"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke
"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra
"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet
"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki
La infancia es radiación pura que se niega a desaparecer
Rodrigo Fresán
Quisiera
comenzar por afirmar algo. Soy un convencido de que los buenos libros no deben
estar restringidos a ser percibidos como exclusivos de cierta edad. No debe
prohibirse a lectores adultos y jóvenes como nosotros, aquellas historias que en apariencia, por
estar dirigidas a niños, no deberíamos leer. Eso es ridículo. La primaria es un libro que golpea. Golpea con cada
escena. Frases con la intensidad de un logrado poema. Imágenes brutales que
potencian historias en las que podemos reconocer a los niños que fuimos. A María
José Caro, le bastan seis cuentos para abordar de buena forma el tema de la
infancia. Al leer estos relatos recordé la emotividad que rodea la primera
época de nuestras vidas. Y la frustración de no tener en aquellos años los
recursos para plasmar nuestros sentimientos. Este libro, es un intento de hacerlo.
Y el resultado es emocionante.
A mitad de la noche
Al leer este relato sentí como si
se me hubiese dado un microscopio. Un microscopio con el cual podía observar
con gran detalle a los tres integrantes de una familia herida por la ausencia
de una figura paterna. A Macarena, una niña de seis años que, como todos los
niños, quiere ser alguien más. Dejar atrás las limitaciones de su corta edad y
ser como su hermano. A Sergio, quien guarda dentro de sí el desencadenante de
una tormenta. Y a la madre de los dos, agobiada por el camino que ha tomado su
vida (Se sentía culpable y , la mayor
parte del tiempo, no encontraba la forma de manejarlo. Lloraba y otras veces no
gritaba sin razón. Su angustia era tan grande que se le pelaban las manos, se
abrían llagas que permitían ver otras capas de piel, como buscando llegar al
centro de dolor). Una familia unida por el miedo de que el terremoto llegue
y destruya las ilusiones de cada uno. (Nuestra
ilusión se rompió como se quiebra un collar de perlas).Donde los problemas
cubren sus cabezas cual nubes oscuras cargadas de sufrimiento. Niños pequeños
viviendo a la sombra de alguien más. Padres que agradecen el silencio, viéndolo
como un signo de paz y sosiego en medio de una guerra que comienza y acaba
todos los días. Todos unidos por un solo objetivo: sobrevivir un día más.
Charcos
No tenía amigas en el colegio. Las niñas me observaban desde lejos y
cuchicheaban acerca de mí como si conocieran hasta mi ADN. Me sentía una
hormiga examinada a través de una lupa, de la cual crees saber todo, pero, por
verla desde lejos, no tienes más que una imagen agrandada y difusa. Cito el
comienzo de este cuento porque percibo que desde un inicio dispara uno de los
principales temas del mismo: el desamparo. Uno de los mayores castigos que se
le puede dar un niño es el condenarlo a la soledad. Pero no una soledad
cualquiera. Una soledad donde uno se siente como un bicho del que todos se
burlan. Como un Gregorio Samsa luego de despertar convertido en un asqueroso
insecto. En esta historia, la protagonista
sólo ruega por un poco de afecto. Salir del destierro emocional al que
ha sido condenada, a cualquier precio, incluso si eso implica combatir con la
naturaleza. Pero la desgracia se ensaña con ella. Y el lector sólo puede
compadecerse, impotente de no poder hacer nada a pesar que nos repitamos que
sólo es ficción.
Zarcos
La presencia de una mujer ajena a
la estructura familiar que uno ha asimilado durante los últimos tiempos, es la principal
causa del derrumbe del mundo de la protagonista, Macarena. Ella había estado
acostumbrada a tener los cumpleaños de la mayoría de niños con padres divorciados. A tener un padre que compensa
materialmente su culpa afectiva. Hasta que un día algo empieza a perturbar el
status quo: la irrupción de Rocío, la nueva pareja de él. Una presencia que
como las aceitunas en la comida, empieza a contaminarlo todo. A extenderse como
un virus malicioso. A corroer las bases sobre las que se había erigido un
castillo de tranquilidad, para causar lágrimas. Lágrimas calientes, estrellándose contra el interior de mis ojos, como
cuando los cohetes reingresan a nuestro planeta casi incinerándose, menciona
Macarena en un momento. Y es una imagen tan brutal como esa, la que demuestra
la aflicción encerrada en esta breve narración.
