Cómo transformarse en
un cineasta chido
Fuguet escribe un texto que va
más allá de la figura de Cuarón, el cine mexicano o el cine en general. Es una
toma de postura sobre como concebir el arte como medio de expresión. Un
vehículo a través del cual uno puede llegar a desahogar toda la carga de
emociones que uno posee. Pero también como uno a través del cual uno quiere
lograr trascender. No ser ignorado y pasar desapercibido. ¿De qué le sirve a
uno apostar por una obra que no le va a importar a nadie? Si no se logra un impacto en la mente de alguien más, simplemente no se ha logrado nada que valga la pena. Y para que
esto última suceda debe haber talento y esfuerzo detrás. Para Fuguet estos dos
elementos (éxito y talento) no son excluyentes. Se debe agotar todos los
esfuerzos por combinar la respetabilidad artística con el éxito comercial. Si
conocemos a los grandes autores canónicos es porque de alguna u otra forma su
obra trascendió y llegó a nuestras manos.
No menos importante es su
comentario sobre la ya agotadora postura de un “compromiso moral” mal entendido
en el arte latinoamericano, por el cual se cree que todo debe llevar a una
defensa de temas sociales de manera macro, minimizando los temas vinculados a
esferas personales. Obras del primer tipo son de una calidad dudosa por los
falsos elementos con los que se construyen. En cambio una apuesta sobre los
temas con los que uno realmente se siente cómodo termina siendo mucho más
efectiva, dado que permite un número de lecturas importantes hallando muchos
más elementos enriquecedores para un público cada vez más heterogéneo y numeroso,
logrando perdurar en el tiempo
Una al año, cada otoño, por el resto de tu vida
¿Cómo identificar a un autor que
nos marcó? A alguien al que somos capaz de perdonar cualquier desliz mientras
tengamos la convicción que sólo es un traspié, que todavía le queda algo
importante que decir. La figura mítica de Woody Allen, un ídolo de Fuguet le
permite a éste, hacer un análisis desde la perspectiva de alguien que sabe que
esa figura es alguien que puede hallarse a un universo de distancia física
tal vez, pero cuya obra es más cercana a uno que cualquier compañía que pueda
establecer con algún ser (familiar o amigo) cercano. Alguien con el que se está eternamente
agradecido. Con el que se es capaz de establecer una relación de cercanía. Un
territorio de comodidad único. Donde volver a su obra es regresar a un periodo
de la existencia de uno. Marcas imborrables que perdurarán hasta el último
segundo de agonía. Y esos, son los autores, de cine o literarios, a los que uno
nunca debe negar.
Lecciones de vida
¿Es la fama artística mala? No.
Ese es el tipo de fama que lo hace inmortal. Que batalla contra los límites físicos y permite vencer fronteras infranqueables para nuestro cuerpo. Obras
que producen adeptos y no dejarán que el olvido devore el nombre de sus
autores. Autores que lo marcan a uno. Que forman parte de nuestra experiencia
vital. Que no son sólo nombres en la tapa de un libro. Son gente a la que
dotamos de un aura de divinidad muy particular. Cada uno de ellos representa
una imagen a la que le debemos adoración, sí, pero más que nada gratitud. Que
nos enseñan más sobre nosotros mismos que mil años de terapia. Que permiten
confiar en nuestros instintos al momento de emprender un proyecto similar. Autores que nos han dado, las mejores
lecciones de vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario