Alfaguara, 2016, 410 pp.
Santiago Roncagliolo (Lima, 1975)
es uno de los pocos escritores peruanos contemporáneos conocidos fuera del medio
estrictamente literario. Si uno va a una librería limeña encontrará sin
problema cualquiera de los libros que ha publicado en los últimos quince años.
Su novela más conocida, Abril rojo,
llegó a estar dentro del Plan Lector en mi colegio. Ha sido traducido a varios
idiomas y vendido decenas de miles de ejemplares. En la solapa de este último
libro se recogen diversos blurbs de
medios internacionales, pero si uno invierte algo de tiempo buscando una reseña
peruana sobre algunos de sus libros es probable que demore en hallar una donde
primen los elogios. La mayoría de escritores nacionales lo acusa (en voz baja) de practicar una “literatura light”. Rafael
Lemus, conocido columnista mexicano de Letras
Libres afirmó que Roncagliolo escribía siguiendo los dictámenes de una gigantesca industria del entretenimiento. Entonces, ¿a quién hacerle caso? ¿Es
sólo producto de una aparatosa maquinaria publicitara? De ser así, ¿cómo ha
sido sostenible en el tiempo? ¿Es puro entretenimiento? En el caso contrario,
¿qué es lo que hace Roncagliolo y sus colegas no, para poder enganchar con una
amplia comunidad de lectores? ¿Su único pecado es entretener a sus lectores?
Veamos su recorrido. Es autor de obras infantiles, dos largos
textos periodísticos (
La cuarta espada y
El amante uruguayo), una obra de
teatro y un libro que recoge varios de
sus artículos (
Jet Lag). Sin embargo,
Roncagliolo ganó notoriedad con sus trabajos en el terreno de la narrativa de
ficción. Su primera novela,
El príncipe
de los caimanes, sobre las aventuras de dos viajeros de distintas
generaciones tuvo una primera edición que pasó sin pena ni gloria. Recién con
el libro de relatos
Crecer es un oficio triste y su breve
novela
Pudor, donde abordaba la problemática de
una familia clasemediera limeña, fue que comenzó a granjearse el calificativo de promesa literaria. Con la
aparición de
Abril Rojo, la
denominación de “autor más joven en ganar el Premio Alfaguara” y los miles de
ejemplares vendidos fue que Roncagliolo cruzó las fronteras del círculo
literario. Un thriller ambientando en el año 2000 sobre crímenes durante el
trascurso de la Semana Santa en Ayacucho, le bastó para acaparar una atención a
gran escala. La crítica se dividió. Algunos lo acusaron de efectista. Otros (en
su mayoría foráneos) de otorgar un libro ágil y efectivo (señalando dichos
adjetivos como virtudes). Pero lo que quedó, más allá del efecto a corto plazo
de su publicación, fue el planteamiento
de un debate que duraría muchos años: ¿era la etapa de la violencia
terrorista el nuevo derrotero de la narrativa peruana? Un tema interesante que debe
ser tratado en otro artículo. Luego de ello estuvo involucrado en un escándalo
de censura por
Memorias de una dama, que en
mi opinión es su mejor libro y el cual curiosamente es el menos leído por el
gran público y el único que generó un favorable consenso en la crítica .
Tan cerca de la vida, Óscar y
las mujeres y La pena máxima, novelas que publicó en el último lustro mostraron
un patrón común: no volvieron a generar ningún tipo de debate en el medio
literario. Si uno busca críticas o reseñas, estas son escasas. Primó la
indiferencia. Para la mayor parte de críticos resultó más práctico no
prestarles atención, lo cual también es una toma de posición implícita. Se
podrá hallar más que nada entrevistas. Tal vez, Óscar y las mujeres, su
sátira sobre la industria de las telenovelas, sea la excepción al haber generado
el mencionado artículo de Lemus y otro
de Marlon Aquino en Lee por gusto. Pero dichos textos trascendían el comentario sobre la
obra en sí. Y sin embargo, Roncagliolo siguió manteniendo una buena cantidad de
lectores y su vigencia como representante peruano en cuanta antología
latinoamericana a nivel internacional se publicase (Bogotá 39, Granta, etc).
Ello además de ser uno de los pocos escritores peruanos que tiene lanzamientos
a nivel hispanoamericano (y no como otros que aducen lo mismo, pero no cuentan
que es en una escala tan pequeña que no logra trascender el círculo de sus
conocidos de Facebook repartidos por las capitales latinoamericanas).
Ahora La noche de los alfileres. Comencé a leer esta novela tratando de hacer
caso omiso a la previsible publicidad de su lanzamiento: “un thriller de horror
situado durante los últimos meses del conflicto terrorista”. Las primeras
páginas nos muestran a cuatro muchachos de quince años de un colegio de clase
alta. Los típicos perdedores o lornas de la clase. Es el año 1992 y ellos viven
aislados en la burbuja que les representa el colegio. Sólo tienen las
preocupaciones cotidianas de un adolescente promedio: el sexo y el
reconocimiento de los demás.
