Anagrama, 2018. 296 pp. S/. 79
“Mi voluntad de vivir residía básicamente en las garras y en mi lengua”,
confiesa una osa polar en la primera página de su diario reduciendo sus ganas
de vivir a defenderse y tratar de comunicarse con quienes le rodean cada vez
que puede. Si ya para muchos es cada vez más difícil adaptarse en un mundo cada
vez más competitivo, ¿se imaginan hacerlo siendo una especie en extinción? Yoko
Tawada (Tokio, 1960) esboza una fábula en tres actos en las que se pregunta
cuáles son aquellos rasgos de nuestra humanidad que solían ser inherentes y
fuimos olvidando o defenestrando, siendo la vulnerabilidad y el miedo los
rasgos que aún nos hermanan en los escenarios menos favorables.
“Estudios sobre la nieve” sería
una mejor traducción del título en alemán de esta novela, y aclararía mucho
mejor la trama de esta novela, en la que abuela, madre e hijo osezno van
narrándonos su devenir en el mundo de los humanos, en el que transitan de
manera incierta alejados de la nieve del Polo Norte, su hábitat ancestral y
cuya imagen aun así se encuentra enraizada en lo más profundo de su consciencia.
Tawada usa los recursos de la fábula con un planteamiento el en que no se termina
de definir de forma clara la situación
de los osos polares, a veces encerrados como cualquier animal doméstico,
trabajando en un zoo sin hablar la lengua de los humanos y en otras
interactuando con el público alrededor suyo como cualquier adulto común y
corriente. Aún así logra, sobre todo en la primera y tercera parte darle
fluidez a su propuesta, que goza de muy buenos momentos y lúcidas observaciones
sobre distintos campos sociales, como el sector editorial o el ámbito
académico:
“Las reuniones son como los conejos: La mayoría de las veces solo sirven
para concluir que hay que celebrar otra reunión. Se multiplican rápidamente. Y
si no se hace nada para remediarlo, se vuelven tan numerosas que no somos
capaces de satisfacer la demanda, por más que cada uno sacrifique a diario la
mayor parte de su tiempo con más reuniones. “(pág. 21)
O la necesidad vital por
comunicarse:
“En mis oídos comenzó a crecer
moho, porque ya nadie hablaba conmigo.” (pág., 46)
Y si bien por ratos la narración deja al descubierto el afán de la
autora por moralizar y denunciar mucho de los males que fueron intensificándose
en el siglo XX, con un tono progresista que amenaza con romper el hechizo de la
ficción, el libro se salva por el manejo
destacado de las voces por parte de Tawada, recurso en el que se apoya para mostrar
los sentimientos de los oseznos al reflejarse en humanos que al igual que
ellos, no se sienten parte de un mundo en el que no cumplen con los requisitos
de “normalidad” que se busca por parte de ellos. Y no lo hace en un tono
exclusivamente melancólico. Resulta hilarante por ratos lo ridículo que son
muchas de las actitudes de nuestra especie y el narcisismo provocado por
nuestra evolución, exhibido por ejemplo en la desesperación de muchos por
extender su legado más allá de la muerte: “Me decepcionó comprobar cuántas
autobiografías voluminosas existían ya. Llenaban por completo los diez pisos de
aquella estantería. Al parecer, la autobiografía es el género que escribe
cualquiera que sea capaz de sostener una pluma” (pág. 59); el afán de subyugar
a su prójimo: “Los seres humanos me intentaban vender su generosidad demasiado
a menudo, con el único fin de manipularme mejor.” (pág. 69); o nuestra
tendencia a la autodestrucción: “El Homo Sapiens no está hecho para el combate,
debería emular a las liebres y los ciervos y aprender las virtudes y el arte de
la huida. Pero el combate y la guerra le encanta. ¿Quién ha podido crear una
criatura tanto tonta? Hay personas que afirman ser la imagen de Dios. Eso sería
una ofensa para Dios.” (pág. 79)
Y así uno podría seguir mostrando
extractos de este libro que sin ser deslumbrante, tiene momentos de una belleza
literaria que hacen que valga la pena su lectura. Para leer con un lápiz en la
mano.
(Texto publicado originalmente en el portal web "
Punto y Coma")
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