Notate bene
Ediciones Universidad Diego Portales, 2022. 68 pp.
¿Cómo trazar un perfil sobre seres iluminados, distantes en el tiempo? ¿Cómo se aproxima uno a esa genialidad por una vía distinta a la acumulación de datos biográficos? La respuesta puede ser tan simple como arriesgada: conjeturar. Buscar entre los resquicios, residuos, sobras. Reunir la información de aparente carácter ordinario, que por sí sola no podría decir mucho sobre la vida de alguien y obtener de ella un retrato íntimo y emotivo. Así como lo logra Fleur Jaeggy (Zúrich, 1940) en este breve compendio de vidas.
Thomas de Quincey (1785-1859), John Keats
(1795-1821) y Marcel Schwob (1867-1905) son las figuras literarias elegidas en
este volumen recopilatorio. Si bien escritos y publicados en distintos años, la
misión de estos tres proyectos narrativos parece partir de una misma
motivación: conocer cómo se forma (y deforma) una sensibilidad artística. Y una
primera estación ineludible para ello es la infancia, germen de padecimientos y
alegrías; de intereses y miedos.
Jaeggy, con gran capacidad imaginativa,
caracteriza a los escritores mencionados. Los recrea para volverlos personajes.
Se apropia de ellos. Los tres son seres con infancias difíciles, como muchos,
pero a la vez genios signados por una marca de la iluminación. Una marca que es
capaz de hacerlos trascender y subvertir la condena del olvido, de ubicarlos
por encima de los demás por su talento, y, al mismo tiempo, distantes a sus
coetáneos, acompañados por una sensación de no pertenencia impuesta y luego,
voluntaria.
‘La
felicidad jugó con él, después se transformó, casi como si el dolor fuera una
felicidad encolerizada, una agraciada convulsión de la naturaleza’ (pág.
19) La aproximación a De Quincey se apoya en la realidad padecida: pobreza y
adicción. Esta última surgida como respuesta a los efectos nocivos de lo
primero. La adicción se convierte en una vía de escape a la memoria de vivir
atormentado por los maltratos infringidos en la escuela. De Quincey llega al
punto de apartarse de los asuntos de los vivos, todos sospechosos de conspirar
contra su persona, en un aislamiento radical que probablemente haya sido uno de
los factores predominantes en la extenuación de su organismo.
Quién sí resistió lo más que pudo con tal de dar
respuesta a sus enemigos fue Keats[1],
según se consigna en el perfil más apasionado del libro. Keats, ‘Devoraba los libros, copió, tradujo
fragmentos, hizo de escribano y de copista de su mente. Hizo saber a sus amigos
del Guy’s Hospital que la poesía era ‘la única cosa digna de atención para una
mente superior’. Y esa era su única ambición’. (pág. 33). En este ensayo, llama la atención
cómo Jaeggy dedica muchas líneas a las distintas descripciones fisionómicas del
poeta. Lo describe como poseedor de una mirada abrasante (a la que se le
atribuía la de posibilidad de ver el futuro) y unos labios siempre dispuestos a
demostrar su imperecedera personalidad[2].
Un carácter avasallador, capaz de anular la identidad de todo aquel que se le
acercara. Quizás por ello el número de páginas dedicadas a su agonía resulta
apropiado. Como una forma de ver si la vulnerabilidad de una sombra tanática permitía
revelar más acerca de la personalidad del poeta, quien no deja de brillar en sus
horas más aciagas.
Y si bien a Schwob, Jaeggy le dedica un menor
número de páginas respecto a los dos anteriores perfiles, estas le bastan para señalar
la gran importancia que tuvieron las relaciones amicales y sentimentales en la
vida del escritor judío. Amigos que se torna refugios, musas que se vuelven
fantasmas. ‘Ese viaje de la memoria hacia
las sombras de los encantamientos se había desvanecido. Quedaba el catálogo
arrugado de un largo deambular’ (pág. 58) Agotado tras sus viajes, Schwob
se rinde ante la nostalgia y opta por volver. El perfil llega a su fin con una
escena de fantasmas, lo cual tiñe de luto el ambiente en el que yace el
escritor y también el lector de estos perfiles quien, al cerrar este breve
librito, seguramente añorará a estos personajes. Esta lectura se convierte en
el pretexto perfecto para acudir a los libros de los autores perfilados y por
qué no, también, los de su aguda retratista.
[1] ‘“Si muero”,
le escribe a Brown, “debes hundir a Lockhart”. Era un tipo que escribió un artículo contra Keats, aprovechándose de
chismes e informaciones personales: combinó su talento de sabueso y chivato de
la policía con el de enemigo de la Literatura” (pág. 43)
[2] ‘Aquí yace alguien cuyo nombre fue
escrito en agua’ es lo que Keats solicita se inscriba en su lápida en un
intento de unir su recuerdo al poder transformativo del líquido elemento.
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