ternura que provocan sus gestos y huellas (o, incluso, sus pelitos) permitió
resistir en un escenario copado por la desolación y la congoja, y que parece no
haber desaparecido del todo. El libro de Carrasco es una invitación a abrir el
lenguaje, a impregnarse y enriquecerse de otras formas de existencia y así, escapar,
salvar nuestros sentimientos de la peligrosa recarga del circuito cerrado de
una mente ensimismada por completo.
(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)
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