La producción editorial en nuestros días es tan vasta y precipitada que una de las secciones que más se ve perjudicada es la de la contratapa, al punto que uno le da la decisión de Salinger de no poner comentario alguno en ellas. Elogios desmedidos y poco creíbles o sinopsis llenas de lugares comunes. Sin embargo la del más reciente volumen de cuentos de Cristhian Briceño (Lima, 1986), publicado en Seix Barral, es una excepción pues resulta una invitación a la lectura. Como muestra cito un fragmento: “En lugar de presentarnos un antihéroe patético y débil inmerso en su devenir hacia la intrascendencia, Su seguro servidor da cuenta de un momento posterior (un futuro cercano) en que a este ni siquiera el intercambio de una vida entregada al capitalismo, a formar parte del engranaje de una sociedad que trata a sus ciudadanos como piezas de una perfecta maquinaria autónoma a cambio de ciertas alegrías menores, es posible”. Sobre ese futuro cercano y otros temas conversamos con él en la siguiente entrevista.
- Una
de las primeras críticas, desde tus ficciones, al sistema socioeconómico
actual es su afán de homogeneizarnos a todos a gran escala, bajo una
aparente celebración de la diversidad, provocando que nos “extraviemos de
nosotros mismos”. ¿Piensas que la pandemia ha ayudado de cierta forma a
desmantelar esta maquinaria o esta ha encontrado la manera de seguir
intocable?
La homogenización es un instrumento que el sistema emplea a manera de embrague, es decir, para acoplar y desacoplar ciertas partes que requiere en circunstancias dadas. No olvidemos que en los inicios del Perú como nación soberana existía una república de indios y una de blancos. La gran mayoría de indios, obviamente, no sabía de la existencia del Perú como Estado, ni siquiera como territorio, ni eran informados del cambio que esto, en teoría, entrañaba. El Estado, en todo caso, era un ente abusivo y los indios añoraban la autoridad de un rey que impartiera justicia. Medio siglo después, durante la Guerra del Pacifico, la siguiente generación de estos mismos indios era obligada a enfrentarse al invasor vistiendo ropa de diario, con munición enmohecida y usando el mismo armamento con el que se expulsó al último virrey; obviamente, cada quien debía agenciarse sus alimentos; casi la totalidad no comprendía por quién o por qué se estaba arriesgando el pellejo.
No se puede desmantelar la maquinaria porque nunca estuvo cubierta con nada, siempre ha estado expuesta como un recordatorio de la infamia. La pandemia no va a cambiar nada, menos en un escenario electoral como en de ahora, infestado de un caudillismo que apesta a siglo diecinueve. Cambiar eso es como pretender que un gato ladre.
- Bajo
un aparente estado de apatía, tus personajes intentan camuflar ciertos
arrebatos de violencia y rabia contra los que los rodea, y uno como lector
lo conecta con las noticias de estallidos salvajes de ciudadanos que
siempre suelen ser tranquilos y discretos en las noticias, sobre todo en
el primer mundo. ¿Esto ya se replica en Perú? ¿estamos camino a ello?
Ya está desde hace mucho. En la década del treinta del siglo pasado, un comerciante español mató a su compatriota en una habitación del hotel Comercio, que quedaba en los altos del edificio donde hasta ahora funciona el bar Cordano. El asesino parecía una persona corriente, sin visos de violencia. Clemente Palma escribió una nota entusiasmada sobre el asunto. Decía que ahora Lima ya estaba a la altura de otras capitales del mundo en cuanto a crímenes.
- “Los
recuerdos felices, ah, esos son los peores, le dijo la vieja, porque solo
sirven para medir cuánto hemos perdido”. Inevitable asociar dichas líneas
de “Una temporada en el invierno” con este último año donde muchos
entramos en un período de limbo o agujero negro. ¿Fue este un cuento
escrito o reescrito en plena pandemia?
