"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


miércoles, 31 de diciembre de 2014

Anatomía del 2014 o una última escena de este año

Lo que al final queda de un hombre suma sólo una parte.
                Un fragmento de su habla. Una parte de su oración.
Joseph Brodsky

Escribir: taladrar paredes, romper ventanas, dinamitar edificios.
Excavaciones profundas para encontrar -¿encontrar qué?-, no encontrar nada.
Valeria Luiselli

Recordar, releer: transformar el recuerdo: sutil alquimia
que nos concede el don de reinventar nuestros pasados.
Valeria Luiselli

Son las cuatro y media de la tarde y decido salir sigilosamente de mi casa. Todos andan alborotados. De aquí para allá hablando sobre ensaladas, uvas, el pavo, la hora a la que llegan mis tíos. Está nublado y aún persiste esa bruma asfixiante de hace dos horas. Un ambiente lúgubre. Odio el calor. Camino hacia el nuevo centro comercial que han abierto hace un mes y medio. Familias recorriendo las tiendas con grandes bolsas con distintos logos y colores. Subo hasta el tercer nivel. Un patio de comidas fantasmal. Un par de parejas abrazadas, desperdigadas como jugando a las escondidas. Las evado. Buscando el sitio más alejado encuentro una mesa cerca a uno de los restaurantes que aún no están operando. Me siento y abro el libro que estoy leyendo desde la mañana, Papeles falsos  de Valeria Luiselli, una mexicana a la que descubrí hace casi un mes googleando sobre nuevos autores latinoamericanos y cuyos dos primeros libros me han costado una cuarta parte de la quincena. Cinco, diez, treinta minutos. Acabo el libro y miro a mi alrededor. Nada parece haber cambiado. Parece nomás. Pequeñas modificaciones que a primera vista no se notan. Los dos agentes de seguridad han cambiado de posición. Una de las parejas ya no está. Los cajeros de Telepizza han cambiado de posición. Yo he cambiado y no sólo de posición. Ya no soy el mismo de hace treinta minutos.  Ya no soy el mismo al de hace un año. Empiezo a escribir.

Hace un año, por ejemplo, no existía el lugar donde estoy sentado. Esto no era más que una vieja fábrica de tejidos abandonada, al lado del Hospital del Niño. Vagabundos alcohólicos, chatarreros y cargadores se reunían alrededor a jugar cartas, en plena acera del jirón Fernandini. Por el lado de la avenida Brasil, lo único que parecía cambiar con el paso de los años eran los graffitis que aparecían dibujados sobre las paredes descaradas de la Fábrica Textil San Jacinto. Las veredas rotas. Las zapatillas colgando en las esquinas sobre aquellos cables negros que son como las arterias de la ciudad si se les ve desde arriba. Eran imágenes con las que uno se topaba al caminar por esta manzana. Imágenes que solían repetirse si uno se adentraba más en el interior del distrito de Breña. Que suelen repetirse mejor dicho. Pero un día llegaron las excavadoras. Era cierto. Iban a abrir un Plaza Vea y  un centro comercial en las manzanas de la otrora fábrica. Pasaron seis meses y lo que era un rumor se concretizó. Todo en menos de un año. Y no puedo dejar de relacionarme, metafóricamente claro, con los cambios en este espacio del centro comercial. Ninguno de los vecinos preveía esto a inicios del año, pero aquí está. El mastodonte de cemento, símbolo del progreso económico (en número por lo menos) de la última década llegó al populoso distrito de Breña y nos tendremos que adaptar a ello.

Uno llega a fines de año con una sensación agridulce. Por un lado esa satisfacción de estar en un periodo de descanso que aunque efímero, se siente necesario (perdón si usted es de los que no salió de vacaciones estos días, créame que lo comprendo), pero por otro está la resignación de que este descanso de fin de año tiene fecha de expiración y que dentro de unos días hay que volver a la rutina de todos los días. Pero hay algo más. Uno hace un balance sobre si este año que culmina fue mejor que el anterior. Se pregunta si el que viene será mejor. ¿Pero mejor en qué sentido? Nos apuramos a sacar conclusiones. Recién la distancia temporal nos puede dar una mejor perspectiva sobre ello. Permitirle a la memoria filtrar algunas cosas y quedarnos con lo esencial. Con aquello que vamos a atesorar ya sea para bien o para mal. Las experiencias de las que hablaremos en un futuro.

En mi caso, el 2014 fue como una montaña rusa. Y al enumerar algunos hechos quiero registrar a través de las palabras imágenes, que mirándolas en un futuro permitan catalizar la evocación de los recuerdos. Facilitarle las cosas.  Había comenzado un diario que abandoné a los tres meses, en marzo o abril, no recuerdo. Sólo lo volví a abrir un día de octubre. Y ahora está tirado por ahí, llenándose de polvo como todas mi material de lectura de la universidad.

