"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


viernes, 3 de julio de 2015

Notas rápidas sobre tres textos de "Apuntes autistas" de Alberto Fuguet

Cómo transformarse en un cineasta chido

Fuguet escribe un texto que va más allá de la figura de Cuarón, el cine mexicano o el cine en general. Es una toma de postura sobre como concebir el arte como medio de expresión. Un vehículo a través del cual uno puede llegar a desahogar toda la carga de emociones que uno posee. Pero también como uno a través del cual uno quiere lograr trascender. No ser ignorado y pasar desapercibido. ¿De qué le sirve a uno apostar por una obra que no le va a importar a nadie? Si no se logra un impacto en la mente de alguien más, simplemente no se ha logrado nada que valga la pena. Y para que esto última suceda debe haber talento y esfuerzo detrás. Para Fuguet estos dos elementos (éxito y talento) no son excluyentes. Se debe agotar todos los esfuerzos por combinar la respetabilidad artística con el éxito comercial. Si conocemos a los grandes autores canónicos es porque de alguna u otra forma su obra trascendió y llegó a nuestras manos.

No menos importante es su comentario sobre la ya agotadora postura de un “compromiso moral” mal entendido en el arte latinoamericano, por el cual se cree que todo debe llevar a una defensa de temas sociales de manera macro, minimizando los temas vinculados a esferas personales. Obras del primer tipo son de una calidad dudosa por los falsos elementos con los que se construyen. En cambio una apuesta sobre los temas con los que uno realmente se siente cómodo termina siendo mucho más efectiva, dado que permite un número de lecturas importantes hallando muchos más elementos enriquecedores para un público cada vez más heterogéneo y numeroso, logrando perdurar en el tiempo

Una al año, cada otoño, por el resto de tu vida

¿Cómo identificar a un autor que nos marcó? A alguien al que somos capaz de perdonar cualquier desliz mientras tengamos la convicción que sólo es un traspié, que todavía le queda algo importante que decir. La figura mítica de Woody Allen, un ídolo de Fuguet le permite a éste, hacer un análisis desde la perspectiva de alguien que sabe que esa figura es alguien que puede hallarse a un universo de distancia física tal vez, pero cuya obra es más cercana a uno que cualquier compañía que pueda establecer con algún ser (familiar o amigo) cercano. Alguien con el que se está eternamente agradecido. Con el que se es capaz de establecer una relación de cercanía. Un territorio de comodidad único. Donde volver a su obra es regresar a un periodo de la existencia de uno. Marcas imborrables que perdurarán hasta el último segundo de agonía. Y esos, son los autores, de cine o literarios, a los que uno nunca debe negar.

Lecciones de vida


¿Es la fama artística mala? No. Ese es el tipo de fama que lo hace inmortal. Que batalla contra los límites físicos y permite vencer fronteras infranqueables para nuestro cuerpo. Obras que producen adeptos y no dejarán que el olvido devore el nombre de sus autores. Autores que lo marcan a uno. Que forman parte de nuestra experiencia vital. Que no son sólo nombres en la tapa de un libro. Son gente a la que dotamos de un aura de divinidad muy particular. Cada uno de ellos representa una imagen a la que le debemos adoración, sí, pero más que nada gratitud. Que nos enseñan más sobre nosotros mismos que mil años de terapia. Que permiten confiar en nuestros instintos al momento de emprender un proyecto similar.  Autores que nos han dado, las mejores lecciones de vida.

martes, 23 de junio de 2015

Cicatrices de la infancia: "La primaria" de María José Caro León-Velarde

La infancia es radiación pura que se niega a desaparecer
Rodrigo Fresán

Quisiera comenzar por afirmar algo. Soy un convencido de que los buenos libros no deben estar restringidos a ser percibidos como exclusivos de cierta edad. No debe prohibirse a lectores adultos y jóvenes como nosotros, aquellas historias que en apariencia, por estar dirigidas a niños, no deberíamos leer. Eso es ridículo. La primaria  es un libro que golpea. Golpea con cada escena. Frases con la intensidad de un logrado poema. Imágenes brutales que potencian historias en las que podemos reconocer a los niños que fuimos. A María José Caro, le bastan seis cuentos para abordar de buena forma el tema de la infancia. Al leer estos relatos recordé la emotividad que rodea la primera época de nuestras vidas. Y la frustración de no tener en aquellos años los recursos para plasmar nuestros sentimientos. Este libro, es un intento de hacerlo. Y el resultado es emocionante.

A mitad de la noche

Al leer este relato sentí como si se me hubiese dado un microscopio. Un microscopio con el cual podía observar con gran detalle a los tres integrantes de una familia herida por la ausencia de una figura paterna. A Macarena, una niña de seis años que, como todos los niños, quiere ser alguien más. Dejar atrás las limitaciones de su corta edad y ser como su hermano. A Sergio, quien guarda dentro de sí el desencadenante de una tormenta. Y a la madre de los dos, agobiada por el camino que ha tomado su vida (Se sentía culpable y , la mayor parte del tiempo, no encontraba la forma de manejarlo. Lloraba y otras veces no gritaba sin razón. Su angustia era tan grande que se le pelaban las manos, se abrían llagas que permitían ver otras capas de piel, como buscando llegar al centro de dolor). Una familia unida por el miedo de que el terremoto llegue y destruya las ilusiones de cada uno. (Nuestra ilusión se rompió como se quiebra un collar de perlas).Donde los problemas cubren sus cabezas cual nubes oscuras cargadas de sufrimiento. Niños pequeños viviendo a la sombra de alguien más. Padres que agradecen el silencio, viéndolo como un signo de paz y sosiego en medio de una guerra que comienza y acaba todos los días. Todos unidos por un solo objetivo: sobrevivir un día más.

Charcos

No tenía amigas en el colegio. Las niñas me observaban desde lejos y cuchicheaban acerca de mí como si conocieran hasta mi ADN. Me sentía una hormiga examinada a través de una lupa, de la cual crees saber todo, pero, por verla desde lejos, no tienes más que una imagen agrandada y difusa. Cito el comienzo de este cuento porque percibo que desde un inicio dispara uno de los principales temas del mismo: el desamparo. Uno de los mayores castigos que se le puede dar un niño es el condenarlo a la soledad. Pero no una soledad cualquiera. Una soledad donde uno se siente como un bicho del que todos se burlan. Como un Gregorio Samsa luego de despertar convertido en un asqueroso insecto. En esta historia, la protagonista  sólo ruega por un poco de afecto. Salir del destierro emocional al que ha sido condenada, a cualquier precio, incluso si eso implica combatir con la naturaleza. Pero la desgracia se ensaña con ella. Y el lector sólo puede compadecerse, impotente de no poder hacer nada a pesar que nos repitamos que sólo es ficción.

Zarcos

La presencia de una mujer ajena a la estructura familiar que uno ha asimilado durante los últimos tiempos, es la principal causa del derrumbe del mundo de la protagonista, Macarena. Ella había estado acostumbrada a tener los cumpleaños de la mayoría de niños con padres  divorciados. A tener un padre que compensa materialmente su culpa afectiva. Hasta que un día algo empieza a perturbar el status quo: la irrupción de Rocío, la nueva pareja de él. Una presencia que como las aceitunas en la comida, empieza a contaminarlo todo. A extenderse como un virus malicioso. A corroer las bases sobre las que se había erigido un castillo de tranquilidad, para causar lágrimas. Lágrimas calientes, estrellándose contra el interior de mis ojos, como cuando los cohetes reingresan a nuestro planeta casi incinerándose, menciona Macarena en un momento. Y es una imagen tan brutal como esa, la que demuestra la aflicción encerrada en esta breve narración.

Rebote

En este relato, Macarena cede parte del protagonismo a Pierina su amiga, obsesionada con el hermano de la primera. A Macarena, obviamente le parece algo extraño porque no percibe en él ahora cualidad alguna. Pero está dispuesta a ayudarla por una simple razón: ahora es parte de un grupo. Un grupo donde no es protagonista ni parte vital, pero del que es miembro al fin y al cabo. Es así que deciden planear un acercamiento. Lanzarse a perseguir la obsesión infantil y los inicios de las ilusiones amorosas. Y como todo lanzamiento, hay la probabilidad de tener éxito como también de caer en un pozo de fracaso. Un fracaso que marca y destruye. Una destrucción breve, pero que mientras dura, parece eterna. Y no hay quien no se reconozca en esa sensación.

Pasajeros

El primer acercamiento de Macarena con la muerte. De ello va este cuento. Sobre como la muerte es capaz de separarnos de alguien, pero puede hacer cobrar vida, fugazmente, a los vínculos que nos unen con los que todavía están vivos. Tal vez sea la ausencia de alguien la que magnifica la necesidad de acercarse a aquellos con los que formamos alguna vez lazos que creíamos irrompibles. Nos recuerda que no podemos sobrevivir solos. Existe el peligro de ahogarnos en un océano de desesperación, a menos que haya un brazo extendido al que nos podamos aferrar. Para apreciar la vida, es necesario convivir con la muerte. Como dice la protagonista: La vida y al muerte son viajes de un pasajero, pero cuando estás vivo el vidrio es imperceptible; a menos que seas un piloto de caza y siempre tengas uno delante.

Fiesta

Los cumpleaños son la celebración de un año más de vida. O de uno menos. Depende de cómo se vea. Conforme estos se van acumulando, se van quemando etapas de crecimiento. En este último cuento, Macarena está a puertas de dejar una parte de su vida y entrar a otra. Y es en ese limbo donde se siente vulnerable. Quiere desvanecerse y desaparecer por momentos. Sólo parece entenderse con aquellos que también tienen miedo de seguir creciendo. Que se refugian en la oscuridad de las sombras. Eso: refugiarse.


Así como nosotros buscamos refugio en buenos libros como éste.

+Sobre la autora:

(Lima, 1985) Zurda. Coleccionista de libros. Master en comunicología por la Universidad Complutense de Madrid. Autora de "La primaria" (Alfaguara Juvenil, 2012). También he participado en la antología Palo y Astilla: padres e hijos en el cuento peruano (Alfaguara 2009) y he sido colaboradora y miembro del comité editorial de la revista literaria "Un vicio absurdo"






+Entrevistas:



lunes, 15 de junio de 2015

Fracaso y desamparo: “Insensatez” de Horacio Castellanos Moya

Los lectores siempre estamos tomando riesgos. Cogemos y leemos libros como quien está a punto de empezar una carrera. Empezamos a leer esperando que suene ese disparo que nos indique que la obra merece que nos sumerjamos en ella sin más espera. Algunas veces tarda tanto que llegamos molestos. Otras veces ni siquiera llega y abandonamos el libro como quien siente que ha sido estafado. Pocas son las veces que el disparo llega rápido y empezamos la carrera con gusto. “Insensatez” es uno de esos casos.

Yo no estoy completo de la mente. Con esta frase sencilla en apariencia pero con un mensaje poderoso, comienza la novela de Castellanos Moya. Desde ahí ya se nos va anunciando (lo que se comprobará a lo largo de la trama) la sensación de vacío y ausencia que rodea a los principales personajes. Más allá de posibles  acercamientos a diversos temas como la violencia o la impunidad, lo que termina imperando en esta obra es ese fracaso que va rodeando al protagonista que se siente incompleto y desamparado. Extranjero en cualquier circunstancia. Algo tan universal, que rompe con cualquier intento de minimizar el sentido de esta novela a  una motivación extraliteraria (como el de insertarse en una problemática social tanto sólo para ganar lectores).

El narrador de esta novela es un hombre paranoico y perturbado, un ateo vicioso al que irónicamente la Iglesia Católica le ha encargado la revisión y documentación de los testimonios de las víctimas de la más cruda violencia en un tercermundista país centroamericano. Sin saber la envergadura del trabajo que ha aceptado, este comienza con sus labores interesándose en un primer momento por detalles como la construcción sintáctica de las frases (disparando contra aquellos que no son capaces de sensibilizarse por la magnitud de tragedia y sólo la usan como plataforma para fines egoístas) y la poesía que parece encontrarse contenida en ellas, mientras empieza a buscar distracciones que no lo derriben emocionalmente, como el calor de una mujer o el placer del alcohol en los bares que rodean su centro de trabajo. Unas peleas con  los funcionarios locales complementan una primera parte donde ya empieza a germinarse lo que será el núcleo de esta novela: la entrada a una pesadilla de la que parece que nunca despertará .

Esta pesadilla a la que me refiero no es más que la locura que empieza a desestabilizar al protagonista. Desestabilización que se deriva de la imposibilidad de comprender en su totalidad el horror mencionado en los testimonios de los indígenas que estudia el protagonista. Durante el relato, Castellanos Moya se da maña para hacernos comprender en todo momento, que por más que se aproxime, cualquier sufrimiento que padezca el protagonista será mínimo ante la gravedad del que se encuentra en las manifestaciones de las víctimas que estudia.  Somos testigos del fracaso del narrador al momento de continuar de forma constante la tarea que se la ha encargado (las constantes pausas no son gratuitas), su fracaso al momento de establecer una relación tanto sentimental como sexual (con una magnífica escena en la que la atmósfera de tristeza descrita suena tan verosímil que hay el peligro de que el lector también sea víctima de esta), el fracaso al enfrentar a los enemigos que cree que están  a su acecho, entre otros que se van develando.  Y ello conjugado con el impacto que va teniendo su trabajo en el espíritu del protagonista. Es capaz de imaginar las escenas terroríficas, ya sea como víctima o victimario y captar ciertas sensaciones , pero no por completo.  Siempre hay algo que lo aleja de la comprensión total.

Su condición de foráneo, como ya mencioné, persistirá como manifestación de la imposibilidad de encontrar un vínculo duradero con algo. Esa constante expulsión de todos los lugares en los que se encuentra, ya sea de forma voluntaria o no, expresa su imposibilidad de estabilizarse emocional o físicamente, siendo la peor la emocional. Porque como se menciona en cierto momento, el infierno es la mente y no la carne. Ello lo lleva a comprender que su infierno termina siendo personal. Que sus angustias emanan temores individuales. Y que el dolor es una facultad del hombre que no puede ser compartida por otro en su integridad. Nadie es capaz de asumir el sufrimiento de otro. Y es cuando se llega a ese punto que la más terrible de las soledades comienza a arrasar con uno.

Entre líneas, Castellanos Moya se da tiempo para lanzar sus dardos a ese tipo de libros que intentan representar “fielmente” lo que fue el horror causado por la guerra. A través de un protagonista que revisa documentos, parece indicarse que los demonios que rodean a un novelista que se inmiscuye en estos tipos de temática siempre serán los propios. Las palabras tienen un gran poder, pero parecen sucumbir ante el intento de representar de forma universal las consecuencias de una guerra. Es mejor enfocarse en ciertos aspectos para comprender la génesis del problema.

En “Insensatez”,  a pesar de que el conflicto armado ya tuvo un final para la Historia, el horror no se ha acabado. Persiste y evoluciona en formas más sofisticadas y psicológicas, lo cual termina siendo más peligroso.  Un horror que ataca a la mente antes que al cuerpo. Y es ese el que causa más daño porque persiste en las sociedades y se repite cada cierto tiempo.

Este libro  ha sido una grata sorpresa entre mis últimas lecturas. Ojalá usted  decida arriesgarse con esta obra también,



+Sobre el autor:

Horacio Castellanos Moya nació en Tegucigalpa, Honduras, en 1957. Criado en El Salvador, ha vivido en Ciudad de México y otras ciudades hispanoamericanas. De 2004 a 2006 residió en Frankfurt, como escritor invitado por la Feria Internacional del Libro. También ha sido escritor invitado en la Universidad de Tokio y actualmente imparte clases en la Universidad de Iowa. Es autor de diez novelas, traducidas a diversos idiomas, y la versión en lengua inglesa de Insensatez mereció el XXVIII Northern California Book Award 2009. En El sueño del retorno, Castellanos Moya retoma ciertos personajes y episodios aparecidos en algunas de sus novelas anteriores, tejiendo así su particular universo literario, en el que refleja de manera magistral la complejidad del ser humano ante el poder y la violencia, describiendo como pocos el humor, la obsesión y la angustia.

miércoles, 3 de junio de 2015

Conviviendo con la aflicción: “La luz difícil” de Tomás González

"Un mundo sin aflicción, pensé, estaría tan incompleto y sería tan poco armonioso, tan feo, como una escultura o un árbol que no tuviera sombra”
Tomás González

Es común escuchar la frase Los hijos deben enterrar a sus padres, no los padres a sus hijos, y echando un vistazo a la literatura sobre relaciones  paternales, la mayor parte de su enfoque y perspectiva, parte de estos últimos en su abrumadora mayoría. Los padres por lo general fungen como la primera figura autoritaria y la mantienen en mayor o menor medida, a lo largo de toda ella. Muchos han escrito sobre los traumas que esto ha significado tratando de lidiar con dichos demonios en sus libros. Otras veces, sobre cómo estos han sido vitales alentando la carrera literaria de sus hijos o simplemente los ayudaron en momentos vitales. Su pérdida también es fuente de muy logradas novelas marcando el inicio de una nueva etapa para los autores, por lo general en su etapa de madurez. Pero es raro encontrar padres escribiendo sobre la pérdida de un hijo. ¿Cómo plasmar tamaño dolor a través de palabras?¿Cómo transmitir un proceso tan tormentoso y traumático?¿Cómo plasmar a través de la escritura una muerte de semejante magnitud? ¿Es posible hacer una novela sobre un padecimiento tan particular sin caer en extremos que puedan sonar inverosímiles?. Tomás Gonzáles asume el reto y el producto es una corta novela de extraña belleza.  Nos sumerge en un estado de melancolía y solidaridad con el protagonista, a tal grado que por momentos uno parece comprender las emociones por la que éste está pasando. 

David, un pintor de edad ya muy avanzada,  decide pasar los últimos años de su existencia en un pueblito colombiano, condicionado por un retiro “obligado”. Sus días se ven absorbidos en acciones rutinarias, ayudado por una mujer del pueblo. Es así que se pone a escribir sobre un hecho que marcaría un antes y un después  innegable en su vida: La decisión de morir de su hijo Jacobo. Un accidente de tránsito lo dejó parapléjico a éste último, sumiendo sus días en una constante agonía, pues el dolor físico era tan grande que por momentos la muerte era una condena más apetecible que el padecimiento al que su físico deplorable lo había sometido. Por más tratamientos con los que se intentó aliviar dichas dosis de dolor, nada tuvo una efectividad destacable. Por ello, la voluntad de morir en una ciudad de Estados Unidos viajando con su hermano. Y David, nos cuenta cómo fue esa espera, ¿Se arrepentiría a último momento? ¿Qué pasaría por su mente en sus últimas horas de vida? ¿Su hermano lo convencería de no hacerlo?¿Cómo lo está tomando su madre?¿ Cómo comportarse cuando tu hijo ha decidido morir y uno no puede más que esperar?

La ciudad de New York sirve de atmósfera para la narración de la historia de David y su familia. Durante las cercas de 24 horas que dura la espera de la llamada que les diga si Jacobo murió o se arrepintió a último momento, se nos va contando parte de la historia de David, aquella que es importante.Sus anhelos como inmigrante en los Estados Unidos; su vida con Sara, el único amor que puede validar en su biografía; sus amigos; su pasión por retratar aquellas imágenes en las que se funden bellas formas que la realidad le otorga y su imaginación. Flashbacks  de distintas épocas alternándose con su presente en el país latinoamericano y las horas de tensa espera en la ciudad que nunca descansa. Todo encadenado de tal forma que uno no se pierde entre tantas escenas, sino que va siendo testigo como la suma de todos ellos sirve para el propósito de González. Pequeños puntos que separados no nos dicen nada, pero que en conjunto tiene el valor de una pintura de notable belleza.

No se vaya a pensar que este libro sirve de plataforma para  que González ensaye una posición sobre la eutanasia. El autor tiene el suficiente tino como para darle al lector el suficiente espacio para su8 propia reflexión. Lo que prima en las pocos más de 130 páginas de este libro, es un retrato, lo más verosímil posible, sobre la pérdida de un ser, la extinción de una vida.  La ausencia de alguien que ha sido determinante durante la existencia de uno y cómo se sobrevive a ello, si es que se es capaz de hacerlo. ¿Alguien debe ocupar su lugar? ¿Qué actitudes debe asumir uno?¿Qué canales se usan para desahogar la tormenta que se forma y dejar ir esa sensación de desesperación en la que uno parece ahogarse por ratos? ¿Cómo plantarle cara a la muerte?

Cómo ya he dicho en anteriores posts, hay infinidad de temas sobre los cuales escribir. Hay muchos mundos que no se han explorado aún. Tomás González lo ha hecho sobre el mundo de la aflicción demostrando que la violencia colombiana no es el único tema sobre al cual los autores de dicho país pueden avocarse ( y del que muchos autores locales pueden aprender algo)

 Se consigue en  Librería Communitas. Vale la pena el monto y el tiempo invertido.


+Frases y fragmentos:

“Nunca he sido capaz de diferenciar demasiado entre el amor y deseo, así que puedo decir que nos tuvimos mucho amor toda la vida.”

“Han pasado ya tantos años desde entonces que incluso la pena en mi corazón se ha ido secando, como la humedad en una fruta, y es poco frecuente que el recuerdo de lo ocurrido de repente me agite otra vez, como si hubiera sucedido ayer, y me haga tragar fuerte, para controlar cualquier sollozo. Pero aún ocurre, y la congoja amenaza entonces como doblarme. Pero pasa también que a veces pienso en mi hijo, y los sentimientos son tan cálidos que se me ocurre pensar que la vida es eterna, quieta y eterna, y el dolor, una ilusión.”

“El infortunio es siempre como el viento: natural, imprevisible, fácil.”

 “Me gusta cómo lo que el hombre abandona se deteriora y empieza a ser otra vez inhumano y bello.”
“Cruel es el lugar común de que la esperanza es lo último que se pierde.”

“Cuando pienso en eso y siento la ausencia de Sara y el frío de esta, la inevitable soledad de la vejez humana debo recostarme un rato, apagar el alma unos minutos como soplando una vela y dormir.”

Que tu armazón, como en el caracol, se tan fuerte que pueda permitir la ternura, decía un poeta, y eso le iba a todos ellos.”

“El tiempo es materia rara. Teníamos por delante pocas horas, ya menos de once, que iban a estar más cargadas de pena que todo lo que les hubiera podido ocurrir a mis cangrejos herradura en sus millones de años de existencia. Y al mismo tiempo eran horas muertas y vacías.”

“La aflicción no es inmóvil; es fluida, inestable, y sus llamas, más azules que anaranjadas y rojas, y a veces de un verde pálido espantoso, lo torturan a uno por un costado en el interior del cuerpo, a veces por el otro costado, a veces por todo el interior y con mucha fuerza, hasta que te ves gritando en silencio como en la pintura de Munch en la que una persona da un alarido sobre un puente.”

“El tiempo es materia elástica que depende de la alegría o la aflicción.”

“La gran soledad es como un lienzo aparentemente vacío, engañosamente vacío.”

“En otras palabras, hay dos maneras de estar en la ciudad: o manteniendo bien la compostura, o esquizoide de remate y hablando solo o con fantasmas por puentes y avenidas.”

“Y ahora que vuelvo a hacerlo después de tantos años me asombra otra vez los dúctiles que son las palabras; lo mucho que por sí solas, o casi por sí solas, expresan lo ambiguo, lo transmutable, lo poco firme de las cosas. Son iguales al mundo: inestables como casa en llamas, como zarza ardiendo.”

+Sobre el autor:

Tomás González nació en Medellín (Colombia) en 1950. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y trabajó como barman en la discoteca El Goce Pagano, que publicó su primera novela a ?nales de 1983. Ese mismo año partió hacia Estados Unidos. Vivió tres años en Miami y dieciséis en Nueva York, ciudad en la que trabajó como traductor y escribió gran parte de su obra. Volvió a Colombia en 2002, y actualmente vive en Cachipay, a dos horas de Bogotá. Es autor de las novelas Primero estaba el mar (1983), Para antes del olvido (1987, ganadora del V Premio de Novela Plaza &Janés), La historia de Horacio (2000), Los caballitos del diablo (2003), Abraham entre bandidos (2010), La luz difícil (2011) y Temporal (2012); de los libros de cuentos El rey del Honka-Monka (1995) y El lejano amor de los extraños (2013), y de un poemario, Manglares (1997/2006). Libros suyos se han traducido al inglés, al alemán, al francés, al portugués, al holandés y al coreano.


+Primeras líneas de la novela:

"Esa noche pasé mucho tiempo despierto. A mi
lado, Sara tampoco dormía. Miraba yo sus hombros morenos,
su espalda aún esbelta a sus cincuenta y nueve
años, y encontraba consuelo en su belleza. A ratos nos
tomábamos de la mano. En el apartamento nadie dormía,
nadie hablaba; de vez en cuando alguno tosía o
iba a orinar y volvía a acostarse. Nuestros amigos Debrah
y James habían venido a acompañarnos y se habían
acomodado en un colchón en la sala. Venus, la novia
de Jacobo, se había acostado en el cuarto de él. Mis hijos
Jacobo y Pablo habían salido dos días antes en una
van de Rent-a-Car con rumbo a Chicago, desde donde
habían tomado un avión para Portland. En algún momento
me pareció oír el débil rumor de la guitarra de Arturo,
el tercero de mis hijos, en su cuarto. En la calle
sonaban los gritos nocturnos del Lower East Side, las botellas
quebradas de siempre. A las tres de la mañana, o
algo así, pasaron, cavernosas, dos o tres motocicletas de
los Hell’s Angels, que tenían su sede a dos cuadras de nuestro
apartamento. Dormí casi cuatro horas seguidas, sin
soñar, hasta que a las siete me despertó la punzada de
angustia en el vientre por la muerte de mi hijo Jacobo,
que habíamos programado para las siete de la noche,
hora de Portland, diez de la noche en Nueva York."

+Entrevista:


+Edición especial de Buensalvaje Colombia sobre este autor:

https://revistabuensalvaje.files.wordpress.com/2014/11/buensalvaje_co_1.pdf




domingo, 24 de mayo de 2015

El juego de la memoria: “Nuevos juguetes de la Guerra Fría” de Juan Manuel Robles

“El pasado se le figuró a Mallarino como una criatura acuosa de contornos imprecisos, una suerte de ameba engañosa y deshonesta que no se puede investigar pues, al volver a buscarla en el microscopio, nos encontramos con que ya no está, y sospechamos que se ha ido, y comprendemos enseguida que ha cambiado de forma y resulta imposible reconocerla.”

“El pasado de un niño es de plastilina, señor Mallarino, los adultos pueden hacer con él lo que les venga en gana.”
(Las reputaciones, Juan Gabriel Vásquez)

“Recordar, releer: transformar el recuerdo: sutil alquimia que nos concede el don de reinventar nuestros pasados.”
(Papeles falsos, Valeria Luiselli)

“No estoy seguro de que lo que me sucedió ayer sea verdad”
(Bob Dylan)

Hay un motivo personal por el cual la lectura de este libro me causó un gran impacto, más que cualquiera de las cualidades literarias que posee (que las tiene y en creces, como de seguro se comentarán de mejor manera en otras reseñas): el hecho de recordar a mi abuelo.  Cuando tenía entre tres y cinco años de edad, el encargado de llevarme y traerme del nido era mi abuelo materno. El nido quedaba a cuatro cuadras de mi casa, más o menos unos quince minutos a pie. Quince minutos que se extendían a treinta o sesenta si por ahí me llevaba al parque.  ¿De qué podía hablarle un pensionista de más de 70 años a un niño de esa edad, embobado con la televisión, sin aburrirlo o hastiarlo? Pues, no sé cual sea la respuesta de ustedes. La de mi abuelo fue hablarme de política. De comunismo y socialismo. Durante toda mi infancia nombres como los del Che Guevara, Fidel, Cuba, Unión Soviética, Nikita Kruschev, fueron una constante en las conversaciones que sosteníamos. Cómo un puñado de caribeños opusieron resistencia a los gringos por más de 30 años. El Che y sus viajes. La utopía socialista. La educación y medicina cubana. De todo ello, mientras consumía mis galletas Champs de animalitos y mi Inca Kola. Ahora no lo juzgo ni para bien ni para mal. Fue una etapa divertida. Una etapa que he revivido (añadiendo y quitando detalles seguramente, pero manteniendo la esencia emocional) gracias a la historia de Iván Morante, el protagonista de Nuevos juguetes de la Guerra Fría. Y eso es algo por los que la literatura es tan genial. Cómo un puñado de palabras escritas por un desconocido son capaces de hincar las más sensibles fibras emocionales de uno y causar una avalancha de sentimientos, removiendo la tranquilidad del presente. Capaces de hacer reir, llorar, sudar y estremecer, siendo seguro que no lo dejará a uno indiferente, todo lo contrario a cierta literatura que no exuda nada de vitalidad. Si busca una novela que sea capaz de robarle horas a su sueño  o sus deberes académicos o laborales sin hacerlo sentir culpable, esta lo es.

En Nuevos juguetes de la Guerra Fría se narra la historia de Iván Morante, un escritor peruano que radica y trabaja en New York, en un restaurante que funge de refugio para latinoamericanos que buscan sobrevivir.  A él le gusta recordar el pasado. Adquiere juguetes de colección, guarda singulares prendas de su época de niñez y hasta recibe mensajes que el Iván del pasado  creó para enviárselos al Iván del presente. Hasta ahí todo parecería (casi) normal si no fuera porque el pasado de Morante no es un pasado cualquiera.

Hijo de dos idealistas socialistas de los años setenta, Iván estudió la primaria en la embajada cubana de La Paz, Bolivia. Allí había ido a parar su familia por el trabajo de reportero que había conseguido su padre en el país del Altiplano. No fue una educación  típica. El salón de clases lo dirigía una maestra cubana y estaba conformada por los hijos de los funcionarios que laboraban allí. Allí aprendían a valorar a los héroes de la gesta revolucionaria de la nación insular mientras en sus tiempos libres jugaban con las figuras de acción de sus dibujos animados preferidos, como He-Man o GI. Joe, sin importar que estos provengan del “Imperio”. Convivían con ambos mundos, occidental y oriental, mientras poco a poco se enfrentaban a la pérdida de la inocencia. Así lo recordaba Iván al contar su peculiar historia, que siempre lograba cautivar a quien la escuchaba. Hasta que un día surgió la duda sobre la veracidad de esta. Un peculiar personaje toca la puerta de su presente para sembrar la interrogante: ¿De verdad fue así como ocurrieron las cosas? ¿Qué es lo que yace en el subsuelo de la memoria tratando de querer salir a la superficie?

Y es que sucede que su pasado, esconde muchos más secretos de los que él piensa. No bastará que se ponga a recordar para resolverlo. Y es ahí donde el lector empezará a percibir cómo el libro empieza a tornarse en un atrapante thriller.

Como ya se ha mencionado, la novela comienza como una de aprendizaje. Durante gran parte de la novela, Iván se muestra frente al lector como una máquina de recordar. Pero una máquina imperfecta. En su historia es posible darnos cuenta de los sesgos a los que todos nosotros somos vulnerables, tendiendo siempre a la exageración emocional de los hechos del pasado. Los recuerdos son activos que poseemos, siempre en constante mutación. Lo que nos identifica y nos hace distinto a los demás. Y a pesar de ello nada fiables. Hay en el libro un genuino interés por explorar todos los misterios que rodean a la memoria, cuestionando todo lo que creemos saber. Es posible percibir la curiosidad del autor por desmantelar las capas con las que se va ocultando lo esencial de nuestro pasado. Aquello que nos va forjando y convirtiendo en lo que somos.

El contexto en el que se presenta esto no surge como fruto de la casualidad. Si bien el tema principal es ahondar en un problema individual, que es la historia de Iván, esta se relaciona con la Historia en mayúscula, siendo los puentes de estas dos buenos temas de reflexión. La convulsa década de los 80’s, llena de contrastes como el idealismo por cambiar a las sociedades y las críticas situaciones políticas y económica,la apertura internacional y la defensa de lo nacional, la consolidación de la hegemonía norteamericana mientras el socialismo soviético empieza a caerse a pedazos. Pero sobre todo, una época llena de símbolos. Un aspecto vital para entender los procesos sociales que atravesó esta parte del orbe. Es a través de las imágenes que es más fácil colocar o imponer una idea, un mensaje, una doctrina. De forma sutil se puede lograr mucho mayor efectividad que un mensaje directo y brusco. Las mayoría de personas casi no se dan cuenta que ha sido engatusados por una maquinaria propagandística hasta que ya es muy tarde. O peor, nunca se da cuenta. Se piensa que no hay nada detrás moviendo los hilos. ¿Es posible conocer todo lo que yace escondido a nuestro alrededor? ¿Cómo querer lograrlo si ni siquiera somos capaces de conocer los secretos de las personas con la que nos hemos criado y forjado como lo son nuestros padres?

Y ese el último tema que quisiera tocar en este texto: el de la familia. La relación de Iván con su padre se parece a la de mucho de nosotros mucho más de lo que podría percibirse en un primer momento. ¿Cuántas veces no ha pasado que las voces de tu padre o tu madre han disminuido su volumen mientras  te acercabas a su cuarto? ¿Qué se escondía en esas conversaciones dentro de su habitación? ¿Qué nos ocultan de su pasado? ¿Es mejor no saberlo? Idealizamos a nuestros padres en nuestra infancia, renegamos de ellos en nuestra adolescencia y entramos a una tregua durante la adultez. Una tregua de observación y análisis, de reflexión. Nos detenemos a pensar cuanto de sus errores terminamos cometiendo de nuevo, qué  rasgos de nuestra identidad son productos de su herencia y cuanto de sus pecados terminamos pagando.

Esta es una novela conmovedora y con una madurez destacable, en la que se valora la intención de  contarnos una historia individual pero que toca temas universales, algo importante en tiempos en los que muchos autores crean ladrillos que no logran conectar con la emotividad del lector o manosean temas a los que mejor les irían abordándose desde las ciencias sociales. Hay que recordar que leer es una inversión y dedicación de tiempo, el recurso más preciado que tiene el hombre. Y el sentir que no se ha malgastado es algo que en estos tiempos debe agradecerse.


Gran, gran novela. Ojalá tenga la cantidad de lectores que se merece.


+Frases y fragmentos:

-Siempre me gustó recordar. Soy aficionado a hacerlo desde que tengo uso de razón o, mejor, desde que tengo memoria; convierto objetos físicos en añoranza en cuestión de días, los adscribo a algún casillero del pasado, a algún de tránsito o felicidad, a una playa que nunca volvimos a visitar, a un hotel que ya no existe, una ciudad lejana, una isla, o lo vinculo a la presencia de alguien que estuvo de visita –la voz-, con la música inicial de unos dibujos animados que solo duraron dos temporadas.”
Mis recuerdos son apenas el insumo bruto de algo que ya no me concierne. Así pasa a veces: la historia expropia lo que creíste tu vida íntima.

-Ten cuidado, gil. ¿Sabes qué pasa cuando cuentas demasiado una historia?
-¿Se la roban?
-Peor, pierde sabor y se estira, como chicle.

-Los objetos físicos desencadenan cosas, remueven el mundo interior como un virus, y eso pasa aunque los encontremos muchos años después, o, debería decir, pasa sobre todo  si los encontramos años después y esos objetos no han tenido ocasión de opacarse en nuestra mente, de fundirse en sus múltiples versiones, de mimetizarse en el decorado y volverse naturaleza muerta.

-Supongo que las fotos son eso, un montaje al rescate de la memoria.

-O simplemente ocurre que cuando uno aprende a leer, el mundo se ensancha y, con él, la memoria de los recovecos, la capacidad de nombrarlos.

-Pero quizás no sea así, quizás los recuerdos son incompletos no porque les falte un detalle, un color o un nombre, sino porque les falta un sentido, una coherencia, y con los años el sentido de la vida, el que adquiera o el que me sea concedido por las catástrofes que están por venir, por las veces en que tendré ocasión de demostrarme a mí mismo quién soy de verdad, de qué estoy hecho, ese sentido agregará el detalle que faltaba, el sonido que no recuerdo, el rostro que perdió forma como plástico derretido, y hará que encaje perfectamente lo que parecía absurdo.

-(…) quizás la memoria en exceso, el intento de almacenar más de la cuenta, solo puede llevar a cierta forma de colapso.

-Tal vez de algún modo, estábamos dañados, pero al mismo tiempo ese daño le daba espesor a nuestros caracteres.

-Algo de rutinario hay en la felicidad; aun quienes la viven viajando por diversos destinos encuentran la forma de estandarizar los momentos, de comprimirlos en cápsulas análogas, en vagones compatibles, y es por eso que, de algún modo, la felicidad genera una memoria continua y vaga, muy intensa de primer impacto pero débil en el acopio de detalles, como si el torbellino imposibilitara la recolección, como si hubiéramos cruzado en tren bala por el paisaje más bello del mundo. Parece vivirse en cámara lenta, la felicidad; parecer ser el grado cero del estrés.

-Si la memoria tiene un revés, si la presencia perenne de todo lo andado tiene un negativo, es la existencia nueva de un ser en blanco. La energía pura de lo incierto.

-Hay una arrogancia elemental del observador del presente en relación con el narrador del pasado, como si este último fuera un hermano menor un poco idiota e ingenuo, que no entiende nada, que no puede ver lo que está en sus narices, a un milímetro de distancia en la línea larga de la historia.

-Se asume que hay en nuestra mente una habitación cerrada donde está todo aquello  de lo que no tenemos conciencia: deseos, impulsos, y episodios antiguos, todo eso está atrapado allí pero no ha muerto, son pedazos de realidad que afectan nuestra forma de ser y que se manifiestan insidiosamente, con síntomas diversos.

 -Lo que quiero decirte con esto es: si te pones a escarbar en el pasado, no vas a encontrar imágenes neutras, vas a encontrar unidades de sentido, intenciones, postales que van hacia alguna parte. Siempre.

-El pasado es la ilusión resultante de un movimiento en el espacio. El movimiento deja un rastro, un cambio físico microscópico en el cerebro. Esa es la memoria en su forma más primitiva y es también la forma más neutral de recordar. Recordar en espacios, habitaciones y pasadizos es la manifestación exagerada de esa tendencia, su caricatura o parodia, si quieres.

-El recuerdo es una idea del pasado que te ayuda a predecir el futuro en el presente, para sobrevivir.

-La memoria es moverte por las habitaciones vacías de una casa distante, asomarte a los cuartos en los que pasaron cosas –a veces cosas terribles-, pero es también la sensación de estar quieto mirando por la ventana, observando un mundo que no solo es el que habitas (un lugar inabarcable lleno de objetos borrosos), un mundo externo que, sin embargo, confirma de alguna manera tu conciencia íntima de la existencia, la hace más real, la perenniza por efecto inverso, como una placa en negativo o como las mascarillas de yeso que les ponían a los recién fallecidos para tener una constancia de su paso por el mundo.

-La fe, voy entendiéndolo, convierte el laberinto en un único túnel largo, en una peregrinación recta que elimina todo dilema o bifurcación -¿aquella puerta o la otra?-, y produce recuerdos de baja calidad.

-Pero las ciudades, justamente, están hechas para encontrar las vías de retorno. Para vivir y revivir trayectorias precisas. Para volver y  recrear, viajar en el tiempo con las coordenadas exactas. Para que los recuerdos se parezcan y a la vez se diferencien bien.

-¿Será que es hora de escribir? ¿Hacer memoria y teclear sin preocuparme porque los recuerdos vayan a ablandarse? Escribir para rescatar esencias en estado gaseoso (como quien encuentra fórmulas químicas) y ejecutarlas de nuevo, en vez de aspirar a congelar los hechos.

+Comienzo de la novela:

-Mi nombre es Iván Morante y un día se conocerá mi historia. Este no es un deseo propio; al contrario, es algo que ocurrirá sin mi consentimiento ni razón, pasará en algún momento que mi pasado terminará de escribirse y será una suerte de parábola dócil que ayude a explicar o entender ciertas cosas, ciertas vibraciones de la historia, ciertas insignias que nos dieron protección y fe. Me queda claro que no seré yo quien la escriba; esa historia o, en todo caso, lo que yo escriba no tendrá mayor efecto en la circulación de ese pedazo de mi existencia, en el acto de instalar la fábula en los imaginarios que corresponda. (…) Yo sólo estuve en un lugar y en el instante justos, en las coordenada precisas, y caminé en esos márgenes y actué según los usos -¿husos?- que me tocaron entonces, y la coincidencia fue suficiente para que me estén reservados esos rectángulos vacíos, esas viñetas por estrenar

+El autor:

Nació en Lima el 4 de noviembre de 1978. Tiene un MFA en Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York. Ha publicado Lima Freak. Vidas insólitas en una ciudad perturbada (Planeta, 2007). Ha sido redactor de la revista Somos, del diario El Comercio, y editor de la revista Cosas. Sus reportajes y relatos han aparecido en las revistas Etiqueta Negra, Letras Libres, Buen Salvaje y Gatopardo, así como en diversas antologías latinoamericanas. Ha sido becado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano para asistir a talleres de Ryszard Kapuscinski y Tomás Eloy Martínez, y en el 2008 fue finnalista del Premio Cemex - FNPI. Actualmente vive en Lima y se desempeña como docente universitario.


domingo, 17 de mayo de 2015

Nido de cobras: "Agosto" de Rubem Fonseca

Hace más o menos tres semanas me fui caminar por la tarde al Centro por la ruta de siempre: Estación Central- Camaná-Jirón de la Unión. A ver si así hacía algo de tiempo antes de ir a exponer un trabajo en San Marcos. Parecía que iba a ser un trayecto rápido cuando en una de esas librerías de viejo que están en Camaná, entre Quilca y la Plaza de Francia, tuve que hacer una parada necesaria. Había un ejemplar bien conservado de Agosto de Rubem Fonseca.

9788490061114La primera vez que leí algo sobre este autor, fue en el segundo número de la revista Buensalvaje. Un hombre ya mayor, calvo y con un nombre cuya “m” le quitaba cualquier sospecha de ser de lengua hispana, tenía la portada de la reciente revista. La nota lo mostraba como un autor casi de culto, siempre voceado al Nobel y ajeno a cualquier afán de notoriedad mediática. Algo así como Thomas Pynchon o Salinger. Que había venido en el 2010 a San Marcos, siempre parco pero no por ello esquivo a responder las curiosidades de jóvenes aspirantes a escritores. Su expresión dura iba de la mano con la intención de su prosa: alejarse de ese Brasil festivo, siempre alegre, que tratan de vendernos las agencias de turismo como única realidad de nuestro gigantesco vecino. Curioso, empecé a buscar algunos libros en las librerías más conocidas sin mucho ánimo, debo confesar, pero lo alto de sus precios me desalentó.

Durante los siguientes años, cada vez que leía alguna entrevista a algún autor latinoamericano siempre se colaba su nombre entre los autores de referencia mencionados por ellos. Se fue gestando un interés ahora ya genuino. Volví a leer la entrevista en Buensalvaje. Así que fui esperando la oportunidad de leer algo suyo, que finalmente se dio la tarde de aquel lunes, en que por veinte soles, adquirí el ejemplar mencionado, luego de revisar que no faltaran páginas y tener la osadía de pedir algo de rebaja.

Agosto, podría decirse que es un thriller político. O policial.  Tiene todos los elementos del género. Hay un crimen inicial en una habitación de hotel a inicios del octavo mes de 1954, que parece envolver a altos funcionarios ligados al gobierno de Gétulio Vargas, el caudillo brasilero, que ostentaban la banda presidencial por cuarta vez del gigante sudamericano. El detective de la historia (comisario para esta novela), Alberto Matos, es el encargado de investigar a los culpables, mientras lidia con dos mujeres involucradas con hombres de la mafia, con un sistema podrido que alcanza a sus contactos más cercanos y un terrible dolor de estómago que lo está carcomiendo por dentro. Es fríamente lógico y racional. No parece haber en él ninguna vacilación moral al momento de tomar una decisión.

El crimen inicial parece dar pie a otros, llegando a destapar una dantesca olla de grillos. Senadores, diputados, periodistas, militares, policías. Todo el mundo tiene rabo de paja. Cobras por doquier. Nadie parece salvarse. Sólo Matos. Todo en la trama se va llenando de un aire de desesperanza que termina por extinguir cualquier fe de que las cosas vayan a aclararse. Debajo de cualquier intención por querer reformar las cosas se esconde un afán por adquirir poder. Poder, poder, poder.  No se puede confiar en nadie. La corrupción alcanza todos los niveles de la sociedad. Y es ahí donde se puede tender un paralelo con esa obra maestra que es Conversación en la Catedral. Para que no creamos que somos los únicos en padecer de esa lacra. Hemos tenido ardua competencia a nivel latinoamericano. Y Fonseca de encarga de mostrárnoslo.

La acción va avanzando a través de las diferentes historias paralelas que se van trazando. Rubem Fonseca privilegia el desarrollo de la trama y los diálogos sobre reflexiones que puedan entorpecerla. Las reflexiones al fin y al cabo, las termina haciendo el lector que no puede evitar seguir avanzando en la lectura por más cansado que esté, luego de una jornada laboral o de estudios, para descubrir qué otro secreto no ha podido descubrir aún Matos, identificarse con sus problemas amorosos y más que nada indignarse con lo que pasa y sentirse impotente porque sabe que como en nuestro país, la esperanza de cambio es una utopía. ¡Vaya que este autor brasilero es capaz de hechizarnos con una trama que nos escupe a ese Brasil urbano y violento!

He visto que en Librería Communitas hay algunos ejemplares de Agosto editados por RBA. Y si no le alcanza y le ha interesado esta obra del nonagenario escritor carioca,  ya habrá la forma de facilitarle la obra (escríbame por interno). Pero denle una chance. Que como dice Francisco Ángeles en una reseña que hizo para Buensalvaje (¿han notado lo imprescindible que se ha vuelto dicha publicación?), hay que hacer que la demanda por buenos libros se adelante a la oferta y exigir que obras de calidad lleguen a aquellos interesados en leer algo bueno de verdad. No se arrepentirá.


+Sobre el autor:

Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, 11 de mayo de 1925) es un escritor y guionista de cine brasileño. Estudió Derecho y se especializó en Derecho Penal. A pesar de su amplio reconocimiento como escritor, no fue hasta los 38 años de edad que decidió dedicarse de lleno a la literatura. Antes de ser escritor de tiempo completo, ejerció varias actividades, entre ellas la de abogado litigante. En 2003, ganó el Premio Camões, el más prestigiado galardón literario para la lengua portuguesa, una especie de Nobel para escritores lusos, en 2004 recibió el Premio Konex Mercosur a las Letras, y en 2012 el Premio Iberoamericano de Narrativa "Manuel Rojas".


+Homenaje en Buensalvaje:
Aquí



viernes, 1 de mayo de 2015

Estrellas solitarias: “El palacio de la felicidad” de Dante Trujillo

Los personajes de los seis relatos que conforman El palacio de la felicidad son como rompecabezas. Rompecabezas a los que les faltan piezas. Muchas piezas. Seres solitarios, y totalmente desamparados en algunos casos. Cuya existencia parece absorbida por la rutina, ahogada en la intrascendencia y cuya luz parece diluirse página a página volviéndolos tan opacos como el cielo invernal de Miraflores. Con un lenguaje que busca ser directo y sencillo, reproduciendo de manera fiel el hablar cotidiano de la urbe limeña, un bosquejo sobre la forma de pensar de una clase burguesa venida a menos con sus temores y estúpidos prejuicios y una lucha constante con los fantasmas del pasado, Dante Trujillo presenta un primer libro en los que se reconoce la honestidad de escribir sobre temas con los que se siente conectado. Y el haber trazado a estos seres, en cuyas características y acciones muchos lectores nos reconoceremos.



Club de invierno

Hay una frase en este cuento que, pienso, sintetiza las emociones que produce el leerlo: No había luna, pero sí unas tantas estrellas, brillantes, muy separadas entre sí, solitarias. Porque los personajes de este cuento, como aquellos astros, pertenecen a un mismo universo y sin embargo su vínculo más cercano no es más que la mera existencia en él. Los problemas de comunicación entre ciertos grupos de nuestra sociedad salen a relucir en los gritos del viejo que llora al lado de la piscina en una parte de esta historia. Los contrastes entre lectores y no lectores (aceptando a los primeros como un grupo  cada vez más minoritario y al cual los otros miran como si fuese un conjunto de bichos raros) y entre los viejos y jóvenes, se reflejan en detalles que muchas veces son forzados a pasar desapercibidos como las reacciones frente a un execrable acto de discriminación (el racismo no tan tácito que se da maña para seguir viviendo en nuestro inconsciente , mirando al otro como un ser inferior para calmar las exigencias del estúpido ego de muchos) o la forma de expresarnos a través del lenguaje (los diálogos en diminutivo denotando la idiosincrasia de nuestra urbe). Resulta imposible escapar de los males de nuestra ciudad y/o nuestro país así nos refugiemos en una casa de campo o en la lectura de una novela, pues estos se esfuerzan en acompañarnos como si tuviesen un pacto con nuestra sombra, parece decirnos Trujillo. Y todo ello coronado con un final, que evoca la frialdad (percibo que no es un detalle menor el tándem padre-hija) de ese otro gran relato que es Caballos de medianoche  de Guillermo Niño de Guzmán.

Emilia Cisneros

Un misterioso sobre llega a la oficina con el nombre de Emilia Cisneros como destinataria. Nadie tiene idea de cómo llegó o quien lo trajo. Y en su interior un mensaje críptico y enigmático. Como si el pasado se corporizara y tocara la puerta de uno. Un evento misterioso que no es más que el inicio de la caída de una inmensa bola de nieve que va cobrando fuerza de a pocos en un inicio, hasta acelerarse de manera imparable. Una bola de nieve que contiene en su interior la triste realidad de la vida de Emilia y que va aplastando en su camino las ficciones y refugios que ha ido creando para protegerse (y recién Emilia se dio cuenta de que lo venía escuchando desde hacía días, un sonido ronco, rumoroso y perpetuo que no había notado hasta entonces.)  La aparición de seres quebrados o al borde de la locura, la infidelidad y el desvanecimiento del amor  son algunas de las herramientas que usará Trujillo para romper el cristal de la rutina en este relato en el que uno termina con más preguntas que respuestas, lo cual se agradece.

Acariciar al tigre

Hay dos frases que rondan este cuento: “Si se quiere comprender lo invisible, hay que penetrar tanto como se pueda en lo visible” y “El gato es la oportunidad de acariciar al tigre”, que parecen encapsular el mensaje de esta historia. El escape de la tediosa y confusa realidad a través de la locura y el de dotar de una imagen más soportable a lo grotesco y terrible de algunas situaciones o seres.
Dos seres irrumpen en una pequeña librería miraflorina. Benavides y Obijuán. Dos seres que parecen venidos de otra galaxia. Dotados de un particular encanto que sólo la protagonista de este cuento parece notar. Seres que despiertan sentimientos en ella que parecían haber sido empujados al sitio más recóndito de su espíritu. Y todo sucediendo en una librería pululada por un público tan heterogéneo, donde el lector de este libro tal vez pueda jugar a identificarse con algún bizarro personaje. Situaciones excéntricas y retorcidas se conjugan en una trama llena de contrastes, localizada en el distrito de Miraflores que parece perder a lo largo de las páginas, la partida frente a la asfixiante neblina de su cielo.

Esa gente siempre tiene frío

Del pasado perdido a ese asqueroso infierno hallado a diario. Otra vez el tema del pasado y el racismo  se mezclan en un cuento donde el mayor terror es uno que sucede en el  día a día: el acoso. La persecución obsesiva. Un comportamiento enfermizo. Enfrentar la irracionalidad con poco más que la acumulación de impotencia. Seres cuya suciedad externa no alcanza a superar la interior.  La voz de una mujer que nos va narrando sus miedos y tristezas, además de representar la frustración de una clase venida a menos pero por la que no se siente pena alguna. Hombres y mujeres sobreviviendo en una ciudad cada vez más salvaje. Animales en medio de esta jungla de concreto. Lo más impactante: subir al transporte público luego de terminar el cuento (o incluso si lo leemos mientras viajamos) y mirar con sospecha a cada uno de los que nos rodean. ¿Cómo estar seguro de que lo que ocultan sus rostros no es la maldad en su estado más puro?

Strangers in the night

Deseo, sexo, oscuridad, pasión, frío, noche. Son algunas palabras que pasaron por mi cabeza durante la lectura de la historia más breve de este libro, del que no menciono mucho para no malograr la experiencia de leerlo.

El palacio de la felicidad

Y el último cuento y más largo, con la extensión de una nouvelle. Un abogado ve interrumpida su rutina por la llegada de una mujer. No una mujer cualquiera, sino la mujer del hermano desaparecido muchos años atrás. Y con ello, los conflictos de décadas atrás, explotando en el presente del protagonista. ¿Hasta qué punto podemos llevar adelante una farsa para saber que no habrá vuelta atrás? Las calles, parques y casas de Miraflores se unen en esta historia para fungir de laberinto. Un laberinto en el que el protagonista se adentra sin intenciones de volver al punto de partida y perderse en los encantos la ficción que está creando.

La imposición de máscaras para ser otro. El amor fraternal luchando contra la pasión por una mujer. La disolución de un matrimonio. La recolección de objetos como insumo para la memoria. Las familias que se fueron y no volvieron. Los reales efectos de la guerra interna en muchos limeños, sin exageraciones. Un enigmático lugar como un oasis de otro mundo. Todo de eso hay y mucho más en este relato que como en los anteriores exuda literatura de la más pura.



Ya llegarán más historias. Aquí estaremos esperando.



+Sobre el autor:
Dante Trujillo nació en Lima en 1973. Estudió Literatura y ha seguido cursos de especialización en La Habana y Madrid. Hoy cursa una maestría en Literatura comparada y crítica cultural. Ha sido publicista y corrector de estilo, y estuvo al frente de la librería Minotauro. Fue editor de proyectos en el Área de Publicaciones y Multimedios del diario El Comercio.

Ha escrito para diversas publicaciones nacionales. Dirige la editorial Solar y la revista Buensalvaje.El palacio de la felicidad es su primer libro.

+Presentación del libro: