Alfaguara, 2016. 320 páginas
Cinco esquinas tiene dos tramas principales: la relación homoerótica
entre dos mujeres de la burguesía limeña y el chantaje a un empresario minero
por parte del director de un pasquín amarillista. Estas dos líneas principales
son acompañadas por otras subtramas, como la de un otrora famoso actor en el epílogo
de su vida, y la evolución de la Retaquita, redactora principal de Destapes. Todas estas historias están
contextualizadas en la década de los noventa, pero de manera confusa: para forzar una atmósfera caótica, Vargas
Llosa ha introducido en ella hechos característicos de la década anterior y del
inicio de la misma, como los toques de queda y los atentados de Sendero, y los
ha mezclado con el apogeo de la prensa chicha
del segundo lustro, causada por la centralización del poder en manos de
Montesinos.
El primer aspecto negativo de la
novela salta a la vista desde el inicio: una errática elaboración de los diálogos.
Desfasados e inverosímiles. El uso de un lenguaje poco creíble en el contexto
en el cual se supone que se desenvuelven los personajes ocasiona que estos se
perciban acartonados y ridículos, lo que es más notorio cuando aparecen
personajes de la clase alta limeña, o cuando
en medio de un supuesto ambiente de tensión aparecen vocablos como “cacaseno”, “manirroto”
o “braquícefalo”:
“-Te tendió una emboscada y
caíste como un angelito, para no decir un cacaseno-encogió los hombros
Luciano-. ¿Hace dos años, estás seguro? ¿Y sólo ahora se manifiesta?” (pág. 47)
“Daba almuerzos, derrochaba como
si fuese un manirroto” (pág.49)
“¿Hablé tan difícil que tu
cabecita de braquicéfalo no pudo captarlo?” (pág. 51)
Ojalá esos ejemplos fueran la
excepción, pero hay otros similares más adelante. Estas conversaciones van
acompañadas en muchos casos con descripciones fallidas de los protagonistas y
los escenarios, apelando incluso a frases desgastadas que obstruyen la lectura:
“Los recuerdos
acudían en tropel a su cabeza pero se iban ordenando como un crucigrama que se
llena lentamente.” (pág.9)
“Tenía una vocecita chillona y
parecía burlándose, unos ojos pequeñitos y movedizos, un cuerpecillo raquítico
y Enrique advirtió, incluso, que apestaba a sobacos o pies. ¿ Era por su olor
que de entrada le caía tan mal este sujeto?” (pág.21)
“(…) y cuando salieron a la calle
se encontró con uno de esos días grises, color panza de burro, del invierno
limeño.” (pág.77)
Un aspecto en el cual me gustaría incidir es la visión paternalista y condescendiente que se tiene hacia ese “nuevo héroe del siglo XXI” que vendría a representar el empresario. Una postura que se empezó a notar en El héroe discreto con los olvidables Felícito Yanaqué e Ismael Carrera. En Cinco esquinas, dicha figura la asume el ingeniero Enrique Cárdenas, empresario minero, que sufre una serie de vicisitudes a lo largo de la novela: es engañado por un misterioso inversionista extranjero, lo chantajea un vil periodista, protagoniza un escándalo mediático, es apresado de manera injusta. El problema es que, sin importar la adversidad que se le presente, Cárdenas siempre saldrá bien librado. Cualquier padecimiento tendrá una duración efímera, sin impactarlo de forma significativa, otorgándole así un aura de invulnerabilidad. La sociedad, parece decirnos Vargas Llosa, tiene que proteger dicho status quo de tranquilidad y sosiego, ya que cualquier problema que alterea estos “´héroes discretos” surgidos tras la ola neoliberal noventera terminará desencadenando tragedias o desastres, primero individuales y luego sociales.El autor no busca cuestionarlos, solo exaltar sus virtudes:
“Enrique decía que la situación
se estaba volviendo insostenible para las empresas, las medidas de seguridad
aumentaban los costos de una manera enloquecida, las compañías de seguridad
aumentaban los costos de una manera enloquecida, las compañías de seguros
querían seguir subiendo las primas y, si los bandidos se salían con su gusto,
pronto llegaría el Perú a la situación de Colombia donde los empresarios,
ahuyentados por los terroristas, por lo visto se estaban trasladando en masa a
Panamá y a Miami, para dirigir sus negocios desde allá.” (pág. 18)
Otra cuestión que le resta puntos
a Cinco esquinas es la cuantiosa
dosis de moralina que Vargas Llosa trata de imponernos, al hacer demasiado
grandilocuente y pomposa la transformación de la Retaquita en los últimos
capítulos de la historia. Este giro de los acontecimientos se nota demasiado
artificioso y juega en contra de uno de los pocos personajes aceptables de la
novela. Es mejor cuando Vargas Llosa muestra la vileza de sus personajes en
otras situaciones y los sincera:
“En otras palabras, y perdón por
la lisura, quién cacha con quién y de qué manera lo hacen. Meter la cabeza en
la intimidad de las personas conocidas. De los poderosos, de los famosos, de
los importantes. Políticos, empresarios, deportistas, cantantes, etcétera. Y,
si hay alguien que sabe hacer eso, se lo digo con toda la modestia del mundo,
soy yo. Sí ingeniero, Rolando Garro, su amigo y, si usted quiere, desde ahora
también su socio.” (pág.98)
“Yo sé escoger mis enemigos. No
se debe desafiar a quienes son más poderosos que uno mismo.” (pág. 248)
“Los vómitos, la diarrea del gobierno, su
muladar. Le servimos para tapar de mugre la boca de sus críticos, y, sobre todo,
la de los enemigos del Doctor. Para convertirlos en “basuras humanas”, como él
dice.” (pág.276)
Tras haber señalado lo anterior,
hay algo que sí debo reconocer: es una novela que entretiene y se deja leer
(siempre que se haya logrado sortear las insufribles primeras cincuenta páginas y los
obstáculos que he mencionado líneas arriba). Pero difícilmente pueda quedar en
la memoria en el lector tras haber leído la última línea. Es una novela light , en todo caso, justamente lo que más ha criticado el autor en
sus últimas columnas y ensayos. Quien me conoce personalmente puede dar fe de
las muchas veces que he ponderado novelas como La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la Catedral o La guerra del fin del mundo. Sin embargo, nadie con dos dedos de frente
puede afirmar que sus últimas obras estén a la altura de las antes mencionadas
(no es que se le exija ello, pero hay algunos críticos que afirman semejante
mentira). Peor son aquellos que por un afán nostálgico, tratan de encontrar una
serie de virtudes en sus últimas obras cuando simplemente no las hay. ¿O
alguien puede decirme que El héroe
discreto alcanza alguna trascendencia, si con las justas puede brindar un
poco de entretenimiento por ciertos tramos? Otra de las defensas que he leído por
ahí también: “está en el ocaso de su vida, no hay que exigirle que innove o nos
dé una obra imperecedera”. A los que
afirman ello se les puede responder con dos casos concretos: Aurora Venturini
publicando Las primas a los 85 años y
James Salter con 87, haciendo lo suyo
con All that is. No nos amparemos en
el factor edad para tener una mirada complaciente entonces.
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