Fue escrito hace por lo menos cinco años, y apenas tuvo cambios previa publicación. De cualquier manera el tópico de la evocación dolorosa es bastante común en la literatura. Basta recordar ese diálogo de muertos en el que Luciano de Samósata da voz a un Aquiles quebrado, anhelando regresar a la vida siquiera para trabajar como labriego. O el Dante-personaje de la Comedia, cuando dice aquello de que no hay mayor dolor que recodar los tiempos felices desde el lugar de la desgracia. O Enid Lambert, en las Correcciones, deprimiéndose ante el recuerdo de las navidades pasadas, cuando su familia estaba reunida y era felices y comían perdices. Miles de ejemplos. También creo que se tiende a magnificar un hecho, uno tiene la impresión estar venciendo la adversidad de, por ejemplo, no ver en persona a un amigo para perder el tiempo. La verdad es que antes tampoco éramos felices, sino que la normalidad se vuelve valiosa por contraste. Hay gente que en verdad la pasa mal, y el sufrimiento de las personas que tienen tiempo para leer esto, comparado con el de los otros, está a años luz.
- “Él
era más humano: creía en la familia, en el ahorro y en el Dínamo de
Moscú”. Tres instituciones erigidas en torno a la fe en el futuro. En este
presente desesperanzador, ¿crees que se hayan visto más debilitadas o se
han vuelto más vitales que nunca como soporte para sobrevivir?
Difícil saberlo. Pero, como dije antes, no creo que la pandemia cambie demasiado las cosas. El cambio viene de antes, lo demás son contingencias, eventos que crean una ficción con la que solemos interpretar ese cambio. Muchas cosas han sido puestas en entredicho el siglo pasado, sobre todo, a un nivel, más que filosófico, social, del día a día, aunque, claro, las bases están en textos clave, como por ejemplo cuando lee lo que piensa Stuart Mill sobre la naturaleza o la libertad, etc. Pero si quieres una respuesta más personal, yo sí creo en la familia por experiencia propia. Por mi padre creo también en el ahorro como una forma de adelantarse a las eventualidades. La tercera institución a la que aludes la podría emparentar con el fanatismo y, por ello, con la religión. Yo creo en algo que no es precisamente el dios de los hebreos o cualquier ente que pueda revelar alguna característica antropomórfica para ser asimilado por mi fe. No confío, eso sí, en cualquier institución que genere odio entre las personas. La Iglesia, por ejemplo, y sus falsas atribuciones. Cualquier institución con poder tiende inevitablemente a corromperse, es axiomático.
- En
“Los trabajos”, recreas un mundo donde la oscuridad lo ha sumido todo por
completo, transformando las formas de contacto humano debido a esta
externalidad inesperada. Al terminarlo uno corrobora que la situación de
peligro constante termina tornando en seres más indolentes que antes.
¿Podría interpretarse como una lectura del mundo en general o de
sociedades bajo regímenes específicos?
No fue escrito con esa intención. El relato parte de una noticia que leí en internet. Al parecer en una ciudad asiática la contaminación era tal que el alcalde se había visto obligado a poner varias pantallas led en zonas estratégicas, para que los habitantes puedan saber que estaba amaneciendo. Me resultó curiosa la idea, aunque podría profundizarse más e intentar una narración que prescinda de los sentidos que más nos socorren, algo así como El pozo y el péndulo, pero más extremo. Más que una ficción política es simplemente el desarrollo de un tema cualquiera que puede ser interpretado a placer por el lector.
- En
“Su seguro servidor” abordas el dolor del duelo y la necesidad de anularlo
mediante el uso indiscriminado de narcóticos, en una especie de relectura
de “Un mundo feliz” de Huxley. Cuando salgamos de este encierro, si
salimos, ¿seguiremos así de aferrados a esta anulación de cualquier
emoción negativa? ¿Le tememos al dolor o a la posibilidad latente de no
salir una vez que caemos en ese estado?
Obviamente le tememos al dolor y a que exista un escenario en que nada pueda lidiar con él, por ello se dice que el verdadero castigo que promete el infierno no es la severidad de lo que ah´ñi se siente sino la eternidad misma. Esto me recuerda al Retablo de Iseheim, de Mathias Grunewald, colgado en un hospicio para pobres almas infectadas de peste y sífilis. La lógica era que ver a un Cristo crucificado y retorciéndose de dolor te ayudara a aceptar el sufrimiento. Eso, quizá ahora sería una salvajada, pero entonces debía ser algo parecido a lo que propongo en ese relato.
- El
mundo literario descrito en “Es el futuro” está lleno de personajes
indolentes, sin empatía, crueles por decisión, siempre atentos a la imagen
que los demás perciben de ellos, sobre todo atentos a no mostrar signos de
debilidad. Y al analizar históricamente el medio local, este no ha sido
ajeno a confrontaciones y disputas, sobre todo al ser tan reducido. Sin
embargo, parece que las redes han exacerbado los desencuentros a la vez
que las han banalizado las discusiones literarias. ¿Cuál
es tu opinión al respecto?
Siempre he tratado de mantenerme alejado de todo eso. Como en todo espacio en que se pone en juego algo de poder o beneficio (y en la literatura peruana actual esta gracia es ínfima, a menos que previamente ya la poseas y no hagas más que gozarla ostentando un membrete de “escritor”) siempre se generarán esa rencillas idiotas que son, de por sí, un género literario. Yo mismo, siendo un autor tan poco conocido, tengo un instagram donde a veces opino sin censura sobre ciertas cosas, y te creas la ilusión de que la gente comprende tu postura y la respalda. Pero creo que debo añadir a mis contadas cualidades como autor la de cerrar la boca y dedicarme a lo mío.
- Una
de las cuentos más entretenidos es “El corazón de los sencillos”, donde
haces haces una especie de “lados-B” de escenas bíblicas clásicas.¿Cuál es
tu relación de lector con la Biblia? ¿Cómo lo percibes desde el punto de
vista literario en nuestros días?
No fui un lector precoz, creo que empiezo a leer con cierta conciencia pasados los veinte años. Sí recuerdo que unos de los pocos libros que leí de pequeño fue una versión de la Biblia preparada por los Testigos de Jehová, de tapa dura color amarillo y el título en letras rojas brillantes; creo que se llamaba Mi primer libro de historias bíblicas. Me encantó desde la primera página y creo que ese momento me di cuenta de la potencia que subyace en la lectura. Después, cuando leí varios libros de la Biblia me di cuenta de que me llegaban a conmover de una forma que no lo hacían otros textos y creo que es por la idea de fe que tienen todos estos personajes, siempre esperanzados en encontrar a Dios hasta debajo de la más mínima piedra del desierto. Debe ser esa construcción de la fe lo que mueve este libro. Los evangelios sinópticos coinciden en las palabras de Jesús cuando le dice a la mujer que sufre de descensos y que ha tocado su manto con la esperanza de sanarse: Tu fe te ha sanado. Es curioso que Yavhé no se enfade con él por no darle crédito, etc. en fin. ¿Influye la Biblia hoy en día? Obvio. Podría nombrar un poemario reciente, El libro de la enfermedad, de Mateo Díaz. En un capítulo de la cuarta temporada de Rick y Morty, Rick dice que la Biblia es el infierno de los escritores. no sé bien cómo interpretar esa frase, pero podría ser por su circularidad.
- ¿Son
los Simpson una referencia al momento de escribir? Leyendo tus cuentos fue
inevitable asociarlos con capítulos como el del Señor Burns sumiendo a
Springfield en una noche eterna o la revisita de momentos históricos de
manera socarrona.
Sí, es un hecho. Más que un lector, he sido un televidente. Cualquier información que haya podido llegar a mí luego intento revertirla en la ficción. Hay que saquear todas esas influencias que la academia puede mirar por encima del hombro. Ciertas animaciones como Los Simpson o Ren & Stimpy son parte del canon de muchos. Todas las series de bajo presupuesto o lo que usualmente se desecha a la primera mirada puede llegar a ser valioso en cuanto el autor revierte los códigos, las procesa y posteriormente las vuelve literatura a secas.
(Texto publicado en Buensalvaje)
No hay comentarios:
Publicar un comentario