Hechos como el comienzo del curso del Banco Central de Reserva. Las primeras sensaciones al conocer chicos y chicas de todas las regiones del país.  Algo parecido, pero no idéntico a lo que debe haber sentido (guardando las distancias) Vargas Llosa al entrar al Leoncio Prado. Los exámenes que dimos. Las amanecidas estudiando en grupo. Los chistes. Los chistes, que creo que son lo que más recordaré. Los almuerzos en los Vitrales. Las ingestas desproporcionadas de alcohol de algunos. Los recorridos a la calle Capón, las pichangas, los microtorneos de Counter Strike con las computadoras cuya objetivo inicial tergiversamos. Los profesores. La resignación de ver una nota los lunes. Los cumpleaños. Los fines de semana improductivos. El intercambio de regalos. La clausura y el discurso de Perea. Los reencuentros. Los amigos. Ese fue mi verano, en el por ciertos intervalos que se mezclaron cuestiones de sensación de fracaso académico con el amoroso. Me di maña incluso para escribir un cuento sobre esto último, cuyo vértigo al escribirlo espero volver a sentir un día. Descubrí los libros de Alejandro Zambra. Me quedé fascinado con “El lobo de Wall Street” de Scorsese. Comprendí que lo mío no era la teoría económica pura. Debía intentar por el lado financiero. Que me comenzaba a ir mejor si le metía un poco más de atención al estudio. Pasé el examen comprensivo de Macroeconomía. Se me ocurrió una idea para mi Proyecto de Investigación.

Y el curso terminó, el verano también. Había que comenzar el último año de Economía, que se puede resumir en cuestiones académicas en aprobar los cursos de Proyecto de Investigación. Lo demás termina siendo accesorio si uno sabe escoger bien sus electivos. Estuve buscando trabajo por cuatros meses. Me hicieron jefe de prácticas del único curso que me ha gustado dictar hasta ahora, que fue Macroeconomía 1. Me gustó otra chica. La chica consiguió enamorado. Le di la mano a escritores como Juan Gabriel Vásquez, Santiago Roncagliolo, Fernando Iwasaki. Me firmaron mis libros. Comencé mi álbum del Mundial. No la hice en ningún banco (menos mal). Comenzó el mundial. Vendí libros. Entré en un periodo de crisis económica. Asistí a varias obras de teatro (De las que recuerdo, “El zoo de cristal”, “Zambito de pelo duro”). Mi último almuerzo de economía. Escribí más cuentos. Conocí a escritores de la talla de Francisco Ángeles, Jennifer Thorndike, Rodrigo Fresán, Jerónimo Pimentel y Rodrigo Hasbún. Mis reseñas se empezaron a difundir. Tuve problemas con mi proyecto de investigación. Suárez mordió a Chiellini. Alemania humilló a Brasil. Alemaniácampeonó en Brasil. No completé mi álbum.Le gusté a dos chicas. Ninguna me gustaba. La crisis economíca persistía, tuve que vender más libros. Pasé mis cursos en San Marcos ajustando. Y entré a Apoyo.

En mi memoria se entremezcla el hecho de haber entrado a trabajar a Apoyo con mi última exposición del curso de Proyecto de Investigación I (que aprobamos). Tal vez porque por fin entraba a una etapa de estabilidad. Aprobé el último examen comprensivo que me faltaba de Microeconomía. Volví a recuperar algunas amistades. Se formaron algunas. Asistía casi interdiario a la Feria del Libro. Le di la mano a escritores como Jorge Volpi, Javier Cercas, Joao Paulo Cuenca, Fernando Ampuero,  Carlos Yushimito. Empecé a escribir reseñar para la web literaria de El buen librero. Susana decidió postular a la alcaldía. Entró a funcionar el Corredor Azul. Dejé de viajar en los viejos coásters para ir a la universidad y al trabajo. Empezamos a salir a tomar con la gente de la universidad con mayor frecuencia. Fui más seguido a Barranco. Siguieron los problemas del proyecto de investigación. Se murió García Márquez. Se murió Gustavo Cerati. Empecé a escuchas todos los discos de Soda Stereo. Compré más libros. Leí más libros. Me empezó a gustar otra chica. Fui jefe de prácticas de Crecimiento Económico. Empecé a aportar dinero a la casa. Publiqué un cuento que molestó a mi ex. Seguí escribiendo. Descubrí que más gente de Economía escribía. No gané el concurso de ratón de biblioteca por tercera vez consecutiva. Liverpool quedó segundo en la Premier. Casi borro cassete en mi cumpleaños. Casi. Terminé Economía en la UDEP aprobando todo. De alguna forma extraña seguí pasando los cursos en San Marcos. Viajé en avión por primera vez. Estuve en Piura cinco días con mis amigos de la universidad.  Navidad. Y estas líneas.

 A veces la memoria falla y reinventamos el pasado. Pero no creo que podamos cambiar la esencia del mismo. No quiero trazarme objetivos fijos el año que viene. Que venga lo que tenga que venir.







martes, 30 de diciembre de 2014

Enfrentando la pesadilla de la realidad: “Los ejércitos” de Evelio Rosero

Antes de comenzar a escribir sobre las gratas impresiones que me dejó la novela mencionada, quisiera resaltar algo. No hubiese sido posible llegar  a la obra de este autor de no  ser por la edición peruana número 14 de la revista Buensalvaje, que lo puso en portada además de entrevistarlo. Eso es lo más valioso que puede brindar una revista de literatura: dar a conocer obras literarias que de otra forma pasarían injustamente desapercibidas.  Es por ello encomiable la función de Buensalvaje en dicho sentido (sin olvidar, los textos de ficción y no ficción con los que viene cargado cada número), y que me hace esperar cada dos meses con ansias la nueva edición.

¿En qué momento se jodió el Perú? , se preguntaba Zavalita en Conversación en la Catedral . Y aunque la pregunta podría aplicarse de igual forma al humilde pueblo de San José donde transcurren los hechos de “Los ejércitos”, una mejor interrogante sería, ¿en qué momento va a dejar de joderse San José? .Porque “Los ejércitos” trata acerca de la tragedia colectiva de un pueblo, asolado por una violencia sin rostro específico. El miedo que se va propagando como una peste a todos los vecinos de esta apacible sociedad provinciana, donde todos parecen conocerse entre sí.

 Una tragedia a la que asistimos a través de los ojos de Ismael Pasos, un viejo profesor retirado que a sus más de 70 años decide seguir viviendo lo que le resta de tiempo en su pueblo al lado de Otilia, su compañera por más de 40 años. Ismael, al comienzo de la novela se da maña para espiar a su vecina Geraldina de cuerpo escultural, discutir con su mujer en diálogos que lindan con lo humorístico, recordar momentos gratos del pasado como el momento en que conoce a Otilia y  a sus antiguos alumnos que ahora ya son incluso autoridades del pueblo. Pero en la narración de recuerdos va apareciendo esa sombra trágica que parece perseguir su existencia y la de sus vecinos. Una sombra que en vez de extinguirse, parece extenderse hasta el presente agrandando sus trágicos efectos. Y es ahí donde la pluma de Evelio Rosero sale a relucir con toda su potencia.

La violencia que azota el pueblo es irracional y arbitraria. Se escuchan explosiones y llantos por doquier, provenientes de todos lados y de ningún lugar en específico. Nadie se salva de perder algo. A un ser querido, el honor, la dignidad, la valentía. Es la desolación y la devastación lo único que parececonstante a lo largo de toda la novela, además de la terquedad de Ismael. Pues terco, decide quedarse en su pueblo al ver cómo este es maltratado por una maldición que parece ensañarse con ellos, en una obstinación que lejos de ser fastidiosa para el lector, termina conmoviendo. Pues en esa decisión de quedarse se encuentra principalmente la búsqueda de Otilia, que buscándolo a él termina por desaparecer también. La segunda mitad del libro aborda esa búsqueda desesperada. Lo único que parece mantenerlo vivo, pues ya todo lo demás se torna confuso, como si por momentos dejara de estar en la realidad y viviera entre las sombras de la imaginación y el olvido de lo concreto.

Y son estas imágenes de las desapariciones por los secuestros que realizan las fuerzas paramilitares, los guerrilleros, las fuerza nacionales (nunca se conoce con certeza quienes son los culpables, en un rol que parecen rotarse en cada pasaje), los que configuran la esencia de la novela que es la desaparición de la paz de un pueblo, del candor y la alegría de individuos a los que se va asesinando poco a poco, arrebatándoles su tranquilidad y su libertad. Y más que nada la desaparición final del principal elemento: la gente, ya sea huyendo o muriendo a manos de ese poder infernal que se ensaña con ellos (llega un momento en que los asesinos, actúan demencialmente, ya se han quedado olvidados los motivos por los que luchan, esta deshumanización es un retrato espléndido de la decadencia humana).

Rosero, además de contarnos una buena historia, lo hace con un gran talento para crear las atmósferas precisas, haciendo posible que un lector como yo que ha pasado los veintidós años de su vida en esta gris ciudad, se sienta como respirando y observando ese ambiente de provincia tan distinto al caos urbano, de forma tan vívida que por ratos uno olvida que está leyendo una ficción y pareciese que se estuviese recordando algo.  Además, es posible reconocer a nuestros conocidos o a nosotros mismos en cada uno de los personajes que conforman “Los ejércitos”, haciéndonos preguntar cómo actuaríamos en una situación similar o cuánto hemos perdido de la capacidad de solidarizarnos con una situación similar.


Parábola también de un problema concreto como es la violencia que ha asolado Colombia por muchos años, que si bien ha sido tocado en muchas ocasiones en la literatura reciente, aquí es tratada desde la perspectiva de los individuos que la sufren y las consecuencias irreparables de una guerra. La guerra como elemento nocivo en sí mismo, pues no importa por lo que se esté peleando (nunca se menciona en que época sucede ni las causas), al final las víctimas no son las que la propician sino quienes son más vulnerables, en este caso, los vecinos de San José. Hay, pienso, obvias influencias de la literatura de Juan Rulfo (El llano en llamas) y Gabriel García Márquez (Crónica de una muerte anunciada), pero aquí yace un estilo propio, que se alimenta de sus maestros para dar a luz una voz narrativa original, con descripciones que causan el mismo impacto de la mejor poesíay una salida inteligente a los clichés y la posible banalización de la literatura de la violencia latinoamericana. Evelio Rosero es un autor colombiano al que no hay que perderle la pista.



+Algunas frases:

“(…) pero él la seguía y no demoraba en retomar, involuntariamente, sin entenderlo, el otro juego esencial, el paroxismo que lo hacía idéntico a mí, a pesar de su niñez, el juego del pánico, el incipiente pero subyugante deseo de mirarla sin que ella supiera, acechándola con delectación: ella entera un rostro de perfil, los ojos como absueltos, embebidos en quién sabe qué sueños, después las pantorrillas, las redondas rodillas, las piernas enteras, únicamente sus muslos, y, si había suerte, más allá, a lo profundo.”

“De pronto descubría que como un torbellino de agua turbia, repleto de quién sabe qué fuerzas –pensaría ella-, en su interior, mis ojos sufriendo atisbaban fugazmente hacia abajo, al centro entreabierto, su otra boca a punto de su voz más íntimas: “Pues mírame”, gritaba su otra boca, y lo gritaba a pesar de mi vejez, o, más aún, por mi vejez, “mírame, si te atreves.””

“El silencio también se ve, como el suspiro. Es amarillo, se desliza por los poros de la piel igual que la niebla, sube por la ventana.”

“(…) como que la gente  se olvida de la temible suerte que es cualquier desaparición, y hasta de la posible muerte del que desapareció. Es que de todo la gente se olvida, señor, y en especial los jóvenes, que no tiene memoria ni siquiera para recordar el día de hoy; por eso son casi felices.”

“Me hierve la rodilla por dentro. Ah, Dios –me suspiro yo mismo-, sigo aquí simplemente porque no he sido capaz de matarme.”

“… y decía las cosas de verdad, con la verdad que sólo da la desesperación, como las dice el que sabe que va a morir, ¿para qué mentir?, el hombre que miente a la hora de morir no es un hombre.”

“Otilia no vino, seguirá durmiendo, soñará que duermo a su lado, y ya es mediodía, como para no creerlo, ¿a qué horas pasó el tiempo? Pasó igual, pasó, igual que siempre.”

“Ahora veo, alrededor, rostros de pronto desconocidos –aunque se trate de conocidos- que intercambian miradas de espanto, se apretujan sin saberlo, es un clamor levísimo que parece brotar remoto, desde los pechos, alguien murmura: mierda, volvieron.”

“Solamente los perros y los cerdos que husmean entre las piedras, los gallinazos aleteando sobre la rama de los árboles, los eternamente indiferentes pájaros parecen los únicos en no darse cuenta de esta muerte viva.”

“Es extraordinario: parecemos sitiados por un ejército invisible y por eso mismo más eficaz.”

“-Es este país-dijo, relamiéndose el escaso bigote-, si uno pasa lista, presidente por presidente, todos la han cagado.”

“…el grupo se pierde corriendo a la vuelta de una esquina, escucho las primeras gotas de lluvia, gordas, aisladas, caer como grandes flores arrugadas que estallan en el polvo: el diluvio, Señor, el diluvio, pero cesan de inmediato y yo mismo me digo Dios no está de acuerdo…”

“…se alejan a grandes zancadas, con la madre detrás, las manos agitándose, la voz desquiciada. “Les falta matar a Dios” dice con un chillido. “Díganos dónde se esconde madrecita” le responden.”





+Sobre el autor:



Evelio Rosero nació en Bogotá, Colombia, en 1958. Cursó estudios de comunicación social en la Universidad Externado de Colombia. En 2006 obtuvo en Colombia el Premio Nacional de Literatura, otorgado por el Ministerio de Cultura, pero fue en 2007, con su novela Los ejércitos, ganadora del II Premio Tusquets Editores de Novela, cuando Evelio Rosero alcanzó resonancia internacional, pues se ha traducido a doce idiomas y se ha alzado con el prestigio so Independent Foreign Fiction Prize (2009) en Reino Unido y el ALOA Prize (2011) en Dinamarca. Tras recuperar en 2009 su novela Los almuerzos(«la confirmación del talento del autor», La Vanguardia), se publicó La carroza de Bolívar, recibida como su obra más ambiciosa y desmitificadora: «Una demostración del talento verbalmente mágico de Rosero, que aquí llega a su punto culminante» (J.J. Armas Mar celo, ABC Cultural) y En el lejero (Tusquets México)

+Entrevista en Buensalvaje: Aquí

domingo, 28 de diciembre de 2014

Una historia de fantasmas: "Los ingrávidos" de Valeria Luiselli

Hay pájaros que sueñan que son pájaros
y se despiertan ángeles. Hay sueños
de los que dos fantasmas se despiertan
a la virginidad de nuestros cuerpos.
Gilberto Owen

No pocas veces me han preguntado. ¿Por qué esa necesidad de escribir,de crear historias? Cuando era más joven, me quedaba en silencio. No era que no supiera qué responder. Se acumulaban diversas respuestas en mi mente, pero no sabía cómo canalizarlas en una sola respuesta contundente para satisfacer la interrogante de mi interlocutor. Frustrado por ello, esbozaba una falsa sonrisa e intentaba cambiar de tema. Mas ahora, luego de la lectura de este libro, la primera novela de Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), tendré una respuesta a la mano: Porque me gusta esa sensación de ser un fantasma. Un fantasma que se encuentra en el limbo entre la realidad y la ficción. En estado de permanente transición. Yendo y viniendo, nunca estático. Que se nutre de la experiencia y la imaginación para crear otras vidas. Eso. Crear otras vidas.Vencer los límites del tiempo y el cuerpo a través de la literatura. Una forma de libertad en la que cada uno forma y deforma un mundo creado a su manera.Observarlo todo desde afuera. La capacidad de desvanecerse y disfrutar de la soledad cuando uno lo requiere. Y también la de aparecer y aferrarse a aquello que nos hace vivir. Pero como dice mi título, a mi parecer esta es una historia de fantasmas y es de eso que quiero escribir.

Los fantasmas del pasado.

La historia comienza con una escritora intentando escribir. Esta escritora tiene dos hijos, uno mediano  y una bebé. También un esposo. Tres presencias gravitando a su alrededor. La atosigan. Interfieren con su proceso creativo. Entran y salen del mundo que está creando. Y ella empieza a recordar. A recordar cuando era joven. Cuando nadie dependía de ella. Cuando disfrutaba de su soledad. En su memoria los recuerdos amplifican dichas sensaciones. Viaja a través de ellos a una etapa tal vez más fecunda, menos restrictiva. Nadie requiriendo de su atención materna o conyugal.  Capaz de interesarse en otras vidas que le resulten tan extrañas como la de Gilberto Owen. Gilberto Owen, un poeta mexicano de comienzos del siglo veinte. Un poeta que también nos cuenta sus recuerdos. Recuerdos que oscilan entre lo humorístico y lo frustrante. Imágenes de una posible amistad con Federico García Lorca. De visiones de Ezra Pound. Pero todos estos recuerdos están muertos. Tan sólo reviven si sus dueños los invocan. Dependen de ellos para vivir fugazmente. Para ser fantasmas.