Rebote
En este relato, Macarena cede
parte del protagonismo a Pierina su amiga, obsesionada con el hermano de la
primera. A Macarena, obviamente le parece algo extraño porque no percibe en él
ahora cualidad alguna. Pero está dispuesta a ayudarla por una simple razón:
ahora es parte de un grupo. Un grupo donde no es protagonista ni parte vital,
pero del que es miembro al fin y al cabo. Es así que deciden planear un
acercamiento. Lanzarse a perseguir la obsesión infantil y los inicios de las
ilusiones amorosas. Y como todo lanzamiento, hay la probabilidad de tener éxito
como también de caer en un pozo de fracaso. Un fracaso que marca y destruye.
Una destrucción breve, pero que mientras dura, parece eterna. Y no hay quien no
se reconozca en esa sensación.
Pasajeros
El primer acercamiento de
Macarena con la muerte. De ello va este cuento. Sobre como la muerte es capaz
de separarnos de alguien, pero puede hacer cobrar vida, fugazmente, a los
vínculos que nos unen con los que todavía están vivos. Tal vez sea la ausencia
de alguien la que magnifica la necesidad de acercarse a aquellos con los que
formamos alguna vez lazos que creíamos irrompibles. Nos recuerda que no podemos
sobrevivir solos. Existe el peligro de ahogarnos en un océano de desesperación,
a menos que haya un brazo extendido al que nos podamos aferrar. Para apreciar
la vida, es necesario convivir con la muerte. Como dice la protagonista: La vida y al muerte son viajes de un
pasajero, pero cuando estás vivo el vidrio es imperceptible; a menos que seas
un piloto de caza y siempre tengas uno delante.
Fiesta
Los cumpleaños son la celebración
de un año más de vida. O de uno menos. Depende de cómo se vea. Conforme estos
se van acumulando, se van quemando etapas de crecimiento. En este último
cuento, Macarena está a puertas de dejar una parte de su vida y entrar a otra.
Y es en ese limbo donde se siente vulnerable. Quiere desvanecerse y desaparecer
por momentos. Sólo parece entenderse con aquellos que también tienen miedo de
seguir creciendo. Que se refugian en la oscuridad de las sombras. Eso:
refugiarse.
Así como nosotros buscamos
refugio en buenos libros como éste.
+Sobre la autora:
(Lima, 1985) Zurda. Coleccionista de libros. Master en comunicología por la Universidad Complutense de Madrid. Autora de "La primaria" (Alfaguara Juvenil, 2012). También he participado en la antología Palo y Astilla: padres e hijos en el cuento peruano (Alfaguara 2009) y he sido colaboradora y miembro del comité editorial de la revista literaria "Un vicio absurdo"
Los lectores siempre estamos tomando riesgos. Cogemos y
leemos libros como quien está a punto de empezar una carrera. Empezamos a leer
esperando que suene ese disparo que nos indique que la obra merece que nos
sumerjamos en ella sin más espera. Algunas veces tarda tanto que llegamos
molestos. Otras veces ni siquiera llega y abandonamos el libro como quien
siente que ha sido estafado. Pocas son las veces que el disparo llega rápido y
empezamos la carrera con gusto. “Insensatez” es uno de esos casos.
Yo no estoy completo de la mente. Con esta frase sencilla en
apariencia pero con un mensaje poderoso, comienza la novela de Castellanos
Moya. Desde ahí ya se nos va anunciando (lo que se comprobará a lo largo de la
trama) la sensación de vacío y ausencia que rodea a los principales personajes.
