El fiordo de los porqués
Random House, 2024.112 pp.
Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti
Baggethun
¿En qué pensamos cuando hablamos de
fantasmas? ¿qué dicen sobre nosotros y qué proyectamos en ellos? Atraídos por
la posibilidad de su existencia, no reparamos muchas veces en aquello que
genera nuestra fascinación: la capacidad que les otorgamos de anular la muerte y
asignarle a la vida una dimensión que vaya más allá de lo corpóreo. Jon Fosse (Haugesund,
1959) explora la inmanencia de las relaciones familiares en una novela tan
extraña como fascinante, sostenida por una constante pregunta: por qué.
“Por
qué desapareció Asle”, se sigue preguntando Signe, su esposa, veinte años
después. ¿Por qué no dijo nada?, ¿por qué se fue así sin más?. La novela abre
con un torrente de preguntas que se hace la protagonista antes de dar paso a la
rememoración de los diálogos que tenía con su marido, su día a día, la
cotidianidad que se había formado en la vieja casa, mientras el tiempo no deja
de trascurrir. Existe una contradicción que aflige a los personajes de la
novela a medida que van apareciendo en escena y se va reflejando en el paisaje que
los rodea, sobre todo en el fiordo, escenario principal de la historia.
Fiordo:
golfo estrecho y profundo, entre montañas de laderas abruptas, formado por los
glaciares durante el período cuaternario. Fosse usa este accidente geológico,
típico de las regiones nórdicas, como metáfora de los tormentos de sus
protagonistas y su vulnerabilidad frente a los cambios que se producen en sus
vidas, tan repentinos como una avalancha o una tormenta. La ocurrencia de
estos, con furia y vértigo, no dejan rastro visible al día siguiente la mayoría
de veces, pero sí grietas inexorables por las que se cuela la desgracia:
“…y
está tan oscuro que no se ve nada, y ya pronto tendrá que volver, piensa, y
luego este viento, y esta oscuridad, y las olas, la fuerte marea, y qué frío
hace, y tan encrespado está el mar que las olas rompen sobre el muelle y sobre
ella, hace un tiempo horrible, piensa, y ya pronto tendrá que venir ¿no? piensa
¿y ahí afuera? ¿no se ve una especie de luz? ¿como si luciera una hoguera, ahí
afuera en el Fiordo? ¿Y no reluce en morado? no, no puede ser, pero, aun así,
piensa ¿y dónde estará él? ¿y su barca? no se ve nada, pero ¿dónde estará? ¿y
por qué no viene? ¿no quiere estar con ella? ¿será eso?” (pág. 96)
Asle
tenía por costumbre salir con su pequeña embarcación de remos. Una acción que
se repite inalterable hasta su desaparición. Esto gatilla las preguntas de
Signe sobre ella misma, su relación con Asle y la vida en conjunto que tenía.
Por qué se aleja, por qué necesita tanto esa soledad en el medio del agua. La
angustia de ella, marcada por una narración sin pausa, que, por momentos,
recuerda a la prosa de António Lobo Antunes, se ve continuada por la de Asle
quien en medio del agua empieza a desconcertarse por visiones de lo que hasta
ese momento residía en él como recuerdo, como pasado inmutable: su tatarabuela
Ales y el pequeño hijo de dos años de esta.
A
partir de lo anterior, se quiebra la temporalidad y la narración se dirige hacia
un caótico flujo de conciencia que Fosse encamina con habilidad a través de una
serie de imágenes que dan cuenta de los miedos presentes y pasados que se
conectan y explican como signos de una circularidad inevitable: accidentes
mortales, regaños y desdichas, una casa de la que nadie quiere (o puede) huir,
o un fiordo capaz de dar y quitar la vida. Todo esto, a través de un conjunto
de voces que irrumpen y se disputan el protagonismo:
“y
entra en la casa y las viejas paredes de la entrada lo envuelven y le dicen
algo, como hacen siempre, piensa, siempre es así, lo note o no lo note, piense
o no piense en ello, las paredes están ahí, y es como si unas voces silenciosas
le hablaran desde ellas, un gran silencio hay en las paredes y ese silencio
dice algo que no se puede decir con palabras, él lo sabe, piensa, y hay algo
detrás de esas palabras que se dicen constantemente, que está en el silencio de
las paredes, piensa, y se queda quieto mirando las paredes, pero ¿qué es lo que
le pasa hoy? ¿por qué está así?” (pág. 54)
La
única diferencia entre los nombres de Ales y su tataranieto Asle es la posición
de una letra, Una sutil pero determinante diferencia que, a su vez, da cuenta
de lo que permanece y se repite. Así, van apareciendo las cinco generaciones
que precedieron a Signe y Asle, incluso un tío homónimo fallecido a temprana
edad, para recordarnos que la distancia temporal se puede diluir de un momento
a otro para instalarse como presente y que deshacerse de ello no es tan simple.
Hay puentes que no desaparecen y relaciones que se instalan de forma
irremediable y extraña, como lo muestran algunas líneas que hablan de relación
de Signe y Asle:
“desde
la primera vez que lo vio venir caminando hacia ella, y la miró, y ella se
quedó ahí quieta, y se miraron, se sonrieron, y era como si se conocieran de
antes, como si se conocieran de toda la vida, de alguna manera, y simplemente
hiciera una eternidad que no se veían, y que por eso la alegría fue tan grande,
el reencuentro les produjo tanta alegría a los dos que la alegría tomó el
mando, los dirigió, los dirigió el uno hacia el otro, como si hubieran perdido
algo, algo que les hubiera faltado toda la vida, pero que ahora estaba ahí, por
fin, ahora estaba ahí, así lo sintieron la primera vez que se vieron, por mera
casualidad, como fue en realidad, y no les resultó difícil, ni les dio miedo,
es que era como una obviedad, como si no se pudiera hacer nada al respecto,
como si ya estuviera decidido” (pág. 63)
Los fantasmas familiares se
desplazan por esta novela como una respuesta a las cavilaciones de los
protagonistas. Estar y no estar, presente y pasado, son categorías que pierden fuelle frente a las emociones que los sobrepasan. Sentimientos de tal hondura,
capaces de oponerse a las fuerzas de la naturaleza, asumiendo distintas formas
para permanecer y seguir circulando como herencia, como recuerdo, como
espectros que se aferran a la existencia a través de los vivos. Más que cuestionarse por el origen de estos
fantasmas, Fosse plantea otro camino: preguntarse cómo vivir con ellos.
Por fortuna, desde que fue
galardonado con el Premio Nobel, son cada vez más los títulos del escritor noruego
que han sido traducidos al español y se pueden hallar en librerías. Aquí les
propongo una buena puerta de entrada a su obra, con esta novela que se instala
en el lector como una grata alucinación, una quimera sublime.
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