"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


lunes, 12 de agosto de 2024

[Reseña] ‘Ales junto a la hoguera’ de Jon Fosse

 El fiordo de los porqués

Random House, 2024.112 pp.

Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun

           

                       ¿En qué pensamos cuando hablamos de fantasmas? ¿qué dicen sobre nosotros y qué proyectamos en ellos? Atraídos por la posibilidad de su existencia, no reparamos muchas veces en aquello que genera nuestra fascinación: la capacidad que les otorgamos de anular la muerte y asignarle a la vida una dimensión que vaya más allá de lo corpóreo. Jon Fosse (Haugesund, 1959) explora la inmanencia de las relaciones familiares en una novela tan extraña como fascinante, sostenida por una constante pregunta: por qué.

           
“Por qué desapareció Asle”, se sigue preguntando Signe, su esposa, veinte años después. ¿Por qué no dijo nada?, ¿por qué se fue así sin más?. La novela abre con un torrente de preguntas que se hace la protagonista antes de dar paso a la rememoración de los diálogos que tenía con su marido, su día a día, la cotidianidad que se había formado en la vieja casa, mientras el tiempo no deja de trascurrir. Existe una contradicción que aflige a los personajes de la novela a medida que van apareciendo en escena y se va reflejando en el paisaje que los rodea, sobre todo en el fiordo, escenario principal de la historia.

            Fiordo: golfo estrecho y profundo, entre montañas de laderas abruptas, formado por los glaciares durante el período cuaternario. Fosse usa este accidente geológico, típico de las regiones nórdicas, como metáfora de los tormentos de sus protagonistas y su vulnerabilidad frente a los cambios que se producen en sus vidas, tan repentinos como una avalancha o una tormenta. La ocurrencia de estos, con furia y vértigo, no dejan rastro visible al día siguiente la mayoría de veces, pero sí grietas inexorables por las que se cuela la desgracia:

                “…y está tan oscuro que no se ve nada, y ya pronto tendrá que volver, piensa, y luego este viento, y esta oscuridad, y las olas, la fuerte marea, y qué frío hace, y tan encrespado está el mar que las olas rompen sobre el muelle y sobre ella, hace un tiempo horrible, piensa, y ya pronto tendrá que venir ¿no? piensa ¿y ahí afuera? ¿no se ve una especie de luz? ¿como si luciera una hoguera, ahí afuera en el Fiordo? ¿Y no reluce en morado? no, no puede ser, pero, aun así, piensa ¿y dónde estará él? ¿y su barca? no se ve nada, pero ¿dónde estará? ¿y por qué no viene? ¿no quiere estar con ella? ¿será eso?” (pág. 96)

           

            Asle tenía por costumbre salir con su pequeña embarcación de remos. Una acción que se repite inalterable hasta su desaparición. Esto gatilla las preguntas de Signe sobre ella misma, su relación con Asle y la vida en conjunto que tenía. Por qué se aleja, por qué necesita tanto esa soledad en el medio del agua. La angustia de ella, marcada por una narración sin pausa, que, por momentos, recuerda a la prosa de António Lobo Antunes, se ve continuada por la de Asle quien en medio del agua empieza a desconcertarse por visiones de lo que hasta ese momento residía en él como recuerdo, como pasado inmutable: su tatarabuela Ales y el pequeño hijo de dos años de esta.

 

            A partir de lo anterior, se quiebra la temporalidad y la narración se dirige hacia un caótico flujo de conciencia que Fosse encamina con habilidad a través de una serie de imágenes que dan cuenta de los miedos presentes y pasados que se conectan y explican como signos de una circularidad inevitable: accidentes mortales, regaños y desdichas, una casa de la que nadie quiere (o puede) huir, o un fiordo capaz de dar y quitar la vida. Todo esto, a través de un conjunto de voces que irrumpen y se disputan el protagonismo:

 

            y entra en la casa y las viejas paredes de la entrada lo envuelven y le dicen algo, como hacen siempre, piensa, siempre es así, lo note o no lo note, piense o no piense en ello, las paredes están ahí, y es como si unas voces silenciosas le hablaran desde ellas, un gran silencio hay en las paredes y ese silencio dice algo que no se puede decir con palabras, él lo sabe, piensa, y hay algo detrás de esas palabras que se dicen constantemente, que está en el silencio de las paredes, piensa, y se queda quieto mirando las paredes, pero ¿qué es lo que le pasa hoy? ¿por qué está así?” (pág. 54)

 

            La única diferencia entre los nombres de Ales y su tataranieto Asle es la posición de una letra, Una sutil pero determinante diferencia que, a su vez, da cuenta de lo que permanece y se repite. Así, van apareciendo las cinco generaciones que precedieron a Signe y Asle, incluso un tío homónimo fallecido a temprana edad, para recordarnos que la distancia temporal se puede diluir de un momento a otro para instalarse como presente y que deshacerse de ello no es tan simple. Hay puentes que no desaparecen y relaciones que se instalan de forma irremediable y extraña, como lo muestran algunas líneas que hablan de relación de Signe y Asle:

 

            desde la primera vez que lo vio venir caminando hacia ella, y la miró, y ella se quedó ahí quieta, y se miraron, se sonrieron, y era como si se conocieran de antes, como si se conocieran de toda la vida, de alguna manera, y simplemente hiciera una eternidad que no se veían, y que por eso la alegría fue tan grande, el reencuentro les produjo tanta alegría a los dos que la alegría tomó el mando, los dirigió, los dirigió el uno hacia el otro, como si hubieran perdido algo, algo que les hubiera faltado toda la vida, pero que ahora estaba ahí, por fin, ahora estaba ahí, así lo sintieron la primera vez que se vieron, por mera casualidad, como fue en realidad, y no les resultó difícil, ni les dio miedo, es que era como una obviedad, como si no se pudiera hacer nada al respecto, como si ya estuviera decidido” (pág. 63)

 

            Los fantasmas familiares se desplazan por esta novela como una respuesta a las cavilaciones de los protagonistas. Estar y no estar, presente y pasado, son categorías que pierden fuelle frente a las emociones que los sobrepasan. Sentimientos de tal hondura, capaces de oponerse a las fuerzas de la naturaleza, asumiendo distintas formas para permanecer y seguir circulando como herencia, como recuerdo, como espectros que se aferran a la existencia a través de los vivos.  Más que cuestionarse por el origen de estos fantasmas, Fosse plantea otro camino: preguntarse cómo vivir con ellos.

            Por fortuna, desde que fue galardonado con el Premio Nobel, son cada vez más los títulos del escritor noruego que han sido traducidos al español y se pueden hallar en librerías. Aquí les propongo una buena puerta de entrada a su obra, con esta novela que se instala en el lector como una grata alucinación, una quimera sublime.




(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

viernes, 9 de agosto de 2024

[Reseña] "Un verdor terrible" de Benjamín Labatut

La tentación de la caída

Anagrama, 2020. 216 pp. S/.89

¿Qué viento lo arrastra con la furia de un ángel lanzando desde el cielo, cayendo y cayendo y cayendo?


