La savia de la
violencia
Seix Barral, 2023. 288 pp. Traducción de Lourdes Porta
Al hablar de violencia
en la etapa escolar, ¿Qué importa más? ¿Develar su origen o hacer que se
detenga? Por lo general, estas situaciones son manejadas desde la inercia:
Un grupo de estudiantes infringe daño a otro y, salvo excepciones, esto se
normaliza como una etapa por la que se debe transitar, sea como victimario o
víctima. Un rito de pasaje hacia la adultez. Mieko Kawakami (Osaka, 1976)
explora este fenómeno buscando su sentido, en una novela tan incómoda como
reflexiva.
Del narrador, sabemos que es un chico de catorce años cuyo rasgo físico más resaltante es su estrabismo, causa de burlas y ofensas en el colegio. Ante dichas circunstancias, opta por el aislamiento. Sin embargo, se ve sorprendido por unas cartas misteriosas que empieza a recibir en secreto y contienen un enigmático mensaje: ‘somos iguales’. ¿Es posible una equivalencia en la condición de víctima? ¿Acaso hermana el sufrimiento? La remitente es Kojima, una compañera de clase que también es sujeto de ofensas debido a su aspecto desaliñado. De personalidad enigmática, lo invitará a conversar, salir para acompañarse, siempre manteniendo las cartas como medio de comunicación primordial, con lo cual se empieza a formar una ilusión de poder escapar de la rutina del maltrato. Surge entonces una especie de tranquilidad y calma, cuya metáfora más resaltante es el cuadro que Kojima siempre intenta mirar y que da nombre a la novela:
“–A
esos novios les ha pasado algo horrible, ¿sabes? Algo muy triste, tristísimo–
dijo Kojima con una voz muy profunda que le venía del fondo de la garganta– Pero
los dos han podido superarlo. Y, por eso, ahora pueden vivir para ellos es la
máxima felicidad, que es eso. Aquella habitación que parece tan normal, adonde
han llegado después de vencer todas las dificultades, en realidad es Heaven–
Al decirlo, soltó un suspiro y se frotó los ojos–. Heaven… Siempre miraba este cuadro en los libros
de arte. Siempre, siempre lo miraba”. (pág. 70)
Pero, aunque
menos solos, el miedo permanece. Kawakami describe unas escenas de violencia
cuyo espanto provocado al leerlas aumenta, pues el lector reconoce su posible
ocurrencia en la cotidianidad. Sobre todo, en la sombra, allí donde se busca
ocultar todo aquello que se permite que ocurra por una deliberada ceguera
social. Particularmente, cuando quienes ejercen la violencia no calzan con los
estereotipos, esquivando así las explicaciones racionales. Este es el
aprendizaje que van interiorizando los protagonistas mientras crean sus
alianzas. Por otro lado, los padres son figuras más nominales que reales, más abstractas
que palpables. Su papel en este relato puede leerse como una ausencia que no se
denuncia, sólo se asume.
Kawakami
retrata, en ambos personajes, cómo es vivir rodeado de miedo. Miedo a vivir, a desear,
al mañana, incluso miedo a atisbar en el interior de uno mismo y hallarse responsable
de su situación:
“Pues…esto
se debía a que yo tenía miedo de Ninomiya y su panda. ¿Tenía miedo? ¿Miedo de
qué? ¿Miedo de que me hicieran daño? Si eso era lo que temía, lo que me
aterraba, ¿por qué no podía intentar cambiarlo en la medida de lo posible? Para
empezar, ¿qué significaba hacer daño? Me acosaban, me trataban con brutalidad.
Pero ¿por qué tenía que someterme así, por las buenas? ¿Qué significaban
obedecer? ¿Por qué tenía miedo? Sí. ¿Por qué tenía miedo? ¿Qué diablos era el
miedo? Por más vueltas que le daba, no conseguía encontrar una respuesta”.
(pág. 89)
El
miedo se expone en ‘Heaven’ con mayor
prevalencia al contrastarlo con los pocos destellos de alegría que habitan en
la memoria de los personajes. Es en esta mezcla que se resalta toda la
oscuridad en dicha sensación de angustia a la que uno puede ser arrastrado, llevando
a cuestionarse si es posible salir de ahí del todo. Kawakami, con el
transcurrir de las páginas, empieza a poner el foco en los estudiantes
abusivos. No hurgando en su psiquis, sino centrándose en la forma en que Kojima
los percibe y cómo ellos se expresan. Ella le explica al narrador cómo es el
miedo de ellos y cómo su autoconfianza es más débil de lo que parece. Profundiza
en cómo su seguridad depende de pertenecer a un grupo sin mayor lazo que el de
no ser víctimas y por qué, debido a eso, es importante que ambos hallen nobleza
y dignidad en el sufrimiento que los embarga. Esta reflexión cala en el lector
hasta que el protagonista confronta a uno de los abusivos (págs. 182-207) y este
le hace trastabillar las explicaciones que hallaron con Kojima:
“No
puedes ir quejándote del mundo solo porque el mundo no te trata como tú quieres
que te trate, ¿no te parece? En fin, volviendo a lo de antes, tú eres libre de
decir, o de esperar, lo que te dé la gana, pero ten muy claro que esto no va a afectar
de ninguna manera mi forma de pensar o de actuar. Una cosa es una cosa y otra,
otra”. (pág. 193)
El protagonista se topa con un ser cuya insensibilidad se
va acrecentando con calma y risas. ¿Queda humanidad en él? ¿Cómo se puede andar
por la vida sin la facultad de la conciencia sobre el daño que se causa en los
demás? Los diálogos, una de las grandes virtudes del libro, alcanzan una
hondura destacable en esta escena al hacer que cada interlocutor ahonde en sus
intenciones:
“El maltrato
que recibes y que a ti te llega a quitarte el sueño, para mí es algo sin
importancia. No me remuerde la conciencia en absoluto. No le doy vueltas. Para
mí ni siquiera es maltrato”. (pág. 199)
Kawakami expone la banalidad de violencia con la que los abusivos escolares llevan a cabo sus juegos perversos. La tensión de la novela se va incrementando conforme ambas visiones, de víctimas y victimarios, se hacen muchos más disímiles y de comunicación imposible. De ahí que la salida sea una mezcla de esperpento y locura como se narra en una hipnótica escena final, en un epílogo tan triste como hermoso.
‘Heaven’ no
hurga en la raíz de la violencia, sino en la savia que hace que esta florezca, opacando
todo rastro de empatía. Es una exploración de aquella seguridad que se busca
adquirir a través de la destrucción de ese Otro que se considera diferente,
anómalo, y cómo, a las víctimas, el único camino que les queda es ahondar en la
resistencia al sufrimiento y resignificar dicha debilidad para, quién sabe, quizás
tener posibilidad de contemplar la belleza, años después.
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