De lunes a viernes tomo el Metropolitano para ir a trabajar. Dos veces al día, de ida y de vuelta, soy un cuerpo más en medio de la marea humana que espera la llegada del bus que lo llevará a su destino. Por lo general aprovecho para leer un libro. Alguna historia que me permita romper con la rutina. La semana pasada cargaba Moral (1990) de Sergio Chefjec. Abrí el libro y me encontré con estas líneas: “El tren arriba y pareciera que todo sucede, que el objeto mismo de las construcciones utensilios y herramientas que integran lo que se denomina “Estación”, el sentido último de aquella escenografía aislada y particular, ignorada y casi artificial, se materializa momentáneamente.”
Subrayo esas líneas justo cuando se acerca a la estación un bus repleto, en el que apenas se podría respirar. No tenía mucho alternativa: subía en ese momento o tendría que seguir esperando un rato más. Y allí estaba, apretado, sin posibilidad de moverme más de unos pocos centímetros. Miraba los rostros a mí alrededor: cansancio, molestia, fastidio, indiferencia. No iba a recordar a ninguno de las personas que viajaban cuando bajara. Siempre es así de fugaz el contacto humano cuando uno se moviliza por la ciudad. Luego de seis estaciones, consigo un lugar para sentarme. Sigo leyendo a Chejfec. Y de pronto su lectura transforma el viaje.
“Moral” es un libro imposible de conseguir para cualquier lector limeño. Quizá pase lo mismo en cualquier otra ciudad: es la único novela que su autor nunca ha reeditado. Publicada en una pequeña editorial argentina en 1990, la segunda novela de Sergio Chejfec llegó a mis manos gracias al mismo autor, quien tuvo el generoso gesto de obsequiármela a su paso por la última Feria del Libro de Lima. Así que durante su lectura , proyectaba escribir sobre ella no pensando en un potencial lector que buscara de forma ardua esta novela (aunque sería grato que pudiera hacerlo), sino a uno que apostara por una literatura muy distinta, un lector que busque una voz que destaque sobre sus contemporáneos, aunque no pudiera leer este libro en específico. Leer un libro de Chejfec no es simplemente transitar por una historia entretenida, sino una intensa experiencia sensorial que termina potenciando todos nuestros sentidos. La capacidad del autor para adentrarse en los detalles de la cotidianidad es única e inimitable. Reflexionar sobre los espacios y acciones cotidianas en las que nuestra atención se diluye día a día, es una tarea de la que cualquiera podría salir frustrado. Pero si quien registra dichas acciones rutinarias es un escritor como Chejfec, el lector empieza a tomar consciencia de que ese universo aparentemente anodino en el que se mueve es en realidad fascinante. Empieza a percibir ideas. Se cuestiona. Piensa si está de acuerdo con ellas.
Un solo personaje, en este caso el poeta Samich, le basta a Chefjec para trabajar una obra donde se tocan temas como la territorialidad, la ética y la inacabable búsqueda de un artista que persigue una poética única. Prevalece la mirada sobre la realidad del protagonista, pero también es muy importante todo el contexto que lo rodea. Y no por un ejercicio de erudición inútil o de “lucimiento” en el uso del lenguaje (como muchos autores intentan, sin mayor fortuna, hoy en día), sino con una voluntad exploratoria que siempre se acerca a descubrimientos, revelaciones y epifanìas. Samich intenta alejarse del caos urbano, como los antiguos filósofos griegos, con un afán contemplativo. Quiere alejarse mientras lidia desde su condición de “extranjero” en Buenos Aires. Ese sentimiento de no-pertenencia se manifiesta en otros campos, como en el mundillo intelectual o en la relación con sus llamados Acólitos, cuyas teorías acerca de la enigmática personalidad de Samich no hacen más que enriquecer el texto.
La literatura de Chejfec no es para aquellos que sólo quieren leer de la manera más rápida posible, como quien acumula lecturas buscando incrementar una estadística. A sus libros hay que dedicarles tiempo y, sobre todo, entrega. Porque ingresar a su mundo narrativo es como meterse a un paréntesis, hacer una pausa completa y absoluta de nuestras ocupaciones, que resulta tan necesaria en la actualidad. Dejar la acción y por un momento mirar desde una perspectiva tan genial como la de Chejfec aquellos hechos minúsculos que son parte de nuestra vida.
Por todo esto, es una grata noticia que los libros de Chejfec hayan llegado a Perú. Ya comentaré de manera más extensa sobre otros títulos más adelante. Por mi parte, seguiré tomando el Metropolitano todos los días. Pero mientras siga leyendo a Chejfec estos tránsitos serán diferentes.
+Sobre el autor:
Sergio Chejfec nació en Buenos Aires en 1956. Entre 1990 y 2005 vivió en Caracas y desde entonces reside en Nueva York.
Ha publicado las novelas: Lenta biografía (1990), Moral (1990), El aire (1992), Cinco (1996),El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999), Boca de lobo (2000), Los incompletos(2004), Baroni: un viaje (2007; Candaya, 2010), Mis dos mundos (Candaya, 2008) y La experiencia dramática (2012, Candaya 2013). Es autor también de los libros de poemas:Tres poemas y una merced (2002) y Gallos y huesos (2003), y del libro de ensayos El punto vacilante (2005). Ha sido traducido al inglés, francés, alemán, portugués y hebreo. EnSergio Chejfec. Trayectorias de una escritura (Edición de Dianna C. Niebyski), quince autores de diferentes nacionalidades analizan la totalidad de su obra.
Texto publicado originalmente en
El Hablador
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