Recuerdo que hace años leí un
brevísimo libro llamado “El pequeño Nicolás”. Si bien en la portada se indicaba
que estaba recomendado para niños, me dio curiosidad y lo leí a pesar de tener
18 años. Fue el primer libro que me
destornilló de risa. El año pasado lo releí y volvió a causarme el mismo efecto
pero por momentos la risa desaparecía para darle paso a un sentimiento que
entremezclaba tristeza y nostalgia. Similar situación a la de hace unas semanas
mientras leía “Orientación Vocacional” de Pierre Castro.
¿Quién no tiene anécdotas de su
etapa escolar? Historias que se siguen relatando año tras año. Las que se
cuentan los amigos mientras beben y se abrazan. Añadimos y quitamos elementos,
pero la esencia de esas escenas del pasado queda como uno de los pocos vínculos
que sobrevivirán de aquella etapa. Y sin
embargo pocos son los que se atreven a rescatarlas y narrarlas en un
texto. Más aún, hacerlo siendo capaz de evocar dichas sensaciones.
Pierre Castro se tomó la tarea de hacerlo y el
resultado es muy bueno. En sus veintinueve historias y con un lenguaje
coloquial (alejado de cualquier
solemnidad innecesaria para las tramas) se evocan diversas escenas de la
infancia y adolescencia que el lector podrá relacionar a la de su propio
pasado. Desde el primer cuento “ Tironasaurio” se nos muestra la incomprensión
con la que se mira dicha época cuando uno se aleja generacionalmente y que aquí se trata de dejar a un lado. Una época
de descubrimientos, locuras y conchudez (es la palabra que mejor define la
forma de tomar ciertas decisiones en dichos años). Un nivel de desenfado que se defiende en todo
momento (“Dalí pintaba relojes y nadie le sugirió que fuera relojero”), una
radiografía de lo risible que eran los primeros enamoramientos (“A veces, incluso, era la propia historia de
mi amor choteado. Y cuando te ríes de tus propias desgracias, estás así de
cerca de pasarles por encima.”) (“El mundo cruel del amor adolescente, en el
que el único dragón al que Billy tenía que matar era su propio miedo.”), descripciones
hilarantes (“William no era precisamente
el niño más gordo del salón pero tenía una barrigaza. Una panza de alcalde de
provincia. Su camisa parecía estar pintada a su cuerpo, y si le mirabas la
panza fijamente, sentías como cuando estás inflando tu pelota en el grifo y
sabes que si no sacas el pitón a tiempo te estallará en la cara.”) y
espacios para la reflexión desde los adultez (“Crecemos y de pronto conservar amigos es como tratar de no soltarle la
mano a alguien en medio de una procesión.”).
Una mención aparte merecen los
tránsitos entre ciertas etapas como los inicios de los quinceañeros:
“Tuvimos que ir en terno como
pequeños capos de la mafia. Vestidos así, casi no se notaba lo lacras que
éramos. Parecía que aquel traje sacaba lo poco de civilizado que teníamos
dentro. Caminábamos con elegancia, llevábamos pañuelos, le sacábamos brillo al
zapato frotándolo contra la pantorrilla, bebíamos champagne de a pocos y
saludábamos a nuestras amigas con un beso o les decíamos lo lindas que estaban,
cosa que jamás se nos hubiese ocurrido hacer en el patio del colegio.”
Y como dije en un inicio, el
libro no sólo provoca sonrisas. En cuentos como “Maicol” o “Milkito”, se gestan
nudos en la garganta imposibles de controlar. En muchos de los cuentos, detrás
de las sonrisas provocadas yace la crueldad de la que éramos capaces a dicha
edad. Muchos la superamos. Otros no.
A veces es saludable la aparición
de este tipo de obras para restarle ese seriedad que algunos quieren imponer a
la fuerza en la literatura, cuando no es necesario, y que encubre fines extra
literarios como la obtención de premios o reconocimientos que más allá del ego
del escritor no generan lectores. Obras que busquen contarnos historias con las
que podamos sentirnos identificados.
“Y comprendí entonces que los verdaderos actos de rebeldía no nacían
del odio ni la furia, sino que aquello con lo que realmente jodíamos a la
autoridad, estaba inspirado por nuestro amor a lo verdadero y a lo imposible.”
+Sobre el autor:
(Trujillo,1979) Ha publicado el libro de cuentos "Un hombre feo" (2010) y en el 2012 ganó el Premio Copé de Plata con su cuento "El río". También puedes leer sus historias en su blog huesohueso.blogspot.com o en su muro de Facebook
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