Más allá de posibles acercamientos a
diversos temas como la violencia o la impunidad, lo que termina imperando en
esta obra es ese fracaso que va rodeando al protagonista que se siente
incompleto y desamparado. Extranjero en cualquier circunstancia. Algo tan
universal, que rompe con cualquier intento de minimizar el sentido de esta
novela a una motivación extraliteraria
(como el de insertarse en una problemática social tanto sólo para ganar
lectores).
El narrador de esta novela es un
hombre paranoico y perturbado, un ateo vicioso al que irónicamente la Iglesia
Católica le ha encargado la revisión y documentación de los testimonios de las
víctimas de la más cruda violencia en un tercermundista país centroamericano.
Sin saber la envergadura del trabajo que ha aceptado, este comienza con sus
labores interesándose en un primer momento por detalles como la construcción
sintáctica de las frases (disparando contra aquellos que no son capaces de sensibilizarse por la magnitud de tragedia y sólo la usan como plataforma para fines egoístas) y la poesía que parece encontrarse contenida en ellas,
mientras empieza a buscar distracciones que no lo derriben emocionalmente, como
el calor de una mujer o el placer del alcohol en los bares que rodean su centro
de trabajo. Unas peleas con los
funcionarios locales complementan una primera parte donde ya empieza a
germinarse lo que será el núcleo de esta novela: la entrada a una pesadilla de
la que parece que nunca despertará .
Esta pesadilla a la que me
refiero no es más que la locura que empieza a desestabilizar al protagonista.
Desestabilización que se deriva de la imposibilidad de comprender en su
totalidad el horror mencionado en los testimonios de los indígenas que estudia
el protagonista. Durante el relato, Castellanos Moya se da maña para hacernos
comprender en todo momento, que por más que se aproxime, cualquier sufrimiento
que padezca el protagonista será mínimo ante la gravedad del que se encuentra
en las manifestaciones de las víctimas que estudia. Somos testigos del fracaso del narrador al
momento de continuar de forma constante la tarea que se la ha encargado (las
constantes pausas no son gratuitas), su fracaso al momento de establecer una
relación tanto sentimental como sexual (con una magnífica escena en la que la
atmósfera de tristeza descrita suena tan verosímil que hay el peligro de que el
lector también sea víctima de esta), el fracaso al enfrentar a los enemigos que
cree que están a su acecho, entre
otros que se van develando. Y ello conjugado con el impacto
que va teniendo su trabajo en el espíritu del protagonista. Es capaz de
imaginar las escenas terroríficas, ya sea como víctima o victimario y captar
ciertas sensaciones , pero no por completo. Siempre hay algo que lo aleja de la
comprensión total.
Su condición de foráneo, como ya
mencioné, persistirá como manifestación de la imposibilidad de encontrar un
vínculo duradero con algo. Esa constante expulsión de todos los lugares en los
que se encuentra, ya sea de forma voluntaria o no, expresa su imposibilidad de
estabilizarse emocional o físicamente, siendo la peor la emocional. Porque como
se menciona en cierto momento, el
infierno es la mente y no la carne. Ello lo lleva a comprender que su
infierno termina siendo personal. Que sus angustias emanan temores
individuales. Y que el dolor es una facultad del hombre que no puede ser
compartida por otro en su integridad. Nadie es capaz de asumir el sufrimiento
de otro. Y es cuando se llega a ese punto que la más terrible de las soledades
comienza a arrasar con uno.
Entre líneas, Castellanos Moya se
da tiempo para lanzar sus dardos a ese tipo de libros que intentan representar
“fielmente” lo que fue el horror causado por la guerra. A través de un
protagonista que revisa documentos, parece indicarse que los demonios que
rodean a un novelista que se inmiscuye en estos tipos de temática siempre serán
los propios. Las palabras tienen un gran poder, pero parecen sucumbir ante el
intento de representar de forma universal las consecuencias de una guerra. Es
mejor enfocarse en ciertos aspectos para comprender la génesis del problema.
