Título original: Howl no Ugoku Shiro.2004. Studio Ghibli.119 min.
Podría llorar de alegría, dice Sophie, la protagonista de “El castillo ambulante”, y no se podría estar más de acuerdo. Las películas de Hayao Miyazaki se contemplan y admiran. Son de una belleza que sobrecoge, al punto que durante los créditos no somos pocos los que terminamos aplaudiendo mientras miramos las letras en japonés como un intento de homenajear y, sobre todo, agradecer a la distancia, espacial y temporal, a quienes hicieron posible ello.
Y utilizo el verbo contemplar, pero debo añadir emocionar. Porque las películas de este genio japonés lo tocan y hace vibrar a uno. Pasan a formar parte de nuestra vida al punto que somos capaces de recordar, tiempo después, dónde, cómo y con quien las miramos. En qué momento de nuestra vida estábamos la primera, segunda o séptima vez que vimos “El viaje de Chihiro” o “La princesa Mononoke”. Configuran nuestra experiencia, desarmando la incapacidad de nuestros tiempos para poder inquietarnos de verdad. Nos vuelven vulnerables como niños, asombrándonos en todo momento.
Anotaba lo anterior mentalmente mientras disfrutaba “El castillo ambulante” por primera vez en una sala de cine. Recuerdo la primera vez que la vi: sábado por la madrugada, un DVD, el televisor y la habitación vacía. Nadie más durante dos horas. No me da vergüenza decir que lloré ese día por todo lo que provocaba la película. Y pasaron los días y meses y cuando escuchaba de manera aleatoria algún fragmento de la banda sonora, volvía a sentir la grata presión en el pecho de la primera vez. Pero, aunque parezca una verdad de Perogrullo, nada como disfrutar una película en una sala de cine. Sentado en una butaca y absorto en la proyección al frente. La sensación de que ese es un momento único e irrepetible y que todas las acciones previas te llevaron a eso, y la música de Joe Hisaishi, compañero de mil batallas de Miyazaki que pasa a ser el soundtrack con el que acompañamos a los personajes en su viaje sentimental, sí, pero que se vuelve también tu melodía. Capaz de formar sonrisas y/o lágrimas al evocar el sonido de su piano.
Nada vuelve a ser igual luego de ser partícipes del cine de Hayao. Paisajes increíbles, monstruos alucinantes, animación de primera, frases impactantes, personajes rebosantes de humanidad, inteligentes alegorías al feminismo y la conservación ambiental, la pureza del amor y la destrucción de la guerra, la magia y el dolor de la realidad, sociedades que se debaten entre las tradiciones y la irrupción de la modernidad, la alegría de estar vivo. Cada obra de Miyazaki significa vivir una experiencia auténtica en el sentido más genuino. Una composición que te recuerda la capacidad de los mejores films de hacerte sentir que fueron hechos para uno, mientras se disuelve el trascurrir del tiempo alrededor. Solo eres tú y el acceso a un mundo único e inigualable. La llave a un castillo fantástico que es la mente de uno de los más grandes artistas de todos los tiempos. Porque a pesar de no poder definir qué es el arte, podemos afirmar con seguridad que el cine de Miyazaki lo es. Vida en su máxima expresión.
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