"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


domingo, 24 de mayo de 2015

El juego de la memoria: “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” de Juan Manuel Robles

“El pasado se le figuró a Mallarino como una criatura acuosa de contornos imprecisos, una suerte de ameba engañosa y deshonesta que no se puede investigar pues, al volver a buscarla en el microscopio, nos encontramos con que ya no está, y sospechamos que se ha ido, y comprendemos enseguida que ha cambiado de forma y resulta imposible reconocerla.”

“El pasado de un niño es de plastilina, señor Mallarino, los adultos pueden hacer con él lo que les venga en gana.”
(Las reputaciones, Juan Gabriel Vásquez)

“Recordar, releer: transformar el recuerdo: sutil alquimia que nos concede el don de reinventar nuestros pasados.”
(Papeles falsos, Valeria Luiselli)

“No estoy seguro de que lo que me sucedió ayer sea verdad”
(Bob Dylan)

Hay un motivo personal por el cual la lectura de este libro me causó un gran impacto, más que cualquiera de las cualidades literarias que posee (que las tiene y en creces, como de seguro se comentarán de mejor manera en otras reseñas): el hecho de recordar a mi abuelo.  Cuando tenía entre tres y cinco años de edad, el encargado de llevarme y traerme del nido era mi abuelo materno. El nido quedaba a cuatro cuadras de mi casa, más o menos unos quince minutos a pie. Quince minutos que se extendían a treinta o sesenta si por ahí me llevaba al parque.  ¿De qué podía hablarle un pensionista de más de 70 años a un niño de esa edad, embobado con la televisión, sin aburrirlo o hastiarlo? Pues, no sé cual sea la respuesta de ustedes. La de mi abuelo fue hablarme de política. De comunismo y socialismo. Durante toda mi infancia nombres como los del Che Guevara, Fidel, Cuba, Unión Soviética, Nikita Kruschev, fueron una constante en las conversaciones que sosteníamos. Cómo un puñado de caribeños opusieron resistencia a los gringos por más de 30 años. El Che y sus viajes. La utopía socialista. La educación y medicina cubana. De todo ello, mientras consumía mis galletas Champs de animalitos y mi Inca Kola. Ahora no lo juzgo ni para bien ni para mal. Fue una etapa divertida. Una etapa que he revivido (añadiendo y quitando detalles seguramente, pero manteniendo la esencia emocional) gracias a la historia de Iván Morante, el protagonista de Nuevos juguetes de la Guerra Fría. Y eso es algo por los que la literatura es tan genial. Cómo un puñado de palabras escritas por un desconocido son capaces de hincar las más sensibles fibras emocionales de uno y causar una avalancha de sentimientos, removiendo la tranquilidad del presente. Capaces de hacer reir, llorar, sudar y estremecer, siendo seguro que no lo dejará a uno indiferente, todo lo contrario a cierta literatura que no exuda nada de vitalidad. Si busca una novela que sea capaz de robarle horas a su sueño  o sus deberes académicos o laborales sin hacerlo sentir culpable, esta lo es.

En Nuevos juguetes de la Guerra Fría se narra la historia de Iván Morante, un escritor peruano que radica y trabaja en New York, en un restaurante que funge de refugio para latinoamericanos que buscan sobrevivir.  A él le gusta recordar el pasado. Adquiere juguetes de colección, guarda singulares prendas de su época de niñez y hasta recibe mensajes que el Iván del pasado  creó para enviárselos al Iván del presente. Hasta ahí todo parecería (casi) normal si no fuera porque el pasado de Morante no es un pasado cualquiera.

Hijo de dos idealistas socialistas de los años setenta, Iván estudió la primaria en la embajada cubana de La Paz, Bolivia. Allí había ido a parar su familia por el trabajo de reportero que había conseguido su padre en el país del Altiplano. No fue una educación  típica. El salón de clases lo dirigía una maestra cubana y estaba conformada por los hijos de los funcionarios que laboraban allí. Allí aprendían a valorar a los héroes de la gesta revolucionaria de la nación insular mientras en sus tiempos libres jugaban con las figuras de acción de sus dibujos animados preferidos, como He-Man o GI. Joe, sin importar que estos provengan del “Imperio”. Convivían con ambos mundos, occidental y oriental, mientras poco a poco se enfrentaban a la pérdida de la inocencia. Así lo recordaba Iván al contar su peculiar historia, que siempre lograba cautivar a quien la escuchaba. Hasta que un día surgió la duda sobre la veracidad de esta. Un peculiar personaje toca la puerta de su presente para sembrar la interrogante: ¿De verdad fue así como ocurrieron las cosas? ¿Qué es lo que yace en el subsuelo de la memoria tratando de querer salir a la superficie?