Los fantasmas de la soledad.

 La joven escritora y traductora se siente sola. Gilberto Owen se siente solo. Nadie puede entender su tragedia. Pues una tragedia personal, por su misma denominación no la pueden comprender más que uno mismo. Por más que lo afirmen con la mayor seguridad, ninguna persona puede aliviar la carga por completo o ayudar a sobrellevarla en todo caso. La carga de un matrimonio frustrado. De una sexualidad no satisfecha. De una obra no gratificante. Nadie. Debemos aprender a convivir con ello. La vida es un aprendizaje sobre como convivir con nuestras tragedias personales.

Los fantasmas de la memoria.

Los recuerdos aparecen y desaparecen. Líneas arriba dije, que aparecen cuando sus dueños los invocan, pero a veces no. Aparecen en los momentos menos oportunos. La visión de una familia feliz, puede hacer aparecer los recuerdos de una mísera infancia. El encuentro amistoso con una ex esposa puede evocar una discusión infernal de hace muchos años. La escritora recordando a su versión más joven cada vez que la frustra el presente. Gilberto Owen evocando tiempos mejores en una New York antes de la crisis del 29. Como un evento telúrico, la memoria sale a flote sin que haya un aviso previo que nos prepare para las consecuencias de dicha aparición. Se desestabiliza el presente. El pasado resucitando para deformar el presente. Las únicas víctimas: nosotros.

Los fantasmas de los escritores.

¿Es posible escribir una obra totalmente original? ¿ Cuánto de los fantasmas de nuestros autores favoritos se cuelan entre las líneas de nuestra escritura? La lucha por salir de su sombra es constante. Salir de su estela para crear una propia. No ser versiones ridículas de Roberto Bolaño. Copias falsas de Gabriel García Márquez. Imitadores baratos de Jorge Luis Borges. Y sin embargo, cuanto los necesitamos. Nutrirnos de ellos. Leerlos. Acariciar su obra, para infundirle vida a la nuestra. Transitar entre nuestras lecturas y escrituras sin confundirnos y perder la razón en el camino.

Los fantasmas del miedo.

Pasamos nuestra vida entera luchando contra nuestros miedos. Los demonios que nos atormentan incansablemente. Ahí, gritándonos que existen. Que no nos van a abandonar. Que se regocijan con nuestro fracaso al tratar de evadirlos. Que son inherentes a nosotros. Y sin embargo qué vivos nos hacen sentir esos miedos. La muestra de que somos humanos, vulnerables e indefensos. Imperfectos. Sí, imperfectos. La escritora, con miedo de no ser capaz de sostener su familia y perseguir sus ambiciones literarias. Gilberto Owen, tomando alcohol para combatir el miedo de perder a sus hijos. Lucha constante para que los problemas no les ganen la partida. Golpe a golpe. La vida que se siente en ese acto constante de dar y recibirlos.

Los fantasmas de los amores pasados

Momentos antes de morir, ¿nos acordaremos de todas aquellas que amamos y/o nos amaron? ¿De todas las personas con las que establecimos un vínculo? Incluso no con las que simplemente nos acostamos, sino con las que hicieron que el acto valiera la pena. Gestos y palabras que marcaron aquellas relaciones. Actos que definieran nuestra existencia en un momento determinado de nuestras vidas. ¿O es que la memoria filtrará estos amores? ¿Cuántos de ellos perdurarán como fantasmas a nuestro alrededor? ¿ Hay forma de salvarlos a todos? ¿Vale la pena?

Los fantasmas de la felicidad

Hay personas que se pasan la vida entera buscando un periodo de felicidad con fecha de inicio y de caducidad conocidos. Toda su atención enfocada en ello. En lograrlo y salvarse. Salvarse de una vida que se percibe llena de tedio y frustración. De constante agonía y asquerosa resignación. En mi opinión, son personas que van a tener el mismo éxito que los cruzados en su búsqueda del Santo Grial. La felicidad me evoca la figura de un fantasma. Que aparece y desaparece.  Sobre la que no tendremos control pero sí la certeza de que su aparición será para marcarnos. Felicidad como la de encontrar una autora como Valeria Luiselli y leer su novela “Los ingrávidos”.


+Algunas frases:

“A veces tenemos la impresión de ser como dos Gullivers paranoicos, caminando eternamente de puntillas para no despertar a nadie, para no pisotear nada importante y frágil.”

“Las novelas son de largo aliento. Eso quieren los novelistas. Nadie sabe exactamente lo que significa pero todos dicen: largo aliento. Yo tengo una bebé y un niño mediano. No me dejan respirar. Todo lo que escribo es –tiene que ser- de corto aliento. Poco aire.”

“Yo procuro emular a mis fantasmas, escribir como ellos hablaban, no hacer ruido, contar nuestra fantasmagoría.”