La mayoría de nosotros ni siquiera éramos capaces de localizar la
avenida Javier Prado en un plano. Internet no existía. Nuestro único tema
recurrente era lo que nos colgaba entre las piernas. (…) Soñábamos
sexo. Respirábamos sexo. Desayunábamos sexo. Pero en contraste con todo el
espacio que el tema ocupaba en nuestra cabeza, ahí afuera, en la vida real,
carecíamos de experiencias concretas. (págs. 17-18)
Era preferible una fea del Santa Úrsula que una bonita del Santa María
Eufrasia. A fin de cuentas, no importaba cómo fuera la chica sino cómo la vería
tus amigos (pág. 19).
Hasta ahí, las cosas sin
edulcorante. Durante dicha etapa es innegable la presencia de fenómenos como la
alienación. Negarlo sería un error. Roncagliolo no lo hace y trabaja a partir
de ahí. Es en esa instancia inicial que logra conectar con el lector. Éste
último puede reconocerse en sus personajes. En sus conflictos cotidianos. Cada uno de los cuatro protagonistas muestra
un problema distinto: la homosexualidad y la discriminación limeña (Beto), la soledad y la búsqueda por referentes en la
música, el cine y las historietas además de una lujuria descontrolada (Moco),
el equilibrio entre la idealización romántica y la avidez sexual (Carlos) y el
ejercicio de la violencia como máscara de una carencia afectiva (Manu). El
mundo con el que lidian se reduce a eso. No resultaría verosímil una pandilla
de estudiantes angustiados a dicha edad por los problemas sociopolíticos del
Perú. Estos últimos se cuelan de una manera menos explícita en su caso, al
describirse algunos efectos de los fenómenos de la globalización y el
neoliberalismo que se aceleraron tras la caída del Muro durante los primeros años
de la década de los noventa:
En esos años el Perú era un país de segunda clase sin franquicias,
cadenas de comida rápida, zapatillas Nike ni juguetes Star Wars. Si tenías algo
de eso era porque alguno de tus padres lo había comprado en Miami. Y si tus
padres iban a Miami-o mejor aún, si tú ibas a Miami y Orlando y te hacías una
foto con Mickey Mouse-, significaba que tu familia tenía una buena posición social
y que podrías aspirar a una chica del Santa Úrsula. De lo contrario, como era
mi caso, estabas destinados a consumir el producto nacional, es decir,
zapatillas Mike, juguetes de Star Mars y hamburgueserías como el McRonald´s de
Surco. (pág. 34)
Dicha pandilla encuentra en sus vulnerabilidades
su principal vínculo como grupo, además del odio hacia una profesora, Pringlin,
quien canaliza sus frustraciones. Este personaje femenino representa esa
autoridad que necesita violentar y derribar. Luchar contra ella para dejar
escapar la furia contenida contra su realidad. Su némesis. Una que parece
invulnerable y parece estar siempre un paso adelante. Una autoridad que es
cercana a estos muchachos. Resalto eso: la figura de poder imperante en la
novela la asume una profesora.
Uno de los méritos de esta novela
radica también, en la construcción de los diálogos. Estos no suenan
anquilosados, pomposos o impostados. Uno se topa con las lisuras, jergas y
vocablos que usan los personajes y puede notar que estos fluyen de lo más
natural. Puede aducirse que esto no representa un criterio determinante para
medir la calidad de una novela, pero en la actualidad, urge resaltarlo dado que
muchos narradores peruanos contemporáneos no logran representar de manera
creíble el hablar de los personajes de sus historias. Algunos se quedaron en el
hablar de los sesenta o setentas. Aún
recuerdo una reseña donde un crítico acusaba (de forma válida) a un escritor
peruano de caricaturizar la voz de sus personajes como si provinieran de un
programa cómico sabatino.
Hasta ahí, ya hay un conflicto
interesante (los cuatro protagonistas contra la tiranía de la profesora) y
personajes verosímiles. Con el trascurrir de la novela, el ritmo de las
acciones, se va desacelerando para profundizar en los conflictos secundarios de
cada personaje, siendo los más logrados los de Beto y Moco. Ahora, viene una
pregunta de rigor, ¿cuál es la verdadera violencia que trascurre por las
páginas del libro? ¿la causada por el terrorismo?
No. A pesar de que Roncagliolo
fuerza en ciertos momentos la aparición de ciertos lugares comunes (explosiones
aisladas, apagones), es la violencia inherente a la ciudad la que termina
primando y afectando el desenvolvimiento de los personajes:
En el televisor cambiaron de noticia: ahora aparecía un hotel donde
alguien había matado a una mujer arrojándola desde un décimo piso. Nada de
motivaciones políticas. Un tema personal. La idea del asesino era fingir que su
víctima se había arrojado sola. (págs. 304-305)
Ya no hay guerra, dicen. Y la tele pone la imagen de los sicarios. Ya
no hay guerra. Pero los policías asaltan bancos con sus AK-47. (pág. 86)
Ese paralelo con lo que acontece
en la actualidad muestra el verdadero caos que afectaba a la urbe. Una
violencia que además está vinculado a males vigentes como el racismo, el
clasismo, el poder económico y la indiferencia de las autoridades. Hay una
escena que representa esto muy bien. En cierto momento Moco quiere evadir un
examen de Química y no encuentra mejor forma que fingir una llamada a la
escuela amenazando con detonarla para lograr su cometido:
Y en esa época, el Perú era como una película con buenos y malos. Sobre
todo malos. Eso podía ser de mucha ayuda. Recopilé todas las noticias que
encontré sobre atentados terroristas. Todas las cartas de extorsión que
aparecían en la prensa pidiendo cupos de guerra. Todos los grafitis de las calles.
Lo anoté todo en un cuadernito. Todas esas palabras tan fuertes: “revolución”,
“traidores”, “vendepatrias”. Las mejores palabras que había escrito en mi vida.
También sé escribir, ¿ok? Puedo anotar cosas (pág. 203)
No sé si fue intencional, pero
dicho párrafo parece una parodia del manoseo del tema de la violencia
terrorista por parte de un buen número de escritores nacionales en los últimos
años. El uso del conflicto no para escarbar en sus raíces más profundas, sino para
quedarse sólo en la capa superficial. En el puro efectismo. Uno que al final,
no logra ni una buena trama ni representa
un verdadero aporte a la búsqueda por lograr lograr un “real entendimiento de lo
que pasó en dichos años” que es lo que siempre pregonan en entrevistas. Un fenómeno
que no es endémico sin embargo, y que puede hallar sus pares en la mayor parte
de las obras que se han publicado sobre la
guerra civil española o la llamada narcoliteratura mexicana. Recalco que el
problema no es el tema sino el cómo se aborda la mayor parte del tiempo.
Ahora, algo que debe achacársele
al autor y que ya ha sido mencionado sobre sus anteriores libros, es la
construcción de diversas frases que no aportan nada al momento de montar un
símil y que más bien obstruyen la lectura. Frases que suenan ingenuas y/o
trilladas como:
Parecía un perro rabioso que se ha herido al saltar sobre un gato (pág.
117)
(…) estaba más angustiado que un actor porno sin Viagra (pág. 246)
Él me sonrió de vuelta, con una mirada que aún llevo tatuada en la piel
(pág. 251)
Podría mencionar además, la
innecesaria extensión de ciertos pasajes del desenlace de la historia y la
innecesaria inclusión de los lugares comunes de la época que ya indiqué
(¿siempre va a mencionarse Tarata?). Pero más allá de dichos aspectos, pienso
que La noche de los alfileres resulta
en conjunto un progreso en la narrativa de su autor. Es la forma de
retratar los conflictos personales de
los personajes y el dibujo verosímil de
su realidad próxima, lo que hace interesante este libro y que vaya más allá de
la etiqueta de thriller. Problemáticas
con la que cualquier lector (y aquí no hago distinciones) pueda sentirse
identificado. Sí, es una novela que entretiene. El entretenimiento no es malo
mientras se logre trascender este aspecto, uno sobre el cual pienso que hay que
seguir debatiendo.
+ Sobre el autor:
Ha publicado las novelas negras La pena máxima(Alfaguara, 2014) y Abril rojo (Premio Alfaguara de novela 2006 e Independent Prize of Foreign Fiction), el thriller psicológico Tan cerca de la vida (Alfaguara 2010) y las comedias ácidas Óscar y las mujeres (Alfaguara, 2013) y Pudor (Alfaguara, 2004), esta última llevada al cine. Como periodista, es autor de una trilogía sobre el siglo XX hispano: La cuarta espada, El amante uruguayo y Memorias de una dama. La revista Granta lo seleccionó entre los mejores escritores de su generación.
(Texto publicado en la web de
El buen librero)
No tengo clara tu posición sobre la novela. es buena o mala? la recomiendas o no? Te arrepientes del tiempo invertido en leer esta novela? hubieras preferido leer otra? Crees que Santiago está sobre valorado como escritor?
ResponderEliminarGracias por la reseña: me generaba mucha curiosidad tener una visión peruana sobre el manejo de Roncagliolo del tema del terrorismo. Desde fuera suena a oportunismo, a pesar de la maravilla que produce en muchos críticos europeos, ya que les sigue entregando una imagen exótica de América Latina.
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