Y es que sucede que su pasado, esconde muchos más secretos de los que él piensa. No bastará que se ponga a recordar para resolverlo. Y es ahí donde el lector empezará a percibir cómo el libro empieza a tornarse en un atrapante thriller.

Como ya se ha mencionado, la novela comienza como una de aprendizaje. Durante gran parte de la novela, Iván se muestra frente al lector como una máquina de recordar. Pero una máquina imperfecta. En su historia es posible darnos cuenta de los sesgos a los que todos nosotros somos vulnerables, tendiendo siempre a la exageración emocional de los hechos del pasado. Los recuerdos son activos que poseemos, siempre en constante mutación. Lo que nos identifica y nos hace distinto a los demás. Y a pesar de ello nada fiables. Hay en el libro un genuino interés por explorar todos los misterios que rodean a la memoria, cuestionando todo lo que creemos saber. Es posible percibir la curiosidad del autor por desmantelar las capas con las que se va ocultando lo esencial de nuestro pasado. Aquello que nos va forjando y convirtiendo en lo que somos.

El contexto en el que se presenta esto no surge como fruto de la casualidad. Si bien el tema principal es ahondar en un problema individual, que es la historia de Iván, esta se relaciona con la Historia en mayúscula, siendo los puentes de estas dos buenos temas de reflexión. La convulsa década de los 80’s, llena de contrastes como el idealismo por cambiar a las sociedades y las críticas situaciones políticas y económica,la apertura internacional y la defensa de lo nacional, la consolidación de la hegemonía norteamericana mientras el socialismo soviético empieza a caerse a pedazos. Pero sobre todo, una época llena de símbolos. Un aspecto vital para entender los procesos sociales que atravesó esta parte del orbe. Es a través de las imágenes que es más fácil colocar o imponer una idea, un mensaje, una doctrina. De forma sutil se puede lograr mucho mayor efectividad que un mensaje directo y brusco. Las mayoría de personas casi no se dan cuenta que ha sido engatusados por una maquinaria propagandística hasta que ya es muy tarde. O peor, nunca se da cuenta. Se piensa que no hay nada detrás moviendo los hilos. ¿Es posible conocer todo lo que yace escondido a nuestro alrededor? ¿Cómo querer lograrlo si ni siquiera somos capaces de conocer los secretos de las personas con la que nos hemos criado y forjado como lo son nuestros padres?

Y ese el último tema que quisiera tocar en este texto: el de la familia. La relación de Iván con su padre se parece a la de mucho de nosotros mucho más de lo que podría percibirse en un primer momento. ¿Cuántas veces no ha pasado que las voces de tu padre o tu madre han disminuido su volumen mientras  te acercabas a su cuarto? ¿Qué se escondía en esas conversaciones dentro de su habitación? ¿Qué nos ocultan de su pasado? ¿Es mejor no saberlo? Idealizamos a nuestros padres en nuestra infancia, renegamos de ellos en nuestra adolescencia y entramos a una tregua durante la adultez. Una tregua de observación y análisis, de reflexión. Nos detenemos a pensar cuanto de sus errores terminamos cometiendo de nuevo, qué  rasgos de nuestra identidad son productos de su herencia y cuanto de sus pecados terminamos pagando.

Esta es una novela conmovedora y con una madurez destacable, en la que se valora la intención de  contarnos una historia individual pero que toca temas universales, algo importante en tiempos en los que muchos autores crean ladrillos que no logran conectar con la emotividad del lector o manosean temas a los que mejor les irían abordándose desde las ciencias sociales. Hay que recordar que leer es una inversión y dedicación de tiempo, el recurso más preciado que tiene el hombre. Y el sentir que no se ha malgastado es algo que en estos tiempos debe agradecerse.


Gran, gran novela. Ojalá tenga la cantidad de lectores que se merece.


+Frases y fragmentos:

-Siempre me gustó recordar. Soy aficionado a hacerlo desde que tengo uso de razón o, mejor, desde que tengo memoria; convierto objetos físicos en añoranza en cuestión de días, los adscribo a algún casillero del pasado, a algún de tránsito o felicidad, a una playa que nunca volvimos a visitar, a un hotel que ya no existe, una ciudad lejana, una isla, o lo vinculo a la presencia de alguien que estuvo de visita –la voz-, con la música inicial de unos dibujos animados que solo duraron dos temporadas.”
Mis recuerdos son apenas el insumo bruto de algo que ya no me concierne. Así pasa a veces: la historia expropia lo que creíste tu vida íntima.

-Ten cuidado, gil. ¿Sabes qué pasa cuando cuentas demasiado una historia?
-¿Se la roban?
-Peor, pierde sabor y se estira, como chicle.

-Los objetos físicos desencadenan cosas, remueven el mundo interior como un virus, y eso pasa aunque los encontremos muchos años después, o, debería decir, pasa sobre todo  si los encontramos años después y esos objetos no han tenido ocasión de opacarse en nuestra mente, de fundirse en sus múltiples versiones, de mimetizarse en el decorado y volverse naturaleza muerta.

-Supongo que las fotos son eso, un montaje al rescate de la memoria.

-O simplemente ocurre que cuando uno aprende a leer, el mundo se ensancha y, con él, la memoria de los recovecos, la capacidad de nombrarlos.

-Pero quizás no sea así, quizás los recuerdos son incompletos no porque les falte un detalle, un color o un nombre, sino porque les falta un sentido, una coherencia, y con los años el sentido de la vida, el que adquiera o el que me sea concedido por las catástrofes que están por venir, por las veces en que tendré ocasión de demostrarme a mí mismo quién soy de verdad, de qué estoy hecho, ese sentido agregará el detalle que faltaba, el sonido que no recuerdo, el rostro que perdió forma como plástico derretido, y hará que encaje perfectamente lo que parecía absurdo.

-(…) quizás la memoria en exceso, el intento de almacenar más de la cuenta, solo puede llevar a cierta forma de colapso.

-Tal vez de algún modo, estábamos dañados, pero al mismo tiempo ese daño le daba espesor a nuestros caracteres.

-Algo de rutinario hay en la felicidad; aun quienes la viven viajando por diversos destinos encuentran la forma de estandarizar los momentos, de comprimirlos en cápsulas análogas, en vagones compatibles, y es por eso que, de algún modo, la felicidad genera una memoria continua y vaga, muy intensa de primer impacto pero débil en el acopio de detalles, como si el torbellino imposibilitara la recolección, como si hubiéramos cruzado en tren bala por el paisaje más bello del mundo. Parece vivirse en cámara lenta, la felicidad; parecer ser el grado cero del estrés.

-Si la memoria tiene un revés, si la presencia perenne de todo lo andado tiene un negativo, es la existencia nueva de un ser en blanco. La energía pura de lo incierto.

-Hay una arrogancia elemental del observador del presente en relación con el narrador del pasado, como si este último fuera un hermano menor un poco idiota e ingenuo, que no entiende nada, que no puede ver lo que está en sus narices, a un milímetro de distancia en la línea larga de la historia.

-Se asume que hay en nuestra mente una habitación cerrada donde está todo aquello  de lo que no tenemos conciencia: deseos, impulsos, y episodios antiguos, todo eso está atrapado allí pero no ha muerto, son pedazos de realidad que afectan nuestra forma de ser y que se manifiestan insidiosamente, con síntomas diversos.

 -Lo que quiero decirte con esto es: si te pones a escarbar en el pasado, no vas a encontrar imágenes neutras, vas a encontrar unidades de sentido, intenciones, postales que van hacia alguna parte. Siempre.

-El pasado es la ilusión resultante de un movimiento en el espacio. El movimiento deja un rastro, un cambio físico microscópico en el cerebro. Esa es la memoria en su forma más primitiva y es también la forma más neutral de recordar. Recordar en espacios, habitaciones y pasadizos es la manifestación exagerada de esa tendencia, su caricatura o parodia, si quieres.

-El recuerdo es una idea del pasado que te ayuda a predecir el futuro en el presente, para sobrevivir.

-La memoria es moverte por las habitaciones vacías de una casa distante, asomarte a los cuartos en los que pasaron cosas –a veces cosas terribles-, pero es también la sensación de estar quieto mirando por la ventana, observando un mundo que no solo es el que habitas (un lugar inabarcable lleno de objetos borrosos), un mundo externo que, sin embargo, confirma de alguna manera tu conciencia íntima de la existencia, la hace más real, la perenniza por efecto inverso, como una placa en negativo o como las mascarillas de yeso que les ponían a los recién fallecidos para tener una constancia de su paso por el mundo.

-La fe, voy entendiéndolo, convierte el laberinto en un único túnel largo, en una peregrinación recta que elimina todo dilema o bifurcación -¿aquella puerta o la otra?-, y produce recuerdos de baja calidad.

-Pero las ciudades, justamente, están hechas para encontrar las vías de retorno. Para vivir y revivir trayectorias precisas. Para volver y  recrear, viajar en el tiempo con las coordenadas exactas. Para que los recuerdos se parezcan y a la vez se diferencien bien.

-¿Será que es hora de escribir? ¿Hacer memoria y teclear sin preocuparme porque los recuerdos vayan a ablandarse? Escribir para rescatar esencias en estado gaseoso (como quien encuentra fórmulas químicas) y ejecutarlas de nuevo, en vez de aspirar a congelar los hechos.

+Comienzo de la novela:

-Mi nombre es Iván Morante y un día se conocerá mi historia. Este no es un deseo propio; al contrario, es algo que ocurrirá sin mi consentimiento ni razón, pasará en algún momento que mi pasado terminará de escribirse y será una suerte de parábola dócil que ayude a explicar o entender ciertas cosas, ciertas vibraciones de la historia, ciertas insignias que nos dieron protección y fe. Me queda claro que no seré yo quien la escriba; esa historia o, en todo caso, lo que yo escriba no tendrá mayor efecto en la circulación de ese pedazo de mi existencia, en el acto de instalar la fábula en los imaginarios que corresponda. (…) Yo sólo estuve en un lugar y en el instante justos, en las coordenada precisas, y caminé en esos márgenes y actué según los usos -¿husos?- que me tocaron entonces, y la coincidencia fue suficiente para que me estén reservados esos rectángulos vacíos, esas viñetas por estrenar

+El autor:

Nació en Lima el 4 de noviembre de 1978. Tiene un MFA en Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York. Ha publicado Lima Freak. Vidas insólitas en una ciudad perturbada (Planeta, 2007). Ha sido redactor de la revista Somos, del diario El Comercio, y editor de la revista Cosas. Sus reportajes y relatos han aparecido en las revistas Etiqueta Negra, Letras Libres, Buen Salvaje y Gatopardo, así como en diversas antologías latinoamericanas. Ha sido becado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano para asistir a talleres de Ryszard Kapuscinski y Tomás Eloy Martínez, y en el 2008 fue finnalista del Premio Cemex - FNPI. Actualmente vive en Lima y se desempeña como docente universitario.


domingo, 17 de mayo de 2015

Nido de cobras: "Agosto" de Rubem Fonseca

Hace más o menos tres semanas me fui caminar por la tarde al Centro por la ruta de siempre: Estación Central- Camaná-Jirón de la Unión. A ver si así hacía algo de tiempo antes de ir a exponer un trabajo en San Marcos. Parecía que iba a ser un trayecto rápido cuando en una de esas librerías de viejo que están en Camaná, entre Quilca y la Plaza de Francia, tuve que hacer una parada necesaria. Había un ejemplar bien conservado de Agosto de Rubem Fonseca.

9788490061114La primera vez que leí algo sobre este autor, fue en el segundo número de la revista Buensalvaje. Un hombre ya mayor, calvo y con un nombre cuya “m” le quitaba cualquier sospecha de ser de lengua hispana, tenía la portada de la reciente revista. La nota lo mostraba como un autor casi de culto, siempre voceado al Nobel y ajeno a cualquier afán de notoriedad mediática. Algo así como Thomas Pynchon o Salinger. Que había venido en el 2010 a San Marcos, siempre parco pero no por ello esquivo a responder las curiosidades de jóvenes aspirantes a escritores. Su expresión dura iba de la mano con la intención de su prosa: alejarse de ese Brasil festivo, siempre alegre, que tratan de vendernos las agencias de turismo como única realidad de nuestro gigantesco vecino. Curioso, empecé a buscar algunos libros en las librerías más conocidas sin mucho ánimo, debo confesar, pero lo alto de sus precios me desalentó.

Durante los siguientes años, cada vez que leía alguna entrevista a algún autor latinoamericano siempre se colaba su nombre entre los autores de referencia mencionados por ellos. Se fue gestando un interés ahora ya genuino. Volví a leer la entrevista en Buensalvaje. Así que fui esperando la oportunidad de leer algo suyo, que finalmente se dio la tarde de aquel lunes, en que por veinte soles, adquirí el ejemplar mencionado, luego de revisar que no faltaran páginas y tener la osadía de pedir algo de rebaja.

Agosto, podría decirse que es un thriller político. O policial.  Tiene todos los elementos del género. Hay un crimen inicial en una habitación de hotel a inicios del octavo mes de 1954, que parece envolver a altos funcionarios ligados al gobierno de Gétulio Vargas, el caudillo brasilero, que ostentaban la banda presidencial por cuarta vez del gigante sudamericano. El detective de la historia (comisario para esta novela), Alberto Matos, es el encargado de investigar a los culpables, mientras lidia con dos mujeres involucradas con hombres de la mafia, con un sistema podrido que alcanza a sus contactos más cercanos y un terrible dolor de estómago que lo está carcomiendo por dentro. Es fríamente lógico y racional. No parece haber en él ninguna vacilación moral al momento de tomar una decisión.

El crimen inicial parece dar pie a otros, llegando a destapar una dantesca olla de grillos. Senadores, diputados, periodistas, militares, policías. Todo el mundo tiene rabo de paja. Cobras por doquier. Nadie parece salvarse. Sólo Matos. Todo en la trama se va llenando de un aire de desesperanza que termina por extinguir cualquier fe de que las cosas vayan a aclararse. Debajo de cualquier intención por querer reformar las cosas se esconde un afán por adquirir poder. Poder, poder, poder.  No se puede confiar en nadie. La corrupción alcanza todos los niveles de la sociedad. Y es ahí donde se puede tender un paralelo con esa obra maestra que es Conversación en la Catedral. Para que no creamos que somos los únicos en padecer de esa lacra. Hemos tenido ardua competencia a nivel latinoamericano. Y Fonseca de encarga de mostrárnoslo.

La acción va avanzando a través de las diferentes historias paralelas que se van trazando. Rubem Fonseca privilegia el desarrollo de la trama y los diálogos sobre reflexiones que puedan entorpecerla. Las reflexiones al fin y al cabo, las termina haciendo el lector que no puede evitar seguir avanzando en la lectura por más cansado que esté, luego de una jornada laboral o de estudios, para descubrir qué otro secreto no ha podido descubrir aún Matos, identificarse con sus problemas amorosos y más que nada indignarse con lo que pasa y sentirse impotente porque sabe que como en nuestro país, la esperanza de cambio es una utopía. ¡Vaya que este autor brasilero es capaz de hechizarnos con una trama que nos escupe a ese Brasil urbano y violento!

He visto que en Librería Communitas hay algunos ejemplares de Agosto editados por RBA. Y si no le alcanza y le ha interesado esta obra del nonagenario escritor carioca,  ya habrá la forma de facilitarle la obra (escríbame por interno). Pero denle una chance. Que como dice Francisco Ángeles en una reseña que hizo para Buensalvaje (¿han notado lo imprescindible que se ha vuelto dicha publicación?), hay que hacer que la demanda por buenos libros se adelante a la oferta y exigir que obras de calidad lleguen a aquellos interesados en leer algo bueno de verdad. No se arrepentirá.


+Sobre el autor:

Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, 11 de mayo de 1925) es un escritor y guionista de cine brasileño. Estudió Derecho y se especializó en Derecho Penal. A pesar de su amplio reconocimiento como escritor, no fue hasta los 38 años de edad que decidió dedicarse de lleno a la literatura. Antes de ser escritor de tiempo completo, ejerció varias actividades, entre ellas la de abogado litigante. En 2003, ganó el Premio Camões, el más prestigiado galardón literario para la lengua portuguesa, una especie de Nobel para escritores lusos, en 2004 recibió el Premio Konex Mercosur a las Letras, y en 2012 el Premio Iberoamericano de Narrativa "Manuel Rojas".


+Homenaje en Buensalvaje:
Aquí



viernes, 1 de mayo de 2015

Estrellas solitarias: “El palacio de la felicidad” de Dante Trujillo

Los personajes de los seis relatos que conforman El palacio de la felicidad son como rompecabezas. Rompecabezas a los que les faltan piezas. Muchas piezas. Seres solitarios, y totalmente desamparados en algunos casos. Cuya existencia parece absorbida por la rutina, ahogada en la intrascendencia y cuya luz parece diluirse página a página volviéndolos tan opacos como el cielo invernal de Miraflores. Con un lenguaje que busca ser directo y sencillo, reproduciendo de manera fiel el hablar cotidiano de la urbe limeña, un bosquejo sobre la forma de pensar de una clase burguesa venida a menos con sus temores y estúpidos prejuicios y una lucha constante con los fantasmas del pasado, Dante Trujillo presenta un primer libro en los que se reconoce la honestidad de escribir sobre temas con los que se siente conectado. Y el haber trazado a estos seres, en cuyas características y acciones muchos lectores nos reconoceremos.



Club de invierno

Hay una frase en este cuento que, pienso, sintetiza las emociones que produce el leerlo: No había luna, pero sí unas tantas estrellas, brillantes, muy separadas entre sí, solitarias. Porque los personajes de este cuento, como aquellos astros, pertenecen a un mismo universo y sin embargo su vínculo más cercano no es más que la mera existencia en él. Los problemas de comunicación entre ciertos grupos de nuestra sociedad salen a relucir en los gritos del viejo que llora al lado de la piscina en una parte de esta historia. Los contrastes entre lectores y no lectores (aceptando a los primeros como un grupo  cada vez más minoritario y al cual los otros miran como si fuese un conjunto de bichos raros) y entre los viejos y jóvenes, se reflejan en detalles que muchas veces son forzados a pasar desapercibidos como las reacciones frente a un execrable acto de discriminación (el racismo no tan tácito que se da maña para seguir viviendo en nuestro inconsciente , mirando al otro como un ser inferior para calmar las exigencias del estúpido ego de muchos) o la forma de expresarnos a través del lenguaje (los diálogos en diminutivo denotando la idiosincrasia de nuestra urbe). Resulta imposible escapar de los males de nuestra ciudad y/o nuestro país así nos refugiemos en una casa de campo o en la lectura de una novela, pues estos se esfuerzan en acompañarnos como si tuviesen un pacto con nuestra sombra, parece decirnos Trujillo. Y todo ello coronado con un final, que evoca la frialdad (percibo que no es un detalle menor el tándem padre-hija) de ese otro gran relato que es Caballos de medianoche  de Guillermo Niño de Guzmán.

Emilia Cisneros

Un misterioso sobre llega a la oficina con el nombre de Emilia Cisneros como destinataria. Nadie tiene idea de cómo llegó o quien lo trajo. Y en su interior un mensaje críptico y enigmático. Como si el pasado se corporizara y tocara la puerta de uno. Un evento misterioso que no es más que el inicio de la caída de una inmensa bola de nieve que va cobrando fuerza de a pocos en un inicio, hasta acelerarse de manera imparable. Una bola de nieve que contiene en su interior la triste realidad de la vida de Emilia y que va aplastando en su camino las ficciones y refugios que ha ido creando para protegerse (y recién Emilia se dio cuenta de que lo venía escuchando desde hacía días, un sonido ronco, rumoroso y perpetuo que no había notado hasta entonces.)  La aparición de seres quebrados o al borde de la locura, la infidelidad y el desvanecimiento del amor  son algunas de las herramientas que usará Trujillo para romper el cristal de la rutina en este relato en el que uno termina con más preguntas que respuestas, lo cual se agradece.

Acariciar al tigre

Hay dos frases que rondan este cuento: “Si se quiere comprender lo invisible, hay que penetrar tanto como se pueda en lo visible” y “El gato es la oportunidad de acariciar al tigre”, que parecen encapsular el mensaje de esta historia. El escape de la tediosa y confusa realidad a través de la locura y el de dotar de una imagen más soportable a lo grotesco y terrible de algunas situaciones o seres.
Dos seres irrumpen en una pequeña librería miraflorina. Benavides y Obijuán. Dos seres que parecen venidos de otra galaxia. Dotados de un particular encanto que sólo la protagonista de este cuento parece notar. Seres que despiertan sentimientos en ella que parecían haber sido empujados al sitio más recóndito de su espíritu. Y todo sucediendo en una librería pululada por un público tan heterogéneo, donde el lector de este libro tal vez pueda jugar a identificarse con algún bizarro personaje. Situaciones excéntricas y retorcidas se conjugan en una trama llena de contrastes, localizada en el distrito de Miraflores que parece perder a lo largo de las páginas, la partida frente a la asfixiante neblina de su cielo.

Esa gente siempre tiene frío

Del pasado perdido a ese asqueroso infierno hallado a diario. Otra vez el tema del pasado y el racismo  se mezclan en un cuento donde el mayor terror es uno que sucede en el  día a día: el acoso. La persecución obsesiva. Un comportamiento enfermizo. Enfrentar la irracionalidad con poco más que la acumulación de impotencia. Seres cuya suciedad externa no alcanza a superar la interior.  La voz de una mujer que nos va narrando sus miedos y tristezas, además de representar la frustración de una clase venida a menos pero por la que no se siente pena alguna. Hombres y mujeres sobreviviendo en una ciudad cada vez más salvaje. Animales en medio de esta jungla de concreto. Lo más impactante: subir al transporte público luego de terminar el cuento (o incluso si lo leemos mientras viajamos) y mirar con sospecha a cada uno de los que nos rodean. ¿Cómo estar seguro de que lo que ocultan sus rostros no es la maldad en su estado más puro?

Strangers in the night

Deseo, sexo, oscuridad, pasión, frío, noche. Son algunas palabras que pasaron por mi cabeza durante la lectura de la historia más breve de este libro, del que no menciono mucho para no malograr la experiencia de leerlo.

El palacio de la felicidad

Y el último cuento y más largo, con la extensión de una nouvelle. Un abogado ve interrumpida su rutina por la llegada de una mujer. No una mujer cualquiera, sino la mujer del hermano desaparecido muchos años atrás. Y con ello, los conflictos de décadas atrás, explotando en el presente del protagonista. ¿Hasta qué punto podemos llevar adelante una farsa para saber que no habrá vuelta atrás? Las calles, parques y casas de Miraflores se unen en esta historia para fungir de laberinto. Un laberinto en el que el protagonista se adentra sin intenciones de volver al punto de partida y perderse en los encantos la ficción que está creando.

La imposición de máscaras para ser otro. El amor fraternal luchando contra la pasión por una mujer. La disolución de un matrimonio. La recolección de objetos como insumo para la memoria. Las familias que se fueron y no volvieron. Los reales efectos de la guerra interna en muchos limeños, sin exageraciones. Un enigmático lugar como un oasis de otro mundo. Todo de eso hay y mucho más en este relato que como en los anteriores exuda literatura de la más pura.



Ya llegarán más historias. Aquí estaremos esperando.



+Sobre el autor:
Dante Trujillo nació en Lima en 1973. Estudió Literatura y ha seguido cursos de especialización en La Habana y Madrid. Hoy cursa una maestría en Literatura comparada y crítica cultural. Ha sido publicista y corrector de estilo, y estuvo al frente de la librería Minotauro. Fue editor de proyectos en el Área de Publicaciones y Multimedios del diario El Comercio.

Ha escrito para diversas publicaciones nacionales. Dirige la editorial Solar y la revista Buensalvaje.El palacio de la felicidad es su primer libro.

+Presentación del libro: