“Yo he tenido 20 años y no permito
que nadie
venga a decirme que es
la edad más hermosa”
Paul Nizan
Yo he tenido 24 años y no permito
que nadie venga a decirme que es la edad más hermosa. Tener esta edad es jodido
en muchos sentidos. Cualquier edad en verdad, pero hoy solo puedo escribir
sobre esta. Recuerdo claramente cuando
escribí un texto parecido al que quiero lograr ahora, c
uando tenía 20 años. Había terminado de leer
“El extranjero” de Camus y acababa de ver a la chica que solía gustarme con
otro chico. Actualmente, no he terminado los 5 libros que comencé hace unas
semanas, leí una novela más de Camus que no me atrapó del todo y no tengo idea sobre qué pasa por la mente de la chica
que me gusta. Entre el 2013, que fue
cuando se publicó ese texto, y el día de hoy, acabé dos carreras, perdí un abuelo,
tuve dos relaciones sentimentales, me enamoré una vez, perdí la consciencia
alcoholizado dos veces, viajé a cuatro regiones, hice una decena de cuentos,
comencé una novela, publiqué un sinfín de reseñas, entrevisté y conocí
escritores, cambié de trabajo tres veces,
hice amigos, hice amigas, perdí amigos, perdí amigas, gané enemigos, subí de peso, bajé de peso, leí
a Zambra, hice el curso del Banco Central, aprendí a bailar salsa, me volví fan
de Los Prisioneros, sufrí, hice sufrir, presenté autores en un par de ferias del
libro, me peleé con mi abuela, me reconcilié con mi abuela, leí a Piglia, me
volví fan de Radiohead, descubrí el cine de Miyazaki, leí 350 libros según
Goodreads, me hice de mil más, aprendí a conducir, me volví fan de Led
Zeppelin, viajé con mi padre, me volví más cercano a mi padre, leí a
Barrientos, hice tres poemas, me insultaron y elogiaron en redes
sociales, me volví fan de The Smiths,
lloré con personas al lado, me acerqué más a mi familia, dejé de leer cómics,
leí a Fuguet, y escribí, seguí escribiendo.
En estos últimos meses, cuando
converso con gente mayor y cercana a mí, la respuesta sigue un patrón común.
Sí, los 25 años es la edad bisagra. De anhelos frustrados, de cambios
radicales, de tropiezos y sueños rotos. Cuando dejas de ser considerado tan
joven como para equivocarte con facilidad y adquieres la edad suficiente para
fracasar con holgura. ¿Algo positivo? Difícil hallarlo sin confundirlo con un alegato
de insustancial contenido motivacional. Los miedos y las inseguridades siguen, tal vez más sosegados, pero presentes. Tiene más dinero pero menos
tiempo. Este te carcome, te limita, te aprisiona, juega contigo. Demasiadas expectativas tuyas, de los demás.
Las ganas de comerse al mundo se han reducido, pero no desvanecido del todo. Te
cuesta más confiar en alguien. Ya no te dejas llevar así nomás. Te planteas más
escenarios, decides con detenimiento. Eres más estratégico y frío por
momentos. Desechaste muchos de tus
intereses, otros se quedaron. A veces te sientes como los personajes de
“Bonsái”, de “Por favor rebobinar”, de “Fotos tuyas cuando empiezas a
envejecer”. O te salvas o no te salvas.
Solo hay dos escenarios. Te sientes más cerca del primero, pero el
riesgo está allí. Hay que jugársela, te dices, sino, ¿dónde está la gracia?
Vendrán días eternos, días fugaces. Pones la mejilla. Te deprimirás, llorarás, reirás. La consigna
es sobrevivir y registrarlo. Dotar de significado a la experiencia como el
epígrafe de “Respiración artificial”. No ahogarse entre tanto ruido y espejismo
alienante. Ves a tus amigos y amigas cambiar en paralelo a ti. Algunos se
perderán, otros lograrán salvarse. Lo normal es que ya conozcas a los mejores a
esta edad. A los que permanecerán. Tal vez viajes y te sientas solo. Y tu
mecanismo de defensa seguirá siendo el humor. Reírte de todo, de todos, de ti.
Desacralizar de a pocos tanta solemnidad impuesta. Combatir ciertas
imposiciones, ridiculizándolas, aterrizándolas, y desvaneciendo su poder. Es tu
manera de ser subversivo; insuficiente, pero la única que tienes. Es lo que
hay. Mañana te despertarás con 25 años. Seguirás siendo joven, te repites, pero
un poco menos que ayer. Hay que sortear los abismos. Todo esto es una mudanza.
Una constante mudanza.
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