“Pues lástima. ¿Ya oíste, Minni?, tenemos el honor de trabajar con la única latinoamericana que no fue amiga de Bolaño. ¿Quién es ése, chief?, preguntó Minni, que nunca se enteraba de nada. Es el escritor chileno muerto con más amigos vivos.”

“A la hora de las acusaciones el cuchillazo definitivo es la higiene moral propia.”

“Y el dolor, un dolor más parecido a un destello de luz, un destello que deja una estela, que deja una huella y que se esfuma tan incompresiblemente como vuelve a llegar.”

“Dejar una vida. Dinamitar todo. No, no todo: dinamitar el metro cuadrado que uno ocupaba entre la gente. Más bien: dejar sillas vacías en las mesas que se compartían con las amistades, no a modo de la metáfora, sino en verdad, dejar una silla, volverse un hueco para los amigos, permitir que el círculo de silencio en torno a uno se ensanche y se llene de especulaciones. Lo que pocos entienden es que uno deja una vida para empezar otra.”

“En “Las mil y una noches” la narradora hilvana una serie de relatos para posponer el día de su muerte. Tal vez un mecanismo semejante pero inverso le sirva a esta historia, a esta muerte. La narradora descubre que mientras hilvana un relato, el tejido de su realidad inmediata se desgasta y quiebra. La fibra de la ficción empieza a modificar la realidad y no viceversa, como debiera ser. Ninguna de las dos cosas es sacrificable. El único remedio, la única manera de salvar todos los planos los planos de la historia es cerrar una cortina y alzar otra: bajar una persiana para poder desabrocharse la blusa: desescribir una historia en un archivo y urdir una trama distinta en otro.”

“Dar el criollazo: dejar a tu marido en la cima de tus treinta para dedicarte a los maridos de las otras. Dar el criollazo: dejar a tu mujer, en la puerta de tus cincuenta, para dedicarte a las que no tienen maridos.”

“Por supuesto hay muchas muertes a lo largo de una vida. La mayoría de las personas no se dan cuenta. Creen que se mueren una vez y ya. Pero basta con poner un poco de atención para darse cuenta de que uno va y se muere a cada rato.”

“Las tragedias personales, como la ceguera paulatina y fatal, se imponen a nosotros como las cataratas a los ojos de agua en donde caen.”

“Supongo que así es la enfermedad, un relevo de uno mismo por uno mismo –el fantasma de uno mismo-.”

“El problema con los criollos, y hasta en mayor grado con las criollas, es que están convencidos de que merecen una mejor vida de la que tienen. La mente criolla está convencida de que bajo la corteza del cráneo porta un diamante que alguien tendría que descubrir, pulir y poner en un cojín rojo, para que los demás se admiren, se pasmen, se den cuenta de lo que siempre se habían perdido.”

“Supongo que la diferencia entre ser joven y ser viejo radica en el grado de frivolidad con el que nos relacionamos con la muerte. De joven, era tal mi desprecio por la vida que me iba provocando muertes cada vez más opulentas. Lo jodido es que ahora, que preferiría estar vivo nomás, me he provocado una muerte lenta, humillante y aburrida.”

“El español es una lengua que se presta para la criticonería y por eso somos malos críticos y buenos enemigos de nuestros amigos.”

“Ya en el vagón, recuesto la cabeza sobre el asiento y me tiento los párpados cerrados a ver si siguen ahí mis ojos. Ahí están, llenos de agua, con el recuerdo de mis hijos como efigies heridas.”

“Yo me escondo y los demás me tienen que encontrar. A veces pasan horas. Me encierro en el clóset y escribo párrafos larguísimos sobre otra, una vida que es mía pero no es mía.”

“La gente se muere, deja irresponsablemente un fantasma de sí mismo por ahí y luego siguen viviendo, original y fantasma, cada uno por su cuenta.”

“Si te dedicas a escribir novelas, te dedicas a doblar el tiempo. // Creo que más bien se trata de congelar el tiempo sin detener el movimiento de las cosas, un poco como cuando uno va subido en un tren, viendo por la ventana.”

“Los finales amorosos nunca son épicos. Nadie se muere, nadie desaparece de veras, nada termina de terminar nunca. Pero yo si me muero y la gente si desaparece.”

+Sobre la autora:

VALERIA LUISELLI es autora del libro de ensayos Papeles falsos (Sexto Piso, 2010) y de la novela Los ingrávidos (Sexto Piso, 2011), que han sido traducidos a múltiples idiomas y aclamados internaionalmente. Ha colaborado en publicaciones como The New York Times, Granta, McSweeney’s y Letras Libres. Ha sido libretista para el New York City Ballet, y colabora regularmente con galerías de arte, como la Serpentine Gallery en Londres y la Colección Jumex en México. Vive en Nueva York. 

Vea una entrevista: Valeria Luiselli: "Todos morimos de algún modo muchas veces"

Para leer las primeras páginas del libro: Aquí









lunes, 8 de diciembre de 2014

El peso del pasado: "Las reputaciones" de Juan Gabriel Vásquez

La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda

Gabriel García Márquez


Recuerdo que hace años, al salir de la sala de cine luego de haber visto “Batman: The Dark Knight”, la segunda película de la trilogía de Nolan, pensaba en todas las escenas que me habían dejado impresionado la mayoría de ellas protagonizada por el personaje del Joker, pero sobretodo en aquella, que sobresalía no por sus escenas de acción o violencia,casi al final del largometraje donde Batman decide sacrificar su imagen, su reputación y simbolismo en detrimento de lo que él creía, era una causa mayor y más importante que la tragedia personal de un individuo: la “memoria colectiva” de la sociedad que intentaba proteger. Y es esa escena la que a mi parecer, condensaba la atmósfera de desesperanza de la película.

