"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


lunes, 27 de mayo de 2024

[Reseña] 'La radio puesta' de Javier Montes

Oír el mundo


Anagrama, 2024. 96 pp.


              ¿De dónde viene el gesto de dejar la radio prendida? ¿Cuál es la necesidad que ésta sigue satisfaciendo y la hace resistir la obsolescencia tecnológica? Por su ubicuidad cotidiana, no son muchas las veces que uno se detiene a reflexionar sobre la vigencia de este aparato y el mundo que contiene. Javier Montes (Madrid, 1976) lo hace y ensaya algunas respuestas en este breve y perspicaz cuaderno, entretejiendo anécdotas y experiencias propias con datos y referencias inesperadas.

                “La radio es café sonoro: poco a poco, con cada sorbo, aviva la conciencia, reanima la memoria, despierta el sentido del humor, la imaginación, la capacidad y las ganas de hacerse ilusiones o desesperar de la vida: nos sitúa de nuevo en ella y la ancla en nosotros”. (pág. 13)

                Montes empieza este libro asociando a la radio con el café y su efecto: despertar. Ponerle fin a la modorra, dejar atrás el sueño o la pesadilla, y afrontar la vida que se cuela sin pedir permiso. Ante ello, el gesto automático, aprendido, sin el cual el día no empieza del todo. La radio se torna un recordatorio de que hay un afuera, una vida exterior pero no ajena a uno, incontrolable e inesperada. Esta última característica se resalta, por ejemplo, cuando cuenta cómo un ruiseñor se posa sorpresivamente en el balcón del autor regalando su canto mientras suena ‘La canción del ruiseñor’ de Ígor Stravinski en Radio Clásica, emisora elegida sin alguna motivación especial aquella vez. ¿Coincidencia extraña? ¿Casualidad? Tal vez, pero lo que es seguro es que dicha experiencia fue permitida por la radio, convertida en vehículo de lo inesperado.

                ‘La radio puesta’ es una respuesta a la popular canción de The Buggles[1]. Su cualidad enteramente sonora, concebida por mucho tiempo como una debilidad, se ha tornado en su mayor fortaleza, aunada a sus otras características como la de ser ‘invisible inmaterial y omnipresente’ (pág. 28). En la habitación, en la oficina, en el bus, en la privacidad de los audífonos: sus ondas pueden crecer o reducirse, sin dejar de alcanzarnos. Pero, ¿Por qué seguir oyéndola, si tenemos –ahora– los podcasts al alcance? Por el gesto liberador que supone el azar. Porque la oferta de contenidos que tenemos a nuestra disposición puede devenir en una saturación de nuestra capacidad de elección y, en casos extremos, causar angustia y ansiedad:     

                “Bisagra, oráculo, espejo: la radio puede ser todo esto y hacer posibles mediante su naturaleza aleatoria todas esas experiencias y sensaciones. Frente a la tiranía paradójica de la libertad absoluta y la obligación de desear, propone una obediencia más abstracta y curiosamente liberadora: al azar, a lo imponderable, a nadie. Es un gesto simbólico de conformidad con el mundo, con un orden de cosas que no hemos dispuesto”. (pág. 31)

                La comodidad es solo una antesala a las experiencias con las que puede sorprendernos la programación de una emisora, volviéndose así una tecnología que acompaña en su fluir constante. Montes insiste en esta idea, aclarando que distraer no es lo mismo que acompañar. En esta última acción hay una “presencia de baja intensidad (…) que nunca exige, pero siempre acoge nuestra atención. No avasalla ni se impone” (pág. 44) Es desde ese lugar que la radio se erige como una herramienta de resistencia a la hiperconectividad exigida hoy en día, lo cual no hace más que incrementar sensaciones de frustración y soledad.

                Mencionaba que había referencias inesperadas, y es que Montes opta, en vez de citar investigaciones sobre el tema, por hacer dialogar textos de Teju Cole y Anna Frank, pero sobre todo de Walter Benjamin. Sobre estos últimos, Montes tiende un puente de encuentro a través de la radio. Recuerda que Frank anota en su celebérrimo diario cómo se reunía en su refugio para escuchar la música de la radio alemana y las noticias de la BBC. El autor se centra en esto, evocando cómo Benjamin fue parte de la construcción de este tipo de emisoras, en el período previo a la II Guerra Mundial, cuando gestó su ‘País de las Voces’, un lugar no físico de encuentro, “patria común imaginaria hecha de multitud de voces y de silencios” (pág. 65). Una patria que iba a sobrevivir al horror para brindar sosiego a una niña algunos años después.

                Hacia las páginas finales del libro, el autor enfoca su mirada sobre los oyentes y la comunidad formada por estos. En la unión que se da entre quienes siguen practicando el ritual anacrónico y trabajoso de encender la radio. Ya sea en la parte más alejada y fría del mundo, como en el edificio de la zona más ruidosa de una urbe, la ceremonia de mantener viva esta tecnología supone la valiosa satisfacción de ser ‘ineficiente en tiempos ultraeficientes’ (pág. 64). Una actividad que exalta la incertidumbre por encima de la previsibilidad:

                “La radio no solo permite el azar, no solo sugiere compañía: también revela la sustancia del tiempo. Representa esa idea de corriente vital y natural que no se detiene, irrecuperable e imprevisible, a la que nos enganchamos en marcha un día y de la que nos desengancharemos, también en marco, otro”. (pág. 76)

Javier Montes nos recuerda así que la radio no interrumpe la vida sino todo lo contrario: se funde en ella y nos devuelve aquello que las otras tecnologías buscan arrebatarnos: el tiempo. Uno en el que más que exaltar la prisa y la acumulación, se vuelve a aquel gesto centenario de encender con calma un aparato para oír el mundo y encontrarnos allí con los demás.

               

           (Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

 



[1] «Video Killed the Radio Star» es una canción original de 1978 de Bruce Woolley para el álbum Bruce Woolley And The Camera Club, popularizada un año después por la banda británica The Buggles: https://es.wikipedia.org/wiki/Video_Killed_the_Radio_Star 

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