"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


jueves, 21 de diciembre de 2023

[Entrevista] Gabriel Mamani: “El fútbol es una pasión que sirve para entrever ciertos nacionalismos prestados”

Gabriel Mamani Magne (La Paz,1987) es uno de los nuevos narradores destacados de Bolivia, ganador del Premio Nacional de Novela 2019 con Seúl, São Paulo, novela editada por Dum Dum (donde también publicó El rehén) y por Periférica en España.

La juventud y sus inseguridades, la construcción de la identidad en un ambiente hostil, los contrastes intrafamiliares, las referencias culturales pop del extranjero se encuentran en Seúl, São Paulo e influyen en el accionar de sus personajes. Sobre estos aspectos conversamos durante su paso por la 44° Feria del Libro Ricardo Palma en Lima.

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P. “(...) pero también algo que me repugna: dicen que uno entra al cuartel siendo niño y sale hecho un hombre; yo creo que uno entra siendo humano y sale convertido en animal de carga” se dice en la novela sobre la vida militar. ¿Cómo percibes que se mantienen los valores de la institución militar en el imaginario actual? 

R. Creo que Latinoamérica tiene una vocación caudillista-militar fuerte. Digo esto tanto por la historia de consecutivos golpes de Estado como por la admiración a líderes déspotas, al tipo que grita alto, el mandón. Es así que, al menos en Bolivia, las fuerzas armadas, según mi visión, constituyen un lugar de ebullición de violencias donde el autoritarismo se junta con el racismo y clasismo. Históricamente, los altos mandos en Bolivia han sido ocupados por personas de la élite. Por otra parte, los puestos más bajos, los de los conscriptos, son ocupados por personas, sobre todo, del área rural o barrios marginales de las ciudades principales. Las Fuerzas Armadas son el lugar donde determinados sujetos entienden cuál es su lugar en el mundo: el del que manda o el del que obedece. Todo eso se hace extensivo a la vida civil, donde las prácticas autoritarias son algo del día a día.




P. Uno de los ejes que rodea gran parte de las escenas, ya sea como afición y práctica, es el fútbol. Está presente, por ejemplo, como un elemento que moldea las emociones de los personajes. ¿Cómo sientes que es la relación con el fútbol en países (como los nuestros) que suelen ser inferiores “en la tabla”? ¿Cómo estas referencias forjan la educación sentimental de tus personajes masculinos?

R. El fútbol educa sentimentalmente de muchas formas. Te predispone a la derrota o te hace interpretar la victoria de una forma u otra. Siempre digo que mi generación es una generación triste porque nunca vio a su selección jugar un mundial. Por supuesto que todo esto también tiene su correlato en lo geopolítico y las propias relaciones entre las idiosincrasias de diferentes países (agarrá a un argentino y a un salvadoreño y analizá cuál anda con la moral más alta). Pero también veo una belleza tímida en la forma en la que países como Bolivia entienden el fútbol. El gol de la verde se grita de forma diferente, con una garganta poco acostumbrada y, por ende, más apasionada. En mis personajes, en especial en Seúl, Sao Paulo, el fútbol es una pasión que también sirve para entrever ciertos nacionalismos prestados, como ocurre con los personajes bolivianos que apoyan a Brasil o Argentina. Ser hincha postizo devela un montón de cuestiones internas de una sociedad.


P. El k-pop, tendencia a la que se adhiere Tayson, destaca entre otras características por reflejar un nuevo modelo de masculinidad en el que prevalece cierta androginia estética. ¿A qué piensas que se debe su popularidad entre los jóvenes? ¿Cómo se muestra este conflicto en tu novela?

R. Agarré el tema del k-pop porque su sola presencia irrumpe con la hegemonía anglo en el ámbito musical. Yo crecí pensando que todo lo que realmente valía la pena estaba en inglés. Entonces, a inicios de la década pasada, descubrí a jóvenes bailando música coreana en la plaza Camacho de La Paz y eso me voló la cabeza. Imitar a un cantante gringo es diferente a imitar a uno asiático. Eso va desde lo estético hasta los comportamientos. En mi libro, el k-pop es una válvula de escape para uno de los personajes que, como todo adolescente, busca encontrarse. También puede servir como una alegoría de esa fascinación por lo extranjero que existe en Bolivia: se sale del país para buscar mejores oportunidades, se consume productos de países vecinos porque gracias al contrabando son más baratos y se escucha música en otro idioma porque, pese a que uno no pueda entender nada, se la siente más cercana que la música hecha en el país. Pienso que lo boliviano está también formado por retazos de lo extranjero que, adaptados a nuestra realidad, tienen un significado renovado.

P. Otro de los conflictos de Tayson es el de la lengua, vacilante entre el español y el portugués de su infancia, lo cual no solo refleja su modo de hablar, sino también de situarse en el mundo. ¿Cómo ha sido el proceso de mostrar este encuentro de registros lingüísticos en tu novela?

R. El idioma castellano está cargado de registros del lugar, de herencias indígenas e influencias extranjeras. Bolivia no es la excepción: la migración hace que nuestra lengua se mueva a una velocidad andina para balbucear palabras en otros idiomas, como el portugués. Era natural que Tayson, el personaje hijo de bolivianos que nace en Brasil, se enfrentase al reto de la puja entre dos culturas, dos idiosincrasias, dos lenguas. A esto podemos sumarle la influencia del aymara en el castellano boliviano. Son muchos los migrantes bolivianos en Brasil y, mientras escribía el libro, reparé en que pocas veces había leído textos en los que se reflexionara sobre las bifurcaciones lusófonas de nuestra lengua. 

P. La insularidad geográfica de Bolivia parece vislumbrarse en la atracción de los jóvenes protagonistas por elementos foráneos: bandas coreanas, equipos brasileños, cumbia argentina. ¿Cómo percibes que se han reordenado las hegemonías culturales en el siglo XXI? ¿Ello se refleja también en la literatura?

R. Sí. Hemos llegado a un punto en el que lo foráneo marca una influencia tan importante como la ancestral. Es común criticar la hegemonía cultural ejercida por el norte, pero pocas veces reflexionamos sobre las hegemonías del sur. Las influencias mexicana y argentina, por ejemplo, opacan las producciones del resto de la región. Claro que todo tiene que ver con economía y medios de comunicación, pero también es bueno reconocer otros componentes que hacen que nos fijemos en ciertas literaturas y en otras no. Muchas veces, al pensar lo latinoamericano, nos quedamos con un puñado de países –en teoría “los más representativos”–, olvidando que hay mucho más. Sería bueno agitar el mapa y dejar que algunos libros caigan y descubrir obras de países con menos reflectores.


P. Hay una escena hacia el final en donde uno de los personajes le pide al otro que no tome fotos desde la ventanilla del avión al momento del despegue para no distorsionar la evocación del momento al recordarlo después. ¿Qué capta la literatura que no la hacen otras artes como la fotografía, la pintura o el cine?

R. Creo que lo que la literatura captura de la realidad es un movimiento visible y al mismo tiempo invisible. Hay pulsiones que una buena novela genera que capaz no puedan verse, pero están ahí. Quizá por eso muchas veces recordamos lo que sentimos al leer un gran libro más que la trama principal. Por otra parte, las imágenes que la literatura genera son personales, es decir, están alimentadas por la imaginación y los antecedentes del lector, algo que no pasa con el cine, que de por sí te pone una imagen que es igual para todos los espectadores.

 



(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

jueves, 19 de octubre de 2023

[Reseña] ‘Sueño de trenes’ de Denis Johnson

 El tiempo va

Random House, 2015.144 pp. Traducción de Javier Calvo.


    Esta novela inicia con un arrebato violento: el protagonista –sin motivación aparente– se une a un grupo que quiere lanzar a un hombre por un precipicio. Este recuerdo será evocado por el protagonista, de tanto en tanto, a lo largo de la narración. ¿Qué hubo detrás de ese impulso? ¿Fue solo un intento de salir del marasmo? Aún sin eclipsar la historia, notamos la evocación obsesiva y punzante, uno de los mayores logros de Johnson, quien consigue atenuar la tragedia y la culpa con la posibilidad de continuar viviendo, aun cuando fuerzas de la naturaleza le arrebatan el presente y el futuro a su protagonista. Un tren que sigue en marcha sin reparar en las vicisitudes del camino, impulsado por una fuerza que lo sobrepasa.

Que no se confunda lo anterior con una retórica motivacional. Sueño de trenes da cuenta de la vida de un hombre una empresa tan ardua como erigir una red ferroviaria que una a todo un país. Porque el retrato de Grainier es el de un hombre atravesado por la Historia, por las ansias de un progreso colmado de explotación y violencia. Uno que arrasa y aniquila, sin límite aparente:

La experiencia que había tenido Grainier con el Atajo de Dieciocho Kilómetros le dio ansias de participar en otras empresas enormes, donde multitudes de hombres eliminaran porciones enteras de un tamaño nunca visto, armando gigantescos puentes de caballete de madera, en lo alto de abismos infranqueables, cada vez más grandes, más largos y más profundos” (pág.19).

La estrategia que usa Johnson para dar cuenta de ello es la alternancia de escenas y emociones, en distintos tiempos, en un orden que permite observar las consecuencias de la tragedia central del protagonista: Un incendio que lo devora, estruja y atormenta, cuyas cenizas se convierten en el hollín de su espíritu, dejando en al descubierto una oscuridad latente que parece haber permanecido allí desde esa primera escena narrada:

El recuerdo casi le paraba el corazón. Estaba seguro de que el chino se había vengado invocando una maldición (…) Le parecía a todas luces un castigo demasiado grande” (pág. 76)

Un castigo demasiado grande, insondable como la naturaleza que a la fuerza se intenta domar para construir un camino. En fin, sueños de trenes que permitan traspasar esa frontera para el hombre, que permitan controlar lo incontrolable. Trenes que atraviesen el dolor de seguir viviendo tras la pérdida de lo que más se amaba, con dichos recuerdos enraizados y mezclados ahora con el resentimiento tras la marca de la muerte.

Ahora dormía bien por las noches, y a menudo soñaba con trenes, y sobre todo con un tren en concreto: él iba a bordo; podía oler el humo de carbón; un mundo entero pasaba por las ventanillas. A continuación, se veía a sí mismo de pie en aquel mundo mientras se apagaba el ruido del tren. La frágil familiaridad de aquellas escenas le sugería que procedían de su infancia. A veces se despertaba oyendo cómo el ruido del tren de la Spokane International se disipaba por el valle y se daba cuenta de que había estado oyendo aquella locomotora mientras soñaba”. (pág. 90)

            No es un detalle menor que Grainier pase de una vida sedentaria a una nómada al adoptar el oficio de transportista. La movilidad física parece la forma de sacudirse las cenizas de esa tierra que se volvió infierno: primero por el fuego, luego por el recuerdo. A lo largo del relato, Johnson va introduciendo personajes, pequeñas historias que corren en paralelo, tragedias encapsuladas en pequeñas dosis que le permiten a Grainier soportar las propias heridas. Microhistorias con un elemento en común: la violencia adherida a todo el lenguaje, que permea todo lo que todos tienen para contarse. Todo ello se narra con un ritmo calmo que logra prolongar las páginas de este breve y magnífico libro que, tras su final, solo provoca ir a buscar todo lo que ha publicado este gran autor norteamericano.

jueves, 20 de julio de 2023

[Reseña] ‘El camarada Jorge y el Dragón’ de Rafael Dumett

Un evangelio personal

Alfaguara, 2023. 272 pp.

Hace unas semanas se volvió viral el video de una chica cristiana que instaba a sus seguidores a preguntarse cómo reaccionaría Jesús ante una serie de situaciones que se dan en la cotidianidad. La masiva repercusión que dicho video tuvo se debió, principalmente, a las respuestas divertidas que generó, en las que numerosos usuarios imaginaron reacciones inverosímiles –al menos, desde una perspectiva conservadora– a lo que el Hijo de Dios haría frente a diversas situaciones. El hecho no pasaría de lo anecdótico y transitorio de no ser por lo que se escondía en cada respuesta: la reformulación de una figura mítica, una apropiación del personaje para insuflarle una narrativa propia alejada del dogma. ¿Qué Jesús ve cada uno? ¿Qué permanece y qué es capaz de ser re imaginado?


    La mayoría de los comentarios que leí en redes sobre ‘El camarada Jorge y el Dragón’ de Rafael Dumett (Lima, 1963) se han centrado en la biografía de Eudocio Ravines, en repetir datos que circulan por la internet. Esto parece un despropósito al momento de valorar una novela que se construye más bien en la tensión entre lo histórico y lo mítico alrededor de este personaje, clave de lectura que se puede atisbar desde el epígrafe de Hilary Mantel: ‘No importa lo que recuerdas, / sino lo que piensas que recuerdas’

Pensar lo que se recuerda”, un laberinto donde la posibilidad de perderse puede ser fatal. El alimento de una paranoia como la del primer capítulo, en el cual el autor nos presenta a un Ravines mayor perdido en la capital mexicana, acechado por fantasmas, lecturas y prejuicios. ¿Cómo se llega a un estado de desconfianza en la realidad misma? Dumett elige hurgar en la raíz de todos los miedos: la infancia.

Shitoh no se ha atrevido. No se atreve. No se atreverá. Es sólo un niño indefenso al que el destino ha apartado cruelmente de su padre y conducido a las puertas del infierno. Solo le queda salir de ahí cuanto antes y sin hacer ruido, y tratar de encontrar solo el camino a casa”. (pág.47)

Dumett retrata las configuraciones sociales de los albores del siglo XX en una Cajamarca alejada del centro político y económico de un país aún herido por la guerra perdida contra Chile, situación aprovechada por políticos y militares para imponer su propia ley. En ese contexto, dibuja a un Ravines que añora la vuelta a casa. En la melancolía, el recuerdo del padre ausente por una decisión apresurada es lo que hará que su conducta errática sea más bien una forma de nostalgia ‘infantil’. Un resguardo frente a todo aquello que pudiera indicar debilidad frente a los demás, en una situación en donde cualquier síntoma de flaqueza podría derrotarlo.

La narración describe las experiencias juveniles del protagonista, con un lenguaje que busca reproducir los dichos de la época y las turbaciones del tránsito de la infancia hasta la adultez, pero que, por largos tramos, se excede en la solemnidad, lo cual menoscaba la caracterización de las experiencias de los personajes. Dicha monotonía, no obstante, se ve interrumpida cuando Ravines, renegado del catolicismo de sus años tempranos, lee un ejemplar de ‘Vida de Jesús’, una reconstitución de la vida de Cristo elaborada a partir de los evangelios apócrifos y en la que encuentra una imagen con la cual emparentarse, aun cuando esta no calce necesariamente con los valores cristianos inculcados por la religión de su niñez.

Igual tengo que defenderme de sus acciones, como Jesús. Está en mis manos no dejarme arrastrar por ella en sus desgracias. Si la dejo, si los dejo (también están mis hermanitos), serán mi lastre. Me quedaré anclado al pueblucho atrasado en que malviven y vegetan y del que no podré salir jamás”. (pág. 119)

            


    En esta escena de revelación la novela brinda una clave de lo que se está contando: no hay Historia sin lo apócrifo, sin esa ficción que se encuentra en orilla de lo canónico y establecido. Es la propia historia de Ravines la que se narra a través de los recursos de la ficción –de lo que pudo o no pudo haber pasado– como una forma de aproximarse a la sensibilidad de la figura histórica y de quienes lo rodean. Entre esos personajes secundarios destaca, por lejos, el personaje de Belisario Ravines, el prefecto vilipendiado por el pueblo cuyos soliloquios llenos de delirio, miedo y culpa, quiebran el relato a la vez que lo dotan de vitalidad. Es un momento clave cuando este declara ante Ravines que no cree en Dios, a lo que este responde:

“Yo tampoco. Pero creo en los pecados. Los que empozan el alma y la ensucian para siempre”.  (pág. 238)

Es el pecado y la culpa que acarrea lo que gangrena a los personajes. Ante ello, el protagonista opta por la libertad como la única manera de no acatar órdenes de nadie, como el principal motor para desenvolverse en el mundo. Esta consigna marcará sus decisiones y determinará su futuro. Será el matiz con el que forjará un moral y una conciencia: su propio evangelio. Dummet, en esta novela apenas nos ha empezado a mostrar el camino que ha trazado para contar la vida de Eudocio Ravines (este es el primer tomo de una trilogía anunciada). Un camino que, tras esta lectura, anticipo con buen augurio.



(Texto publicado en El hablador)

martes, 4 de julio de 2023

[Reseña] "Libertadores de América" de Alejandro Droznes

 Fuego que libera

Pesopluma,2023. 220 pp.

¿Cómo aproximarse al fútbol desde las letras sin caer en la parodia y la hipérbole? Como toda pasión, acercarnos más de la cuenta puede cegar y confundir. Por otro lado, exagerar la distancia puede derivar en un relato frío, una prosa del lugar común. El camino alternativo puede ser la aproximación tangencial, el acercamiento desprovisto de la lógica racional, reconfigurada para captar la complejidad de un juego capaz de alterar la manera de desenvolverse en el mundo. El fútbol reclama una intensidad narrativa de la que Alejandro Droznes (Buenos Aires, 1980) se apropia y responde desde el respeto y la emoción.

         


       Viajar, instalarse, desempacar, recorrer una nueva ciudad, perderse, partir otra vez. Las diez crónicas que conforman el libro representan una búsqueda por plasmar las atmósferas particulares en las que se respira el fútbol en distintos puntos del continente sudamericano, al mismo tiempo que se buscan los elementos comunes que las unen. La gesta de un equipo argentino menor, la algarabía de una ciudad boliviana otrora poderosa, la indiferencia venezolana, la épica rivalidad llevada a otras latitudes y el sincretismo sospechoso de las autoridades de los entes futbolísticos profesionales son algunos de los elementos abordados en el libro. El proyecto de Droznes no era fácil de por sí, pero halla una vía unificadora a través de la alternativa más compleja y ambiciosa a su vez: la inclusión de la Historia.

                Salpicada de mitos, leyendas y rumores instalados cual canon cultural, la ficción de las inexactitudes que salpican la Historia oficial de los países de la región es un campo perfecto para estrechar los lazos entre el fútbol y la narrativa. Un presente siempre frágil donde los ecos del pasado se actualizan, como en el capítulo dedicado a Asunción, Paraguay en el que Droznes hilvana los tiempos hasta dar con una línea propia y particular:

El Paraguay fue visto desde su descubrimiento como un territorio en el que experimentar formas de vida bastante autónomas y absolutamente ignorantes de toda ley, dándole a aquel paraje, perdido en la demencial sucesión de afluentes y meandros que van a alimentar el Río de la Plata, una palpable impronta de la libertad. Ya los fundadores de La Asunción vivían, según comenta en una carta un vecino de la época, con “poco temor de Dios””. (pág. 101)

Y continúa páginas después:

En la avenida Sudamericana había poco tránsito, el aire traía un acento vegetal y en los detalles se percibía la inapelable presencia del dinero: los autos estacionados en los alrededores eran nuevos, el césped de los jardines estaba perfectamente cortado y había una cancha de fútbol en la que relucían los logotipos del fútbol sudamericano”. (pág.104)

El escándalo de corrupción en el que se vio involucrada toda la jerarquía de la CONMEBOL se complejiza al precisar el contexto histórico del territorio en el que dichas prácticas se desarrollan. Los vicios y la falta de escrúpulos como una forma de no escapar de la repetición del pasado y la circularidad de la Historia son algunas de las ideas que se desprenden del capítulo, uno de los más notables del volumen.

                Las exploraciones de Droznes logran sortear el carácter divulgativo de la acumulación de datos históricos al verse enriquecidas con los modismos propios del español en cada país, lo cual les proporciona a los diálogos un tono picante. A ello, se añade la perspectiva de un narrador que se sabe siempre extranjero y que no pierde la curiosidad en los detalles que rodean ese fervor incontrolable del fútbol. Esto es una manera de avivar y controlar a la vez el relato de las tensiones generadas por ‘los nuevos patriotismos forjados a partir de vagos ideales nacionales´ (pág. 44). Esto se vuelve una manera de enfrentarse y actualizar conceptos asociados comúnmente con el fútbol, como el honor y el orgullo. Un intento de vindicar una forma de mostrarse al otro, proyectar una imagen, si no ganadora, al menos llena de pundonor y lealtad a una fe como lo es hinchar por un club de fútbol que participa en la Copa Libertadores o Sudamericana.

Droznes sale airoso de un proyecto complejo con un libro que emana, aún en sus líneas más informativas, la pasión de ese hincha ansioso por saberlo todo de su equipo y sus rivales de turno. Narra la manera más religiosa de encarnar un orgullo local y revivir la adrenalina bélica de defender lo que se considera como propio e inalienable, más allá de la progresiva mercantilización que acecha, propia del relato civilizatorio siempre presente alrededor:

“La Copa Libertadores tiene, como el continente, un relato civilizatorio. Los registros tanto literarios como periodísticos refieren una primera época, previa a los brillos de la televisión y los patrocinadores oficiales en la que el torneo estaba sumido en su propia barbarie: proliferaban los hechos de violencia, abundaban las actitudes deshonrosas, los escándalos se sucedían”. (pág. 156)

Martin Kohan afirmaba que el viaje es un factor determinante en toda configuración heroica, puesto que de las peripecias derivadas de dicho acto a la vez se desprenden pruebas y desafíos, y de la superación de estas emerge el destello de la figura del héroe[1]. Entre la barbarie subrepticia de la hinchada y el discurso de la hiperprofesionalización de este deporte, este libro irrumpe, narrando la épica alrededor de un balón y las historias de los héroes de nuestros tiempos: jugadores que llevan en sus pies el destino de su tribu. El fuego libertador.



[1] En la pág. 12 de ‘Fuga de materiales’. Ediciones Universidad Diego Portales, 2013.


(Texto publicado en El hablador)

martes, 20 de junio de 2023

[Reseña] "Cuentos completos" de Mario Levrero

 

Fiebre levreriana

Literatura Random House, 2019. 656 pp. 

¿Por qué uno se vuelve levreriano? ¿Cuándo es que el apellido se vuelve un adjetivo que describe un estilo capaz de impulsar y formar una fervorosa comunidad de admiradores de una obra que conecta a lectores de distintas latitudes y generaciones? Una respuesta a esta última cuestión puede ser la diversidad de caminos que existen para acceder a su escritura. La vía más común sería abordar como punto de inicio El discurso vacío y La novela luminosa, sus novelas más elogiadas, ambas épicas de la cotidianeidad y la trascendencia del ocio. Pero el lector también podría optar por la ruta más onírica con la llamada «Trilogía involuntaria» (conformada por las novelas La ciudad, El lugar y París) y Fauna/ Desplazamientos. Sugiero una tercera vía, un híbrido entre ambos caminos: El alma de Gardel y Dejen todo en mis manos; o sus deliciosas observaciones vitales recopiladas en sus Irrupciones, textos imposibles de adscribir a un solo género en particular. Afortunadamente, la publicación de sus Cuentos completos, conecta todas las vías anteriores.


Propongo empezar leyendo el relato «La calle de los mendigos», donde una ligera y aparentemente inocua alteración de la rutina diaria, como lo es la falla de un encendedor, lleva a una búsqueda desesperada por desentrañar un misterio que no hace más que crecer hasta el punto de desviarnos de lo absurdo de la situación, para situarnos en el laberinto de la curiosidad. En el «El sótano», «Las sombrillas» o «Nuestro iglú en el Ártico» ocurre lo mismo: reconfiguraciones de la realidad que se logran al recuperar la capacidad de asombro de la infancia, cuando la línea entre lo lógico y lo onírico era más difusa, e insertarla en una atmósfera ensuciada por una mecánica adulta, sucia y gris. «Más de una vez pensé en mí mismo como en un triste adulto, de esos que pasan la vida acumulando cosas en previsión de un invierno que raras veces llega», menciona en «Capítulo XXX» (p. 320), sugiriendo su resistencia a «la opacidad cotidiana, a este frío y a este apego insensato a las cosas. Yo no puedo darme ese lujo» (p. 337, «Surkville»)

El retorno a una capacidad de asombro infantil, aparentemente perdida en las batallas diarias de la adultez, se entremezcla con la urgencia sexual y el humor. En los cuentos de Levrero existen ambientes cargados de tabúes y reglas, cuyos límites son transgredidos mediante un lenguaje aparentemente desmesurado y descontrolado («La casa de pensión»). Esta transgresión no es sino la solución frente a tanta solemnidad impuesta, a la que Levrero golpea sin pudor, apelando a escenas que si bien podrían escandalizar en un primer momento, poseen un efecto que va más allá de la impresión superficial. Son metáforas de la libertad del ejercicio de la ficción. El resquebrajamiento de la «seriedad» es un acto de resistencia, desde la literatura, en el cual el uruguayo encontró una herramienta invaluable. Una síntesis de ello puede ser la respuesta que brinda a un divertido cuestionario formulado por nada menos que él mismo: «Yo utilizo la imaginación para traducir a imágenes ciertos impulsos —llámalos vivencias, sentimientos o experiencias espirituales. Para mí esos impulsos forman parte de la realidad o, si lo preferís de mi “biografía”. Las imágenes bien podrían ser otras; la cuestión es dar a través de imágenes, a su vez, representadas por palabras, una idea de esa experiencia íntima, para la cual no existe un lenguaje preciso» (p. 589, «Entrevista imaginaria con Mario Levrero, por Mario Levrero»).


Levrero prefería denominar relatos a este tipo de narraciones para escapar a las fórmulas repetitivas que se le asignan al cuento, como se puede constatar en las 59 piezas que conforman el presente volumen. A diferencia de la concepción tradicional, el relato para el autor representa una oportunidad para romper con ideas preconcebidas de causa-efecto-solución, para tomar opciones más azarosas y delirantes, pero no por ello menos atrapantes. «Los ratones felices» y «Espacios libres» son prueba de ello, con episodios donde lo que menos hay es la lógica en detrimento de la vitalidad. Esto confirma que uno no lee a Levrero para descifrar un enigma, sino para emocionarse durante la persecución del mismo. Desde la angustia inquietante y asfixiante de «El inspector» al cuestionamiento existencial de «Diario de un canalla», pasando por la melancolía de «Algo pegajoso», el humor de «Confusiones cotidianas», el horror fantástico de «Aguas salobres» o la sensación de aventura de «La cinta de Moebius» y «Alice Springs», el lector reconoce que está frente a verdaderas obras maestras verdaderas obras maestras. Cabe decir que algunos textos contienen una mayor dosis de densidad en contraste con los otros relatos, como ocurre con «Ya que estamos» y «La toma de la Bastilla o cántico por los mares de la luna», lo cual podría confundir al lector. Sin embargo, al menos habrá un párrafo o frase que denote la genialidad del escritor que en una segunda o tercera lectura permita transportarlo a planos de conciencia desconocidos. Tal como anota Nicolás Varlotta, la persona que estuvo a cargo de esta edición.

Retomo mi pregunta inicial, ¿Por qué uno se vuelve levreriano? Ensayo una respuesta: porque al leer a Levrero, uno se percibe cómplice, como quien lee a un amigo  (según mencionaba Diego Otero)[1]. Su literatura irrumpe en nuestras rutinas, hipnotizándonos con escenas que ensanchan nuestras experiencias y nos sumergen por completo en una materia artística formada por diversas fuentes. Todas ellas conjugadas de tal manera que uno se olvida que está leyendo. Leer a Levrero no solo es una forma de escapar a la realidad, es una invitación a desarmarla y volverla a armar. «Cuando creíamos que todo había terminado, todo estaba recién por comenzar» (p. 208, «Todo el tiempo») La recopilación de estos relatos nos sigue atrapando con una obra de irradiación incombustible, una nueva oportunidad para empezar.



[1] En Buensalvaje N° 10, marzo del 2014 https://revistabuensalvaje.wordpress.com/2014/03/20/las-bromas-espirituales/


(Texto publicado en El hablador)

domingo, 4 de junio de 2023

[Reseña] ‘Vidas conjeturales’ de Fleur Jaeggy

 Notate bene

Ediciones Universidad Diego Portales, 2022. 68 pp.

¿Cómo trazar un perfil sobre seres iluminados, distantes en el tiempo? ¿Cómo se aproxima uno a esa genialidad por una vía distinta a la acumulación de datos biográficos? La respuesta puede ser tan simple como arriesgada: conjeturar. Buscar entre los resquicios, residuos, sobras. Reunir la información de aparente carácter ordinario, que por sí sola no podría decir mucho sobre la vida de alguien y obtener de ella un retrato íntimo y emotivo. Así como lo logra Fleur Jaeggy (Zúrich, 1940) en este breve compendio de vidas.


Thomas de Quincey (1785-1859), John Keats (1795-1821) y Marcel Schwob (1867-1905) son las figuras literarias elegidas en este volumen recopilatorio. Si bien escritos y publicados en distintos años, la misión de estos tres proyectos narrativos parece partir de una misma motivación: conocer cómo se forma (y deforma) una sensibilidad artística. Y una primera estación ineludible para ello es la infancia, germen de padecimientos y alegrías; de intereses y miedos.

Jaeggy, con gran capacidad imaginativa, caracteriza a los escritores mencionados. Los recrea para volverlos personajes. Se apropia de ellos. Los tres son seres con infancias difíciles, como muchos, pero a la vez genios signados por una marca de la iluminación. Una marca que es capaz de hacerlos trascender y subvertir la condena del olvido, de ubicarlos por encima de los demás por su talento, y, al mismo tiempo, distantes a sus coetáneos, acompañados por una sensación de no pertenencia impuesta y luego, voluntaria.

La felicidad jugó con él, después se transformó, casi como si el dolor fuera una felicidad encolerizada, una agraciada convulsión de la naturaleza’ (pág. 19) La aproximación a De Quincey se apoya en la realidad padecida: pobreza y adicción. Esta última surgida como respuesta a los efectos nocivos de lo primero. La adicción se convierte en una vía de escape a la memoria de vivir atormentado por los maltratos infringidos en la escuela. De Quincey llega al punto de apartarse de los asuntos de los vivos, todos sospechosos de conspirar contra su persona, en un aislamiento radical que probablemente haya sido uno de los factores predominantes en la extenuación de su organismo.

Quién sí resistió lo más que pudo con tal de dar respuesta a sus enemigos fue Keats[1], según se consigna en el perfil más apasionado del libro. Keats, ‘Devoraba los libros, copió, tradujo fragmentos, hizo de escribano y de copista de su mente. Hizo saber a sus amigos del Guy’s Hospital que la poesía era ‘la única cosa digna de atención para una mente superior’. Y esa era su única ambición’.  (pág. 33). En este ensayo, llama la atención cómo Jaeggy dedica muchas líneas a las distintas descripciones fisionómicas del poeta. Lo describe como poseedor de una mirada abrasante (a la que se le atribuía la de posibilidad de ver el futuro) y unos labios siempre dispuestos a demostrar su imperecedera personalidad[2]. Un carácter avasallador, capaz de anular la identidad de todo aquel que se le acercara. Quizás por ello el número de páginas dedicadas a su agonía resulta apropiado. Como una forma de ver si la vulnerabilidad de una sombra tanática permitía revelar más acerca de la personalidad del poeta, quien no deja de brillar en sus horas más aciagas.

Y si bien a Schwob, Jaeggy le dedica un menor número de páginas respecto a los dos anteriores perfiles, estas le bastan para señalar la gran importancia que tuvieron las relaciones amicales y sentimentales en la vida del escritor judío. Amigos que se torna refugios, musas que se vuelven fantasmas. ‘Ese viaje de la memoria hacia las sombras de los encantamientos se había desvanecido. Quedaba el catálogo arrugado de un largo deambular’ (pág. 58) Agotado tras sus viajes, Schwob se rinde ante la nostalgia y opta por volver. El perfil llega a su fin con una escena de fantasmas, lo cual tiñe de luto el ambiente en el que yace el escritor y también el lector de estos perfiles quien, al cerrar este breve librito, seguramente añorará a estos personajes. Esta lectura se convierte en el pretexto perfecto para acudir a los libros de los autores perfilados y por qué no, también, los de su aguda retratista.  

 

(Este reseña fue publicada en la revista virtual 'El hablador' )

[1] ‘“Si muero”, le escribe a Brown, “debes hundir a Lockhart”. Era un tipo que escribió un artículo contra Keats, aprovechándose de chismes e informaciones personales: combinó su talento de sabueso y chivato de la policía con el de enemigo de la Literatura (pág. 43)

[2] ‘Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua’ es lo que Keats solicita se inscriba en su lápida en un intento de unir su recuerdo al poder transformativo del líquido elemento.

martes, 30 de mayo de 2023

[Reseña] ‘El trabajo de los ojos’ de Mercedes Halfon

 

La luz que nos aleja

Las afueras, 2019. 104 pp.

Todo entra por los ojos, reza el dicho. La primera impresión es la imagen que uno proyecta y la que va a instalarse en la memoria del otro. Ritos de preparación, ensayos, preocupación. Se centra la atención en uno, en lo que puede prever. Pero, ¿y si la mirada que nos ausculta no es la que se espera? ¿Si esta se desvía de lo normal? Existe una narrativa visual que se replantea a partir de las posibilidades de su autor y receptor, uno cuya vista le alcance una escena distinta a la que llega a los demás. ¿Cómo se lidia con percepción alterada de la realidad?

‘El trabajo de los ojos’ empieza con la noticia muerte del oculista de la narradora y la revelación de su estrabismo como una enfermedad aparecida en la infancia y la multiplicidad de males oculares que pueden aparecer, a causa de ella, a lo largo de su vida. Sobre estos tres ejes, Mercedes Halfon (1980) erige un bello libro, en el que, hilvanando pasajes llenos de humor, curiosidad, asombro y reflexión, profundiza en la amalgama de aquellos elementos que posibilitan y dificultan el acto de ver.

Es una máxima que puedo aplicar a otros aspectos de mi vida. En vez de apoyarme en lo que funciona bien, pongo sistemáticamente la energía sobre lo que falla. Es un mecanismo de la crítica”. (pág. 21)

La predisposición surgida a temprana edad para mirar de manera distinta, debido al estrabismo, se torna en la obsesión de la narradora. Explora cómo ello afecta sus relaciones familiares y amicales. Una familia caracterizada por esta marca física. Una herencia indeseada. Madre e hijos compartiendo estas carencias oculares. Años de visitas a centros oftalmológicos. La dificultad para hallar las cosas. Esforzarse siempre más que los demás y cómo ello puede resultar por ratos tortuoso y cansino. Halfon vuelve esta característica indeseada en motor de escritura pues, como dice, “(…) cuando empezamos a notar los procedimientos es porque algo se está malogrando” (pág. 40)

Y que sean los oftalmólogos especialistas en niños las autoridades científicas en lo referido al estrabismo, le confiere a este mal una seña de cicatriz de infancia inamovible.  Una herida que arde en cada visita médica, en cada chequeo y tratamiento nuevo. Una niñez permanente en los ojos, la imposibilidad de desarrollar una mirada adulta, “como los demás”. Ello provoca a lo largo de la vida otra lectura de lo que se percibe.  Un código distinto para entender el mundo, menos definido y más subjetivo. Más aún con la ceguera, la extinción total de la luz:

“A veces creo que la vista es un bien de ese tipo. Algo que existe de forma irrefutable, muchos la poseen, pero hay un punto oscuro, un precipicio rocoso desde donde cae a un fondo de pantano inaccesible”. (pág. 22)

Este andar por puntos ciegos, distorsionados, estrecha el vínculo de la narradora con su vocación literaria, en un intento de aprehender lo que no se puede captar fácilmente con la mirada, a través del lenguaje. El pasar horas incontables de soledad tratando de descifrar emociones, experiencias, el sentido de la realidad. Escribir como una forma de guiarse por la vida:

Llorar por un dolor opaco y persistente. El conocimiento sería un calmante al permitirnos encontrar una forma reconocible, una regularidad. Convertirlo en relato. Tenga o no una solución’. (pág. 86)

La estructura fragmentaria dota al libro de un ritmo pausado en el que se invita al lector a detenerse en cada pasaje. Hay ensayo, aforismos, datos históricos. Historias personales y familiares. Un enfoque heterogéneo con un efecto cautivante. Y si bien, en cierto pasaje se dice que el relato esconde la trampa de conocer el final de la historia y ser una ocasión perfecta para la exageración, el recomendar con entusiasmo este libro no lo es.

 

(Este reseña fue publicada en la revista virtual 'El hablador')


 

domingo, 21 de mayo de 2023

[Reseña] ‘Desubicados’ de María Sonia Cristoff

 

Cuando ser humano cansa

Libros del Laurel, 2014. 140 pp.

‘Tengo el ritmo de las máquinas’ cantaban Los Prisioneros[1] con un pulso siniestro e irónico. Una canción sobre jornadas cronometradas hasta el mínimo, responsabilidades fijadas. Una tranquilidad forzosa, disimulada bajo la creencia de que adaptándose uno logra la estabilidad interior. Es así que cualquier interrupción se vuelve un fastidio, algo que suprimir a la mayor celeridad posible. La protagonista y narradora de ‘Desubicados’ comienza a padecer insomnio tras ver interrumpido sus sueños por la aparición de nuevos vecinos y sus sonidos sexuales cerca de las tres de la mañana (macho y hembra, los califica). Lo que al inicio valora como un acontecimiento positivo para su propio matrimonio, deviene en un incordio insuperable, especialmente, al no poder identificar con exactitud de dónde provienen los ruidos. Ante ello, la única salida que concibe es dormir en una banca de zoológico alejada de los seres humanos, lo cual calma su ánimo al transformarse voluntariamente en un bicho. Una situación tan banal y hostil provoca que dicha solución no se perciba tan descabellada.


Los libros de Maria Sonia Cristoff (Trelew,1965) interrumpen y frenan el vértigo de la rutina. Uno podría, de forma superficial, definir a sus personajes como desequilibrados y asociales –¿Lo son realmente? –. La exploración de esa pregunta es la que lanza a uno a develar capa por capa lo narrado en sus novelas. ¿Hay de verdad tanta distancia entre uno y esa protagonista que duerme en zoológicos y se siente más cercana a los animales que a los seres humanos? ¿Por qué no podríamos tomar la decisión de arrancar y optar por ese camino? En medio de esas interrogantes, un pasaje:

“¿Tendré miedo de comprobar que no es cierto que la inadecuación es una cuestión de orden geográfico? Porque saber lo sé: siempre es sencillo reconocer la falacia de los lugares comunes, lo que no es tan sencillo es comprobar cómo a pesar de eso, de ese saber, un día el lugar común hizo carne en nosotros, nos convirtió en sus súbditos. ¿Será el pánico a vivir en un lugar sin zoológico?” (pág. 73)

A lo largo de la novela, la narradora viaja con la mirada atenta al comportamiento animal en cautiverio y recrea cómo el hombre va dejando su huella, negativa por lo general, en la existencia de estos seres con cuya vulnerabilidad se ve identificada y comprendida. Las imágenes de ciudad, el invento humano por excelencia, son de aturdimiento y zozobra, una cadena de extirpación de aquello que escapa de la norma humana, capaz de mellar toda voz y aplastar todo gesto de incomodidad.

 “De todas las cosas que los animales van perdiendo a medida que se integran a un zoológico, los sonidos propios son una ¿Será que ya no hay nada que avisar? ¿Qué ya no hay a quien avisarle?” (pág.34)

'Resaca existencial' se repite en varias páginas y vaya sustantivo. Resaca. Molestia, escozor, esa sensación molesta tras tanto ruido y celebración a la que se nos empuja en la contemporaneidad. ¿Celebración por la explotación disfrazada de ‘hiperproductividad’ como medida máxima de eficacia y éxito? ¿Por la disminución de horas de ocio? Cristoff, como en ‘Inclúyanme afuera’ y ‘Mal de época’, logra captar los sentimientos de desajuste interno e inadecuación en la mirada respecto al resto. Expone el momento en que el disfraz de heterogeneidad que se propugna como emblema moderno esconde un exotismo controlado, un zoológico de puertas abiertas en las que ser humano, cansa.

“Salgo a caminar entre las jaulas, a moverme un poco tal vez me ayude a pensar mejor. Solo que no puedo sacarme de encima este sueño, este sopor. Lo cubre todo, me absorbe, no me deja terminar de entender nada. ¿Será este el estado de aturdimiento del que hablan algunos filósofos contemporáneos cuando analizan la cuestión de lo animal y lo humano? ¿Cómo puede alguien tomar una decisión adecuada -y no solo eso: trascendental- en este estado?” (pág. 67)

Y es que, ¿quién define lo humano hoy? ¿Desde dónde se hace? Son preguntas que inciden en los derechos sobre cuya ausencia se erigen las prisiones que nos encierran, asfixian; construidos cual espejos que nos motivan a la reflexión y –en última instancia– a atormentarnos. A removernos y desubicarnos.


(Este reseña fue publicada en la revista virtual 'El hablador')

[1] En ‘Otro Día’, track n° 12 de ‘La cultura de la basura’ (1987)

martes, 7 de marzo de 2023

"Por favor, rebobinar" de Alberto Fuguet

Vértigo y futuro


Alfaguara, 2014. 396 páginas. | Random House, 2022. 430 páginas.

 

La edición sobre la que escribo es la definitiva. Veinte años después de haber sido lanzada, Fuguet decidió saldar deudas en el 2014 con su segunda novela y publicarla tal como la concibió, sin cortes[1]. Como libro adelantado a su tiempo, Por favor, rebobinar interpela a quien lo lee debido a la contemporaneidad de los temas. Aborda problemas de la década de los noventa, es cierto. Sin embargo, estos no se han ido y más bien han mutado. Algunos de estos son: la sobreexposición, la inmediatez, la falta de vínculos reales. El enemigo ya no es el Estado sino uno más peligroso, poderoso e invisible. Cada ser humano es visto como un elemento que puede ser eliminado sin consecuencias fatales. Existen jóvenes que le temen a la soledad, pero no saben cómo escapar de ella. Hay gente incompleta y dañada buscando un refugio, algo a lo cual aferrarse antes de ahogarse.




Los personajes de la novela entran y salen de la misma con aparente facilidad. Entre ellos, están los que se salvan y los que no lo podrán lograr. Quienes caen y se hunden, porque no encuentran la manera o las armas para combatir. Los personajes principales son ocho.  La novela se puede concebir como un reparto con muchos extras quienes relatan el proceso de su hundimiento. Allí está Lucas García, el cinéfilo compulsivo quien busca en el celuloide lo que la vida real se empeña en negarle; Andoni Llovet, una especie de narciso incapaz de superar sus miedos y dudas. También Damián Walker, un dealer siempre a la deriva. Finalmente, Pascal Barros, estrella de rock, ídolo y símbolo: el futuro ángel caído de su generación. Todos ellos intentan conectar de manera verdadera con alguien y fallan en el intento. Forman amistades en base a mentiras y deslealtades, en la mayoría de casos. Para Fuguet lo principal es construir personajes. Entenderlos y acompañarlos. Observar cómo evolucionan o caen sin remedio. Analizar cuáles son sus mecanismos de protección. Fuguet muestra a una generación agobiada por la cultura del éxito, aquella que te expulsa sin perdón si no logras sobresalir a tiempo. Una eterna competencia donde todo está permitido, menos escapar.


Es así que se producen las adicciones: surgen como una alternativa para lidiar con dicho sistema. Están las drogas, pero también el cine, los libros, la música, la televisión o el sexo. En la novela, todo pasa demasiado rápido, deslizando sutilmente la noción de poder en las relaciones afectivas. El verdadero anhelo no es la conexión, sino consumir y desechar mientras se sobrevive como puede. Rebelarse puede ser un ejercicio inútil frente a un engranaje que te puede destrozar sólo por intentarlo.

Los años han pasado y le han dado la razón a la novela. No envejeció, más bien se enriqueció con estos. En tiempos de redes sociales donde los lazos se diluyen en la inmediatez, Por favor, rebobinar se erige como un libro que avizoró este mundo “hiperconectado” en apariencia. El miedo a crecer y asumir responsabilidades como forma protegerse de un eventual dolor sigue vigente. La novela muestra cómo se busca disfrutar y gozar sin correr riesgos, sin nada significativo. Fuguet advirtió la sensibilidad de nuestros tiempos y la volvió novela, con personajes con los que uno puede empatizar porque reconoce en ellos ciertos defectos de sí mismo o de su círculo de amistades. Fuguet captó el zeitgeist del nuevo milenio, lo retrató y hoy podemos leer esta novela de mejor manera. Por favor, rebobinar es una novela cuya radiación alcanza toda la obra posterior de su autor y que sus lectores, por supuesto, agradecemos.

 



[1] En noviembre del 2022 se reeditó, con una nueva portada, en el sello Random House 








(Una versíón de este texto aparece en el portal web "El hablador")