Pesopluma, 2017. 156 pp. S/.35
Carolina Sanín acierta en su
prólogo al resaltar la importancia de la pregunta “
¿Estoy bien” (pág. 155) que se hace la narradora en la última
página de este libro. Si hay algo que une este conjunto de siete narraciones
autobiográficas de la escritora colombiana Margarita García Robayo (Cartagena,
1980) es la constante interpelación a sí misma mientras explora y hurga en sus
recuerdos. ¿Estás bien si no encajas? ¿Estás bien ahora? No habrá respuesta
certera pero sí molestia, nostalgia, disgusto o restos de alguna ilusión. Y
claro, la posibilidad de hacer literatura con todo lo que sobrevivió.
“El primer recuerdo es molesto” (pág. 21) es la afirmación inicial
del primer relato y una señal de lo que cuesta deshilvanar uno a uno las
recuerdo menos agradables, los que hincan y hieren. García Robayo no escribe para quedar bien con
los que la leerán. Sabe que expresarse
en un texto autobiográfico implica revivir experiencias que dolieron y
traumatizaron, o que no se pudieron comprender del todo en su momento teniendo
que esperar el paso de los años para atisbar algún tipo de respuesta
satisfactoria, hallar la manera de ir aceptándose, incluso como “alguien con tendencia a la desdicha”
(pág. 23), y así poder construir una individualidad con los “pequeños secretos de uno mismo” (pág.
57)
“Primera persona” resalta entre
tantas publicaciones latinoamericanas de similar propuesta, porque no apela al
morbo o a revelaciones que se refugian en lo tremendista pero no en lo
significativo de ciertas experiencias. Si García Robayo decide escribir sobre sus
miedos al mar y a lograr una buena madre primeriza, o su atracción por los hombres mayores o
sobre el complicadísimo vínculo que tiene con su madre, es para cuestionar el
concepto que la mayoría supone de normalidad y el rechazo que sobreviene cuando
no te alineas a ello desde distintas facetas como mujer: madre, adolescente,
hija, amiga, novia o caribeña.
¿Cómo se responde a la represión,
al rechazo? En relatos como “Educación sexual” o “Leche”, vemos cómo muchas de
las paranoias individuales que sufre la narradora son consecuencias directas de
factores sociales como el machismo, el chisme o convenciones sociales
ultraconservadoras. Comportamientos colectivos espeluznantes que al verlos o
padecerlos a diario terminan pasando desapercibidos, hasta que le tocan a uno o
a alguien cercano. Ello se siente por ejemplo, cuando se lee sobre la violación
de una alumna del colegio de García Robayo, en una fiesta de quince. A los días aparecen los padres en la dirección
del colegio que ha determinado la expulsión de la chica con un sobre que
contiene los nombres y apellidos de los violadores. “Todo el mundo sabe lo que va a pasar”, dice Karina, una amiga. Y lo
que pasa es lo usual: nada. Ellos, los
culpables, terminarán desapareciendo un tiempo, para luego volver y ocupar el
lugar de sus padres, y así cumplir con la perpetuación del círculo. ¿Hay manera
de escapar, de crecer? se cuestiona la narradora a sus quince años y a lo que
responde de manera sombría mas no sorpresiva: “Vi como un chispazo de futuro. Un futuro que se entrevía, chato inocuo
y oscuro. Quise imaginarnos distintas, transformadas en otra cosa. Ateas.
Ninfómanas. Lesbianas. Adúlteras. Salvajes. Lúcidas. No lo conseguí” (pág.
153) ¿Son los únicos culpables o lo somos todos? Las heridas individuales se
acumulan y forman las enfermedades de nuestras sociedades, es la idea que emana
luego de atender la singular voz de García Robayo en este mapa emocional. ¿Estás bien?
No hay comentarios:
Publicar un comentario