Hace más o menos tres semanas me
fui caminar por la tarde al Centro por la ruta de siempre: Estación Central- Camaná-Jirón
de la Unión. A ver si así hacía algo de tiempo antes de ir a exponer un trabajo
en San Marcos. Parecía que iba a ser un trayecto rápido cuando en una de esas
librerías de viejo que están en Camaná, entre Quilca y la Plaza de Francia,
tuve que hacer una parada necesaria. Había un ejemplar bien conservado de Agosto de Rubem Fonseca.
La primera vez que leí algo sobre
este autor, fue en el segundo número de la revista
Buensalvaje. Un hombre ya mayor, calvo y con un nombre cuya “m” le
quitaba cualquier sospecha de ser de lengua hispana, tenía la portada de la
reciente revista. La nota lo mostraba como un autor casi de culto, siempre
voceado al Nobel y ajeno a cualquier afán de notoriedad mediática. Algo así
como Thomas Pynchon o Salinger. Que había venido en el 2010 a San Marcos,
siempre parco pero no por ello esquivo a responder las curiosidades de jóvenes
aspirantes a escritores. Su expresión dura iba de la mano con la intención de
su prosa: alejarse de ese Brasil festivo, siempre alegre, que tratan de
vendernos las agencias de turismo como única realidad de nuestro gigantesco
vecino. Curioso, empecé a buscar algunos libros en las librerías más conocidas
sin mucho ánimo, debo confesar, pero lo alto de sus precios me desalentó.
Durante los siguientes años, cada
vez que leía alguna entrevista a algún autor latinoamericano siempre se colaba
su nombre entre los autores de referencia mencionados por ellos. Se fue
gestando un interés ahora ya genuino. Volví a leer la entrevista en Buensalvaje. Así que fui esperando la
oportunidad de leer algo suyo, que finalmente se dio la tarde de aquel lunes,
en que por veinte soles, adquirí el ejemplar mencionado, luego de revisar que
no faltaran páginas y tener la osadía de pedir algo de rebaja.
Agosto, podría decirse que es un thriller político. O
policial. Tiene todos los elementos del
género. Hay un crimen inicial en una habitación de hotel a inicios del octavo
mes de 1954, que parece envolver a altos funcionarios ligados al gobierno de
Gétulio Vargas, el caudillo brasilero, que ostentaban la banda presidencial por
cuarta vez del gigante sudamericano. El detective de la historia (comisario
para esta novela), Alberto Matos, es el encargado de investigar a los culpables,
mientras lidia con dos mujeres involucradas con hombres de la mafia, con un
sistema podrido que alcanza a sus contactos más cercanos y un terrible dolor de
estómago que lo está carcomiendo por dentro. Es fríamente lógico y racional. No
parece haber en él ninguna vacilación moral al momento de tomar una decisión.
El crimen inicial parece dar pie
a otros, llegando a destapar una dantesca olla de grillos. Senadores,
diputados, periodistas, militares, policías. Todo el mundo tiene rabo de paja.
Cobras por doquier. Nadie parece salvarse. Sólo Matos. Todo en la trama se va
llenando de un aire de desesperanza que termina por extinguir cualquier fe de
que las cosas vayan a aclararse. Debajo de cualquier intención por querer
reformar las cosas se esconde un afán por adquirir poder. Poder, poder,
poder. No se puede confiar en nadie. La
corrupción alcanza todos los niveles de la sociedad. Y es ahí donde se puede
tender un paralelo con esa obra maestra que es
Conversación en la Catedral. Para que no creamos que somos los
únicos en padecer de esa lacra. Hemos tenido ardua competencia a nivel
latinoamericano. Y Fonseca de encarga de mostrárnoslo.
La acción va avanzando a través
de las diferentes historias paralelas que se van trazando. Rubem Fonseca
privilegia el desarrollo de la trama y los diálogos sobre reflexiones que puedan
entorpecerla. Las reflexiones al fin y al cabo, las termina haciendo el lector
que no puede evitar seguir avanzando en la lectura por más cansado que esté,
luego de una jornada laboral o de estudios, para descubrir qué otro secreto no
ha podido descubrir aún Matos, identificarse con sus problemas amorosos y más
que nada indignarse con lo que pasa y sentirse impotente porque sabe que como
en nuestro país, la esperanza de cambio es una utopía. ¡Vaya que este autor
brasilero es capaz de hechizarnos con una trama que nos escupe a ese Brasil urbano
y violento!
He visto que en Librería Communitas
hay algunos ejemplares de Agosto editados por RBA. Y
si no le alcanza y le ha interesado esta obra del nonagenario escritor
carioca, ya habrá la forma de
facilitarle la obra (escríbame por interno). Pero denle una chance. Que como dice
Francisco Ángeles en una reseña que hizo para Buensalvaje (¿han notado lo imprescindible que se ha vuelto dicha
publicación?), hay que hacer que la demanda por buenos libros se adelante a la
oferta y exigir que obras de calidad lleguen a aquellos interesados en leer
algo bueno de verdad. No se arrepentirá.
+Sobre el autor:
Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, 11 de mayo de 1925) es un escritor y guionista de cine brasileño. Estudió Derecho y se especializó en Derecho Penal. A pesar de su amplio reconocimiento como escritor, no fue hasta los 38 años de edad que decidió dedicarse de lleno a la literatura. Antes de ser escritor de tiempo completo, ejerció varias actividades, entre ellas la de abogado litigante. En 2003, ganó el Premio Camões, el más prestigiado galardón literario para la lengua portuguesa, una especie de Nobel para escritores lusos, en 2004 recibió el Premio Konex Mercosur a las Letras, y en 2012 el Premio Iberoamericano de Narrativa "Manuel Rojas".
+Homenaje en Buensalvaje:
Aquí
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