 “Las reputaciones” (Alfaguara, 2013) es la más reciente novela publicada por el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez. Narra la historia de Javier Mallarino, una figura emblemática del mundo de la caricatura política, toda una institución vigente que  ha llegado al otoño de su vida siendo temido y respetado, incluso por los gobernantes que suele ridiculizar a través del poder de sus viñetas.  Un día recibe una llamada, avisándole que va a recibir uno de los más grandes reconocimientos que es capaz de otorgar el Estado en uno de los teatros más importantes de la ciudad. Esa misma noche, se encuentra con Magdalena, su ex esposa, y luego de una noche estupenda a su lado, parece sentir una mezcla de orgullo y lo que podría denominarse como un estado de tranquilidad y satisfacción por sus cuarenta años de carrera. Mas como en todas las buenas historias, es un evento como la visita de una joven admiradora y periodista, el que, disfrazándose de inofensivo o nimio, desencadenará una retahíla de dudas y preguntas, cuestionamientos sobre la vida misma y sobre la  certeza de aquello que es lo único de lo que podemos sentirnos dueños absolutos: la memoria.


Como en los “Los informantes”, “Historia secreta de Costaguana” y “El ruido de las cosas al caer”, sus anteriores y geniales novelas, Vásquez  vuelve a indagar en el pasado de un individuo para explorar la tragedia de un país y los defectos de toda una sociedad, pone en entredicho nuestras creencias sobre la veracidad de nuestros recuerdos y nosotros mismos y desenmascara nuestra obsesión por ajusticiar  y ver humillados a aquellos que ejercen poder e influencia sobre nosotros.

El novelista colombiano como en sus anteriores libros, se centra en una sola historia,  esta vez la de Mallarino, para mostrarnos  a través de su caída en desgracia, cómo el lastre del pasado termina siendo una sombra de la que no podemos desprendernos ni abandonar simplemente deseándolo, cómo las decisiones que tomamos bajo convicciones sobre las que no tenemos duda alguna pueden hacer que nos arrepintamos por el resto de nuestro días sin dejarnos opción en apariencias. El pasado es algo que no se puede borrar, siendo eso ya de por sí, una tragedia, más aún cuando la memoria está ahí, siempre acusándonos y atormentándonos.

Mallarino, en el recuerdo de una noche termina cuestionando toda una vida de firmes creencias. ¿Cuántas veces no nos hemos detenido a  pensar en aquellos eventos de nuestra vida a la que antes no habíamos dado importancia o que habíamos intentado olvidar,  y que terminan golpeándonos repentinamente? ¿No es terrible cuando la tranquilidad que nos brinda la certeza de nuestros recuerdos, se ven acusados de ser falsos? ¿Cómo sabemos al fin y al cabo, cuánto de lo que terminamos recordando de verdad pasó y cuanto es una mera construcción ilusoria que elaboramos como protección ante la dolorosa realidad de nuestras vidas? Y así es que van surgiendo una cadena de preguntas, cuando empezamos a navegar por nuestra mente. Lo peor es que es una empresa que cada uno asume solo. No hay nadie que se pueda meter a tu cabeza a decirte cosas como “Sí, es real” o “Puedo dar fe de ello”. Nadie es totalmente honesto cuando te dice “sí, te comprendo”. No podemos entender fielmente a alguien, sólo intentarlo, pues cada hombre es un universo de hechos y pensamientos particulares, con una vida creada a partir de ellos.

Y es el pasado, un tópico que las sociedades latinoamericanas parecen querer relegar a los historiadores y periodistas (aunque estos últimos parecen haberse convertidos en maestros del arte de la distorsión en la mayoría de casos lamentablemente), que si bien está más presente en sus otras novelas, el que no deja de tener un papel preponderante en la historia de Mallarino. Cuando recuerda su separación de Magdalena, la vida actual de su hija Beatriz, las relaciones con sus familiares y su entorno más cercanos de amigos y compañeros de trabajo, el protagonista se pregunta “¿Valió la pena?”. Llegar a un punto de tu vida, donde evalúas tu pasado con dicha pregunta y  te das cuenta que la respuesta es negativa, debe ser uno de los eventos más tristes y dolorosos  de los que el ser humano puede ser víctima. Pues aquí hay víctimas. Lo que comienza siendo una tragedia personal, termina multiplicando sus consecuencias a los demás como en “Los informantes”, por ejemplo, donde las miserias de la Segunda Guerra Mundial, terminaron viajando y haciéndose presente en una sociedad como la colombiana, a un océano de distancia. Es por ello que de la intimidad en la literatura podemos partir para esbozar un retrato de la Humanidad.

El poder también se da maña para hacerse presente en esta historia. El poder y las miserias que se pueden derivar a partir de ello. Ya sea el poder de un caricaturista sobre un político. El de un director de periódico sobre un caricaturista. El de un político sobre el ciudadano de pie. El de todos los ciudadanos de a pie sobre un político. Acá el poder va cambiando de cara, pero nunca desaparece, presente desde la censura de una caricatura hasta en la búsqueda de toda una sociedad por humillar a sus figuras más representativas, en ese placer grotesco de ver caer y embarrarse a alguien que presumía ser incólume. El poder del miedo, pero también el de una pluma. El poder de una pluma.


Tal vez esta novela escrita con la prosa elegante que caracteriza a su autor, finalista de la I Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y ganadora del premio de la RAE 2014, no sea la mejor de Juan Gabriel Vásquez para muchos críticos, pero yo la considero una puerta inigualable  a través de la que cualquier lector de este texto puede acceder al magistral universo de este autor.  Disfruten de uno de los mejores escritores latinoamericanos de la actualidad.




+Sobre el autor:

Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es autor de la colección de relatosLos amantes de Todos los Santos y de las novelas Los informantes(escogida por la revista Semana como una de las más importantes publicadas en Colombia desde 1982), Historia secreta de Costaguana(Premio Qwerty en Barcelona y Premio Fundación Libros & Letras en Bogotá) y El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara 2011, English Pen Award 2012 y Premio Gregor von Rezzori-Città di Firenze 2013 y Premio IMPAC Dublín). Vásquez ha publicado también una recopilación de ensayos literarios, El arte de la distorsión, y una breve biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte. Ha traducido obras de John Hersey, John Dos Passos, Victor Hugo y E. M. Forster, entre otros, y es columnista del periódico colombiano El Espectador. Sus libros han recibido diversos reconocimientos internacionales y se han publicado en dieciséis lenguas y una treintena de países con extraordinario éxito de crítica y de público. Ha ganado dos veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. En el año 2012 ganó en París el Premio Roger Caillois por el conjunto de su obra, otorgado anteriormente a escritores como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Ricardo Piglia y Roberto Bolaño. Las reputaciones es su cuarta novela.



+Frases:

“Todos conocían el espacio donde había estado siempre su caricatura: en el centro justo de la primera página de opinión, ese lugar mítico adonde van los colombianos para odiar a sus hombre públicos o para saber por qué los aman, ese gran diván colectivo de un país largamente enfermo”

“Qué rara es la memoria: nos permite recordar lo que no hemos vivido”

“Dice Rodrigo que felicitaciones, que ya estás donde tenías que estar. Que en este país uno sólo es alguien cuando alguien más quiere hacerle daño.”

 “Y lo único que he dicho siempre, mi única respuesta a las quejas y agresiones, es así: las caricaturas pueden exagerar la realidad, pero no inventarla. Pueden distorsionar, pero nunca mentir.”

“El buen entendedor sabrá que no hablo solamente de rasgos físicos, sino del misterioso rastro que deja la vida en nuestras facciones, ese paisaje moral, sí, no hay otra manera de llamarlo, ese paisaje moral que se va dibujando en nuestro rostro a medida que la vida pasa y nos vamos equivocando o teniendo aciertos, a medida que herimos a los demás o nos esforzamos por no hacerlo, a medida que mentimos y engañamos o persistimos, a veces a costa de grandes sacrificios, en la siempre difícil tarea de decir la verdad.”

“Hay mujeres que no conservan, en el mapa de su cara, ningún rastro de la niña que fueron, quizás porque se han esforzado mucho en dejar la niñez atrás­-sus humillaciones, sus sutiles persecuciones, la experiencias de la desilusión constante-, quizás porque entretanto ha sucedido algo, uno de esos cataclismos íntimos que no moldean a la persona sino que la arrasan, como a un edificio, y la obligan a construirse de nuevo desde los cimientos.”

“Y ahora volvió a fijarse en la mujer: la humillación, toda humillación, necesita un testigo. No existe sin él: nadie se humilla solo: la humillación en soledad no es humillación.”

“El pasado de un niño es de plastilina, señor Mallarino, los adultos pueden hacer con él lo que les venga en gana.”

“El pasado se le figuró a Mallarino como una criatura acuosa de contornos imprecisos, una suerte de ameba engañosa y deshonesta que no se puede investigar, pues, al volver a buscarla en el microscopio, nos encontramos con que ya no está, y sospechamos que se ha ido, y comprendemos enseguida que ha cambiado de forma y resulta imposible reconocerla.”

“La memoria de los otros:¡cuánto daría en este momento por una entrada a ese espectáculo! Allí, pensó Mallarino, tenían origen nuestra insatisfacción y nuestras tristezas: en la imposibilidad de compartir con los otros la memoria.”

“… en este país amnésico y obsesionado con el presente, este país donde ni siquiera los muertos son capaces de enterrar a sus muertos. El olvido era lo único democrático en Colombia: los cubría a todos, a los buenos y a los malos, a los asesinos y a los héroes, como a la nieve en el cuento de Joyce, cayendo sobre todos por igual.

“Es muy pobre la memoria que sólo funciona hacia atrás.”

 “Para una tribu indígena de Paraguay, o quizás era de Bolivia, el pasado es lo que está delante de nosotros, porque podemos verlo y conocerlo, y el futuro en cambio, es lo que está detrás: lo que no vemos ni podemos conocer. El meteorito siempre viene por la espalda, no lo vemos, no podemos verlo. Hay que verlo, verlo venir y hacerse  a un lado. Hay que ponerse de cara al futuro. Es muy pobre la memoria que sólo funciona hacia atrás.”

“No importaba quien tuviera la razón de su lado. No importaban la justicia o la injusticia. Sólo una cosa le gusta al público más que la humillación, y era la humillación de quien ha humillado.”

“La memoria tiene la capacidad maravillosa de acordarse del olvido, de su existencia y su acecho, y así nos permite mantenernos alertas cuando no queremos olvidar y olvidar cuando lo preferimos.”

“Es necesario mentirnos, claro, porque nadie puede soportar tanta clarividencia.”

+Entrevista: