En “No somos cazafantasmas” (Seix Barral, 2018),libro de cuentos que se
presentó en la más reciente Feria Internacional del Libro de Lima y próximo a aparecer en Colombia y España, el escritor peruano
Juan Manuel Robles aborda en relatos
como “Constelación nostalgia”, “Valentina en las nubes”, “Elefantes blanco” y
el que presta su nombre al libro, los
trastornos y las distorsiones originadas por los cada vez más prolíficos
avances tecnológicos ,mostrando las nuevas dinámicas que surgen al interactuar
con nuestros más íntimos miedos, el anhelo obsesivo por lograr una felicidad continua
y perpetua, y los intereses económicos de las industrias por monetizar nuestra
nostalgia sin límites ético la mayoría de veces. Sobre ello conversamos en la
presente entrevista en la que la palabra paranoia sobrevoló la mayoría de las
respuestas.
¿Ha cambiado demasiado nuestra sensibilidad en esta época de innovación
tan acelerada o es solo una percepción por la mayor exposición sobre cómo nos
afectan estos cambios?
En realidad la sensibilidad, no
ha cambiado. Si hubiera cambiado, no habría mayor problema porque significa que
nos hemos adaptado. Lamentablemente, no es así aún por lo que existe un desfase
mientras aparecen nuevas maneras de concebir temas como la socialización y las
relaciones interpersonales. A mí me gusta observarlo y analizarlo desde mi
contexto que es el Tercer Mundo, lo cual considero que es importante decirlo
debido a nuestra situación de receptores de tecnología que otros producen.
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Casa de América |
Considero que la sensibilidad por
la que preguntas podríamos relacionarla a
la relectura de la primera parte de “Cien años de soledad”, con el personaje de
Melquíades mostrando una serie de productos a Buendía que le interroga si con ello se puede obtener oro, viéndose ahí
una imaginación y necesidades particulares en las que la tecnología nos puede ayudar
o confundir. Esa interacción es súper
interesante. Me gusta imaginar un mundo en el que algunos excesos tecnológicos pueden
terminar confundiéndonos, nublando nuestra vista y haciéndole creer que esta es
mucho más sofisticada. Nos hace pensar de qué está hecho el ser humano. Uno
puede creer que el ser humano está hecho de perfecciones y que la tecnología
las completa de manera espléndida, pero en realidad te das cuenta de que parte
de nuestra virtud son las imperfecciones y llegas a temas como la memoria o el
olvido demasiados perfectos. No comprendemos que las distracciones de la
memoria son parte de nuestra organicidad y que la obsesión por el
almacenamiento no mejora ese mecanismo, sino que de alguna manera lo desmiente
y lo confronta.
El tema económico es importante en tus crónicas y cuentos pues no todos
pueden tener acceso a los cambios tecnológicos de forma inmediata, volviéndose un
mecanismo para obtener un mayor prestigio social. ¿Llegaremos a un punto de
hartazgo de estar subyugados a la obtención de lo más novedoso?
La tecnología en cierto momento se
vuelve democrática. Hay una parte de ella que llega y cala a un nivel no tan
esperado, como en algunas comunidades nativas de Ecuador, por ejemplo, que
utilizan cantos para anunciarse cosas y lo hacen vía mensajes de voz por Whatsapp.
A pesar de que no existan los recursos muchas veces, se busca igual que la
tecnología esté presente.
La literatura de ciencia ficción si
bien es criticada muchas veces de tener cierto aire clasista al imaginar que
todos accedemos a la tecnología de manera similar, hay varias maneras de contrarrestar
dicha afirmación. Los fenómenos de las redes y la posverdad por ejemplo, son globales e inciden de manera
directa en países como el nuestro, copiados al modo latinoamericano, generando
una narrativa alterna y haciendo posible que las élites sigan controlando el
estado de ánimo y los signos de la época, algo fuerte pero cierto al final.
En tus cuentos uno percibe que lo más peligroso que la pérdida de la
memoria es su adulteración. Y si la narrativa oficial de una sociedad estaba
antes bajo el poder del Estado, hoy parece bajo el control de una hidra
económica sin una sola cabeza visible que edulcora el pasado.
Uno de los principales efectos de
la posverdad es la presencia de relatos alternativos y en un futuro, también la
de realidades alternativas. Eso sí me queda claro. Alguien que ahora tenga
veinte años, tendrá versiones de la Historia cuando envejezca, que serán falsas
y que otro no tiene. ¿Por qué? Por cierta dirección que toma ahora la
información. Está el caso del “efecto Mandela”, por ejemplo, en el que muchas
personas pensaban que había muerto en la cárcel y defendían esa posición con
mucha energía. Y lo que describe este efecto es que una colectividad pueda
recordar un hecho distinta a otra, teniendo una memoria en conjunto completamente
distinta al resto, lo cual no es tan difícil teniendo los medios de
comunicación adecuados y la posibilidad del contagio de información.
A lo que yo juego un poco en mis
cuentos es a exponer la idea de la felicidad como un móvil para imponer una
idea. Cómo el hecho de tener cientos de miles de imágenes te permite editar el
pasado del modo que quieras, incluso con un algoritmo que te permita “eliminar”
hechos traumáticos o tristes de tu vida, o hacer cómputos de tus experiencias
diarias, como una especie de curaduría de tus recuerdos. Y está la contraparte que
también muestro de usar esta edición para amenazar a alguien y realizar
crímenes con archivos específicos de tu pasado.
En “Valentina en las nubes” y “Elefantes blancos” hay un miedo
generalizado al futuro, de enfrentar lo que va a venir, lo cual muchas veces se
termina convirtiendo en un insumo capitalizable para la Industria. ¿Qué tan
presente lo ves en tu generación?
La nostalgia es la constelación
de recuerdos de los momentos en los que soñábamos en lo que todo era posible,
pero con los años esa constelación pasa a ser el instante de felicidad en sí.
Es el engolosinamiento de la memoria. Como nos pasa con los ochenta por
ejemplo. Así que más una época, es una idealización que ocurre posteriormente
que la industria ayuda a promover a través de la música y que ocurre en las
listas de Spotify, cuando uno las arma y luego esta plataforma te ofrece otra “ideal
para ti” o Sublime que vuelve a sacar nuevas ediciones de su producto cada
cierto tiempo. Y ello lleva a preguntarse mas bien qué es lo que se está yendo
en la competencia desleal de memorias y por qué algunas de estas se vuelven más
férreas y acaparan más espacios en uno. La virtualidad a futuro generará más
distorsiones debido a la modificación de la experiencia física además.
En “Botón de emergencia” me llamó la atención que se muestre cómo
alguien puede lograr el poder político defendiendo causas que siendo válidas no
son las más trascendentes. ¿Es una especie de desazón y anhedonia de la
población que responde de manera emotiva a las propuestas que se les ofrecen?
Lo que lo retiene en la burocracia
a muchas personas es el atractivo del poder, lo cual también se presenta en el
caso tecnológico. Y en el cuento lo que
abordaba era esa especie de rutina mecánica de llamar a elecciones. Muestro
sobre todo el afán por lograr ungir a alguien como el ser perfecto, aquel que
atrae todas las simpatías, lo que uno ve en Instagram siempre de manera obsesiva.
Hacer esa historia fue un divertimento sobre el tema del destino, sin tratar de
proponer una solución a esta realidad dentro del marco de la ficción.
En el cuento que presta su título al libro tocas el tema de la
expropiación de los recuerdos, pero si uno ve la realidad uno aún no ve una paranoia
generalizada por esta situación, como si estuviésemos sedados en general. ¿Cómo
lo percibes?
Es por el tema de la felicidad sobre
el que hablábamos antes. Yo por ejemplo no tengo activada ninguna de las opciones
de recuerdos de Facebook y a veces me preguntan las razones, a lo que respondo
que el único curador de mi memoria soy yo. Y a mucha gente le encanta que Facebook
haga esto, así sea una máquina que procesa una serie de hechos tuyos de manera
automatizada. Pero surge la interrogante de cómo controlas miles y miles de
fotos que lleva a la gente a preferir dejárselo encargado a alguien más, además
del hecho de que las redes sociales te llevan a estar al día con tus afectos.
De todas maneras sí creo que
surgirán olas de paranoias colectivas, primero en lugares más centrales y
desarrolladas y que aparecerán empresas que te administren tu contenido
digital, con términos mucho más claros que Facebook.
¿Cómo fue el proceso de documentación científica para la realización de
estos cuentos?
Todo empezó cuando estaba
escribiendo la novela anterior y me interesó el tema de la memoria llegando
primero a textos de psicología y luego a aquellos más específicos vinculados a
la neurociencia, los cuales me puse a leer con mucha curiosidad, fuente de la
disciplina y el rigor la mayoría de las veces, al punto que me metí a un curso
del doctorado de este tema. Suelo leer papers sobre este tema, lo cual muchas veces resulta gracioso al notar cómo se
muestran descubrimientos que en cualquier otro contexto serían terribles, como
si fuera lo más normal del mundo (risas). Así pude descubrir que muchas de las
cosas que nos hacen humanos tienen una mediación física, y también poder
descartar otras ramas pseudocientíficas como el neuromarketing. El borrado de
memoria que aparece en mis cuentos, por ejemplo, es un fenómeno que se pueden
explicar desde lo físico, con estudios que empezaron en los años cincuenta y
sesenta con babosas de mar, y que con el trascurrir de las décadas hicieron posible llegar a importantes conclusiones
sobre las conexiones de los recuerdos y que la mejor forma de volver robusta
una memoria es usándola así se generen distorsiones de manera colateral.
En tu crónica para Radio Ambulante abordabas a un personaje crucial que
se adelantó a su época al trazar un mapa de las calles de Lima, por lo que en
dicha línea me gustaría consultarte por aquellos autores que han cartografiado
el futuro y te gustaría recomendar.
En Latinoamérica me gusta mucho
lo que ha hecho Liliana Colanzi en su libro “Nuestro mundo muerto”, con distopías
estupendas, el argentino Martín Castagnet y el colombiano Christian Romero. Y
en Estados Unidos, Adam Johnson con su
libro “Fortune Smiles”, que tiene un par de cuentos maravillosos.
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