El peso de las
expectativas
Acantilado, 2024. 80 pp.
Traducción de Andrés Barba.
“Vivía en
un pequeño apartamento del centro con mi padre, mi madre y mi hermano.
Llevábamos una vida dura y nunca se sabía cómo íbamos a pagar el alquiler”. (pág.5)
En ‘Valentino’, la novela de Natalia Ginzburg (Palermo, 1916 – Roma, 1991), publicada
originalmente en 1957 y de vuelta a librerías este año con una nueva traducción
al español, el drama principal se presenta sin titubeos desde el inicio: Hace falta
dinero. ¿Cómo esta situación afecta el
destino de los miembros de esa familia? Una vez más, la reconocida autora
italiana, como en la mayor parte de su obra, parte de elementos tan cotidianos
y universales como una familia con dificultades económicas, para entregarnos una
historia en cuya aparente ligereza, rebosa humanidad y emoción. Toda una “pequeña
viñeta de vida fulgurante”, como escribió Juan Forn[1].
Valentino, el protagonista de la novela, es un joven agraciado y encantador, en cuyo destino se vierten las esperanzas de sus padres y hermanas. Como único hijo varón, estudiante de medicina y soltero empedernido, socialmente, pareciera que la fortuna le sonríe. Esta situación prometedora no hace más acentuar el dramatismo cuando un día llega anunciando su compromiso nupcial con una mujer mayor que él, poco agraciada y muy adinerada, desbaratando así las esperanzas que recaían sobre él. No las económicas, puesto que esas se verán cubiertas, sino las sociales. ¿No había otra opción?, se pregunta su familia, sufriendo por su decisión
Hasta ahí una trama
sencilla, similar a muchas otras que se han contado antes. La maestría de
Ginzburg radica en el retrato de los efectos emocionales que la decisión de
Valentino provoca en el resto de su familia, desde la desilusión de sus padres
hasta la mezcla de desprecio y envidia de su hermana mayor, condenada a una
temprana domesticidad. Pero, sobre todo, en cómo este matrimonio afecta a
Caterina, la hermana menor, quien es la narradora de esta historia y la voz que
progresivamente irá asumiendo el protagonismo de la novela.
La
dinámica familiar tradicional del contexto social en el que se desarrolla la historia
provoca que Valentino, desde temprana edad, se vea empujado a ser el motor
principal del progreso económico-social del hogar, cargando así con un estigma
de responsabilidad ineludible, impuesto, sobretodo, por su padre:
“En el cajón de la cómoda encontramos
una carta para Valentino que debía de haber escrito unos días antes, una carta
muy larga en la que se disculpaba por haber esperado siempre que Valentino se
convirtiera en un gran hombre cuando en realidad no había necesidad de que se
convirtiera en un gran hombre, habría sido suficiente con que se convirtiera en
un hombre, ni grande ni pequeño: porque de momento no era más que un niño”. (pág.
28)
Bajo esta perspectiva, Valentino no llega a
“hacerse hombre” sino que es visto como un eterno niño por las decisiones que toma,
erráticas a la vista de los demás. Incluso cuando él mismo se convierte en
padre, nunca deja de ser aquel miembro de la familia de adultez incipiente, sin
interés en el futuro, sólo preocupado en disfrutar el presente. Ginzburg nos muestra al inicio cómo las expectativas familiares desmedidas
socavan el devenir de sus miembros. Y, sobre todo, cómo ello afecta a quienes
van quedando alrededor, como sujetos secundarios. A través de los ojos de Caterina observamos
cómo la grieta familiar originada por el matrimonio de Valentino tiene como eje
un elemento principal: el dinero. El dinero se torna en un salvoconducto ante carencias
que van más allá de la subsistencia, como manifiesta Maddalena, la esposa de
Valentino, quien ha convivido con el desprecio por su fealdad toda la vida:
“Ahora se sentía perfectamente
satisfecha con su cara porque tenía a los niños y a Valentino, pero de pequeña
había llorado mucho por aquel motivo y no había conocido la paz porque pensaba
que no iba a poder casarse nunca, tenía miedo de envejecer sola en aquella
mansión enorme, con todas las alfombras y los cuadros. Tal vez ahora tenía
tantos hijos sólo para olvidarse de aquel miedo y para que aquellas
habitaciones estuviesen llenas de juguetes y de pañales y de voces, pero cuando
ya había tenido los niños no se preocupaba demasiado por ellos”. (pág. 42)
El
matrimonio se erige así en un vehículo para suplir una demanda de compañía en
una época donde la vejez irrumpía a una edad que ahora parece risible (hallarse
sin compromiso antes de los veintiséis años podía implicar un desahucio social),
Caterina se ve empujada así a optar por dar ese paso, sin importar el amor o
afecto alguno, con Kit, el amigo de su hermano y de su esposa. Ginzburg esboza
a Kit como un reverso de Valentino: un sujeto sobre el que nadie confía ilusión
alguna y se mueve por la vida como comparsa, reducido a una compañía que por
ratos se torna insignificante, como manifiesta lastimeramente en un pasaje:
“Ni siquiera siento estima por
mí mismo, y él es como yo, un tipo como yo. Un tipo que nunca hará nada que
merezca la pena en la vida. La única diferencia entre él y yo es ésta: que a él
no le importa nada de nada. Lo único que venera en este mundo es su propio
cuerpo, su cuerpo sagrado, un cuerpo al que hay que alimentar bien todas las
mañanas y vestir bien y atender para que no le falte de nada. A mí sin embargo me
importan un poco las cosas y las personas, pero no hay a nadie a quien le
importe yo. Valentino es feliz porque el amor por uno mismo no defrauda nunca;
yo soy un desgraciado, no les importo ni a los perros”. (pág. 50)
Aunque
el lector asiduo de Ginzburg pueda no verse del todo sorprendido por el giro
narrativo hacia el final de la novela, la revelación del secreto de Valentino
por parte de Maddalena a Caterina, resulta verdaderamente impactante por la
sutileza de la escena. Nuestra narradora llega hacia el final del relato con
desazón y congoja, pero con una satisfacción personal, una que no puede ser
suplir ningún monto monetario: haber contado su verdad. Compartiendo su
historia, el dolor provocado por este se reduce y alimenta la posibilidad de un
mañana más tranquilo. Acaso uno donde sea posible recuperar el protagonismo de
la historia propia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario