Antes de comenzar a escribir
sobre las gratas impresiones que me dejó la novela mencionada, quisiera
resaltar algo. No hubiese sido posible llegar
a la obra de este autor de no ser
por la edición peruana número 14 de la revista Buensalvaje, que lo puso en
portada además de entrevistarlo. Eso es lo más valioso que puede brindar una
revista de literatura: dar a conocer obras literarias que de otra forma
pasarían injustamente desapercibidas. Es
por ello encomiable la función de Buensalvaje en dicho sentido (sin olvidar,
los textos de ficción y no ficción con los que viene cargado cada número), y
que me hace esperar cada dos meses con ansias la nueva edición.
¿En qué momento se jodió el Perú?
, se preguntaba Zavalita en Conversación
en la Catedral . Y aunque la pregunta podría aplicarse de igual forma al
humilde pueblo de San José donde transcurren los hechos de “Los ejércitos”, una
mejor interrogante sería, ¿en qué momento va a dejar de joderse San José? .Porque
“Los ejércitos” trata acerca de la tragedia colectiva de un pueblo, asolado por
una violencia sin rostro específico. El miedo que se va propagando como una
peste a todos los vecinos de esta apacible sociedad provinciana, donde todos
parecen conocerse entre sí.
Una tragedia a la que asistimos a través de
los ojos de Ismael Pasos, un viejo profesor retirado que a sus más de 70 años
decide seguir viviendo lo que le resta de tiempo en su pueblo al lado de
Otilia, su compañera por más de 40 años. Ismael, al comienzo de la novela se da
maña para espiar a su vecina Geraldina de cuerpo escultural, discutir con su
mujer en diálogos que lindan con lo humorístico, recordar momentos gratos del
pasado como el momento en que conoce a Otilia y
a sus antiguos alumnos que ahora ya son incluso autoridades del pueblo.
Pero en la narración de recuerdos va apareciendo esa sombra trágica que parece
perseguir su existencia y la de sus vecinos. Una sombra que en vez de
extinguirse, parece extenderse hasta el presente agrandando sus trágicos
efectos. Y es ahí donde la pluma de Evelio Rosero sale a relucir con toda su
potencia.
La violencia que azota el pueblo
es irracional y arbitraria. Se escuchan explosiones y llantos por doquier,
provenientes de todos lados y de ningún lugar en específico. Nadie se salva de
perder algo. A un ser querido, el honor, la dignidad, la valentía. Es la
desolación y la devastación lo único que parececonstante a lo largo de toda la
novela, además de la terquedad de Ismael. Pues terco, decide quedarse en su
pueblo al ver cómo este es maltratado por una maldición que parece ensañarse
con ellos, en una obstinación que lejos de ser fastidiosa para el lector,
termina conmoviendo. Pues en esa decisión de quedarse se encuentra principalmente
la búsqueda de Otilia, que buscándolo a él termina por desaparecer también. La segunda
mitad del libro aborda esa búsqueda desesperada. Lo único que parece mantenerlo
vivo, pues ya todo lo demás se torna confuso, como si por momentos dejara de
estar en la realidad y viviera entre las sombras de la imaginación y el olvido
de lo concreto.
Y son estas imágenes de las
desapariciones por los secuestros que realizan las fuerzas paramilitares, los
guerrilleros, las fuerza nacionales (nunca se conoce con certeza quienes son
los culpables, en un rol que parecen rotarse en cada pasaje), los que
configuran la esencia de la novela que es la desaparición de la paz de un
pueblo, del candor y la alegría de individuos a los que se va asesinando poco a
poco, arrebatándoles su tranquilidad y su libertad. Y más que nada la
desaparición final del principal elemento: la gente, ya sea huyendo o muriendo
a manos de ese poder infernal que se ensaña con ellos (llega un momento en que
los asesinos, actúan demencialmente, ya se han quedado olvidados los motivos
por los que luchan, esta deshumanización es un retrato espléndido de la
decadencia humana).
Rosero, además de contarnos una
buena historia, lo hace con un gran talento para crear las atmósferas precisas,
haciendo posible que un lector como yo que ha pasado los veintidós años de su
vida en esta gris ciudad, se sienta como respirando y observando ese ambiente
de provincia tan distinto al caos urbano, de forma tan vívida que por ratos uno
olvida que está leyendo una ficción y pareciese que se estuviese recordando
algo. Además, es posible reconocer a
nuestros conocidos o a nosotros mismos en cada uno de los personajes que
conforman “Los ejércitos”, haciéndonos preguntar cómo actuaríamos en una
situación similar o cuánto hemos perdido de la capacidad de solidarizarnos con
una situación similar.
Parábola también de un problema
concreto como es la violencia que ha asolado Colombia por muchos años, que si
bien ha sido tocado en muchas ocasiones en la literatura reciente, aquí es tratada
desde la perspectiva de los individuos que la sufren y las consecuencias
irreparables de una guerra. La guerra como elemento nocivo en sí mismo, pues no
importa por lo que se esté peleando (nunca se menciona en que época sucede ni
las causas), al final las víctimas no son las que la propician sino quienes son
más vulnerables, en este caso, los vecinos de San José. Hay, pienso, obvias
influencias de la literatura de Juan Rulfo (
El
llano en llamas) y Gabriel García Márquez (
Crónica de una muerte anunciada), pero aquí yace un estilo propio,
que se alimenta de sus maestros para dar a luz una voz narrativa original, con
descripciones que causan el mismo impacto de la mejor poesíay una salida
inteligente a los clichés y la posible banalización de la literatura de la
violencia latinoamericana. Evelio Rosero es un autor colombiano al que no hay
que perderle la pista.
+Algunas frases:
“(…) pero él la seguía y no
demoraba en retomar, involuntariamente, sin entenderlo, el otro juego esencial,
el paroxismo que lo hacía idéntico a mí, a pesar de su niñez, el juego del
pánico, el incipiente pero subyugante deseo de mirarla sin que ella supiera,
acechándola con delectación: ella entera un rostro de perfil, los ojos como
absueltos, embebidos en quién sabe qué sueños, después las pantorrillas, las
redondas rodillas, las piernas enteras, únicamente sus muslos, y, si había
suerte, más allá, a lo profundo.”
“De pronto descubría que como un
torbellino de agua turbia, repleto de quién sabe qué fuerzas –pensaría ella-,
en su interior, mis ojos sufriendo atisbaban fugazmente hacia abajo, al centro
entreabierto, su otra boca a punto de su voz más íntimas: “Pues mírame”,
gritaba su otra boca, y lo gritaba a pesar de mi vejez, o, más aún, por mi
vejez, “mírame, si te atreves.””
“El silencio también se ve, como
el suspiro. Es amarillo, se desliza por los poros de la piel igual que la
niebla, sube por la ventana.”
“(…) como que la gente se olvida de la temible suerte que es
cualquier desaparición, y hasta de la posible muerte del que desapareció. Es
que de todo la gente se olvida, señor, y en especial los jóvenes, que no tiene
memoria ni siquiera para recordar el día de hoy; por eso son casi felices.”
“Me hierve la rodilla por dentro.
Ah, Dios –me suspiro yo mismo-, sigo aquí simplemente porque no he sido capaz
de matarme.”
“… y decía las cosas de verdad,
con la verdad que sólo da la desesperación, como las dice el que sabe que va a
morir, ¿para qué mentir?, el hombre que miente a la hora de morir no es un
hombre.”
“Otilia no vino, seguirá
durmiendo, soñará que duermo a su lado, y ya es mediodía, como para no creerlo,
¿a qué horas pasó el tiempo? Pasó igual, pasó, igual que siempre.”
“Ahora veo, alrededor, rostros de
pronto desconocidos –aunque se trate de conocidos- que intercambian miradas de
espanto, se apretujan sin saberlo, es un clamor levísimo que parece brotar
remoto, desde los pechos, alguien murmura: mierda,
volvieron.”
“Solamente los perros y los
cerdos que husmean entre las piedras, los gallinazos aleteando sobre la rama de
los árboles, los eternamente indiferentes pájaros parecen los únicos en no
darse cuenta de esta muerte viva.”
“Es extraordinario: parecemos
sitiados por un ejército invisible y por eso mismo más eficaz.”
“-Es este país-dijo, relamiéndose
el escaso bigote-, si uno pasa lista, presidente por presidente, todos la han
cagado.”
“…el grupo se pierde corriendo a
la vuelta de una esquina, escucho las primeras gotas de lluvia, gordas,
aisladas, caer como grandes flores arrugadas que estallan en el polvo: el
diluvio, Señor, el diluvio, pero cesan de inmediato y yo mismo me digo Dios no está de acuerdo…”
“…se alejan a grandes zancadas,
con la madre detrás, las manos agitándose, la voz desquiciada. “Les falta matar
a Dios” dice con un chillido. “Díganos dónde se esconde madrecita” le
responden.”
+Sobre el autor:
Evelio Rosero nació en Bogotá, Colombia, en 1958. Cursó estudios de comunicación social en la Universidad Externado de Colombia. En 2006 obtuvo en Colombia el Premio Nacional de Literatura, otorgado por el Ministerio de Cultura, pero fue en 2007, con su novela Los ejércitos, ganadora del II Premio Tusquets Editores de Novela, cuando Evelio Rosero alcanzó resonancia internacional, pues se ha traducido a doce idiomas y se ha alzado con el prestigio so Independent Foreign Fiction Prize (2009) en Reino Unido y el ALOA Prize (2011) en Dinamarca. Tras recuperar en 2009 su novela Los almuerzos(«la confirmación del talento del autor», La Vanguardia), se publicó La carroza de Bolívar, recibida como su obra más ambiciosa y desmitificadora: «Una demostración del talento verbalmente mágico de Rosero, que aquí llega a su punto culminante» (J.J. Armas Mar celo, ABC Cultural) y En el lejero (Tusquets México)
+Entrevista en Buensalvaje: Aquí
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