Soy el único en el departamento. Suena el
teléfono y contesto luego del segundo timbre. Levanto el auricular esperando
percibir en mis oídos alguna voz proveniente del otro lado de la línea, mas mi
espera es infructuosa porque acaban de cortar. Qué extraño.Prosigo con mis
labores rutinarias y monótonas de todos los días. Pero un pensamiento se ha
apoderado de mí. No me suelta, se ha hecho del control total de mi mente sin
dejar espacio alguno. ¿Por qué cortaron la llamada en el preciso instante en
que se escuchó mi voz?¿Tendrá algo que ver conmigo?¿Simplemente se
equivocaron?¿Por qué súbitamente comienzo a sentir una angustia que me oprime
el pecho asfixiándolo como si fuera un
síntoma, una premonición de un cambio radical avecinándose?. Pero lo que más me
causa intriga es la ignorancia de saber quien o quienes fueron.
Debo estar paranoico. Cuestiones así pasan
por miles a diario y a muchísimos como yo. “No soy un outlier, una excepción a
la regla” me vengo repitiendo aunque sin tener
fe en ese conjunto de palabras. Todo parece estar volviendo a la calma
cuando, sorpresivamente, la quietud del ambiente vuelve a ser atacada por ese
aparato de los mil demonios. Los hechos se van sucediendo exactamente igual que
hace unos momentos, haciéndome maldecir al que sea el causante de esta
situación. Un torrente de emociones vuelve a
causarme disturbios. ¿Pero qué me está pasando?
Hay un espejo que es parte de esta
habitación desde hace más de 50 años, cuando los primeros inquilinos vinieron a
habitarla. Nadie ha querido llevárselo y tampoco se ha sabido responder el cómo
llegó allí.. Está colocado de forma vertical y tiene un marco de estilo
barroco, recargado de figuras antropomorfizadas que atraen y espantan la mirada
del espectador, Lo curioso de esta reliquia es la frase inscrita, cuyas letras
se originan en el lado izquierdo, siguiendo su corriente en el lado superior
desembocando en el lado paralelo: Fallaces sunt rerum species [i] Es
en ese texto donde se ha centrado mi mirada,
donde puedo observarme desde la posición en la que me encuentro de forma
frontal. Allí está mi imagen como protagonista excelsa acaparando casi todo el
espacio del cristal, reproducida fielmente hasta el más mínimo detalle, desde
la gota de sudor que va abriéndose paso por mi mejilla hasta las manchas
impregnadas de algún licor que bebí anoche en mi vestimenta de turno. Incluso
aparece el teléfono, que por cierto está sonando por tercera vez. Sólo
diferimos en algo: Donde deberían estar las comisuras de mis labios
simplemente…no hay nada. Quiero gritar hasta expulsar todo el temor que doblega
mi espíritu. Debe ser uno de esos sueños a los que solemos denominar como
pesadillas. A punto estaba de desquitarme con el objeto causante de mi frenesí
de sentimientos, cuando otra situación altera mis planes. El teléfono ya no
expulsa ruido alguno.
Soy yo el que lo ha contestado. Mejor dicho,
ha sido mi yo en el espejo, esa copia burda sin labios la que sostiene el
auricular y solo atina a asentir con la cabeza volviendo el teléfono a su
posición inicial, observándome minuciosamente en todo momento como preparándose
para atacar y esperar una señal en especial. Mi mente parece que ha sufrido una
implosión. El instinto me hace retroceder de inmediato pero la distancia entre
nosotros no se ha acortado a pesar de mis movimientos, porque mi otro yo en el
espejo ha traspasado sus fronteras y se encuentra pisando el mismo suelo que
yo. Se adelanta a mí y cierra la puerta empezando a forcejear conmigo. Caemos
al suelo. Sabe de antemano como me voy a mover, cómo ataco y defiendo,
obsesionándose con mis puntos más vulnerables del cuerpo y tomando ventaja de
ello. Voy perdiendo la conciencia y mientras voy cerrando mis ojos lentamente,
como si el tiempo se hubiese detenido para mí en una conspiración junto con mi
oponente, veo que está entrando a la
cocina sin verme si quiera, postrado en el suelo ya derrotado y humillado. Mis fuerzas me están
abandonando así que no opongo resistencia a lo que me indica el cuerpo entregándome
al total abandono de la realidad.
La tranquilidad parece haberme acogido como
su huésped de nuevo. Mientras va apareciendo la luz en mis ojos todo lo antes
mencionado parece no haber sido nada más que una elucubración de mi imaginación
causada por una mala noche de tragos o un sueño mal conciliado,. Pero es un
líquido caliente bañando mi rostro lo que me hace salir del letargo. Al
exponerme al contacto de mis manos, me horrorizo al ver que es sangre lo que
las tiñe de rojo .Donde deberían estar mis labios solo hay rastro del hilo con
el que se han sellado mis esperanzas de vociferar ferozmente. Se escucha un
sonido lejano mientras agonizo. Es una risa de victoria, de libertad, de gozo. El
sonido de una puerta cerrándose culmina con la misma. En el vidrio del espejo
alguien, usando aquello que solía recorrer mis venas y arterias como si fuera
pintura, ha trazado letras en las que si se lee cuidadosamente, hasta la fecha
se puede entender un “Mi turno recién ha
comenzado.” No alcanzo a sentir nada más.
1“La apariencia de las cosas es engañosa”, Séneca
No hay comentarios:
Publicar un comentario