Pesopluma, 2018. 226 pp. S/.39
A veces es mejor hacer una pausa
para leer ciertos libros. Quise comenzar esta nueva novela en medio del fragor
de la pasada feria, entre entrevistas, presentaciones y conversaciones con
amigos y amigas, pero no pude. No conectaba ni enganchaba. Y es que esta
primera novela de Giacomo Roncagliolo (Lima, 1989) tiene un arranque desordenado,
poco claro. Había que tenerle paciencia. Y si escribo esto es porque el segundo
intento funcionó.
Era difícil encontrar, al menos
dentro de lo que he venido leyendo en los últimos años en narrativa peruana, una
historia que tenga la atmósfera de las películas de carretera de clase B, sin
localización definida y en las que no se encuentra una ansiosa necesidad de moralizar.
Roncagliolo nos presenta a X, un protagonista cuyas deficiencias para recordar su
pasado de manera fiable lo hacen alguien atractivo para ser un ámok con el que se identifica a una nueva especie de forajidos
responsables de crímenes en una sociedad sin rumbo, perdida como el
protagonista, quien llevado por una inercia bien esbozada se deja llevar por los
mandatos de las personas que forman parte de su nuevo círculo, motivado por su
afán de pertenecer a un colectivo luego de abandonar a Nía,
antigua pareja y cable a tierra.
Ese abandono a las circunstancias
por parte de X y la búsqueda por adaptarse mientras se mantiene a raya al
monstruo que habita en su interior, es uno de los principales logros de
Roncagliolo en esta novela, en las que hay una sensación de los personajes
principales por tener metas, propósitos, individuales o colectivos, que les permitan adherirse a algo, ya sea un
amor, un deseo, un sueño, una mujer, un reconocimiento, más que cuando intenta dotar
a X de una densidad solemne, de pasado trágico con una santa figura maternal
que desvirtúa la interrogante universal que recorre toda la novela: ¿es posible
comenzar nuevo? Buscando esa imposible respuesta es cuando “Ámok” presenta sus
mejores páginas. Eliminar el pasado y
desaparecer pero pasando a ser pieza esencial de un grupo mientras se está a la
expectativa de vivir aventuras, crear nuevas relaciones en base a códigos
extraños que sirven de enlace con personas a los que uno les será necesario en determinando
momento, y mantener la capacidad de disfrutar realidades alternas mediante el
sueño. Sobre todo este último puente,
borroso, apenas definido, determinante en el tramo final de la novela, es el que
mejor expresa esa ambigüedad y vacilación constante de no saber qué es lo real,
cuál es la dimensión común con las demás personas y la certeza con la que uno
se suele conducir por la vida para no caer en el delirio, uno de los miedos de X.
Como la mayoría de primeras
novelas, en “Ámok” hay frases manidas, una aglomeración de distintos temas que
no terminan por integrarse o escenas que no funcionan, pero hay una apuesta. Y
no se trata solo de saludar una buena intención, sino que los riesgos son
suplidos en muchas de las páginas del libro, cuyo ritmo vertiginoso y alucinatorio
en muchos tramos son dignos de destacar. Sí, habrá que leer los libros que Roncagliolo
entregue después, pero comencemos por este.
(Texto publicado originalmente en el portal web "Punto y Coma")
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