Pesadillas virtuales
Almadía, 2022. 262 pp.
En su diario, el poeta alemán Georg Heym evoca una
cita de Baudelaire: “El sano
entendimiento nos dice que las cosas del mundo apenas poseen realidad y que la
verdadera realidad sólo se da en los sueños”. Y es la realidad, o lo que
solemos dar por sentado sobre ella, la que es puesta en tensión en la penúltima
novela de Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967). Un libro que explora la
desestabilización de las fronteras de lo real tras el asedio de la
virtualidad y la pesadilla que supone el intento de modificar el pasado –y el
presente, en consecuencia– mediante tecnologías que exacerban la perversión
humana.
Rai, el protagonista, es convocado a un proyecto
científico para explorar las propiedades alucinógenas de una ancestral planta
sudamericana a la que denominan “alita”. Buscando evadir los problemas de
comportamiento que le costaron su último empleo, acepta ser parte de la investigación,
sin cuestionarse mucho los propósitos detrás de la empresa del doctor Dunn.
Este último, asediado por la culpa de haber perdido a su familia, se embarca en
la posibilidad de crear nuevas realidades mediante las ilusiones que se pueden
proyectar sobre las personas a través de este alucinógeno, cuyo consumo permite
modificar el recuerdo de lo vivido e incluso trasladar la consciencia hacia
otra persona, siendo la consigna la invasión del otro para escapar de uno mismo:
“Somos
ideaciones creadas por nuestros cerebros. Las plantas y las máquinas nos ayudan
a darnos cuenta de eso. A descentrarnos. A sacarnos de nosotros. Estamos
regados en los demás. Somos los demás. Podemos ser el que abusamos. Podemos ser
el que desapareció” (pág. 69)
Ya en ‘Sueños digitales’
(Alfaguara, 2000), Paz Soldán exploraba las implicancias que supondrían el
mayor acceso de las tecnologías digitales y cómo esto podría modificar la
valoración de la intimidad y privacidad de los demás. En dicha novela, el autor
expresaba una preocupación sobre la cuestionable legitimidad de una fotografía,
capaz de ser alterada mediante un software. En cambio, en esta historia, expande
el alcance de su paradoja hasta la consciencia misma, elevando el nivel de
paranoia por todo lo que se concibe como real, no solo desde la propia
percepción sino como un hecho en sí.
Uno de los mejores
ejemplos de lo anterior es la obsesión de Rai por crear videos deepfakes de personajes a su alrededor
realizando actos obscenos o humillantes, ‘reales’ en la mirada de quienes lo
consumen. Lo que en algún momento pudo haber supuesto una transgresión punible
de la privacidad, se concibe como un juego en el que se trata de adivinar su
grado de autenticidad. La encarnación virtual, dinámica común en los
videojuegos, resulta un nuevo lente para leer el mundo y no sufrir por los
límites humanos:
“La realidad es abrumadora, experimentarla directamente nos puede matar.
El cerebro baja la calidad de la resolución, mete toda la realidad en un túnel,
así experimentamos algo más manejable. Los esquizofrénicos no tienen algo
manejable, los que sufren el desorden tampoco. Por eso lo que hace el cerebro
con la realidad es más o menos como manejar un avión real desde un simulador de
vuelo. El túnel del yo”. (pág. 119)
En cierto momento de la novela, alguien comenta que las plantas y árboles son “los verdaderos seres alienígenas” en el planeta y esa afirmación queda rondando en la mente de quien lee, al comparar la forma que tiene el mundo vegetal de habitar el mundo, entrelazando sus raíces para sobrevivir, con el de la memoria humana y los sueños: ¿Qué ocurriría si los sueños, las raíces de nuestra imaginación, expanden sus límites más allá del yo? ¿Será posible en algún momento conducirse por la vida de forma distinta a lo que conocemos hoy en día? Las ficciones de Paz Soldán, como hace más de veinte años, siguen anticipando de forma acertada los nuevos desafíos y peligros a los que la humanidad se enfrentará en un futuro no tan lejano, leyendo la realidad como pocos. De ahí que ‘La mirada de las plantas’ sea una novela recomendable para leer, pero, sobre todo, releer en unos cuantos años.
(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)