Gran parte de lo mejor que se
está escribiendo en la narrativa
latinoamericana actual proviene, sin duda alguna, de tierras chilenas. Conocido
por ser un país de poetas, en los últimos años ha sido una vitrina de buenos
exponentes de cuentos y novelas. Zambra, Bisama, Zuñiga, Costamagna,
Jeftanovic, entre otros. A ellos habría que añadirles un nuevo nombre: Romina
Reyes (Santiago, 1988).
Reinos es su primer libro. Un cuentario galardonado
con el Premio Mejores Obras Literaria Inéditas 2013 del Consejo Nacional del
Libro y la Lectura chileno. Sí, es típico que uno por lo general empiece
escribiendo cuentos. Es en ese tipo de libros donde empiezan a germinar los
demonios con los que probablemente va a combatir el autor toda su vida. Donde
están los primeros miedos e intereses. Donde se empieza a perfilar la voz que se
espera que sacuda el mundo de la literatura. Reyes bosqueja en este libro las
angustias de ser un joven clasemediero cuyos problemas han pasado de la
sobrevivencia física, al vacío existencial. A bordear los límites de la
perdición y ahogarse en un océano de confusión. A vivir esperando una señal que
indique que ya, ya podemos desahogar todo aquello que le carcome a uno el
alma. Y convertirnos en artífices de un
destino menos angustiante y ya no seguir soñando que sea alguien más quien nos
indique la salida de la sala de espera en la que al parecer se ha estacionado
la vida.
Julio
Han pasado muchas cosas y, quizá, siguen pasando. Sofía está bien o
está igual, ya no sé. Hace un mes que todo me parece lo mismo. Me cansa la
clínica. No se puede hacer nada porque no hay nada nada que se puede hacer.
Solo esperar a que pase algo. Así empieza este primer cuento. Uno de los mejores del libro. Julio
es un padre de familia con un hijo en casa, y otro esperando conocer el mundo, mientras su madre, Sofía,
está internada en la clínica a puertas de darlo a luz. Mientras espera, Julio escribe un diario
donde empieza a manifestar su soledad, su desencanto y sobre todo su
impotencia. Ya no siente afecto. Ni para darlo ni para recibirlo. Llega al
punto de materializar y desechar a Sofía en su interior pues la lejanía no sólo
se vuelve física sino emocional. (En
estos momentos extraño a Sofía. Extraño su cuerpo, sus olores, el aire que sale
de su boca. Ahora Sofía es sólo un nombre.)(Sofía nunca me pareció exactamente
bonita, pero sí interesante. Ahora me parece sólo lo que es: una mujer gorda en
la cama de un hospital.) Llega al punto de adoptar un erizo que pueda
brindarle ese calor humano que nadie más parece dispuesto a darle. Y bueno,
tampoco es que él haga mucho mérito. Incluso empieza a desmoralizarse hasta que
conoce a su nuera. Hoy me miré en el
espejo. Miré mi guata. Estoy peludo y gordo. No pensé que acabaría así, aunque
no soy viejo, pero tampoco soy joven. Empieza a confundir las cosas. Ya no
sabe distinguir qué es real y que es onírico. El final sólo será la
consecuencia inevitable de una bomba que había estado en cuenta regresiva desde
que Sofía entró al hospital. O más bien,
desde que Julio empezó a perderse en sus dudas.
La Karen
En el fondo la gente es triste. El cuento más breve del libro trata
el proceso de cómo (no) sobrevivir a la inevitable sensación de melancolía
cuando una relación se ha extinguido. A cómo uno se enfrenta al cambio mientras
lo van atrapando sensaciones de angustia y arrepentimiento. Cómo la tristeza
busca canales a través de los cuales pueda salir y abandonar un alma rota. Y sobre todo, cómo todo lo anterior lleva a
la germinación de un veneno capaz de extender sus efectos a quienes nos rodean.
(Entonces comenzó un relato, una historia
breve pero llena de frases que transitaban en esos buenos años que siempre son
años que ya pasaron, o años que ya no existen, o años habitados por personas
desaparecidas que mantienen el nombre y la cara pero ya no siguen ahí).
Geert Lehman/Los gringos
Dividido en dos partes, el tercer
cuento de Reinos aborda el tema de
los contrastes. Contrastes en la nacionalidad,
en la forma de sentir, en el contexto que lo rodea a uno. Ello se ve en
líneas como estas: Lehman dijo que allá
en Dusseldorf vivía con su madre y dos
hermanas; Díaz, que la gente con la que vivía le parecía sólo un personaje que
cambiaba la cara constantemente. Lehman dijo que allá el frío te acuchillaba y
Díaz, que acá el frío era sólo otro estado del calor. Lehman le habló del Rihn
y Díaz, del Mapocho. Lehman quería saber si era chileno, si era posible ser
chileno. Díaz le respondió que para todo escenario, ser chileno era una
mentira. Llega a cuestionarse todo lo que uno va aprendiendo como fijo e
inamovible. Incluso Reyes se da maña para atacar el chauvinismo, un mal no
exclusivo de Chile por cierto. A
Dusseldorf lo conozco porque unos chilenos ganaron ahí un torneo de dobles, ¿te
acordái? El 2003 parece que fue. Da lo mismo, es un torneo de mierda, pero
cuando no hai ganao guerras ni hai ganao mundiales ni hai ganao olimpiadas ni
hai ganao un Oscar y no le hai ganao a nadie, cualquier hueá sirve. Ello a
través de un personaje como Geert, alemán o chileno, ni él mismo sabe que significa
cada uno de ellos. (Cuando Nicolás giraba
para traducirle algunas de las cosas, Geert optó por perderse en la soledad de
su idioma, donde tenía más palabras que cosas para nombrar.) . Y no sólo
él. En este cuento, todos se tambalean en una frontera que más allá de lo
físico, se torna mental. (Me dijo que era
de Puerto Montt y lo hizo de una manera que me hizo creer que para Nico había
algo malvado en vivir en esta ciudad o que era heroico venir de la provincia)
Larvas.
¿Qué pasa si al querer abrazar el
destino uno siente que la piedra que lo ata al pasado es demasiado fuerte para
seguir intentándolo? En este relato, dos personajes se encuentran pero nunca
llegan a conocerse del todo. Cada uno carga con una mochila tan pesada que les
es imposible comprenderse el uno al otro, pero ello no les impide conectarse de
una u otra manera. (¿Quién era ella?
Nunca podría responder a esa pregunta con claridad.). Son seres que no han
tenido las mejores familias cuyos fantasmas no paran de atormentarlos. (Una noche escuché a mi mamá gritarle a mi
papá lo más triste que le oí nunca: que ni para el sexo servía.) Y que van
desencantándose de la vida. Como si fueran cadáveres que caminan como zombies,
sin metas u objetivos. (Al final esos
gatos chicos nacieron para nada, ¿o no?) Un abuelo con un extraño secreto.
Un padre que sólo vive para embriagarse. Una madre que se ha acostumbrado a
sufrir. Todos los personajes están dañados. Son larvas que nunca llegan a
mostrar su mejor rostro. Sólo a rodearse de otros de su misma especie para no
ahogarse en la inmundicia en la que les ha tocado vivir. (El día veintiuno me di cuenta de que ya estábamos acostumbradas. A las
larvas, a las moscas y a todo en realidad).
Ana y el resto
A Ana le ha tocado vivir
esperando. Esperando que algo bueno llegue a su vida, que ha sido una triste
seguidilla de relaciones fracasadas. Apenas iluminada por luces fugaces que no
duran. (Pero yo todavía no soy un cadáver
y de pronto pienso que si lo fuera, me sentiría un fracaso, como si en mi vida
no hubiera hecho nada que valiera la pena. Lo pienso y se lo digo a Richard
quien me mira con los párpados arrugados y los ojos medio abiertos o medio
cerrados, pero no de sueño, sino como si estuviera ajustando la mirada para
comprender bien lo que estaba sucediendo.).Que vive cuestionando los
motivos de su existencia y los motivo
para seguir intentando mejorarla. Desamparo. Es lo único que parece fijo en su
vida. (Últimamente pienso mucho en esto,
en todas las formas en que podría morir por salir a caminar. A veces me
pregunto si alguien más pensará las cosas que yo pienso y concluyo que nadie o
casi nadie, lo que no sé si es bueno o es malo.). Nadie parece con la
intención de querer salvarla. De tirarle un salvavidas. (Nunca me llamó ni me escribió, y aún a veces yo espero que lo haga.
Entonces pienso que yo tenía razón, que quizá todo el mundo estaba conectado
menos nosotros. Pero ni siquiera puedo encontrar una forma de decírselo.)( A
veces me parece respetable conformarse. Debe ser desgastante vivir pensando que
hay que esperar algo, como si la vida estuviera en otra parte.) Como si
esto no fuera lo verdadero. Que es sólo una sala de espera para lo mejor que
está por llegar. (-¿Y qué pasa en tu
historia?-Alguien se va y la otra persona se queda esperando. Eso es todo).
Reinos
El cuento que a mi parecer está
más cargado de pasión y violencia. De brutalidad y golpes. Golpes no sólo
físicos sino emocionales. Una vorágine brutal cuyos efectos llegan a la cabeza
del lector que es paseado por la pluma de Reyes a través de las historias de
Sofía y Alejandra. Un reino terrible y lleno de espanto. Un cuento donde hay
una extraña forma de querer. (Qué
terrible debe ser no tener que hacer otra cosa que pensar. ¿En qué pienso yo
ahora? Pienso: todos tienen formas distintas formas de querer. Pienso que está
bien, que es cosa de acostumbrarse o de sólo contemplar para tratar de
entenderlo. Pienso que es eso, que todos tienen, todas tenemos distintas formas
de querer. Pienso que el cariño es una elección, como la política, los amigos o
el equipo de fútbol. En fin.) Pero también una monstruosa forma de
desahogarse. (Y entonces pienso en la
perra, en la rabia y en la muerte. Y luego en Sofía, en ese exacto orden.)
Romina Reyes. Una autora que si
sigue escribiendo así, promete regalarnos muchas horas de agradable lectura. No
es una joven promesa. Es una realidad.
+Sobre la autora:
Romina Reyes Ayala (Santiago, 1988). Es periodista de la Universidad de Chile y autora del libro de relatos Reinos(2014), por el cual el 2013 obtuvo el primer lugar en Mejores Obras Literarias Inéditas del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Ha trabajado en The Clinic Online, Las Últimas Noticias y está a cargo de la columna Letras y Palabras de Revista Caras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario