Navona, 2018. 206 pp.
Hasta hace unas semanas no sabía de
la existencia de William Kotzwinkle (Pennsylvania, 1943). De editorial Navona,
solo que editaba libros de bonita hechura, pero cuando buscabas reseñas sobre
ellos en internet obtenías resultados a cuentagotas. Tuvo que publicarlo una
pequeña editorial argentina (“El nadador en el mar secreto” vía China Editora)
para que se empezara a hablar de dicho autor norteamericano en la prensa
especializada, obteniendo rebote en redes sociales. Una nueva búsqueda, ahora
en librerías, me llevó a descubrir que sí se podían conseguir un par de sus obras publicadas
por Navona en Lima, “Fata Morgana” entre ellos. Menuda y agradable lectura.
Edición de lujo en forma y en lo que más
importa: contenido.
Desde Poe a Piglia y Levrero, las
novelas policiales siempre han sido de especial atractivo para los escritores como
materia de análisis e inspiración.
Con tramas
en apariencia superficiales, donde por lo general se da mayor luz a las
acciones que a las digresiones, muchos autores talentosos hurgan
en la oscuridad de las sociedades de su tiempo.
Piénsese en “Tren nocturno” de Martin Amis, donde un caso de suicidio,
común y corriente en apariencia, se vuelve el
punto de partida para repensar la muerte y su sentido en el mundo
contemporáneo, modificando la manera como se la concibe cuando alguien escapa
del devenir natural. No son pocas las veces que dichos textos suelen etiquetarse
como las obras menores de autores de renombre, incursiones en el género como
divertimento. La clave reside en la manera de leerlos, la forma como uno se acerca
a ciertos
detalles y profundiza en temas
como el crimen, el amor, la infancia y el poder, como ocurre con la novela de Kotzwinkle
de 1977, cuya vigencia,
si bien se
mantiene intacta, permite apreciarla de manera más profunda. No es fácil hilar
los elementos antes mencionados sin caer en la tentación del ensayo camuflado o
la denuncia panfletaria, lo cual le otorga mayor valía al hallazgo de un libro
como este.
¿De qué va? De Paul Picard, un
investigador de la policía del París de mediados del siglo XIX a quien se le
encarga capturar a Ric Lazare, un embaucador que usa la ilusión y la magia para
realizar sus fechorías. Uno podría quedarse con esa idea, satisfecho al descubrir el proceso de captura
del malhechor, con algún mediano interés en las ciudades europeas que visita el
protagonista. “Fata Morgana” va de eso ,como dije, y mucho más. Picard es un
personaje agobiado por la mediocridad de una rutina mortal. “Demasiado coñac, demasiadas noches sin dormir
por una partida de cartas, demasiada depravación en general y, últimamente, una
caída de dos pisos de altura desde un edificio incendiado. Esas cosas no suelen
conllevar mucho equilibrio interior” (pag. 58), lo describe Kotzwinkle, un estilo de vida que
calzaría perfectamente en la actualidad con la de un analista de finanzas corporativas o un
abogado senior especializado en litigios empresariales. Sus errores durante la captura de un criminal
ocasionan que lo vuelvan responsable de
un caso menor, de esos que se le dan a los detectives para aburrirlos y que, sin embargo, lo embarcará en un viaje existencial.
Kotzwinkle se vale de elementos como
la magia y las creencias místicas para
jugar con las nociones de infancia-ilusión y adultez-desamparo. La contraposición
de la soledad y abandono de Picard con la opulencia e impunidad de Lazare,
sirve como base para ficcionalizar el juego de máscaras de la sociedad en la
que estas personalidades conviven y rivalizan, buscándose vías por las cuales
transitar y lograr la valía social, escapando de la situación de marioneta o
juguete a la que la falta de poder lleva
por descarte. El crimen es uno de dichos caminos y en el cual el truco reside
en recobrar el pasado, no imitándolo así sin más, sino replicándolo con un
matiz distinto, dominando el arte de conocer los miedos de la gente como fortaleza.
Los viajes y traslados por Europa
para investigar el pasado del criminal, le sirven a Picard para explorar lo mencionado a la vez
que saca a flote experiencias de su pasado que le permiten entender su estado
actual, exponiendo que los males sociales nunca desaparecen, solo evolucionan, situación
frente lo que sus individuos responden apelando
a comportamientos como el de la seducción (desarmar al otro para acercarse) y
la violencia física (el cuerpo como arma), con magníficas escenas que van de un
sutil erotismo a la crudeza mortal.
Con conexiones que van desde los juegos
metafísicos de Borges hasta la desesperación de la identidad diluida presente
en Blade Runner de Ridley Scott, esta es
una novela atemporal que, sin descuidar el estilo, cumple con “clavar su mirada en lo más hondo de nuestras
almas, en nuestros secretos” (pág. 45) y que, cual “Fata Morgana”, nos
lleva al límite de la fantasía y el sueño, el cruce de la ficción con la
realidad donde el engaño puede hundirnos o redimirnos y salvarnos.
(Texto publicado en el portal web Punto y Coma)
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