Colmillo Blanco,
2021. 256 pp.
¿A qué
velocidad se erosiona un mundo? En la novela de Alex Vella Gera (Malta, 1973)
se esbozan respuestas a dicha interrogante producidas por el miedo a los
cambios sociales y familiares, y los distintos efectos perniciosos. Entre
estos, una inmediata sensación de desilusión por no poder detenerlos hasta un
estilo de vida conservador que el fanatismo clerical exacerba y sustenta en una
de las armas más poderosas del hombre: la idea del pecado.
A Ġanni Muscat, el protagonista, la vejez lo halla en circunstancias relativamente estables: escribiendo quejas al diario local, una esposa y la seguridad de una fidelidad inamovible, el interés de universitarios por la única novela que publicó hace décadas y un hijo que parece restablecido por las drogas. Sin embargo, el atropello de un gato y los sucesos extraños que seguirán a este hecho revivirán una serie de emociones que parecían ya oxidadas. Esto, no sólo desestabilizará su conciencia sino que permitirá revelar circunstancias del pasado que permiten hurgar en la formación de las culpas en el microcosmos de Muscat sin que alguna se explique.
“Sus
ideas eran anticuadas, ideas de alguien que no supo andar con los tiempos, de
quien se oxidó, reaccionario, con un aire patético, pasado de moda. Pero el
hecho era que cuánta más la gente lo veía así, o cuanto más imaginaba que lo
veían así, más sentía que se fortalecía, como una voz en el desierto ante la
aproximación del día postrero”. (pág.11)
El cómo
se llega a una postura conservadora es un proceso que ha causado interés en los
últimos tiempos debido a la creciente existencia de agrupaciones sociales con
esta ideología. La mayoría, surgen amparadas en circunstancias de precariedad
socioeconómica que generan en sus miembros adhesiones recalcitrantes. ¿Qué le
queda al hombre más que su fe y su patria?, parece preguntarse Ġanni. ¿No son
acaso lugares seguros frente a los proyectos no concluidos, los anhelos no
logrados, a la sensación de incomprensión por parte del resto de la sociedad? Desde
su visión, es mucho más digerible vivir anclado en un pasado idealizado que
enfrentarse a la modernidad de los tiempos que corren y le son más inciertos.
“Estaba
rodeado de esta infección que contagiaba a todos. Una sociedad enferma. Una
epidemia. Todos infectados. Se olía en el aire, al salir, al encender la tele;
ese olor a putrefacción espiritual, a fe mutilada”. (pág. 13)
Vella
Gera funde esta frustración en el miedo de Muscat por la revelación de aquello
que puede contradecir lo que pregona, la debilidad de su lugar en el ideario de
quienes lo rodean y revivir esa sensación de abandono, de desierto que tanto lo
ha agobiado en el pasado:
“El
miedo al futuro lo había llevado a cometer el pecado del hombre débil. Nada
malo, al fin y al cabo el hombre no es más que un hombre, nada más”. (pág. 177)
Otro de
los logros de la novela es el retrato de aquellos personajes que conocen o han
conocido de cerca a Muscat y permiten ahondar en los temores de este mediante
el contraste de personalidades, con diálogos que revelan un hastío por estas
posturas conservadoras con una visión arcaica de la nacionalidad, como el
siguiente:
“¿Y tú
te crees que la pornografía es el mayor problema que tenemos? El problema de la
gente como tú es que se lo toman todo tan en serio y ven tanto peligro por
doquier que acaban fijándose más en las cosas que en las personas que condenan.
Y luego una amenaza de verdad ni la ven, como la contaminación del
medioambiente, la caza, el neoliberalismo desenfrenado…”. (pág. 94)
Es
en la frase anterior donde se encuentra una de las claves de la novela y la
historia de Muscat: el fijarse en sí mismo. Es la gravedad del pecado percibido
lo que acelera su frustración, su inutilidad, su culpa. Es la sensación de
traicionarse a sí mismo y a sus creencias lo que determina las decisiones de
los personajes en la novela. Esto se manifiesta, sobre todo, en la esposa del
protagonista, quien es sometida a una vida condenada a la justificación
continua de purga y castigo, con concesiones inexplicables para quienes la
rodean. Ellos, también hombres de letras, en apariencia son más sensibles a las
emociones humanas, pero cargan también con los vicios más terrenales:
“(…)
¿para qué sirve leer libros, quedarse tan tranquilo leyendo en la cama hasta que
te lleve el sueño, heredero del espejismo de que leer tenga alguna ventaja,
cuando nunca en la vida has hecho algo realmente útil para la humanidad?” (pág.
28)
“(…) la
vida de un escritor es mísera. Escribes para sacar lo que llevas dentro pero,
una vez terminado, descubres que sigues igual. Lo que llevas dentro sigue allí
y la escritura no es sino un reflejo mediocre de todo esto”. (pág. 52)
Las
mejores páginas se dan hacia la segunda mitad del libro, cuando los personajes,
contrariados por las circunstancias y los refugios internos que han erigido
para protegerse, vacilan entre seguir obcecados o revelar sus secretos. Ellos
se tornan cada vez más claustrofóbicos en la sociedad insular de Malta, donde se
desenvuelven. Sobre todo Muscat, que si bien resultaría insoportable en la vida
real, no irrita al lector. Este, al verse inmerso en un mundo de agobio, siente
compasión, por tramos, sobre todo cuando uno se topa con la sensación de no
estar libre de un juicio a sí mismo.
“Ganni llevaba
mucho tiempo luchando para sobrevivir, de ahí el fundamentalismo, de ahí su
cabeza dura que juzgaba y condenaba a todos. Porque, a fin de cuentas, lo que
Ganni tenía en la cabeza era la condena de sí mismo, el juicio de sí mismo,
algo que no pudo revelar porque tuvo miedo, porque admitirlo lo habría hecho
pedazos tras todos estos años, sobre todo porque sabía que su mundo estaba
construido en el barro y que todo se iba a derrumbar apenas admitiera que había
vivido una mentira”.(pág. 189)
“Troyano”
es una novela donde la esperanza ha sido erosionada y sólo queda el consuelo de
restablecer los instantes previos a esa destrucción. De reanimar, como en la
primera escena, los años de gloria y esplendor mediante el recuerdo y su barniz
nostálgico. Es el alivio del recuerdo, frente a un presente de desolación, un
pasado idealizado, un paliativo para sobrevivir al derrumbe.
(Texto publicado en El Hablador)
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