"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


sábado, 28 de julio de 2018

[Entrevista] Marcos Giralt Torrente: ““Cada vez hay más formas de concebir el matrimonio””


Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) debutó en 1995 con la colección de cuentos Entiéndame, a la que siguieron, entre otros libros, las novelas París (Premio Herralde de Novela) y Los seres felices. En 2010 publicó la novela autobiográfica Tiempo de vida, uno de los libros más influyentes de los últimos años, y en 2011 ganó el Premio Internacional de Narrativa Breve Rivera del Duero con los relatos reunidos en El final del amor. Pudimos conversar con él brevemente durante su paso por la Feria Internacional de Libro de Lima.

Foto: Anagrama Editorial
En “El final del amor” hay una frase que me gustó mucho: “La locura es llevar tantos tiempos juntos, habiéndonos destrozado la vida”. Dicho libro de cuentos apareció poco después de “Tiempo de vida”, hermanados por la presencia de la familia, ya sea disfuncional, en crisis o inmersa en la búsqueda de sobrevivir a la disolución del amor. ¿Cómo se relacionó la escritura de ambos libros? ¿Fue en paralelo?

-          “El final del amor” fue una desintoxicación, por decirlo de alguna manera, del “yoísmo” de “Tiempo de vida”. A pesar de que en toda mi narrativa siempre está  la figura de un narrador en primera persona, en este ultimo libro era la primera vez que ese “yo” coincidía conmigo. Así que después de la intensidad, del reto de la escritura, por lo novedoso de escribir desde esa primera persona real, necesitaba volver a la ficción, lo cual salió de una manera muy natural, muy rápida, lo que dice mucho del nivel de intoxicación que tenía antes (risas). Y sobre lo otro, sí, todas mis ficciones orbitan alrededor de la familia, de hecho ahora mi siguiente libro que saldrá por Anagrama, “Mudar de piel”, gira en torno a ese tema

 “Creo que mi padre no soportaba a mi madre, pero también que siguió enamorado de ella durante muchos años” es otra frase que sale en el libro de cuentos, lo que me lleva a consultarte sobre la institución del matrimonio como símbolo social y cómo ha variado en España durante los últimos años.

-No tengo cifras acerca de ello, pero lo que sí es un hecho es que cada vez hay más formas de concebir el matrimonio más allá del heterosexual y bendecido por la iglesia. Ahora mismo hay familias más plurales y amplias en todo el mundo, y en ese sentido me siento orgulloso que España haya sido pionera en el reconocimiento del matrimonio homosexual. Las variedades de las familias hoy son infinitas lo cual no quiere decir que antes no lo fueran también, sino que antes era  más soterrado y clandestino. Y eso es parte de la realidad sobre la que yo escribo, contra una visión estereotipada y maniquea que hace pensar que todos los matrimonios han de ser felices o desgraciados absolutos, sino que hay matices. Puedes estar muy enamorado de una persona y no soportar vivir a su lado, siendo ese tipo de paradojas son las que encienden mi necesidad de escribir o mi indagación sobre la realidad, que es al final como concibo la  literatura, como una investigación acerca de la realidad.

Han pasado ocho años de la publicación de “Tiempo de vida” ¿ Qué representa dicho libro en tu obra, ahora?

-          Soy un escritor lento, concienzudo. Me demoro mucho entre libro y libro, por lo que no me gustaría destacar uno por encima de otro ya que todos son como piezas únicas (risas). Pero “Tiempo de vida” es un libro que me ha dado muchas felicidades, pues ha sido uno de los más reconocidos, premiado en España e Italia, y el más vendido, lo cual tampoco hay que ocultarlo (risas). No lo he releído. Para mí fue un reto necesario el hacerlo, no tanto por una necesidad autoimpuesta de tipo terapéutico, sino convencido de que era una buena historia y así lo sigo creyendo.  Mi libro fue tomado con mucha generosidad por escritores que han tomado el testigo, reconociendo esta influencia, lo cual siempre agradezco..

¿Cómo ves la labor del crítico hoy en día, tú que la has ejercido por muchos años, en un panorama donde agobiados por la instantaneidad los libros aparecen y desaparecen de los estantes con una velocidad impresionante?

-           Desgraciadamente, antes que llegásemos a esta crisis donde  parece que no hay pausa ni tiempo para hacer nada duradero, viviendo por la dictadura de lo novedoso, multiplicado por las redes sociales y en el que se ve afectado los periódicos y hasta la literatura, pues en mi país, España, no había un espacio real para la crítica. Había crítica universitaria muy metida en su mundo y desconectada de la literatura que se venía escribiendo, y luego  estaba el reseñismo de los periódicos, pero no había ese lugar intermedio como sí hay en Estados Unidos, con esas grandes reseñas. que le permitían a uno entrar a fondo con un libro. De manera que veo este estado de las cosas  con mucha preocupación, pero siendo consciente que se remonta a más tiempo. Hemos perdido el tiempo de reflexión en la sociedad contemporánea y el futuro no augura cosas muy buenas. El pensamiento crítico es necesario y necesita apoyarse en la lectura y ciertos escenarios culturales que cada vez son más deficitarios,  donde prima lo espectacular o novedoso, de lo verdaderamente engarzado con una tradición y hecho con sentido.

Libro recomendado por el autor: “Apegos feroces” de Vivian Gornick

(Texto publicado en el portal web "Punto y Coma")

Reseña: “Días laborables” de Diego Otero



Literatura Random House, 2018. 140 pp. S/.49

Hay autores que ejercen una fuerte impronta en uno, un quiebre en la manera de concebir la literatura (y tal vez la vida) al punto de provocar la escritura de una obra que les rinda homenaje como el que, a mi parecer, ha hecho Diego Otero (Lima, 1973) a la figura de Jorge Varlotta, mejor conocido por todos sus lectores como Mario Levrero, en su primera incursión en la narrativa.

El desaparecido escritor uruguayo dejó libros que intentaron escapar de los moldes de su época, cómoda en la extrañeza que provocaba,  pero en la que es posible identificar algunas etapas, con sus luces y sombras,  percibidas de manera latente en la novela de Otero. El protagonista es un oficinista, subgerente de Recursos Humanos (o inhumanos, mejor dicho), que se acaba de mudar a un edificio con unos vecinos enigmáticos, se encuentra en el epígono de su relación amorosa a distancia y su rutina radica en no hacer más que lo suficiente para mantenerse en su puesto de trabajo. Pero la llegada de un dúo brasilero de dudosa procedencia  a la compañía, con el objetivo de poner en marcha una “reingeniería organizacional” empieza a resquebrajar su estado de ánimo al punto de poner a prueba, no solo sus aptitudes para la función que desempeña, sino su capacidad de acomodarse a las nuevas y adversas circunstancias que se le presentan y frente a las que debe decidir si actuar o no.

Levrero fue un fiel lector de la obra de Kafka y Carroll, presentes de marcada manera sobre todo en sus primeros libros, y cuyos elementos también se hallan en esta novela. Del checo, nos encontramos con ese sujeto al que parece venírsele el mundo encima de un momento a otro, como si todos quienes lo rodearan se hubiera puesto de acuerdo para hacerle la vida imposible, sobre todo en el cada vez más agobiante mundo de la oficina, conjugado con el legado del autor de “Alicia en el país de las maravillas” a través la ruptura de la monotonía de la realidad con la evocación de un disparatado mundo onírico y la transformación de la realidad en un juego,  ¿Te gusta jugar?”  (pág. 38) le pregunta Marconne, uno de los dos brasileros al protagonista, como amenaza velada y que funde de disparador de las acciones , sosteniendo la intriga durante las poco más de cien páginas y la cruzada del hasta ese momento, apático personaje. ¿Debe cambiar su forma de responder a la adversidad?¿Es posible resistir o postergar esa decisión “hasta algún punto extremo” (pág. 27)? ¿Hasta qué punto es posible seguir siendo un Bartleby, y negarse, soportando la anhedonia como se muestra en pasajes como el que sigue?

“A veces, especialmente durante los últimos años, todo se me hacía tedioso y desagradable, y me desesperaba; entonces venía la sospecha de que adentro de mí estaba incubándose  una criatura huidiza y rabiosa. Pero luego me olvidaba y me quedaba pegado en alguna cosa que encontraba en Internet. O me levantaba del asiento y permanecía quieto frente al paisaje de cubículos, cabezas bien peinadas y luces fluorescentes.” (pág. 17)

Es en esa confusión sobre qué es real y qué no, que la novela logra sus mejores escenas con alegorías humorísticas  a la competencia desmedida y el abuso consentido como se vislumbra en los pasajes del show de los monos, cuyo montaje de domesticación laboral se usa como ejemplo de lo que se puede lograr si se inserta en el inconsciente de los trabajadores aquellos mantras llamados “competitividad” y “productividad”. Sin llegar a lo didáctico,  Otero parodia el mundo oficinesco, apoyándose en otros personajes exagerados, pero bien esbozados, como la practicante hipersexualizada o el empleado despedido que encuentra su vocación en la penuria del despido.

Pero este homenaje, también refleja los elementos pulp de sus obras menos logradas como “La banda del ciempiés” y “Nick Carter”, al acumular otros personajes sin propósito alguno, que no aportan mucho a la novela, como los gángsters con los que el protagonista se ve obligado a hacer trato o los vecinos del cuarto piso del edificio donde vive, cuya irrupción no termina de ser lo simbólica que parecía buscar Otero, presentes tanto al inicio como al final del libro. Simbólico sí es el recuerdo cruel de infancia de desacato a la autoridad (pág. 114) o la búsqueda de la luz, el espíritu y la iluminación de la experiencia como materia artística como hizo Levrero en la llamada “Trilogía Luminosa”: “El mundo puede ser un lugar bastante desagradable y oscuro, pero siempre hay formas  de contribuir con la luz, aunque esa luz solo sea simbólica y de modesto voltaje. “ (pág. 21) además del uso de aves como reflejo de la presencia o ausencia de estos, por citar algunos elementos  bien logrados en esta primera apuesta narrativa de Otero, quien entrega aquí una propuesta válida, interesante y distinta en muchos aspectos de sus contemporáneos locales, dicho esto último como un elogio.

(Texto publicado en el portal web "Punto y Coma")

sábado, 14 de julio de 2018

Reseña: “República luminosa” de Andrés Barba


Anagrama, 2017. 192 pp. S/. 69

Hace mucho tiempo que no leía en una novela un gesto de provocación como el que ha hecho Andrés Barba (Madrid, 1975) al cargar contra “El Principito”, una de las novelas más idealizadas en todo el planeta. En las páginas 39 y 40 se dice lo siguiente: “Lo había leído en mi infancia con cierto interés, pero al leérselo a mi hija me empezó a producir un rechazo que me costaba trabajo explicarme. Al principio pensé que me irritaba su cursilería, toda aquella instancia solitaria del niño y su mundo, el planeta, la bufandita cimbreada por el viento, el zorro, la rosa, hasta que de pronto entendí que se trataba de un libro perfectamente maligno. El Principito lega a un planeta en el que se encuentra con un zorro que le dice que no puede jugar porque aun no está <<domesticado>>. <<¿Qué significa domesticar?>>, pregunta el Principito, y, tras un par de evasivas, el zorro contesta que <<crear lazos>>. << ¿Crear lazos?>>, replica el Principito, más asombrado todavía y el zorro responde con una magnífica joya de mala fe: << Claro, todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. Pero si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro.>> (…) Al igual que El Principito, también nosotros pensábamos que nuestro amor privado por nuestros hijos lo transfiguraba, que incluso con los ojos vendados habríamos podido identificar sus voces entre miles de voces infantiles. Lo confirmaba tal vez el hecho inverso: el de que aquellos otros niños que iban ocupando poco a poco nuestras calles eran versiones más o menos indistinguibles del mismo niño o la misma niña, niños <<parecidos a otros cien mil niños>>. A quienes no necesitábamos. Que no nos necesitaban. Y a los que, por supuesto, había que domesticar.”

Enfrentarse a los libros de autoayuda lo hacen prácticamente todos los escritores, lo mismo que a los políticos viles de turno. Pero hacerlo desde lo literario contra uno de los libros más citados cuando se pregunta por los “libros favoritos de toda la vida”, sí que provoca una sonrisa cómplice. Y por si no basta con ello, cuestiona políticamente de paso la idea de la “apropiación” y la valoración de solo lo que se piensa propio y que aquello que no se tiene, debe ser conquistado/ domesticado. Y Barba lo hace sin interrumpir la ficción, citando el episodio del zorro, pero que le sirve como recurso para caracterizar el sentimiento de rechazo de una sociedad por aquellos con menos posibilidades de sobrevivir como sucede en San Cristóbal, erigida en medio de una selva que iguala la pobreza, la unifica y la borra. Si no se es capaz de controlar algo, debe procederse a su eliminación.

Lo sórdido está a un pequeño paso de lo pintoresco, se dice en la novela, lo cual es cierto si nos remitimos a una trama en la que un grupo de niños de origen desconocido irrumpe de a pocos en una pequeña ciudad olvidada y empieza a robar y realizar otro tipo de delitos, y nadie parece saber dónde se esconden, aumentando la incomodidad y desesperación. Caricaturesco si se resume así, pero el ambiente de la novela se va impregnando de una oscura pátina de terror mientras vamos conociendo los hechos relatados por la crónica de este foráneo en una crónica escrita con resignación y culpa, décadas después. La novela comienza con este narrador diciendo que 32 niños perdieron la vida, transformando la curiosidad por conocer las consecuencias trágicas, en una por esclarecer los motivos que llevaron a tal fatídico desenlace.

Los niños pueden ser los seres más crueles, es una frase común, pero de tantas veces que se menciona, pierde fuerza y su terrible significado se diluye. Durante la infancia, la ley y el orden no existen o son solo mitos, construcciones de la “domesticación” por parte de los adultos. Es la edad en la que ser salvaje está permitido y con ello, la crueldad encuentra una tierra fértil donde germinar. Y parece absurdo el tan solo hecho pensar que unas criaturas de tan corta edad puedan pensar con maldad, pero “el hecho de que ciertas cosas sean demasiado absurdas no impide que suceda. (pág. 80). De ahí la incomodidad de los ciudadanos de San Cristóbal por tan solo imaginarlo, y de que estas ideas puedan aplicarse a sus propios hijos. De que el mal del otro, el rechazado pueda ser el propio también.

Barba narra con oficio, con una novela que no pierde interés en ningún momento, y que despliega los hechos sin algún tufillo moralista pero que sí apela al cuestionamiento del lector, invitando a preguntar cuál seria nuestra reacción y como el poder de crear monstruos no nos están ajeno, y cómo las instituciones sociales pueden pender de un hilo si la confianza se empieza a resquebrajar por un hecho tan simple como contundente: el no reconocimiento del otro como igual, sino como alguien a quien se debe “domesticar”. Muy recomendable.


(Texto publicado originalmente en el portal "Punto y Coma")

lunes, 9 de julio de 2018

Reseña: “La reunificación de las dos Coreas”


Hace unos días ojeaba una novela cuya contratapa mencionaba que iba sobre sobre la odisea del matrimonio. Sorpresivamente, las primeras páginas no daban luces sobre eso, estando compuestas más bien por pequeños párrafos sin conexión entre sí en apariencia. Hablaban sobre descubrimientos científicos, observaciones en un café cualquiera o reacciones en una conversación sin trascendencia. Pero página a página, ya enganchado, dichas líneas empezaban a reflejar algo más profundo, y uno ya empezaba a percibir el horror del vacío sentimental.

Trabajar con escenas, pequeños destellos que en su conjunto permitan acercarse y visualizar algo más profundo y significativo. De eso va “La reunificación de dos Coreas”. Veinte historias de amor en las que diez actores abordan la problemática más humana de todas y sus vertientes: qué es, cuándo se acaba, cuándo es dañina, qué pasa cuando se extingue, cuándo se confunde con la amistad, si se puede olvidar. Se muestran pequeños destellos de dichas preguntas, a veces exagerados, a veces demasiado realistas, pero siempre apelando a evocar algo en el espectador.

Hay drama, pero también humor, incluso del más oscuro. Si bien la mayoría de los actores destaca en sus roles, la continuidad de las historias provoca en algunos casos que uno no termine de procesar las sensaciones de una para pasar de manera inmediata a la siguiente o encasille a algunos en el rol de un personaje, aunque no es un detalle menor que los actores entran y salga como referencia a cómo en la vida se construyen y se diluyen las relaciones.

De las veinte historias, destaco la de la pareja que reconstruye todos los días su relación combatiendo el olvido; la del suicidio y las expectativas que genera la seguridad irracional de la pertenencia sentimental; las confesiones hilarantes en los momentos previos a un matrimonio; la ilusión amorosa de una prostituta por su cliente “religioso”; la ardua negociación entre una prostituta y un autodenominado “hombre de familia”, y la perturbadora exploración de un delito en un retiro escolar.

Como si Corea del Norte y Corea del Sur abrieran sus fronteras y se reunificaran y que la gente que había tenido prohibido verse durante años se encontrara, expresa uno de los personajes al hablar sobre cómo su relación se encuentra estancada en una frontera que va más allá de lo físico, convirtiendo así una referencia a una situación política a la que estamos acostumbrados en una reflexión sobre cómo todo puede cambiar de la noche a la mañana, y los lazos perdidos puedan terminar recuperándose, o simplemente despertar de su adormecimiento. La novela que mencionaba al comienzo se llama “Departamento de especulaciones”, y de ello va esta obra también: de especular sobre lo que sentimos y aferrarnos a ello, apostando a reconocer que hay alguien más buscando responder a las mismas preguntas que nosotros.

(Texto publicado en el portal web "Punto y Coma")