-Karl Schwarzschild

    Hay momentos estelares en la vida de un lector cuando un libro irrumpe modificando su forma de leer. Cuando una propuesta literaria lo aproxima a un ámbito de la vida inasible hasta ese momento, desestabilizando algunas estructuras mentales percibidas como inamovibles. “Un verdor terrible” del chileno Benjamín Labatut (Rotterdam, 1980) representa un parteaguas en la narrativa contemporánea reciente por ejecutar una operación compleja y riesgosa con infinitas posibilidades de fracasar: intervenir en otros campos vedados por la complejidad de sus técnicas como son los de la física, la química y las matemáticas, desde la literatura. Y lo hace, no a través de la simplificación de las complejas fórmulas sobre las que estas ciencias se erigen, sino sobre la inoculación del pecado en su naturaleza pura y abstracta, al desacralizar las mentes detrás de estas y navegar entre las sombras que dejaron, con el fin de mostrar su lado más emocional y vulnerable. De esta manera, se reconfigura no la realidad, pero sí la óptica desde la que esta se concibe; con el fin de poder vislumbrar la frontera que separa a la genialidad y la locura por la multiplicidad de vías existentes y las limitaciones de recorrerlas por la restricción más humana de todas: el tiempo y nuestra mortalidad.


    Gran parte de la brillantez que se exhibe en “Un verdor terrible” de Benjamín Labatut radica en la posibilidad de ser concebida como el ejercicio de lectura de alguien empeñado en descifrar e iluminar aquellos aspectos que se encuentran vedados para el común de los mortales puesto que dicha aproximación significaría el sufrimiento, alejarse de lo que se concibe como “normal”, e incluso la pérdida de la vida misma. Como parte de este ejercicio, Labatut empieza a destejer e hilar de manera particular eventos históricos desde la ficción literaria, para hurgar en esos agujeros negros a los que se arrojaron muchos de los personajes clave del siglo XX. ¿El resultado? Una forma de leer la existencia y la complejidad de vivir, pues como él declara en una entrevista:

    “Por eso admiro tanto a los científicos (y me aburre tanto buena parte de la literatura), porque están atrapados en un baile, en una pelea a muerte con la realidad. A mí me interesa todo aquello para lo cual las explicaciones actuales no bastan. Es un placer muy específico, porque la mente exige explicaciones para todo, la razón quisiera alumbrar hasta el último rincón de nuestras almas. Y sin embargo, no puede. De ahí surge un cierto delirio, una facultad creativa desatada, porque el ser humano es un mono porfiado, no acepta el vacío, se rebela contra esa falta y fabula, crea realidad, inventa todo tipo de explicaciones e historias para arropar lo que es misterioso. Y luego todos vivimos enredados por los hilos de esa red”

    La política, decía Ricardo Piglia, todo el tiempo está definiendo qué cosa debe ser entendida como verdadera y qué cosa debía ser excluida de la verdad, y que frente a ese tipo de relatos cristalizados, la literatura trabaja con las inestables e incómodas incertidumbres acerca de lo real y lo verdadero. Los cinco textos de “Un verdor terrible” extrapolan este choque de narrativas al campo de la ciencia, donde sus más célebres protagonistas –como los grandes lectores de novelas–, se toman en serio la incertidumbre de la realidad y la forma de un relato: el químico Fritz Harber creando un método de exterminio a escala industrial bajo la premisa de que “la guerra era la guerra y la muerte era la muerte, fuera cual fuera el medio de infringirla”; el astrónomo, físico, matemático, y teniente del ejército alemán, Karl Schwarzschild remitiéndole a Einstein la primera solución exacta a las ecuaciones de la teoría de la relatividad general desde su unidad de artillería en el frente ruso, entre estallidos y nubes de gas venenoso, consciente de que habiendo alcanzado el punto más alto de la civilización, la caída es inminente; el genio de Alexander Grothendieck sumergiéndose en su propia psiquis en un intento por entender el todo, dejando expuesto un intelecto vasto y aterrorizador, precariamente balanceado entre la iluminación y la paranoia, cada vez más despojado de volver a la cotidianidad de los que lo rodean; el enfrentamiento titánico entre Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger, que tuvo al primero alejándose más y más del mundo real con cada nuevo avance de sus cálculos y lo llevó a contratacar usando esos instrumentos de ficción suprema que representan los números para describir el inobservable mundo subatómico, mientras el austríaco lidiaba con la restricciones de su propio cuerpo para potenciar su mente, en una batalla por redefinir no la realidad, sino lo que se puede decir acerca de ésta; y finalmente, la historia de un jardinero nocturno en los extramuros del mundo, para quien las matemáticas se ha vuelto una mezcla de anhelo y temor, al afirmar que estas son las que están cambiando el mundo a tal punto, que en tan sólo un par de décadas, a lo sumo, no seremos capaces de entender qué significa ser humano, evitando cualquier comprensión verdadera.

    “El físico -como el poeta- no debía describir los hechos del mundo, sino solo crear metáforas y conexiones (…) Heisenberg entendió que aplicar conceptos de la física clásica -como posición, velocidad y momento- a una partícula subatómica era un despropósito total. Ese aspecto de la naturaleza requería un idioma nuevo” (pág. 110) ¿No son las ciencias, en sus múltiples variantes, una serie de batallas por nuevos lenguajes? Las polémicas a lo largo del libro de Labatut se erigen sobre la hegemonía de una teoría que domine a las existentes y la rebeldía contestaria que estas generan. ¿No es acaso más atractiva una idea cuando se percibe un posible desmoronamiento? ¿No radica ahí la génesis de una obsesión y el gesto de desafiarlas? Leyendo “Un verdor terrible” y pensando en posibles hilos que conecten a los textos, recordé el mito fundacional del avance científico y sus peligros: Ícaro. Su padre Dédalo trabajando día y noche en la creación de un mecanismo para escapar de la oscuridad de la cueva en la que se encuentran encerrados hasta dar con las alas que lo salvarían, pero pagando el precio de la muerte de lo más preciado de su existencia. La aproximación al sol, la curiosidad desmedida, el desvío del sosiego que brinda lo conocido. Labatut reactualiza el mito griego demostrándonos que está más arraigado que nunca en nuestra época. La pregunta es cuál destino nos depara, si el de Dédalo o Ícaro.

    Tal vez la mejor forma de terminar este texto sea con una cita de Lovecraft que Labatut mencionó durante la presentación del libro vía Facebook y dejó estupefactos a sus interlocutores y, sospecho, a la mayoría de los lectores:

    “Creo que más que lo misericordioso del mundo es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros del infinito, y eso no significaba que viajáramos lejos. Las ciencias, cada una de las cuales se esfuerza en su propia dirección, hasta ahora nos han hecho poco daño; pero algún día, la reconstrucción del conocimiento disociado abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad y de nuestra espantosa posición en ella, que nos volveremos locos por la revelación o huiremos de la luz mortal hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura”.

    Una obra maestra.

(Texto aparecido en la Bitácora de el Hablador)

miércoles, 7 de agosto de 2024

[Reseña] ‘Pobre gente de París’ de Sebastián Salazar Bondy

  Futuro derrochado

Pesopluma, 2024. 148 pp.

 



En una columna publicada en el 2016[1], el escritor y editor argentino Damián Tabarovsky elogia ‘Lima la horrible’, el ensayo canónico del autor peruano Sebastián Salazar Bondy, y se refiere también a ‘Pobre gente de París’ (1958). No se explaya mucho sobre este libro, pero las pocas líneas que le dedica provocaron mi interés por buscarlo (“Con un toque realista y una prosa algo más tosca que la del ensayo, no obstante, se deja leer con placer”).

Título inhallable por años, la reedición publicada por la editorial Pesopluma coindice con el centenario de nacimiento del autor y es una oportunidad para revisar la narrativa de ficción del reconocido escritor. Antes de su lectura, releí ‘Lima la horrible’, y volví a disfrutar de la ironía con la que desentraña las múltiples dimensiones de la ciudad.  De ahí, hallo pertinente citar este fragmento antes de pasar a ‘Pobre gente de París’:

El pasado que nos enajena está en el corazón de la gente. No únicamente, además, en el de aquella que desde hace varias generaciones atrás es de aquí, sino también en el del provinciano y el extranjero que en Lima se establecen. Ambos llegan a la ciudad llenos de futuro y, al cabo de unos años, han derrochado, en no se sabe qué, la voluntad de progreso que los desplazó. Esa fuerza original es sustituida por la satisfacción de saberse insertos en el sustrato colonial de la sociedad limeña”.[2]

Destaco dos palabras de las líneas anteriores: futuro derrochado. Porque si algo caracteriza al joven peruano Juan Navas, uno de los personajes de ‘Pobre gente de París’, es la desazón de las expectativas no cumplidas. El soñado futuro que esperaba al arribar a la capital europea se vuelve cada vez más lejano, pero aun así preferible al que padecería si regresa a su lugar de origen:

Por supuesto, acabé por rechazar de plano esta absurda solución, entre otras razones porque consideraba que el regreso al Perú en semejantes circunstancias y a un plazo tan corto de mi partida me haría blanco de más de una broma pesada o un sarcasmo cruel”. (pág. 24)

El presente de Navas, sin embargo, no está exento de algún destello de alegría, al ver su rutina interrumpida por un peculiar diálogo que entabla con una habitación mediante el sonido de gotas que caen sobre el lavabo. Un lenguaje extraño al que se entrega noche a noche, intentando develar la identidad de su interlocutor/a. Aunque en cierto momento estas escenas se vuelven algo cursis, también transmiten emotividad y empatía en un contexto inusual. Parece posible enamorarse entre tanto infortunio. La idea de que sólo se necesita una ilusión para tener la fuerza necesaria y así lidiar con la cotidiana precarización. Los problemas para Navas empezarán a ocurrir cuando su entrega a esta ilusión se enfrente a la realidad de las circunstancias que rodean a su interés amoroso.

 Las tribulaciones del protagonista se ven agudizadas con la llegada del tío, tan adinerado como vulgar. Un personaje que Salazar Bondy introduce hacia la mitad de la historia como un gatillador del recelo y la irritación que empezarán a gestarse en el estudiante para sumirlo en la desesperación:

Se había sentado en mi cama, satisfecho, y su actitud comenzaba a inspirarme una terrible aversión hacia su persona. Hasta llegué a preguntarme si tal sentimiento no obedecería, en el fondo, a un poco de envidia” (pág. 110)

A esta nouvelle se suman siete historias intercaladas, protagonizadas por distintos personajes secundarios, también migrantes, cuyas historias cuentan tanto su pasado en sus respectivos países de origen como su paupérrima situación actual, a través de escenas cargadas de drama, pero también de humor. La salida de la grisura que los rodea se da a través de situaciones pícaras, como lo muestran las peripecias del chileno Martínez Haza y el paraguayo Elmer Coatí en el capítulo “No hay milagros”, uno de los mejores del libro y que tiene líneas como esta:

El Citroën ingresaba a ese momento en el Boulevard de la Bastille. Sus ocupantes no parecían dos desgraciados. Tal vez no lo eran. Cualquier transeúnte al cual se le hubiera pedido opinión sobre aquellos dos personajes habría respondido que se trataba de dos turistas, de dos desaprensivos paseantes, de dos dichosos poseedores del tiempo y el espacio, sin obligaciones ni responsabilidades inmediatas, tal era la atmósfera de paz que rodeaba sus rostros. La ciudad, además, estaba encantadora, con una luz ligera y excitante, bajo la cual cosas y personas se ofrecían como pertenecientes a un sueño feliz, plácido.

—¡Qué importa! — exclamó Coatí—. ¡París es formidable! ¡Formidable!

—¡Pero no hay milagros! -dijo Martínez mirando a su compañero.

Ambos soltaron la carcajada” (pág. 77)

La ficción de Salazar Bondy es inseparable de su perspectiva como ensayista por lo cual sus observaciones sobre la sociedad de la época entorpecen, por momentos, la fluidez en la narración. Sin embargo, estas acotaciones dan pie a líneas (como las citadas anteriormente) en donde logra que la atmósfera que rodea a los personajes dé cuenta de las emociones de estos. Es en estos momentos cuando, sin importar las nacionalidades de cada uno o el pasado que cargan a cuestas, se permiten, por un momento, contemplar su existencia como un milagro que no se debe minimizar. Un milagro que les permita conocer, aunque brevemente, la felicidad de vivir en París.




(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

[1] https://www.perfil.com/noticias/columnistas/un-proyecto-trunco.phtml

[2] Pág. 58 de ‘Lima la horrible”, edición de Lápix editores (2014)

lunes, 5 de agosto de 2024

[Entrevista] Patricio Pron: “La literatura sirve para mezclar las cosas y verlas de otra manera”

Uno de los principales invitados internacionales de la FIL Lima 2024 fue el escritor argentino Patricio Pron (Rosario, 1975), autor de seis libros de relatos, entre los que destacan El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (2010), La vida interior de las plantas de interior (2013) y Lo que está y no se usa nos fulminará (2018); también de siete novelas, entre ellas No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (2016) y Mañana tendremos otros nombres (2019), así como de los ensayos El libro tachado: prácticas de la negación y del silencio en la crisis de la literatura (2014) y No, no pienses en un conejo blanco: literatura, dinero, tiempo, influencia, falsificación, crítica, futuro (2022). Su trabajo ha sido premiado en numerosas ocasiones. En 2010 la revista inglesa Granta lo escogió como uno de los veintidós mejores escritores en español de su generación. Sus últimos libros publicados son La naturaleza secreta de las cosas de este mundo (2023) y la reedición de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2024), amas por Anagrama.

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P. ¿Es tu primera visita a Perú?

R. Es la primera vez que vengo. Como para el resto de argentinos, Lima es para mí casi un mito, por lo que me siento muy afortunado.

P. Antes de abordar tus libros, quería consultarte sobre algunos artículos que has publicado. En especial  por  ‘Yo estoy sufriendo, y seguramente tú también’[1], donde reflexionas sobre las denominadas ‘narrativas del trauma’, afirmando que  nuestro deseo de comprender las cosas está conectado con nuestra necesidad de ficción y de consuelo. ¿Por qué desde la ficción se puede comprender mejor este? ¿se debe a que sea más efectiva que las ciencias sociales o una falla de estas?

R. No han fallado, desde luego. Necesitamos tanto de la filosofía, la sociología, como también de las ciencias duras para comprender el presente. Todas ellas ofrecen una visión incompleta de la realidad si no las combinamos o si no las conjugamos con el ejercicio de creatividad que es la ficción y la literatura.

En términos generales, las ciencias y las disciplinas que mencionaba son buenas para abordar el presente, así como la ficción es la que nos dice lo que puede ser. Y en este momento histórico necesitamos ambas cosas, no solamente comprender el mundo que nos rodea sino también postular otro, a pesar de los enormes desafíos que enfrentamos. Es decir, hacer dialogar y completar otras disciplinas. La literatura no solamente es literatura, sino siempre está vinculada con otras cosas, con sociología, filosofía, etc. La literatura sirve para mezclar las cosas y, al mezclarlas, verlas de otra manera.

 

P: ¿Cómo es tu proceso de la escritura de ficción y no ficción?

R. Es un proceso muy intuitivo. Yo parto de una pregunta y es posible que, en virtud de la pregunta, a raíz del modo en que esta es formulada, el modo que tenga de responderla vaya más por el lado de la ficción.

Las preguntas son esencialmente las mismas y no las distingo si se trata de ficción o no ficción, sino de un proceso orgánico. Lo que voy escribiendo deriva hacia un lugar o hacia otro. Se trata de categorías que pueden y deben estar muy claras para quien lee los textos, pero no necesariamente para quien escribe.

En América Latina hay la tradición de autores que han pasado de la ficción a la no ficción. En España no te encuentras con ese cruce de fronteras. En mi caso, es algo que se desarrolla a lo largo del proceso de escritura.

 

P. Hace poco vi que posteaste que habías leído ‘Introducción general a la crítica de mí mismo. Conversaciones de Ricardo Piglia con Horacio Tarcus’[2], publicado por Siglo XXI, comentando que ese libro complementaba de alguna manera sus diarios. ¿Qué es aquello que más te sorprendió en línea con lo que comentabas sobre los cruces de la ficción y no ficción?

 

R. Piglia es uno de los autores más importantes en mi formación, teniendo la fortuna de conocerlo poco antes de que falleciera y que me tratase como un par. Es muy emocionante cuando los autores te tratan así, como si pertenecieses a su vida. Él fue uno de los autores más inteligentes de la literatura argentina, la cual es una muy cerebral, a diferencia de otras literaturas, con autores finísimos como pensadores. Esto se vincula con el hecho de que el pulso vanguardista en Argentina se volcó gracias a la influencia de Borges en el cruce de ficción y no ficción.

A diferencia del caso peruano donde el impulso vanguardista fue hacia la poesía, en el caso de la Argentina fue hacia el ensayo, en el cruce de la ficción y no ficción, y Piglia fue un maestro de eso. En este libro que mencionas, Piglia contó lo que no contó en sus los ‘Diarios de Emilio Renzi’, que más bien ofrecía el espectáculo de Piglia leyendo a Piglia.

En esta conversación con Horacio cuenta todo lo no contó en sus diarios: su activismo político, sus vínculos con organizaciones políticas de vanguardia, los años sesenta, setenta. Tiempos que fueron muy interesantes, pero a la vez muy trágicos, atravesados por golpes de estado, por asesinatos políticos, etc.

Y luego me pareció interesante lo que dice de Walsh, de quien señala que se puso a escribir no ficción no por un impulso político, sino por percibir que lo que nos estaban contando, estaba mal contado. Lo que hizo que Walsh escriba no ficción (Operación Masacre, etc.) no fue inicialmente una idea política, aunque condujo a la trasformación política de Walsh, sino que fue un impulso de escritor (“esto está mal contado”), y que tiene que ver con esto que hablábamos hace un momento: hacer preguntas y cruzar los límites de la no-ficción y ficción para tratar de responder. Por ejemplo, los lectores de mis libros dicen que hay mucho ensayismo en mis novelas. No es algo intencionado, pero es algo que me gusta.

P: Uno tus cuentos que más me gusta es ‘Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido’, que me recuerda a Copi en la propuesta de esbozar revés de la idea de progreso humano, como una sombra de la evolución. ¿Cómo crees que conversa la literatura con el progreso?¿Cómo fue esta última experiencia que tuviste enfrentándote a ChatGPT[3]?

R. Me alegra que menciones ese cuento, puesto que está estrechamente relacionado con la obra de otra gran escritora argentina que es Graciela Speranza, siendo casi una respuesta a la escritura de esta magnífica ensayista, y una forma de responder a la pregunta de cómo contar una historia del presente a través de un objeto aparentemente irrelevante, uno de los objetos sin ninguna importancia,  que las personas utilizan sin pensar en ello, pero que sin embargo, precisamente por su carácter transitorio, puede permitirnos recordar la historia de la Humanidad y ver qué nos conecta con todos.

Cuando escribes acerca del régimen económico y político en el que vivimos, a menudo tiendes a hacerlo hablando de grandes estructuras que involucra grandes cantidades de personas, y si bien este ejercicio es legítimo, parece que impide recordarnos que estas fuerzas políticas y económicas que operan sobre nosotros son partes de vidas individuales. Ese cuento es un intento de proponer una manera de contar que sea distinta de la forma habitual de hacerlo.

En cuanto a la idea de progreso, hay dos formas de concebir la historia: como una trayectoria lineal que avanza hacia una especie de resolución, y otra versión de la historia como algo cíclico, que es parte de los mitos antiguos, de la historia de las religiones, etc. Desde aproximadamente el surgimiento del cristianismo, hemos tenido una idea del tiempo lineal y progresista. Avanzamos hacia una especie de lugar, que para algunos es el triunfo de la técnica y para otros es la revolución, el progreso económico, y para personas religiosas, el Apocalipsis incluso, la segunda venida de Jesús, el fin de los tiempos.

La forma lineal es la dominante en Occidente, y sin embargo una y otra vez comprobamos que caminamos en círculos. Las sociedades latinoamericanas han hecho enormes progresos en los últimos años, pero esos progresos no están garantizados. Los derechos para las mujeres, para las minorías, para los más desfavorecidos de la sociedad, el derecho a una vivienda digna, a transporte, a salud, son derechos dificultosamente adquiridos y por ello más fácil de perderlos, como pone de manifiesto el caso argentino. Más que hablar de una progresión, creo que de lo que debemos hablar es de avances y retrocesos continuados de la historia de la vida que son la historia de las sociedades de la que formamos parte.

Yo no veo ningún tipo de progreso en las nuevas tecnologías. Tienen algunas ventajas, pero también enormes desventajas y problemas que producen. Paul Virilio, ensayista francés, decía que cada nueva tecnología genera un nuevo accidente. La invención del tren es la invención del accidente ferroviario. La invención del teléfono es la creación de la caída de las líneas que impiden comunicarnos. La aparición del internet crea sus propios accidentes: tanto el crecimiento de los discursos de odio, o circunstancias como la de hace poco (la caída mundial de Microsoft) que hace que caiga toldo el sistema. Esos accidentes vienen unidos, son partes intrínsecas de nuevas tecnologías que se nos presentan como soluciones. Donde algunas personas nos quieren hacer ver soluciones, yo solo veo problemas.

Así que ya ves, no tengo una idea progresista de la historia, lo que no quita que sea una persona más o menos optimista. Sobre Chat GPT, los amigos de la UNED, me propusieron esta especie de partida de ajedrez entre Chat GPT y yo, en las que ambos produjimos sesenta textos a partir de unas consignas, y esos textos fueron evaluados por un puñado de especialistas. Afortunadamente los especialistas valoraron más mi trabajo que los de Chat GPT, pero no quiere decir que la humanidad haya ganado, sino que los expertos aún son capaces de diferenciar entre la escritura humana y la escritura maquínica. La pregunta es si la gente puede diferenciarlo igualmente que los expertos. Mi respuesta es que no, que estamos rodeados de comunicaciones producidas por máquinas (en redes sociales), y de un pensamiento maquínico que afecta a personas que son incapaces de desarrollar una contradicción o un pensamiento complejo.

En ese contexto la literatura adquiere un lugar especial, una forma de resistencia. Supongo que, con el tiempo, no dentro de mucho, pero en algún momento, uno más o menos mediato, la diferencia principal entre unas y otras personas será su capacidad de comprensión de la comunicación (tanto escrita como verbal). Entonces quizá los que leemos tengamos en ese sentido una pequeña ventaja, al tiempo que un montón de problemas, pues comunicarte con personas que no son capaces de comprender lo que dices es particularmente difícil. No son buenos tiempos, pero tampoco parecen ser mejorables. En esas estamos.

 

P. Muy interesante tu respuesta porque conversa mucho con tu última novela en la que se parte de la idea de que el desastre está aquí, en el presente, y se conecta con tu propuesta acerca de la posibilidad de pensar un mundo mejor.

 

R. Creo que pensarlo es necesario y es una de las grandes tareas políticas que tenemos por delante, pero también llevarlo a cabo, que es una tarea mayor a la de imaginarla. Afortunadamente tenemos todos los recursos como sociedad: la capacidad de diálogo, establecer acuerdos, de un enorme ejercicio de imaginación colectiva, etc. Recursos al que algunas personas vamos a contribuir de una manera u otra. Unos escribiendo libros y otros atendiendo un hospital público, creo que todos somos parte de algo que nos concierne.

Ahora yo haría mías las palabras de Gramsci que dijo que "soy optimista de la voluntad y pesimista de la razón". Tenemos que ser consciente de los desafíos a los que nos enfrentamos. En materia incluso de comunicación literaria, tenemos que tener el optimismo de la voluntad. Nos jugamos varias cosas y creo que cada pequeño espacio que conseguimos, hay que defender y preservar: conversaciones que tengo contigo, con los amigos de Lima, las conversaciones que se produce con mis libros, donde no estoy, pero se hace a partir de ellos, esos lugares tienen que ser preservados y defendidos, nadie más lo va a hacer. Tenemos que hacerlo.

 

P. Hace poco ha salido una edición corregida y aumentada sobre El espíritu de mis padres sigue subiendo bajo la lluvia, ¿cómo ha sido esa conversación con ese texto que ha sido publicado hace más de diez años?

 

R. Para mí es otro libro, pero lo hubiese sido incluso aunque no hubiese cambiado una coma, porque ha sido leído en circunstancias distintas por lectores diferentes. Cada nueva publicación de un libro supone la transformación de ese libro en un libro diferente. El ejercicio de la relectura lo convierte en un libro diferente, pues si lees un libro que ya has leído verás que lo lees de una manera distinta. Lo mismo con los subrayados, donde muchas veces descubres que subrayaste lo menos importante. Es tal vez la prueba de que tengo algunas capacidades como lector y autor que no tenía en el pasado. Esto es esperanzador, ojalá que siga, pero también afecta a lo que yo mismo escribo.

Cuando comencé a corregir el libro, pensé que solo iba a cambiar los adverbios, corregir un par de errores, y no, cuando me metí a ello descubrí que lo podía hacer mejor, que podía hacerlo con una sintaxis distinta, un texto más contundente, más eficaz. Tenía la impresión de que sabía qué es lo que había querido decir, que ahora podía decirlo mejor. Creo que es un libro mejor ahora, además incluye cincuenta fotografías nuevas. Creo que en ese momento pensé en la posibilidad de incluir fotografías y no sé por qué no lo hice.

Yo quería que los lectores que han leído el libro tengan la posibilidad de que lean qué imágenes estaban en mi cabeza cuando estaba escribiendo la novela, que tengan acceso a una dimensión a la que no tienen acceso. Es también una forma de exponerme porque nunca había publicado un libro con fotografías mías. Y como te expones, te sientes empoderado, pero al mismo tiempo profundamente ridículo, es como bailar en una discoteca. Pero tenía que bailar sobre una discoteca. Creo que el libro es mejor ahora, incluyendo el epílogo. El caso policíaco tuvo desarrollo después de la novela, así que también está incorporado en la novela.

Es posible que acabe haciéndolo con los otros libros que Anagrama irá publicando o rescatando poco a poco, pero no lo sé. En este momento me interesa más lo que vaya a hacer a continuación. De eso es más difícil hablar siempre.

P. Cuando vi la edición aumentada/corregida que hiciste, lo percibí como un ejercicio parecido al de Fresán con Mantra o al de Bellatin con Salón de Belleza.

P: No leí la nueva edición de Bellatin, pero sí los libros de Fresán, y sus reediciones. Rodrigo es expansivo, tendiendo a ampliar sus textos. Pero creo que en este caso yo reduje. No ha habido cortes sustanciales, no hay nada que haya quedado fuera que fuera realmente relevante. Fue un ejercicio de ir a lo esencial del libro.

Supongo que son rasgos del carácter que nos diferencian a Fresán y a mí, haciendo que la expansión para él sea fácil. Son formas distintas de enfrentarse a los textos que uno ha escrito. En ambos casos, sin embargo, diría yo, tal vez lo que nos una, sea la idea de que estamos en movimiento, de que no nos hemos quedado en ningún lugar, de que estamos creando y lo estamos haciendo con el mismo talento (ojalá) y con la misma convicción con la que comenzamos a hacerlo. Alguien me preguntaba recientemente en una entrevista para un periódico mexicano si consideraba el Premio Alfaguara la cumbre de mi carrera. Y era una pregunta, supongo, pertinente desde el punto de vista del entrevistador, pero para mí completamente desconcertante. Lo que hice en el pasado no me interesa demasiado, me interesa lo que hago en el presente. Y de esta manera quisiera responder tu pregunta anterior. El pasado está aquí en el presente, el futuro es lo que haremos en el presente. Es el resultado de lo que hacemos en el presente. Y en este breve instante desde la perspectiva de este breve instante, el pasado y el futuro se ven de manera particulares.

Cuando yo decidí reescribir El espíritu de mis padres… lo que hice fue traer un libro al presente. Hubiese sido fácil dejarlo en el pasado, decir esta es una pieza de mi museo particular, hay escritores que se dedican a crear un museo particular, pero para mí lo más importante es estar en movimiento, y permanecer emocional e intelectualmente vivo.

P. Antes de despedirnos, te quería consultar por algún libro, disco o película que quieras recomendarnos.

R: Cuando escuchas mucha música o ves muchos films o lees muchos libros, te sucede que cuando te preguntan estas cosas te quedas en blanco. Las personas que han leído poco tienen en la punta de la lengua los diez libros más importantes de la historia de la Humanidad (risas). Pero déjame pensar un segundo. Hay un disco al que yo regreso con cierta frecuencia, lo estaba escuchando cuando venía de camino a Lima. Su autor es un gran baterista de jazz y rock llamado Pomo. Tiene dos discos: Pomo Primario, Pomo Binario. Son maravillosos. A quien quiera que le interese estas músicas, le gustará. Charly García, Cerati y Fito Páez construyeron sobre algo, sobre cimientos sólidos de un productor como Spinetta. Pomo fue el baterista de una de las mejores bandas de Spinetta: Invisible. Ver cómo ese músico continuó creando y superando sus estándares es algo que todos deberían disfrutar. Esa es mi recomendación.



Apoyo en la transcripción: Erick Abanto

martes, 9 de julio de 2024

[Reseña] 'María Luisa Bombal, el teatro de los muertos' de Diego Zúñiga


Caballos entre la niebla

Ediciones UDP, 2019. 141 pp.


    Al revisar el perfil de un escritor cuya obra no se ha leído, el interés que dicho texto despierte dependerá enteramente de la capacidad del biógrafo para hacerte cómplice de su obsesión. Un texto de estas características narra mucho más que la vida del biografiado pues, aunque esta esté llena de hechos grandiosos, espectaculares o morbosos, un perfil es el relato de una búsqueda en la que el lector es testigo de una cadena de elecciones: qué resaltar, a quién preguntar, qué contar, qué ignorar. Qué narrar. Cómo compartir esa fijación por una historia al mismo tiempo que se la descifra y, en consecuencia, contagiar la curiosidad por todo lo que este autor o autora haya escrito, con el conocimiento de las circunstancias en que dicha obra se gestó.


  

 
La obra de María Luisa Bombal ya es un clásico en los planes lectores de las escuelas chilenas, pero su nombre no está tan presente (aún) en el imaginario de los lectores peruanos, más allá de una reciente reedición de Seix Barral publicada hace unos años. Este perfil de Diego Zúñiga (Iquique, 1987) no solo explora los hitos biográficos de la autora, originaria de Viña del Mar, sino que también revela una cartografía de relaciones, influencias, amistades y conexiones que nos acerca a una época germinal para libros clave en la literatura latinoamericana del siglo XX.

    Bombal, perteneciente a ese club de los denominados ‘escritores Bartleby’, como Josefina Vicens o Juan Rulfo, tuvo una producción literaria tan corta como grandiosa. ¿Por qué tan breve? ¿Era todo lo que tenía que decir? ¿Cuáles fueron los desafíos y experiencias que enfrentó durante su irrupción artística siendo una mujer chilena en la primera mitad del siglo XX? ‘El teatro de los muertos’ nos revela una vida tan trágica como estruendosa, cubierta por una niebla de prejuicios y olvidos planificados, en la que el machismo juega un rol clave para que la figura de María Luisa Bombal se disipe.

    Zúñiga identifica a la muerte de su padre a temprana edad, el vacío que supuso este hecho y las figuras masculinas con las que se relacionaría en su juventud y adultez como los episodios gatilladores de la desdicha y la locura de Bombal. Hechos que provocaron las fracturas emocionales que incidirán en sus textos, permeando su sintaxis de una intensidad que busca revelar el mundo interior de sus personajes, como se sugiere en el libro:

Sin embargo, lo que sobresale es la atmósfera que construye y que será indistinguible de su estilo: la idea de que narrar no significa, necesariamente, avanzar. Su escritura se detiene, revolotea, va hacia atrás, fija su objetivo en el paisaje, en el territorio, en los detalles que le permiten ingresar en la interioridad de sus personajes, en aquello intangible que define las vidas que ha decidido narrar”. (pág. 50)

    Uno de los méritos de Zúñiga es explorar potenciales vínculos entre vida y obra, es decir, cómo esta última es una respuesta a la primera, una forma de hacerle frente a la tragedia. De esto dan cuenta los fragmentos de entrevistas que el autor inserta en el libro y en la que deja colar cómo su narrativa revela en la ficción los tormentos que yacían en su espíritu:

    “La verdadera tragedia es así -responde María Luisa- profunda y aparentemente cubierta por un manto de indiferencia. Cada uno lleva en el fondo de su alma una tragedia que se empeña en ocultar al mundo…” (pág. 68)

    Pero no todo es drama, pues el perfil también da cuenta de las amistades que Bombal sostuvo con escritores de su época, una lista abrumadoramente masculina en la que resaltan nombres como el de Pablo Neruda, Jorge Luis Borges u Oliviero Girondo. Salvo Gabriela Mistral, no serían muchas las conexiones con otras escritoras hasta años después cuando se convirtió una gran inspiración para escritoras como la uruguaya Armonía Somers, cuya identificación con la obra de Bombal da pie a uno de los pasajes más emotivos del libro:

    (…) María Luisa recibe una carta de la escritora uruguaya Armonía Somers. Se la envía desde Montevideo, en junio de 1971, junto a un ejemplar de su novela ‘La mujer desnuda’. Es una carta hermosa que devela una genealogía latinoamericana, la escritura escurridiza de una serie de narradoras del siglo XX, una hermandad que se forja en contra del costumbrismo y del realismo y de cualquier noción conservadora de la literatura (…) Novelas, cuentos escritos para el futuro, textos que no fueron comprendidos en su momento: la poesía, los deseos, las imágenes oníricas, la intimidad, la vida privada, los afectos que se desbordan y en los cuales indagan estas narradoras con un ímpetu brillante, político en muchas de ellas”. (pág. 97)

    La vida rodeada de una lengua ajena en Estados Unidos y la vuelta a un Chile a punto de iniciar su período más oscuro, son eventos que definen los años finales de Bombal. En estos años, el hálito del desamparo se solidifica alrededor de ella y corroe su confianza: premios que no se dan, deudas que acechan, rupturas familiares insalvables. Llega el reconocimiento de los lectores, pero eso no resulta suficiente para vivir decentemente, ni para aliviar los remordimientos que empiezan a acechar intensamente. El silencio narrativo es definitivo, tal vez el único eco posible a una aparición tan brillante.

    «(…) y un amor que va a tratar de borrar con el lenguaje privado que inventó para sus ficciones, aunque al final de estos años de gracia, al final de estos años intensos, creativos y misteriosos, de todas formas, le explotará en la cara: ese amor, esa tragedia, esa historia que parece que no se va a acabar nunca». (pág. 35)


    Y este, en efecto, no se acaba, pues, como sugiere Lucía Guerra, una de las entrevistadas por Zúñiga, al margen de sus declaraciones y su posicionamiento político e ideológico, Bombal no dejó de pertenecer a una sociedad patriarcal en la que terminó perdiéndose, más allá del espejismo de inclusión que este sistema aparentó otorgarle.

    El teatro de los muertos’ es el retrato de una autora que a través de su obra intentó despejar la bruma que le impedía vivir en coherencia con su sentir. Que en su ficción dio cuenta de una pasión cuyo vigor derribaba la moralidad conservadora de la época. Este perfil es un homenaje y una invitación a leer (o releer) a Bombal y deslumbrarse por la fuerza atemporal de su literatura, un lenguaje capaz de sobrevivir a las adversidades que vivió su autora y que resistió el olvido. Una obra que no puedo esperar a descubrir al mismo tiempo que termino estas líneas.




(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

lunes, 27 de mayo de 2024

[Reseña] 'La radio puesta' de Javier Montes

Oír el mundo


Anagrama, 2024. 96 pp.


              ¿De dónde viene el gesto de dejar la radio prendida? ¿Cuál es la necesidad que ésta sigue satisfaciendo y la hace resistir la obsolescencia tecnológica? Por su ubicuidad cotidiana, no son muchas las veces que uno se detiene a reflexionar sobre la vigencia de este aparato y el mundo que contiene. Javier Montes (Madrid, 1976) lo hace y ensaya algunas respuestas en este breve y perspicaz cuaderno, entretejiendo anécdotas y experiencias propias con datos y referencias inesperadas.

                “La radio es café sonoro: poco a poco, con cada sorbo, aviva la conciencia, reanima la memoria, despierta el sentido del humor, la imaginación, la capacidad y las ganas de hacerse ilusiones o desesperar de la vida: nos sitúa de nuevo en ella y la ancla en nosotros”. (pág. 13)

                Montes empieza este libro asociando a la radio con el café y su efecto: despertar. Ponerle fin a la modorra, dejar atrás el sueño o la pesadilla, y afrontar la vida que se cuela sin pedir permiso. Ante ello, el gesto automático, aprendido, sin el cual el día no empieza del todo. La radio se torna un recordatorio de que hay un afuera, una vida exterior pero no ajena a uno, incontrolable e inesperada. Esta última característica se resalta, por ejemplo, cuando cuenta cómo un ruiseñor se posa sorpresivamente en el balcón del autor regalando su canto mientras suena ‘La canción del ruiseñor’ de Ígor Stravinski en Radio Clásica, emisora elegida sin alguna motivación especial aquella vez. ¿Coincidencia extraña? ¿Casualidad? Tal vez, pero lo que es seguro es que dicha experiencia fue permitida por la radio, convertida en vehículo de lo inesperado.

                ‘La radio puesta’ es una respuesta a la popular canción de The Buggles[1]. Su cualidad enteramente sonora, concebida por mucho tiempo como una debilidad, se ha tornado en su mayor fortaleza, aunada a sus otras características como la de ser ‘invisible inmaterial y omnipresente’ (pág. 28). En la habitación, en la oficina, en el bus, en la privacidad de los audífonos: sus ondas pueden crecer o reducirse, sin dejar de alcanzarnos. Pero, ¿Por qué seguir oyéndola, si tenemos –ahora– los podcasts al alcance? Por el gesto liberador que supone el azar. Porque la oferta de contenidos que tenemos a nuestra disposición puede devenir en una saturación de nuestra capacidad de elección y, en casos extremos, causar angustia y ansiedad:     

                “Bisagra, oráculo, espejo: la radio puede ser todo esto y hacer posibles mediante su naturaleza aleatoria todas esas experiencias y sensaciones. Frente a la tiranía paradójica de la libertad absoluta y la obligación de desear, propone una obediencia más abstracta y curiosamente liberadora: al azar, a lo imponderable, a nadie. Es un gesto simbólico de conformidad con el mundo, con un orden de cosas que no hemos dispuesto”. (pág. 31)

                La comodidad es solo una antesala a las experiencias con las que puede sorprendernos la programación de una emisora, volviéndose así una tecnología que acompaña en su fluir constante. Montes insiste en esta idea, aclarando que distraer no es lo mismo que acompañar. En esta última acción hay una “presencia de baja intensidad (…) que nunca exige, pero siempre acoge nuestra atención. No avasalla ni se impone” (pág. 44) Es desde ese lugar que la radio se erige como una herramienta de resistencia a la hiperconectividad exigida hoy en día, lo cual no hace más que incrementar sensaciones de frustración y soledad.

                Mencionaba que había referencias inesperadas, y es que Montes opta, en vez de citar investigaciones sobre el tema, por hacer dialogar textos de Teju Cole y Anna Frank, pero sobre todo de Walter Benjamin. Sobre estos últimos, Montes tiende un puente de encuentro a través de la radio. Recuerda que Frank anota en su celebérrimo diario cómo se reunía en su refugio para escuchar la música de la radio alemana y las noticias de la BBC. El autor se centra en esto, evocando cómo Benjamin fue parte de la construcción de este tipo de emisoras, en el período previo a la II Guerra Mundial, cuando gestó su ‘País de las Voces’, un lugar no físico de encuentro, “patria común imaginaria hecha de multitud de voces y de silencios” (pág. 65). Una patria que iba a sobrevivir al horror para brindar sosiego a una niña algunos años después.

                Hacia las páginas finales del libro, el autor enfoca su mirada sobre los oyentes y la comunidad formada por estos. En la unión que se da entre quienes siguen practicando el ritual anacrónico y trabajoso de encender la radio. Ya sea en la parte más alejada y fría del mundo, como en el edificio de la zona más ruidosa de una urbe, la ceremonia de mantener viva esta tecnología supone la valiosa satisfacción de ser ‘ineficiente en tiempos ultraeficientes’ (pág. 64). Una actividad que exalta la incertidumbre por encima de la previsibilidad:

                “La radio no solo permite el azar, no solo sugiere compañía: también revela la sustancia del tiempo. Representa esa idea de corriente vital y natural que no se detiene, irrecuperable e imprevisible, a la que nos enganchamos en marcha un día y de la que nos desengancharemos, también en marco, otro”. (pág. 76)

Javier Montes nos recuerda así que la radio no interrumpe la vida sino todo lo contrario: se funde en ella y nos devuelve aquello que las otras tecnologías buscan arrebatarnos: el tiempo. Uno en el que más que exaltar la prisa y la acumulación, se vuelve a aquel gesto centenario de encender con calma un aparato para oír el mundo y encontrarnos allí con los demás.

               

           (Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

 



[1] «Video Killed the Radio Star» es una canción original de 1978 de Bruce Woolley para el álbum Bruce Woolley And The Camera Club, popularizada un año después por la banda británica The Buggles: https://es.wikipedia.org/wiki/Video_Killed_the_Radio_Star 

lunes, 13 de mayo de 2024

[Reseña] 'Heaven' de Mieko Kawakami

 

La savia de la violencia


Seix Barral, 2023. 288 pp. Traducción de Lourdes Porta

Al hablar de violencia en la etapa escolar, ¿Qué importa más? ¿Develar su origen o hacer que se detenga?  Por lo general, estas situaciones son manejadas desde la inercia: Un grupo de estudiantes infringe daño a otro y, salvo excepciones, esto se normaliza como una etapa por la que se debe transitar, sea como victimario o víctima. Un rito de pasaje hacia la adultez. Mieko Kawakami (Osaka, 1976) explora este fenómeno buscando su sentido, en una novela tan incómoda como reflexiva.

 


Del narrador, sabemos que es un chico de catorce años cuyo rasgo físico más resaltante es su estrabismo, causa de burlas y ofensas en el colegio. Ante dichas circunstancias, opta por el aislamiento. Sin embargo, se ve sorprendido por unas cartas misteriosas que empieza a recibir en secreto y contienen un enigmático mensaje: ‘somos iguales’. ¿Es posible una equivalencia en la condición de víctima? ¿Acaso hermana el sufrimiento? La remitente es Kojima, una compañera de clase que también es sujeto de ofensas debido a su aspecto desaliñado. De personalidad enigmática, lo invitará a conversar, salir para acompañarse, siempre manteniendo las cartas como medio de comunicación primordial, con lo cual se empieza a formar una ilusión de poder escapar de la rutina del maltrato. Surge entonces una especie de tranquilidad y calma, cuya metáfora más resaltante es el cuadro que Kojima siempre intenta mirar y que da nombre a la novela:

 

“–A esos novios les ha pasado algo horrible, ¿sabes? Algo muy triste, tristísimo– dijo Kojima con una voz muy profunda que le venía del fondo de la garganta– Pero los dos han podido superarlo. Y, por eso, ahora pueden vivir para ellos es la máxima felicidad, que es eso. Aquella habitación que parece tan normal, adonde han llegado después de vencer todas las dificultades, en realidad es Heaven– Al decirlo, soltó un suspiro y se frotó los ojos–. Heaven… Siempre miraba este cuadro en los libros de arte. Siempre, siempre lo miraba”. (pág. 70)

 

Pero, aunque menos solos, el miedo permanece. Kawakami describe unas escenas de violencia cuyo espanto provocado al leerlas aumenta, pues el lector reconoce su posible ocurrencia en la cotidianidad. Sobre todo, en la sombra, allí donde se busca ocultar todo aquello que se permite que ocurra por una deliberada ceguera social. Particularmente, cuando quienes ejercen la violencia no calzan con los estereotipos, esquivando así las explicaciones racionales. Este es el aprendizaje que van interiorizando los protagonistas mientras crean sus alianzas. Por otro lado, los padres son figuras más nominales que reales, más abstractas que palpables. Su papel en este relato puede leerse como una ausencia que no se denuncia, sólo se asume.

 

Kawakami retrata, en ambos personajes, cómo es vivir rodeado de miedo. Miedo a vivir, a desear, al mañana, incluso miedo a atisbar en el interior de uno mismo y hallarse responsable de su situación:   

 

Pues…esto se debía a que yo tenía miedo de Ninomiya y su panda. ¿Tenía miedo? ¿Miedo de qué? ¿Miedo de que me hicieran daño? Si eso era lo que temía, lo que me aterraba, ¿por qué no podía intentar cambiarlo en la medida de lo posible? Para empezar, ¿qué significaba hacer daño? Me acosaban, me trataban con brutalidad. Pero ¿por qué tenía que someterme así, por las buenas? ¿Qué significaban obedecer? ¿Por qué tenía miedo? Sí. ¿Por qué tenía miedo? ¿Qué diablos era el miedo? Por más vueltas que le daba, no conseguía encontrar una respuesta”. (pág. 89)

El miedo se expone en ‘Heaven’ con mayor prevalencia al contrastarlo con los pocos destellos de alegría que habitan en la memoria de los personajes. Es en esta mezcla que se resalta toda la oscuridad en dicha sensación de angustia a la que uno puede ser arrastrado, llevando a cuestionarse si es posible salir de ahí del todo. Kawakami, con el transcurrir de las páginas, empieza a poner el foco en los estudiantes abusivos. No hurgando en su psiquis, sino centrándose en la forma en que Kojima los percibe y cómo ellos se expresan. Ella le explica al narrador cómo es el miedo de ellos y cómo su autoconfianza es más débil de lo que parece. Profundiza en cómo su seguridad depende de pertenecer a un grupo sin mayor lazo que el de no ser víctimas y por qué, debido a eso, es importante que ambos hallen nobleza y dignidad en el sufrimiento que los embarga. Esta reflexión cala en el lector hasta que el protagonista confronta a uno de los abusivos (págs. 182-207) y este le hace trastabillar las explicaciones que hallaron con Kojima:

 

“No puedes ir quejándote del mundo solo porque el mundo no te trata como tú quieres que te trate, ¿no te parece? En fin, volviendo a lo de antes, tú eres libre de decir, o de esperar, lo que te dé la gana, pero ten muy claro que esto no va a afectar de ninguna manera mi forma de pensar o de actuar. Una cosa es una cosa y otra, otra”. (pág. 193)

El protagonista se topa con un ser cuya insensibilidad se va acrecentando con calma y risas. ¿Queda humanidad en él? ¿Cómo se puede andar por la vida sin la facultad de la conciencia sobre el daño que se causa en los demás? Los diálogos, una de las grandes virtudes del libro, alcanzan una hondura destacable en esta escena al hacer que cada interlocutor ahonde en sus intenciones:

“El maltrato que recibes y que a ti te llega a quitarte el sueño, para mí es algo sin importancia. No me remuerde la conciencia en absoluto. No le doy vueltas. Para mí ni siquiera es maltrato”. (pág. 199)


Kawakami expone la banalidad de violencia con la que los abusivos escolares llevan a cabo sus juegos perversos. La tensión de la novela se va incrementando conforme ambas visiones, de víctimas y victimarios, se hacen muchos más disímiles y de comunicación imposible. De ahí que la salida sea una mezcla de esperpento y locura como se narra en una hipnótica escena final, en un epílogo tan triste como hermoso.

 

‘Heaven’ no hurga en la raíz de la violencia, sino en la savia que hace que esta florezca, opacando todo rastro de empatía. Es una exploración de aquella seguridad que se busca adquirir a través de la destrucción de ese Otro que se considera diferente, anómalo, y cómo, a las víctimas, el único camino que les queda es ahondar en la resistencia al sufrimiento y resignificar dicha debilidad para, quién sabe, quizás tener posibilidad de contemplar la belleza, años después.




((Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)