Anagrama, 2018. 192 pp.
Una buena portada es aquella que se
complementa de buena manera con la
lectura del libro. La ilustración de tapa de “El sistema del tacto” de Alejandra
Costamagna (Santiago de Chile, 1970) brinda muchas luces sobre el sentido de esta
novela : la intervención sobre una foto como símbolo de la modificación de la memoria y el pasado en última
instancia. Rearmarlo, reconfigurarlo y sobre todo, reinterpretarlo. Sacar
los recuerdos de los moldes fijos en los que parecen guardados, motivados por
algún evento trágico y doloroso de la actualidad. Cambiar la historia desde el
presente debido a una nueva lectura de
ella.
De Costamagna sólo había leído
algunos cuentos con los que, si bien me parecían correctamente escritos, nunca
pude conectar del todo como sí lo he hecho con esta novela en las que los
conflictos de dos generaciones de una familia separada por la cordillera de los
Andes sirven de punto de partida para
hurgar en los mecanismos universales de supervivencia y adaptabilidad al
entorno social. A Ania, la protagonista, le es imposible relacionarse con la
gente, al punto de pensar que es mucho más llevadero convivir con un animal o una planta antes que con un ser
humano. Sin dinero, sin estabilidad
laboral, lo único que parece quedarle como soporte es su padre, quien le avisa
que su tío, Agustín, está agonizando al
otro lado de la frontera. En paralelo, se
muestra la historia de él cuando joven, un
ser sin carácter ni facultades que, sacudido por una montaña de pensamientos, busca de manera desesperada de comunicarse y
expresarse; dar una señal de estar vivo, llevándolo incluso a límites de
obsesión y deseos imposibles.
Conectados por el lazo familiar,
la novela muestra cómo estos dos seres distanciados generacional y
geográficamente, guardan más similitudes que lo que sus posibilidades físicas
aparentan y que serán la condena de la estirpe familia. “Hay una culpa extraña que se le
instala. Como si ella tuviera alguna responsabilidad en la extinción de la
familia. (…) Ania, en cambio, no quiere reproducirse en nadie, salvar a nadie.
A lo más rescatar una mariposa herida de algún parabrisa” (pág. 41). La mejor manera de dinamitar un
legado es no extenderlo, se entiende. No
“salvar” a la familia es el acto contra la sociedad que lo exige y demanda.
Las capacidades de reproducción de ella y la de comunicación de él, son puestos
en cuestionamiento en todo momento, preguntándose si solo están adheridos al
mundo por dichas funcionalidades.
Si Costamagna construye puentes
con el pasado es para exhibir como las
estructuras familiares/sociales se han
mantenido inalterables en el fondo. Los distintos elementos que inserta en la
novela, como notas mecanografiadas, fragmentos de manuales o fotos, fungen de
piezas para recomponer la historia con otra mirada, una más clara, lúcida y
aterradora a la distancia. Una narrativa capaz de ser interpretada de
manera distinta, con testimonios que mutan y dan la sensación de horror y
pánico a la luz del presente, actuando como ciertas aves que “están desarrollando canciones más complejas
para evitar que el ruido de la ciudad tape su canto natural” (pág. 144), adaptándose
para sobrevivir aún con el peligro de disolverse en el proceso al atentar
contra el orden establecido y transgredirlo.
Finalista del premio Herralde, “El
sistema del tacto” no va a ser devorada por el tiempo. Sobrevivirá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario