Más allá del progreso
Anagrama, 2022. 240 pp.
Una narración perdida en los desiertos del sur que pugna por salir a la superficie. La tercera novela de Carlos Fonseca (San José, 1987) comienza con esta imagen:
“Cuatro mil esqueletos de locomotoras abandonadas que remiten a
un pasado glorioso, pero que hoy se acumular oxidadas sobre el altiplano como
chatarra prisionera del viento seco”. (pág. 12)
En esta descripción del cementerio de trenes de Uyuni, Bolivia; se observan los restos de la máquina a vapor,
emblema de los avances tecnológico del siglo XIX. Estos se convierten en un
símbolo del desmoronamiento de las promesas de su época y, a su vez, configuran
una cuestión clave en Austral: ¿En
qué momento se deshace el sueño colectivo de una comunidad?, ¿De qué manera se quiebra
la comunicación? ¿En qué momento se vira a un lenguaje privado, como en el que
se escribe un diario íntimo, a modo de refugio?
Aliza Abravanel, una antigua
amiga de Julio, ha muerto. Sin embargo, antes de su fallecimiento nombra a
Julio como su albacea y le lega la responsabilidad de culminar su obra, una
novela inédita en la que ha venido trabajando años a la par que sufría una
enfermedad que le fue imposibilitando comunicarse oralmente. Esta noticia,
sumado al duelo que experimenta Julio, remueve su estado de sosiego, y lo conlleva
a dejar Estados Unidos, donde ejerce como profesor, para asumir una empresa
cuyo misterio le despierta fascinación y extrañeza.
En este trayecto, va descubriendo artistas que
desean desconectarse de sus cómodas realidades, lectores fascinados por los
libros de una autora enigmática, los restos de una colonia aria y entabla una
relación con Juvenal, el último sobreviviente de una comunidad indígena en
territorio paraguayo. La novela abarca una miríada de narraciones y personajes
que transitan por escenarios que por siglos fueron el vertedero del progreso
septentrional.
Fonseca localiza la novela lejos de las fronteras geográficas y
subjetivas de la Historia oficial, confrontando formatos textuales y
audiovisuales que por lo general se diseminan entre tanta información: cartas, diarios,
grabaciones. Señas de lenguajes que se resisten a desaparecer y circulan en
paralelo al predominante , conformado por algoritmos y con un nivel de sofisticación que el entendimiento de su
engranaje se vuelve un enigma entendible para sólo unos cuantos.
Que una carta sea el motor de las acciones de la novela no es
casual. Más aún si esta fue escrita con el fin de ser leída a la muerte de
Aliza. “Toda verdadera legibilidad es
póstuma” decía Ricardo Piglia, citado por Fonseca en un ensayo[1],
y alrededor de dicha afirmación es que los descubrimientos y conexiones que
hace Julio, devenido en un lector-detective, van hallando un sentido a la luz
de la muerte. Tanto los papeles de Aliza como las grabaciones de su padre o los
testimonios del Teatro de la Memoriam,
un espacio experimental construido por un sobreviviente indígena de las
masacres en Guatemala en un intento por rescatar la vida previa al genocidio, son
obras destinadas a ser leídas y oídas en un futuro en el que sus autores ya no
forman parte:
“Una pieza
visible para todos pero que solo ella, ubicada a la distancia y a la altura
precisa, podría entender. Una obra con clave privada, se dijo, mientras,
caminando hacia ellos, la figura del guardián le hacía pensar que justo allí se
hallaba el sentido del manuscrito recién heredado: la noción de un texto que
todos podrían leer, pero solo una persona entender” (pág. 79)
En Austral, como en Museo animal, su anterior novela, los protagonistas se obsesionan con develar los mecanismos secretos
detrás de los relatos que se van sucediendo en la novela intuyendo que la repuestas
se hallan en los territorios del Sur. En el último tercio del libro el
protagonista, obsesionado con los documentos que ha ido hallando, se ve
confrontando por la creación del Teatro
de la Memoria. A diferencia de muchas ficciones que abordan la violencia
desde perspectivas convencionales, Fonseca propone una mirada alternativa que
desafía las narrativas habituales sobre el tema, en las que el foco se centra
en las acciones violentas y traumáticas que padecen las víctimas sin atender
otros aspectos vivenciales. Así como Horacio Castellanos Moya realizaba en Insensatez
una crítica mordaz a cómo se exotizan y banalizan los testimonios de las
víctimas de la violencia para usos mercantiles, académicos y políticos; en Austral,
Fonseca también opta por un enfoque que complejiza la divulgación o
reproducción de estas narraciones, una cuestión que se vuelve muy tangible
cuando Julio se ve sobrepasado y abrumado por los hechos que descubre y se
pregunta con qué derecho accede a ellos. En la novela, el teatro se convierte en
un espacio para restaurar las experiencias de las víctimas a través de nuevas
representaciones. Una manera de restituir aquellas vivencias y perspectivas que
yacían en el olvido al hacerlass circular de nuevo en la sociedad.
“Cerrando los
ojos, Julio intentó trazar las reverberaciones que marcaban el paso de una
lengua a otra, pero solo logró rescatar la resonancia ininteligible, pero no
por eso menos bella, del habla original. Paradójicamente, sintió que aquel era
un idioma que caminaba hacia delante retrocediendo y que lo que en el habla de
su anfitrión pudiese parecer un leve tartamudeo no era sino una forma de
permanecer fiel al espíritu intraducible de esa lengua que ahora volvía a
inundar la sala como si estuviesen en una iglesia medieval”. (p. 205)
La pérdida del lenguaje oral de los personajes, de manera involuntaria –en el personaje de Aliza– o voluntaria –en Juvenal–, o su deformación a través del tartamudeo, son fenómenos que los impulsa a optar por nuevas formas de comunicación. Los fragmentos de los diarios y grabaciones que halla y reproduce Julio en la novela, sin un orden cronológico definido, se erigen como una invitación a reescribir sus historias y, como consecuencia, la Historia. La literatura, de esta manera, se convierte en el medio ideal para reconfigurar la historia y desafiar la lógica dominante: Un lente crítico al que acudimos cuando el lenguaje que conocemos parece naufragar. Una ventana para vislumbrar un camino distinto al del progreso e imaginar nuevos modos de vivir.
[1] En ‘Última clase con Piglia’, contenido en ‘La lucidez del miope’
(Encino Ediciones, 2019) de Carlos Fonseca.