Literatura accidental
“La vida nueva” de
César Aira
Personaje Secundario,
2024. 64 pp.
“El arte se vuelve un juego ligeramente
fantástico con el tiempo: es la documentación de algo que no fue, y a la vez
promesa de algo que será’
-César Aira en ‘Sobre
el arte contemporáneo’
Más que preguntarnos por qué o para qué leemos a César Aira (Coronel Pringles, 1949), lo que realmente se impone al abrir una de sus novelas o cuentos es la expectativa del asombro. Qué nuevo conejo sacará esta vez de la chistera. Con qué truco intentará —una vez más— hechizarnos. Porque si hay algo que caracteriza a sus ficciones es el encanto de la fábula, una narración en la que cualquier situación puede ocurrir, por más inverosímil que nos pueda parecer a priori, y La vida nueva no es la excepción.
Un
joven narrador inédito de veinte años, que responde al nombre de Aira, desea
publicar su primera novela. Su manuscrito llega, por mediación de sus amigos, a
Achával, un entusiasta editor independiente, en quien delega la publicación del
libro. Así pasan días, semanas y años. La publicación mantiene su condición de
promesa y la absurdamente larga espera se va tornando en la nueva normalidad.
Cada vez que hay un nuevo contacto para consultar por el libro – para el
narrador, una manifestación de la relación “telepática” entre él y su editor–ocurre
un evento fortuito que entorpece y pospone la publicación del libro.
Estas
interrupciones —que van desde un apagón en la imprenta hasta dificultades con
la distribución, la logística, el diseño de la tapa o incluso la cola para el
pegado— son precisamente el tipo de incidentes con los que Aira impregna su
literatura de un carácter lúdico, donde cualquier cosa puede suceder. La
literatura, según Aira, es el desvío necesario al anhelo de control y automatización
de nuestra época. Esa estandarización solemne y tediosa que ha impregnado el
espíritu humano tras más de dos siglos de carrera industrial y tecnológica. No
es un dato menor que el protagonista de la novela sea en sus inicios un
estudiante de Administración de Empresas, carrera con la que enmascara el
secreto de su vocación literaria y por la que no muestra interés alguno.
Otro
dato curioso es que, en la novela, no se llega a precisar de qué va el manuscrito, pero sí se menciona lo siguiente:
“Y él sí, aun siendo un hombre de larga militancia izquierdista y gran
compromiso político y social, supo apreciar el soplo fresco de irreverencia que
representa lo mío y que no era otra cosa, según él, que la libertad, antídoto
necesario a la seriedad o solemne empaque, ya francamente estalinista, que
estaban tomando las ciencias sociales” (pág.10)
La vida nueva, así como sus
otros más de cien libros publicados, se convierte en otro artefacto excéntrico
que se cuela a la fiesta del presente sin estar adherido a alguna tendencia
temática. Asimismo, este libro se convierte en un dardo envenenado dirigido al
lenguaje encorsetado y homogeneizante que domina gran parte de los ensayos
actuales, representado de forma paradigmática por los papers académicos —una
forma que comparten también muchas narrativas contemporáneas, empeñadas en
‘decir lo mismo’ bajo el afán de (sobre)explicar.
El humor airano es uno que no
busca arrancar carcajadas sino desconcertar al lector. Los chistes son
imprevisibles por naturaleza y las novelas de Aira logran ese mismo efecto,
alterando las expectativas que el lector se hace tras leer las primeras
páginas. La aparente sencillez de la trama en un momento inicial, las
situaciones jocosas y la prosa prístina, son algunos elementos con los que el escritor
argentino busca propiciar ese accidente capaz de distorsionar el carácter previsible
del lenguaje realista que impera en la cotidianidad. En este libro, dicho
desvío se materializa en un extenso párrafo sin pausas, de más de sesenta
páginas, que puede leerse —y disfrutarse— en una sola tarde.
“En realidad, mi intuición había
dado la hora justa, que era la hora en que debería haberse producido el evento.
Si no se había producido había sido por un accidente, que producía un pliegue
en la esencia cronológica del asunto, pero no la alteraba. Por puro gusto de la
especulación y porque me gustaba hablar con Achával, lo contradije: esa
supuesta “esencia cronológica” no existía, o si existía estaba toda ella hecha
de accidentes, la esencia misma del tiempo era el accidente imprevisible”
(pág. 35)
Hace no mucho leí que entre los títulos de los diez libros
“imprescindibles”[1] de
otro gran narrador argentino, Sergio Chejfec, figuraba La vida nueva. Esto no resulta sorprendente al descubrir cómo se representa
en la novela el ecosistema material de la literatura. Aquí, Aira se ríe del mundo
editorial contemporáneo, donde el último elemento en importancia resulta ser el
autor, cuya función, en palabras del narrador, es “la única irreemplazable en toda la cadena” (pág. 19) y por ello
mismo, la única que podía esta fuera de la misma.
Pero hay otra dimensión donde también confluye la literatura de Aira
con la de Chejfec y es la de la pregunta por el tiempo en el arte, en cómo se
piensa y opera en este:
“La mariposa aleteó locamente en
un mundo tan loco y tan colorido como ella, el mundo de mi juventud. Dejé pasar
años. El tiempo no tenía urgencias para mí, y dos años no me parecía gran cosa.
Un día llevaba a otro, un verano a un invierno, y había que vivir. Achával
seguía presente en algún rincón de mi mente, y detrás de Achával mi novela, mi
primer libro. No era que no me importara; era una presencia importante; por
serlo, podría esperar. De hecho, la espera a la que lo estaba sometiendo era un
homenaje a su importancia, en cierto modo un gesto de respeto” (pág. 22)
En ese espacio temporal entre la escritura del manuscrito y su publicación, –constantemente anunciada y postergada por el editor– es donde, en verdad, se gesta la literatura. Pues es en esa demora —que se opone al sentido de urgencia del mercado— donde se deja de pensar en términos funcionales y el lector se rinde ante la inventiva del autor. Por paradójico que parezca, es en esa aparente pérdida donde la literatura se reapropia del tiempo y lo recupera para restaurar la posibilidad de comenzar una vieja vida nueva.
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