En “Insensatez”, a pesar de que el conflicto armado ya tuvo un final para la Historia, el horror
no se ha acabado. Persiste y evoluciona en formas más sofisticadas y
psicológicas, lo cual termina siendo más peligroso. Un horror que ataca a la mente antes que al
cuerpo. Y es ese el que causa más daño porque persiste en las
sociedades y se repite cada cierto tiempo.
Este libro ha sido una grata sorpresa entre mis últimas
lecturas. Ojalá usted decida arriesgarse con esta obra también,
+Sobre el autor:
Horacio Castellanos Moya nació en Tegucigalpa, Honduras, en 1957. Criado en El Salvador, ha vivido en Ciudad de México y otras ciudades hispanoamericanas. De 2004 a 2006 residió en Frankfurt, como escritor invitado por la Feria Internacional del Libro. También ha sido escritor invitado en la Universidad de Tokio y actualmente imparte clases en la Universidad de Iowa. Es autor de diez novelas, traducidas a diversos idiomas, y la versión en lengua inglesa de Insensatez mereció el XXVIII Northern California Book Award 2009. En El sueño del retorno, Castellanos Moya retoma ciertos personajes y episodios aparecidos en algunas de sus novelas anteriores, tejiendo así su particular universo literario, en el que refleja de manera magistral la complejidad del ser humano ante el poder y la violencia, describiendo como pocos el humor, la obsesión y la angustia.
"Un mundo sin
aflicción, pensé, estaría tan incompleto y sería tan poco armonioso, tan feo,
como una escultura o un árbol que no tuviera sombra”
Tomás
González
Es común escuchar la frase Los hijos deben
enterrar a sus padres, no los padres a sus hijos, y echando un vistazo a la
literatura sobre relaciones paternales, la mayor parte de su enfoque y perspectiva, parte de estos últimos en su abrumadora mayoría. Los padres por lo
general fungen como la primera figura autoritaria y la mantienen en mayor o menor medida, a lo largo de toda ella. Muchos han
escrito sobre los traumas que esto ha significado tratando de lidiar con dichos demonios en sus libros. Otras veces, sobre cómo estos han sido vitales alentando la carrera literaria de sus hijos o
simplemente los ayudaron en momentos vitales. Su pérdida también es fuente de
muy logradas novelas marcando el inicio de una nueva etapa para los autores, por lo general en su etapa de madurez.
Pero es raro encontrar padres escribiendo sobre la pérdida de un hijo. ¿Cómo
plasmar tamaño dolor a través de palabras?¿Cómo transmitir un proceso tan
tormentoso y traumático?¿Cómo plasmar a través de la escritura una muerte de
semejante magnitud? ¿Es posible hacer una novela sobre un padecimiento tan
particular sin caer en extremos que puedan sonar inverosímiles?.
Tomás Gonzáles asume el reto y el producto es una corta novela de extraña belleza. Nos
sumerge en un estado de melancolía y solidaridad con el protagonista, a tal
grado que por momentos uno parece comprender las emociones por la que éste está
pasando.
David, un pintor de edad ya muy avanzada, decide pasar los últimos años de su
existencia en un pueblito colombiano, condicionado por un retiro “obligado”. Sus días se ven absorbidos en acciones rutinarias, ayudado por una mujer del
pueblo. Es así que se pone a escribir sobre un hecho que marcaría un antes y un después innegable en su vida: La decisión de morir de
su hijo Jacobo. Un accidente de tránsito lo dejó parapléjico a éste último,
sumiendo sus días en una constante agonía, pues el dolor
físico era tan grande que por momentos la muerte era una condena más apetecible que el padecimiento al que su físico deplorable lo había sometido.
Por más tratamientos con los que se intentó aliviar dichas dosis de dolor,
nada tuvo una efectividad destacable. Por ello, la voluntad de morir en
una ciudad de Estados Unidos viajando con su hermano. Y David, nos cuenta cómo
fue esa espera, ¿Se arrepentiría a último momento? ¿Qué pasaría por su mente en
sus últimas horas de vida? ¿Su hermano lo convencería de no hacerlo?¿Cómo lo
está tomando su madre?¿ Cómo comportarse cuando tu hijo ha decidido morir y uno
no puede más que esperar?
La ciudad de New
York sirve de atmósfera para la narración de la historia de David y su familia.
Durante las cercas de 24 horas que dura la espera de la llamada que les diga si
Jacobo murió o se arrepintió a último momento, se nos va contando parte de la
historia de David, aquella que es importante.Sus anhelos como inmigrante en los
Estados Unidos; su vida con Sara, el único amor que puede validar en su
biografía; sus amigos; su pasión por retratar aquellas imágenes en las que se
funden bellas formas que la realidad le otorga y su imaginación.
Flashbacks de distintas épocas
alternándose con su presente en el país latinoamericano y las horas de tensa
espera en la ciudad que nunca descansa. Todo encadenado de tal forma que uno no
se pierde entre tantas escenas, sino que va siendo testigo como la suma de
todos ellos sirve para el propósito de González. Pequeños puntos que
separados no nos dicen nada, pero que en conjunto tiene el valor de una pintura de notable
belleza.
No se vaya a
pensar que este libro sirve de plataforma para que González ensaye una posición sobre la
eutanasia. El autor tiene el suficiente tino como para darle al lector el suficiente espacio para su8 propia reflexión. Lo que prima en las pocos más de 130 páginas
de este libro, es un retrato, lo más verosímil posible,
sobre la pérdida de un ser, la extinción de una vida. La ausencia de alguien que ha sido
determinante durante la existencia de uno y cómo se sobrevive a ello, si es que
se es capaz de hacerlo. ¿Alguien debe ocupar su lugar? ¿Qué actitudes debe
asumir uno?¿Qué canales se usan para desahogar la tormenta que se forma y dejar
ir esa sensación de desesperación en la que uno parece ahogarse por ratos?
¿Cómo plantarle cara a la muerte?
Cómo ya he dicho
en anteriores posts, hay infinidad de temas sobre los cuales escribir. Hay
muchos mundos que no se han explorado aún. Tomás González lo ha hecho sobre el
mundo de la aflicción demostrando que la violencia colombiana no es el único
tema sobre al cual los autores de dicho país pueden avocarse ( y del que muchos autores locales pueden aprender algo)
Se consigue en Librería Communitas. Vale la pena el monto y
el tiempo invertido.
+Frases y fragmentos:
“Nunca he sido capaz de
diferenciar demasiado entre el amor y deseo, así que puedo decir que nos
tuvimos mucho amor toda la vida.”
“Han pasado ya tantos años desde
entonces que incluso la pena en mi corazón se ha ido secando, como la humedad
en una fruta, y es poco frecuente que el recuerdo de lo ocurrido de repente me
agite otra vez, como si hubiera sucedido ayer, y me haga tragar fuerte, para
controlar cualquier sollozo. Pero aún ocurre, y la congoja amenaza entonces
como doblarme. Pero pasa también que a veces pienso en mi hijo, y los
sentimientos son tan cálidos que se me ocurre pensar que la vida es eterna,
quieta y eterna, y el dolor, una ilusión.”
“El infortunio es siempre como el
viento: natural, imprevisible, fácil.”
“Me gusta cómo lo que el hombre abandona se
deteriora y empieza a ser otra vez inhumano y bello.”
“Cruel es el lugar común de que
la esperanza es lo último que se pierde.”
“Cuando pienso en eso y siento la
ausencia de Sara y el frío de esta, la inevitable soledad de la vejez humana
debo recostarme un rato, apagar el alma unos minutos como soplando una vela y
dormir.”
“Que tu armazón, como en el caracol, se tan fuerte que pueda permitir la
ternura, decía un poeta, y eso le iba a todos ellos.”
“El tiempo es materia rara.
Teníamos por delante pocas horas, ya menos de once, que iban a estar más
cargadas de pena que todo lo que les hubiera podido ocurrir a mis cangrejos
herradura en sus millones de años de existencia. Y al mismo tiempo eran horas
muertas y vacías.”
“La aflicción no es inmóvil; es
fluida, inestable, y sus llamas, más azules que anaranjadas y rojas, y a veces
de un verde pálido espantoso, lo torturan a uno por un costado en el interior
del cuerpo, a veces por el otro costado, a veces por todo el interior y con
mucha fuerza, hasta que te ves gritando en silencio como en la pintura de Munch
en la que una persona da un alarido sobre un puente.”
“El tiempo es materia elástica
que depende de la alegría o la aflicción.”
“La gran soledad es como un
lienzo aparentemente vacío, engañosamente vacío.”
“En otras palabras, hay dos
maneras de estar en la ciudad: o manteniendo bien la compostura, o esquizoide
de remate y hablando solo o con fantasmas por puentes y avenidas.”
“Y ahora que vuelvo a hacerlo
después de tantos años me asombra otra vez los dúctiles que son las palabras;
lo mucho que por sí solas, o casi por sí solas, expresan lo ambiguo, lo
transmutable, lo poco firme de las cosas. Son iguales al mundo: inestables como
casa en llamas, como zarza ardiendo.”
+Sobre el autor:
Tomás González nació en Medellín (Colombia) en 1950. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y trabajó como barman en la discoteca El Goce Pagano, que publicó su primera novela a ?nales de 1983. Ese mismo año partió hacia Estados Unidos. Vivió tres años en Miami y dieciséis en Nueva York, ciudad en la que trabajó como traductor y escribió gran parte de su obra. Volvió a Colombia en 2002, y actualmente vive en Cachipay, a dos horas de Bogotá. Es autor de las novelas Primero estaba el mar (1983), Para antes del olvido (1987, ganadora del V Premio de Novela Plaza &Janés), La historia de Horacio (2000), Los caballitos del diablo (2003), Abraham entre bandidos (2010), La luz difícil (2011) y Temporal (2012); de los libros de cuentos El rey del Honka-Monka (1995) y El lejano amor de los extraños (2013), y de un poemario, Manglares (1997/2006). Libros suyos se han traducido al inglés, al alemán, al francés, al portugués, al holandés y al coreano.
+Primeras líneas de la novela:
"Esa noche pasé mucho tiempo despierto. A mi
lado, Sara tampoco dormía. Miraba yo sus hombros morenos,
su espalda aún esbelta a sus cincuenta y nueve
años, y encontraba consuelo en su belleza. A ratos nos
tomábamos de la mano. En el apartamento nadie dormía,
nadie hablaba; de vez en cuando alguno tosía o
iba a orinar y volvía a acostarse. Nuestros amigos Debrah
y James habían venido a acompañarnos y se habían
acomodado en un colchón en la sala. Venus, la novia
de Jacobo, se había acostado en el cuarto de él. Mis hijos
Jacobo y Pablo habían salido dos días antes en una
van de Rent-a-Car con rumbo a Chicago, desde donde
habían tomado un avión para Portland. En algún momento
me pareció oír el débil rumor de la guitarra de Arturo,
el tercero de mis hijos, en su cuarto. En la calle
sonaban los gritos nocturnos del Lower East Side, las botellas
quebradas de siempre. A las tres de la mañana, o
algo así, pasaron, cavernosas, dos o tres motocicletas de
los Hell’s Angels, que tenían su sede a dos cuadras de nuestro
apartamento. Dormí casi cuatro horas seguidas, sin
soñar, hasta que a las siete me despertó la punzada de
angustia en el vientre por la muerte de mi hijo Jacobo,
que habíamos programado para las siete de la noche,
hora de Portland, diez de la noche en Nueva York."
+Entrevista:
+Edición especial de Buensalvaje Colombia sobre este autor: