"These days there’s so much paper to fill, or digital paper to fill, that whoever writes the first few things gets cut and pasted. Whoever gets their opinion in first has all that power". Thom Yorke

"Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla." Alejandro Zambra

"Ser joven no significa sólo tener pocos años, sino sentir más de la cuenta, sentir tanto que crees que vas a explotar."Alberto Fuguet

"Para impresionar a las chicas de los 70 tuve que leer a Freud, Althusser, Gramsci, Neruda y Carpentier antes de llegar a los 18. Para seducir a las chicas de los 70 me hice especialista en Borges, Tolstoi, Nietzsche y Mircea Elíade sin haber cumplido los 21. Menos mal que ninguna me hizo caso porque entonces hoy sería un ignorante". Fernando Iwasaki


miércoles, 26 de marzo de 2025

[RESEÑA] 'Austral' de Carlos Fonseca

  Más allá del progreso

Anagrama, 2022. 240 pp. 

Una narración perdida en los desiertos del sur que pugna por salir a la superficie. La tercera novela de Carlos Fonseca (San José, 1987) comienza con esta imagen:

Cuatro mil esqueletos de locomotoras abandonadas que remiten a un pasado glorioso, pero que hoy se acumular oxidadas sobre el altiplano como chatarra prisionera del viento seco”. (pág. 12)

En esta descripción del cementerio de trenes de Uyuni, Bolivia; se observan los restos de la máquina a vapor, emblema de los avances tecnológico del siglo XIX. Estos se convierten en un símbolo del desmoronamiento de las promesas de su época y, a su vez, configuran una cuestión clave en Austral: ¿En qué momento se deshace el sueño colectivo de una comunidad?, ¿De qué manera se quiebra la comunicación? ¿En qué momento se vira a un lenguaje privado, como en el que se escribe un diario íntimo, a modo de refugio?

 Aliza Abravanel, una antigua amiga de Julio, ha muerto. Sin embargo, antes de su fallecimiento nombra a Julio como su albacea y le lega la responsabilidad de culminar su obra, una novela inédita en la que ha venido trabajando años a la par que sufría una enfermedad que le fue imposibilitando comunicarse oralmente. Esta noticia, sumado al duelo que experimenta Julio, remueve su estado de sosiego, y lo conlleva a dejar Estados Unidos, donde ejerce como profesor, para asumir una empresa cuyo misterio le despierta fascinación y extrañeza.

  En este trayecto, va descubriendo artistas que desean desconectarse de sus cómodas realidades, lectores fascinados por los libros de una autora enigmática, los restos de una colonia aria y entabla una relación con Juvenal, el último sobreviviente de una comunidad indígena en territorio paraguayo. La novela abarca una miríada de narraciones y personajes que transitan por escenarios que por siglos fueron el vertedero del progreso septentrional.

Fonseca localiza la novela lejos de las fronteras geográficas y subjetivas de la Historia oficial, confrontando formatos textuales y audiovisuales que por lo general se diseminan entre tanta información: cartas, diarios, grabaciones. Señas de lenguajes que se resisten a desaparecer y circulan en paralelo al predominante , conformado por algoritmos y con un nivel de sofisticación que el entendimiento de su engranaje se vuelve un enigma entendible para sólo unos cuantos.

Que una carta sea el motor de las acciones de la novela no es casual. Más aún si esta fue escrita con el fin de ser leída a la muerte de Aliza. “Toda verdadera legibilidad es póstuma” decía Ricardo Piglia, citado por Fonseca en un ensayo[1], y alrededor de dicha afirmación es que los descubrimientos y conexiones que hace Julio, devenido en un lector-detective, van hallando un sentido a la luz de la muerte. Tanto los papeles de Aliza como las grabaciones de su padre o los testimonios del Teatro de la Memoriam, un espacio experimental construido por un sobreviviente indígena de las masacres en Guatemala en un intento por rescatar la vida previa al genocidio, son obras destinadas a ser leídas y oídas en un futuro en el que sus autores ya no forman parte:

“Una pieza visible para todos pero que solo ella, ubicada a la distancia y a la altura precisa, podría entender. Una obra con clave privada, se dijo, mientras, caminando hacia ellos, la figura del guardián le hacía pensar que justo allí se hallaba el sentido del manuscrito recién heredado: la noción de un texto que todos podrían leer, pero solo una persona entender” (pág. 79)

                En Austral, como en Museo animal, su anterior novela, los protagonistas se obsesionan con develar los mecanismos secretos detrás de los relatos que se van sucediendo en la novela intuyendo que la repuestas se hallan en los territorios del Sur. En el último tercio del libro el protagonista, obsesionado con los documentos que ha ido hallando, se ve confrontando por la creación del Teatro de la Memoria. A diferencia de muchas ficciones que abordan la violencia desde perspectivas convencionales, Fonseca propone una mirada alternativa que desafía las narrativas habituales sobre el tema, en las que el foco se centra en las acciones violentas y traumáticas que padecen las víctimas sin atender otros aspectos vivenciales. Así como Horacio Castellanos Moya realizaba en Insensatez una crítica mordaz a cómo se exotizan y banalizan los testimonios de las víctimas de la violencia para usos mercantiles, académicos y políticos; en Austral, Fonseca también opta por un enfoque que complejiza la divulgación o reproducción de estas narraciones, una cuestión que se vuelve muy tangible cuando Julio se ve sobrepasado y abrumado por los hechos que descubre y se pregunta con qué derecho accede a ellos. En la novela, el teatro se convierte en un espacio para restaurar las experiencias de las víctimas a través de nuevas representaciones. Una manera de restituir aquellas vivencias y perspectivas que yacían en el olvido al hacerlass circular de nuevo en la sociedad.

“Cerrando los ojos, Julio intentó trazar las reverberaciones que marcaban el paso de una lengua a otra, pero solo logró rescatar la resonancia ininteligible, pero no por eso menos bella, del habla original. Paradójicamente, sintió que aquel era un idioma que caminaba hacia delante retrocediendo y que lo que en el habla de su anfitrión pudiese parecer un leve tartamudeo no era sino una forma de permanecer fiel al espíritu intraducible de esa lengua que ahora volvía a inundar la sala como si estuviesen en una iglesia medieval”. (p. 205)

               


La pérdida del lenguaje oral de los personajes, de manera involuntaria –en el personaje de Aliza– o voluntaria –en Juvenal, o su deformación a través del tartamudeo, son fenómenos que los impulsa a optar por nuevas formas de comunicación. Los fragmentos de los diarios y grabaciones que halla y reproduce Julio en la novela, sin un orden cronológico definido, se erigen como una invitación a reescribir sus historias y, como consecuencia, la Historia. La literatura, de esta manera, se convierte en el medio ideal para reconfigurar la historia y desafiar la lógica dominante: Un lente crítico al que acudimos cuando el lenguaje que conocemos parece naufragar. Una ventana para vislumbrar un camino distinto al del progreso e imaginar nuevos modos de vivir.






(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

[1] En ‘Última clase con Piglia’, contenido en ‘La lucidez del miope’ (Encino Ediciones, 2019) de Carlos Fonseca.

viernes, 13 de diciembre de 2024

[RESEÑA] 'Nuestras mujeres' de Jennifer Thorndike

 

Culpa clandestina

               

Fondo de Cultura Económica, 2024. 184 pp.

               A propósito del centenario del nacimiento de José Donoso, se han llevado a cabo eventos que abordan su obra y figura. La publicación de numerosos textos críticos acompañó estos homenajes (y anti-homenajes), discutiendo el impacto de sus novelas, cuentos y diarios. Se examinó, por ejemplo, cómo sus libros intervienen en las formas de leer el presente, además de su capacidad de abrir nuevos derroteros en la literatura contemporánea. Curiosamente, este “fantasma donosiano” acompañó mi lectura de Nuestras mujeres, la tercera novela de Jennifer Thorndike (Lima, 1983). Una influencia identificable en sus entregas anteriores –pensemos en la atmósfera claustrofóbica de [ella], por citar un ejemplo–alcanza, en esta ocasión, nuevos niveles. Esto se evidencia en la manera en que aquel ambiente de terror inescapable, anticipado por novelas como El obsceno pájaro de la noche, Coronación y El lugar sin límites, ha mutado su carácter pesadillesco para instalarse de forma mucho más palpable en la realidad.

En las antípodas de propuestas narrativas que exotizan los testimonios de las víctimas, entregan villanos planos e inverosímiles y revictimizan a quienes padecieron la violencia en Latinoamérica, Thorndike apuesta por una protagonista como Ana. Ella es una doctora que, en los primeros años de su ejercicio profesional, opta por participar en las campañas de esterilización forzada impulsadas por el gobierno peruano. Años después, en el presente de la novela, se halla deambulando como prófuga de la justicia, junto a Ricardo, su jefe y amante. Una situación a la que llegan tras ser relegados por sus antiguos aliados políticos, cuya reciente reconquista del poder, tras quince años de haberlo perdido, podría peligrar si la atención pública se centra en estos antiguos operarios del terror. Para aumentar el desamparo en el que se ven sumidos, descubren una forma de supervivir a través del negocio de los abortos clandestinos, actividad que ejercen mientras enfrentan la constante paranoia de ser descubiertos por la policía, sus antiguas víctimas, los medios de comunicación, o, peor aún, por todos ellos al mismo tiempo.

                El pasado y presente conversan en las rememoraciones de Ana: cómo llegó a dicha situación, qué decisiones la condujeron a ejercer el rol de victimaria, cómo fue que perdió toda empatía por las mujeres a quienes esterilizaban, sin informarles acerca de los terribles efectos de las intervenciones implicaban sobre sus cuerpos. Thorndike humaniza a su protagonista, no para justificarla por la responsabilidad de las atrocidades que cometió, sino para profundizar en el origen su ambición por controlar otros cuerpos: el goce de tener poder y la preocupación constante por mantener el sitial desde donde ejercerlo.

                La relación entre Ricardo y yo sólo se basa en culpas compartidas. Ahora ni siquiera podemos refugiarnos en el recuerdo placentero que nos procuraba dominarlas y convertir sus cuerpos en materia que sólo nuestras manos podían moldear. Nos regalaron ese poder y nosotros nos quedamos aturdidos con el encanto que produce el control. Era sublime”. (pág. 15)

                El principal factor que erosiona la conciencia de Ana es el miedo a perder el poder conquistado bajo el amparo de una amplia maquinaria. Primero con la pérdida progresiva de compasión por el dolor de sus víctimas hasta un estado de indiferencia total frente a sus vidas, inversamente proporcional a la posibilidad de arrepentirse y asumir sus actos. Esta exploración de la degradación humana se ve enriquecida por la exposición del lenguaje usado que enmascara lo abyecto con eufemismos de ‘progreso’ y ‘mejora’. De ahí que las políticas gubernamentales de ‘higiene social’, se vean colmadas de términos como ‘planificación’, ‘progreso’ o ‘eficacia’. Una práctica comunicativa que en su rigidez persigue la pérdida de la empatía y la compasión. Como en la novela canónica de Donoso, los canales del terror se conducen bajo una lengua que, simulando proteger a las víctimas, no busca más que aniquilarlas y así acabar con el miedo de las élites quienes, en su imaginario culposo, conciben a estos otros como monstruos que cualquier día las van a devorar.

Nuestras cifras mensuales de intervenciones y nuestro bajo índice de mortalidad los dejaban asombrados. A nadie parecía importarle que el número de decesos fuese sistemáticamente alterado por Ricardo.  Todos los sabíamos. Pero todos callábamos porque lo más importante para nosotros era el orgullo de la buena fama de la que disfrutaba nuestra unidad”. (pág. 129)

                De las anteriores líneas se desprende el cuestionamiento que realiza la novela sobre ciertas prácticas científicas y médicas. La novela explora cómo cierto cientificismo se vuelve una barbarie conducida por el afán de control y poder, que concibe a las personas de manera dicotómica: como aliadas o como obstáculos.  Una resolución simple y perniciosa que campea en la actualidad y a la que Thorndike confronta en esta novela exhibiendo sus falencias y peligros.

                Impactante y aterradora, Nuestras mujeres se sumerge así en la dimensión más pervertida de la ciencia, la indiferencia médica y el mal que surge de los deseos irrefrenables del ascenso social. Un thriller que explora la imposibilidad de escapar de la culpa y la paranoia que emana de la frustración por no lograrlo. Una narrativa que escapa de la comodidad y la falta de riesgos que campea en la narrativa local al abordar ciertos tópicos y que es sin duda, una de las mejores novelas peruanas publicadas este año.




(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

jueves, 14 de noviembre de 2024

[RESEÑA] 'La mirada de las plantas' de Edmundo Paz Soldán

Pesadillas virtuales

Almadía, 2022. 262 pp.

En su diario, el poeta alemán Georg Heym evoca una cita de Baudelaire: “El sano entendimiento nos dice que las cosas del mundo apenas poseen realidad y que la verdadera realidad sólo se da en los sueños”. Y es la realidad, o lo que solemos dar por sentado sobre ella, la que es puesta en tensión en la penúltima novela de Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967). Un libro que explora la desestabilización de las fronteras de lo real tras el asedio de la virtualidad y la pesadilla que supone el intento de modificar el pasado –y el presente, en consecuencia– mediante tecnologías que exacerban la perversión humana.


Rai, el protagonista, es convocado a un proyecto científico para explorar las propiedades alucinógenas de una ancestral planta sudamericana a la que denominan “alita”. Buscando evadir los problemas de comportamiento que le costaron su último empleo, acepta ser parte de la investigación, sin cuestionarse mucho los propósitos detrás de la empresa del doctor Dunn. Este último, asediado por la culpa de haber perdido a su familia, se embarca en la posibilidad de crear nuevas realidades mediante las ilusiones que se pueden proyectar sobre las personas a través de este alucinógeno, cuyo consumo permite modificar el recuerdo de lo vivido e incluso trasladar la consciencia hacia otra persona, siendo la consigna la invasión del otro para escapar de uno mismo:

Somos ideaciones creadas por nuestros cerebros. Las plantas y las máquinas nos ayudan a darnos cuenta de eso. A descentrarnos. A sacarnos de nosotros. Estamos regados en los demás. Somos los demás. Podemos ser el que abusamos. Podemos ser el que desapareció” (pág. 69)

                Ya en ‘Sueños digitales’ (Alfaguara, 2000), Paz Soldán exploraba las implicancias que supondrían el mayor acceso de las tecnologías digitales y cómo esto podría modificar la valoración de la intimidad y privacidad de los demás. En dicha novela, el autor expresaba una preocupación sobre la cuestionable legitimidad de una fotografía, capaz de ser alterada mediante un software. En cambio, en esta historia, expande el alcance de su paradoja hasta la consciencia misma, elevando el nivel de paranoia por todo lo que se concibe como real, no solo desde la propia percepción sino como un hecho en sí.

                Uno de los mejores ejemplos de lo anterior es la obsesión de Rai por crear videos deepfakes de personajes a su alrededor realizando actos obscenos o humillantes, ‘reales’ en la mirada de quienes lo consumen. Lo que en algún momento pudo haber supuesto una transgresión punible de la privacidad, se concibe como un juego en el que se trata de adivinar su grado de autenticidad. La encarnación virtual, dinámica común en los videojuegos, resulta un nuevo lente para leer el mundo y no sufrir por los límites humanos:

                “La realidad es abrumadora, experimentarla directamente nos puede matar. El cerebro baja la calidad de la resolución, mete toda la realidad en un túnel, así experimentamos algo más manejable. Los esquizofrénicos no tienen algo manejable, los que sufren el desorden tampoco. Por eso lo que hace el cerebro con la realidad es más o menos como manejar un avión real desde un simulador de vuelo. El túnel del yo”. (pág. 119)


En cierto momento de la novela, alguien comenta que las plantas y árboles son “los verdaderos seres alienígenas” en el planeta y esa afirmación queda rondando en la mente de quien lee, al comparar la forma que tiene el mundo vegetal de habitar el mundo, entrelazando sus raíces para sobrevivir, con el de la memoria humana y los sueños: ¿Qué ocurriría si los sueños, las raíces de nuestra imaginación, expanden sus límites más allá del yo? ¿Será posible en algún momento conducirse por la vida de forma distinta a lo que conocemos hoy en día? Las ficciones de Paz Soldán, como hace más de veinte años, siguen anticipando de forma acertada los nuevos desafíos y peligros a los que la humanidad se enfrentará en un futuro no tan lejano, leyendo la realidad como pocos. De ahí que ‘La mirada de las plantas’ sea una novela recomendable para leer, pero, sobre todo, releer en unos cuantos años.

 

(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

 


jueves, 24 de octubre de 2024

[RESEÑA] 'Ídolo en llamas' de Rin Usami

 

 La devoción está en otra parte

Océano, 2023. 136 pp. Traducción de José Manuel Moreno.

                 

No son muchos los premios literarios en los que confío, pero, entre los que sí, están el Premio São Paulo de Literatura (Brasil) y el Akutagawa (Japón), por mencionar un par. Ello, además de los blurbs de esta novela, que llegan a compararla con las primeras de Dostoyevski, generaron mi interés por leerla.

                La novela de Rin Usami (Shizuoka, 1999) comienza con Akari, una adolescente con problemas de aprendizaje en el colegio, quien se encuentra preocupada por su ídolo, el cantante Masaki Ueno, su oshi –que es como se denomina en japonés al ser idolatrado–al verse este último envuelto en un escándalo mediático por el maltrato a una aficionada. La narración llega al lector a través de la voz de la joven, con el candor propio de la edad, que al inicio nos invita a pensar este libro como una novela ligera y entretenida sobre las cuestiones que enfrenta alguien que se vuelve seguidor de un cantante o una banda y busca asistir a todos los conciertos, adquirir los álbumes el mismo día de su lanzamiento, ser parte de un club, conocer todos los datos biográficos del ídolo, despejar los rumores que se tejen alrededor de su accionar, entre otras actividades relacionadas. En fin, alguien podría pensar que se encuentra frente a un libro sobre todo lo que implica ser fan, lo cual no es nada sencillo. Sin embargo, esta afición se irá cargando de bruma para Akari cuando aumente la exigencia de atención y sacrificio, tornándose en un peligroso comportamiento sectario:

“Cada vez que me imaginaba un mundo sin mi oshi, también pensaba en despedirme de la gente de aquí. Fue nuestro oshi quien nos unió, y sin él, nuestra relación se desharía sin más. Algunas personas cambian a diferentes géneros, como lo había hecho Narumi, pero yo sabía que nunca podría encontrar otro oshi. Masaki sería mi único oshi para siempre. Él era el único que me conmovía, me hablaba, me aceptaba”.  (pág. 42)

                ¿Qué lleva a alguien a entregarse por completo a una devoción por una estrella? ¿Cuál es la frontera entre la admiración y la obsesión? Usami explora dichas preguntas en la voz de Akari, quien progresivamente va descartando todo anhelo en su vida salvo uno: entregarse por completo a su ídolo.  En el transcurso de la lectura somos espectadores de las acciones que la protagonista realiza para poder estar a la altura de su oshi. Desde estar atenta a todo el ruido orquestado alrededor de Masaki hasta cumplir con una serie de rituales caseros, como ver todos sus lives de Instagram o escribir en un blog. El día a día de la joven, el cual transcurre entre tener un trabajo precarizado y asistir a los cursos de la escuela, hace que ser la mejor fanática sea su único y verdadero propósito. En tiempos donde imperan las exigencias en los ámbitos laboral y académico, ser fan implica desplazar estas demandas convencionales fuera de uno mismo, utilizando la devoción o la pertenencia a un fandom como una forma de evasión en la que se cumple una misión en la que no hay límite:

Comencé a notar que anhelaba empujar mi cuerpo a su límite, reducirlo, buscar dificultades. Desprenderme de todo lo que tenía —tiempo, dinero, energía— a cambio de algo que se hallaba fuera de mí misma. Casi como si, al hacer eso, pudiera limpiarme. Que al volcarme en ello y sufrir el dolor a cambio, podría encontrar algún tipo de valor en mi existencia”. (pág. 76)

 Aunque los monólogos de la protagonista a veces resultan repetitivos al justificar su fanatismo, Usami usa esa repetición para reflejar la irracionalidad juvenil. Así muestra cómo la identidad de la protagonista se forma en un contexto de exceso de información, donde lo virtual juega un papel importante en los vínculos que se crean.

El texto también muestra cómo las redes sociales pueden ser agresivas y cómo la falta de verificación de hechos permite que la gente cree sus propias versiones de la realidad. Esto es parte de un comportamiento generacional, donde se prefieren las ficciones a los hechos, lo que lleva a idealizar a un ídolo adolescente sin filtros en las pantallas. Esta idealización afecta a la protagonista, haciendo que sus relaciones familiares y de amistad se vuelvan cada vez más frágiles.

                Hacia el final, descubrimos el incendio al que alude el título, acaso una actualización de la simbología del fuego en los mitos clásicos, que volvía a los mortales en dioses y viceversa. ¿Qué ocurre cuando se derriba una fe y no hay un sustituto? ¿Qué se hace con ese vacío espiritual cuando se han dinamitado los demás refugios emocionales? Eso parece cuestionarnos el progresivo desmoronamiento de Akari. La modernidad de esta novela no se basa tanto en los dispositivos o redes sociales que menciona, sino en el conflicto entre dejarse llevar por las emociones y al mismo tiempo despojarse de ellas. En cómo el deseo de sentirlo todo es peligrosamente similar a desear la nada.



(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

viernes, 11 de octubre de 2024

[RESEÑA] ‘Valentino’ de Natalia Ginzburg

 

El peso de las expectativas

Acantilado, 2024. 80 pp. 

Traducción de Andrés Barba.

“Vivía en un pequeño apartamento del centro con mi padre, mi madre y mi hermano. Llevábamos una vida dura y nunca se sabía cómo íbamos a pagar el alquiler”. (pág.5) En ‘Valentino’, la novela de Natalia Ginzburg (Palermo, 1916 – Roma, 1991), publicada originalmente en 1957 y de vuelta a librerías este año con una nueva traducción al español, el drama principal se presenta sin titubeos desde el inicio: Hace falta dinero.  ¿Cómo esta situación afecta el destino de los miembros de esa familia? Una vez más, la reconocida autora italiana, como en la mayor parte de su obra, parte de elementos tan cotidianos y universales como una familia con dificultades económicas, para entregarnos una historia en cuya aparente ligereza, rebosa humanidad y emoción. Toda una “pequeña viñeta de vida fulgurante”, como escribió Juan Forn[1].



Valentino, el protagonista de la novela, es un joven agraciado y encantador, en cuyo destino se vierten las esperanzas de sus padres y hermanas. Como único hijo varón, estudiante de medicina y soltero empedernido, socialmente, pareciera que la fortuna le sonríe. Esta situación prometedora no hace más acentuar el dramatismo cuando un día llega anunciando su compromiso nupcial con una mujer mayor que él, poco agraciada y muy adinerada, desbaratando así las esperanzas que recaían sobre él. No las económicas, puesto que esas se verán cubiertas, sino las sociales. ¿No había otra opción?, se pregunta su familia, sufriendo por su decisión.

Hasta ahí una trama sencilla, similar a muchas otras que se han contado antes. La maestría de Ginzburg radica en el retrato de los efectos emocionales que la decisión de Valentino provoca en el resto de su familia, desde la desilusión de sus padres hasta la mezcla de desprecio y envidia de su hermana mayor, condenada a una temprana domesticidad. Pero, sobre todo, en cómo este matrimonio afecta a Caterina, la hermana menor, quien es la narradora de esta historia y la voz que progresivamente irá asumiendo el protagonismo de la novela.

                La dinámica familiar tradicional del contexto social en el que se desarrolla la historia provoca que Valentino, desde temprana edad, se vea empujado a ser el motor principal del progreso económico-social del hogar, cargando así con un estigma de responsabilidad ineludible, impuesto, sobretodo, por su padre:

“En el cajón de la cómoda encontramos una carta para Valentino que debía de haber escrito unos días antes, una carta muy larga en la que se disculpaba por haber esperado siempre que Valentino se convirtiera en un gran hombre cuando en realidad no había necesidad de que se convirtiera en un gran hombre, habría sido suficiente con que se convirtiera en un hombre, ni grande ni pequeño: porque de momento no era más que un niño”. (pág. 28)

                Bajo esta perspectiva, Valentino no llega a “hacerse hombre” sino que es visto como un eterno niño por las decisiones que toma, erráticas a la vista de los demás. Incluso cuando él mismo se convierte en padre, nunca deja de ser aquel miembro de la familia de adultez incipiente, sin interés en el futuro, sólo preocupado en disfrutar el presente. Ginzburg nos muestra al inicio cómo las expectativas familiares desmedidas socavan el devenir de sus miembros. Y, sobre todo, cómo ello afecta a quienes van quedando alrededor, como sujetos secundarios.  A través de los ojos de Caterina observamos cómo la grieta familiar originada por el matrimonio de Valentino tiene como eje un elemento principal: el dinero. El dinero se torna en un salvoconducto ante carencias que van más allá de la subsistencia, como manifiesta Maddalena, la esposa de Valentino, quien ha convivido con el desprecio por su fealdad toda la vida:

“Ahora se sentía perfectamente satisfecha con su cara porque tenía a los niños y a Valentino, pero de pequeña había llorado mucho por aquel motivo y no había conocido la paz porque pensaba que no iba a poder casarse nunca, tenía miedo de envejecer sola en aquella mansión enorme, con todas las alfombras y los cuadros. Tal vez ahora tenía tantos hijos sólo para olvidarse de aquel miedo y para que aquellas habitaciones estuviesen llenas de juguetes y de pañales y de voces, pero cuando ya había tenido los niños no se preocupaba demasiado por ellos”. (pág. 42)

                El matrimonio se erige así en un vehículo para suplir una demanda de compañía en una época donde la vejez irrumpía a una edad que ahora parece risible (hallarse sin compromiso antes de los veintiséis años podía implicar un desahucio social), Caterina se ve empujada así a optar por dar ese paso, sin importar el amor o afecto alguno, con Kit, el amigo de su hermano y de su esposa. Ginzburg esboza a Kit como un reverso de Valentino: un sujeto sobre el que nadie confía ilusión alguna y se mueve por la vida como comparsa, reducido a una compañía que por ratos se torna insignificante, como manifiesta lastimeramente en un pasaje:

“Ni siquiera siento estima por mí mismo, y él es como yo, un tipo como yo. Un tipo que nunca hará nada que merezca la pena en la vida. La única diferencia entre él y yo es ésta: que a él no le importa nada de nada. Lo único que venera en este mundo es su propio cuerpo, su cuerpo sagrado, un cuerpo al que hay que alimentar bien todas las mañanas y vestir bien y atender para que no le falte de nada. A mí sin embargo me importan un poco las cosas y las personas, pero no hay a nadie a quien le importe yo. Valentino es feliz porque el amor por uno mismo no defrauda nunca; yo soy un desgraciado, no les importo ni a los perros”. (pág. 50)

                Aunque el lector asiduo de Ginzburg pueda no verse del todo sorprendido por el giro narrativo hacia el final de la novela, la revelación del secreto de Valentino por parte de Maddalena a Caterina, resulta verdaderamente impactante por la sutileza de la escena. Nuestra narradora llega hacia el final del relato con desazón y congoja, pero con una satisfacción personal, una que no puede ser suplir ningún monto monetario: haber contado su verdad. Compartiendo su historia, el dolor provocado por este se reduce y alimenta la posibilidad de un mañana más tranquilo. Acaso uno donde sea posible recuperar el protagonismo de la historia propia.  

 

 

(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

 

 

lunes, 12 de agosto de 2024

[Reseña] ‘Ales junto a la hoguera’ de Jon Fosse

 El fiordo de los porqués

Random House, 2024.112 pp.

Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun

           

                       ¿En qué pensamos cuando hablamos de fantasmas? ¿qué dicen sobre nosotros y qué proyectamos en ellos? Atraídos por la posibilidad de su existencia, no reparamos muchas veces en aquello que genera nuestra fascinación: la capacidad que les otorgamos de anular la muerte y asignarle a la vida una dimensión que vaya más allá de lo corpóreo. Jon Fosse (Haugesund, 1959) explora la inmanencia de las relaciones familiares en una novela tan extraña como fascinante, sostenida por una constante pregunta: por qué.

           
“Por qué desapareció Asle”, se sigue preguntando Signe, su esposa, veinte años después. ¿Por qué no dijo nada?, ¿por qué se fue así sin más?. La novela abre con un torrente de preguntas que se hace la protagonista antes de dar paso a la rememoración de los diálogos que tenía con su marido, su día a día, la cotidianidad que se había formado en la vieja casa, mientras el tiempo no deja de trascurrir. Existe una contradicción que aflige a los personajes de la novela a medida que van apareciendo en escena y se va reflejando en el paisaje que los rodea, sobre todo en el fiordo, escenario principal de la historia.

            Fiordo: golfo estrecho y profundo, entre montañas de laderas abruptas, formado por los glaciares durante el período cuaternario. Fosse usa este accidente geológico, típico de las regiones nórdicas, como metáfora de los tormentos de sus protagonistas y su vulnerabilidad frente a los cambios que se producen en sus vidas, tan repentinos como una avalancha o una tormenta. La ocurrencia de estos, con furia y vértigo, no dejan rastro visible al día siguiente la mayoría de veces, pero sí grietas inexorables por las que se cuela la desgracia:

                “…y está tan oscuro que no se ve nada, y ya pronto tendrá que volver, piensa, y luego este viento, y esta oscuridad, y las olas, la fuerte marea, y qué frío hace, y tan encrespado está el mar que las olas rompen sobre el muelle y sobre ella, hace un tiempo horrible, piensa, y ya pronto tendrá que venir ¿no? piensa ¿y ahí afuera? ¿no se ve una especie de luz? ¿como si luciera una hoguera, ahí afuera en el Fiordo? ¿Y no reluce en morado? no, no puede ser, pero, aun así, piensa ¿y dónde estará él? ¿y su barca? no se ve nada, pero ¿dónde estará? ¿y por qué no viene? ¿no quiere estar con ella? ¿será eso?” (pág. 96)

           

            Asle tenía por costumbre salir con su pequeña embarcación de remos. Una acción que se repite inalterable hasta su desaparición. Esto gatilla las preguntas de Signe sobre ella misma, su relación con Asle y la vida en conjunto que tenía. Por qué se aleja, por qué necesita tanto esa soledad en el medio del agua. La angustia de ella, marcada por una narración sin pausa, que, por momentos, recuerda a la prosa de António Lobo Antunes, se ve continuada por la de Asle quien en medio del agua empieza a desconcertarse por visiones de lo que hasta ese momento residía en él como recuerdo, como pasado inmutable: su tatarabuela Ales y el pequeño hijo de dos años de esta.

 

            A partir de lo anterior, se quiebra la temporalidad y la narración se dirige hacia un caótico flujo de conciencia que Fosse encamina con habilidad a través de una serie de imágenes que dan cuenta de los miedos presentes y pasados que se conectan y explican como signos de una circularidad inevitable: accidentes mortales, regaños y desdichas, una casa de la que nadie quiere (o puede) huir, o un fiordo capaz de dar y quitar la vida. Todo esto, a través de un conjunto de voces que irrumpen y se disputan el protagonismo:

 

            y entra en la casa y las viejas paredes de la entrada lo envuelven y le dicen algo, como hacen siempre, piensa, siempre es así, lo note o no lo note, piense o no piense en ello, las paredes están ahí, y es como si unas voces silenciosas le hablaran desde ellas, un gran silencio hay en las paredes y ese silencio dice algo que no se puede decir con palabras, él lo sabe, piensa, y hay algo detrás de esas palabras que se dicen constantemente, que está en el silencio de las paredes, piensa, y se queda quieto mirando las paredes, pero ¿qué es lo que le pasa hoy? ¿por qué está así?” (pág. 54)

 

            La única diferencia entre los nombres de Ales y su tataranieto Asle es la posición de una letra, Una sutil pero determinante diferencia que, a su vez, da cuenta de lo que permanece y se repite. Así, van apareciendo las cinco generaciones que precedieron a Signe y Asle, incluso un tío homónimo fallecido a temprana edad, para recordarnos que la distancia temporal se puede diluir de un momento a otro para instalarse como presente y que deshacerse de ello no es tan simple. Hay puentes que no desaparecen y relaciones que se instalan de forma irremediable y extraña, como lo muestran algunas líneas que hablan de relación de Signe y Asle:

 

            desde la primera vez que lo vio venir caminando hacia ella, y la miró, y ella se quedó ahí quieta, y se miraron, se sonrieron, y era como si se conocieran de antes, como si se conocieran de toda la vida, de alguna manera, y simplemente hiciera una eternidad que no se veían, y que por eso la alegría fue tan grande, el reencuentro les produjo tanta alegría a los dos que la alegría tomó el mando, los dirigió, los dirigió el uno hacia el otro, como si hubieran perdido algo, algo que les hubiera faltado toda la vida, pero que ahora estaba ahí, por fin, ahora estaba ahí, así lo sintieron la primera vez que se vieron, por mera casualidad, como fue en realidad, y no les resultó difícil, ni les dio miedo, es que era como una obviedad, como si no se pudiera hacer nada al respecto, como si ya estuviera decidido” (pág. 63)

 

            Los fantasmas familiares se desplazan por esta novela como una respuesta a las cavilaciones de los protagonistas. Estar y no estar, presente y pasado, son categorías que pierden fuelle frente a las emociones que los sobrepasan. Sentimientos de tal hondura, capaces de oponerse a las fuerzas de la naturaleza, asumiendo distintas formas para permanecer y seguir circulando como herencia, como recuerdo, como espectros que se aferran a la existencia a través de los vivos.  Más que cuestionarse por el origen de estos fantasmas, Fosse plantea otro camino: preguntarse cómo vivir con ellos.

            Por fortuna, desde que fue galardonado con el Premio Nobel, son cada vez más los títulos del escritor noruego que han sido traducidos al español y se pueden hallar en librerías. Aquí les propongo una buena puerta de entrada a su obra, con esta novela que se instala en el lector como una grata alucinación, una quimera sublime.




(Texto publicado en la web de la Bitácora de El Hablador)

viernes, 9 de agosto de 2024

[Reseña] "Un verdor terrible" de Benjamín Labatut

La tentación de la caída

Anagrama, 2020. 216 pp. S/.89

¿Qué viento lo arrastra con la furia de un ángel lanzando desde el cielo, cayendo y cayendo y cayendo?


-Karl Schwarzschild

    Hay momentos estelares en la vida de un lector cuando un libro irrumpe modificando su forma de leer. Cuando una propuesta literaria lo aproxima a un ámbito de la vida inasible hasta ese momento, desestabilizando algunas estructuras mentales percibidas como inamovibles. “Un verdor terrible” del chileno Benjamín Labatut (Rotterdam, 1980) representa un parteaguas en la narrativa contemporánea reciente por ejecutar una operación compleja y riesgosa con infinitas posibilidades de fracasar: intervenir en otros campos vedados por la complejidad de sus técnicas como son los de la física, la química y las matemáticas, desde la literatura. Y lo hace, no a través de la simplificación de las complejas fórmulas sobre las que estas ciencias se erigen, sino sobre la inoculación del pecado en su naturaleza pura y abstracta, al desacralizar las mentes detrás de estas y navegar entre las sombras que dejaron, con el fin de mostrar su lado más emocional y vulnerable. De esta manera, se reconfigura no la realidad, pero sí la óptica desde la que esta se concibe; con el fin de poder vislumbrar la frontera que separa a la genialidad y la locura por la multiplicidad de vías existentes y las limitaciones de recorrerlas por la restricción más humana de todas: el tiempo y nuestra mortalidad.


    Gran parte de la brillantez que se exhibe en “Un verdor terrible” de Benjamín Labatut radica en la posibilidad de ser concebida como el ejercicio de lectura de alguien empeñado en descifrar e iluminar aquellos aspectos que se encuentran vedados para el común de los mortales puesto que dicha aproximación significaría el sufrimiento, alejarse de lo que se concibe como “normal”, e incluso la pérdida de la vida misma. Como parte de este ejercicio, Labatut empieza a destejer e hilar de manera particular eventos históricos desde la ficción literaria, para hurgar en esos agujeros negros a los que se arrojaron muchos de los personajes clave del siglo XX. ¿El resultado? Una forma de leer la existencia y la complejidad de vivir, pues como él declara en una entrevista:

    “Por eso admiro tanto a los científicos (y me aburre tanto buena parte de la literatura), porque están atrapados en un baile, en una pelea a muerte con la realidad. A mí me interesa todo aquello para lo cual las explicaciones actuales no bastan. Es un placer muy específico, porque la mente exige explicaciones para todo, la razón quisiera alumbrar hasta el último rincón de nuestras almas. Y sin embargo, no puede. De ahí surge un cierto delirio, una facultad creativa desatada, porque el ser humano es un mono porfiado, no acepta el vacío, se rebela contra esa falta y fabula, crea realidad, inventa todo tipo de explicaciones e historias para arropar lo que es misterioso. Y luego todos vivimos enredados por los hilos de esa red”

    La política, decía Ricardo Piglia, todo el tiempo está definiendo qué cosa debe ser entendida como verdadera y qué cosa debía ser excluida de la verdad, y que frente a ese tipo de relatos cristalizados, la literatura trabaja con las inestables e incómodas incertidumbres acerca de lo real y lo verdadero. Los cinco textos de “Un verdor terrible” extrapolan este choque de narrativas al campo de la ciencia, donde sus más célebres protagonistas –como los grandes lectores de novelas–, se toman en serio la incertidumbre de la realidad y la forma de un relato: el químico Fritz Harber creando un método de exterminio a escala industrial bajo la premisa de que “la guerra era la guerra y la muerte era la muerte, fuera cual fuera el medio de infringirla”; el astrónomo, físico, matemático, y teniente del ejército alemán, Karl Schwarzschild remitiéndole a Einstein la primera solución exacta a las ecuaciones de la teoría de la relatividad general desde su unidad de artillería en el frente ruso, entre estallidos y nubes de gas venenoso, consciente de que habiendo alcanzado el punto más alto de la civilización, la caída es inminente; el genio de Alexander Grothendieck sumergiéndose en su propia psiquis en un intento por entender el todo, dejando expuesto un intelecto vasto y aterrorizador, precariamente balanceado entre la iluminación y la paranoia, cada vez más despojado de volver a la cotidianidad de los que lo rodean; el enfrentamiento titánico entre Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger, que tuvo al primero alejándose más y más del mundo real con cada nuevo avance de sus cálculos y lo llevó a contratacar usando esos instrumentos de ficción suprema que representan los números para describir el inobservable mundo subatómico, mientras el austríaco lidiaba con la restricciones de su propio cuerpo para potenciar su mente, en una batalla por redefinir no la realidad, sino lo que se puede decir acerca de ésta; y finalmente, la historia de un jardinero nocturno en los extramuros del mundo, para quien las matemáticas se ha vuelto una mezcla de anhelo y temor, al afirmar que estas son las que están cambiando el mundo a tal punto, que en tan sólo un par de décadas, a lo sumo, no seremos capaces de entender qué significa ser humano, evitando cualquier comprensión verdadera.

    “El físico -como el poeta- no debía describir los hechos del mundo, sino solo crear metáforas y conexiones (…) Heisenberg entendió que aplicar conceptos de la física clásica -como posición, velocidad y momento- a una partícula subatómica era un despropósito total. Ese aspecto de la naturaleza requería un idioma nuevo” (pág. 110) ¿No son las ciencias, en sus múltiples variantes, una serie de batallas por nuevos lenguajes? Las polémicas a lo largo del libro de Labatut se erigen sobre la hegemonía de una teoría que domine a las existentes y la rebeldía contestaria que estas generan. ¿No es acaso más atractiva una idea cuando se percibe un posible desmoronamiento? ¿No radica ahí la génesis de una obsesión y el gesto de desafiarlas? Leyendo “Un verdor terrible” y pensando en posibles hilos que conecten a los textos, recordé el mito fundacional del avance científico y sus peligros: Ícaro. Su padre Dédalo trabajando día y noche en la creación de un mecanismo para escapar de la oscuridad de la cueva en la que se encuentran encerrados hasta dar con las alas que lo salvarían, pero pagando el precio de la muerte de lo más preciado de su existencia. La aproximación al sol, la curiosidad desmedida, el desvío del sosiego que brinda lo conocido. Labatut reactualiza el mito griego demostrándonos que está más arraigado que nunca en nuestra época. La pregunta es cuál destino nos depara, si el de Dédalo o Ícaro.

    Tal vez la mejor forma de terminar este texto sea con una cita de Lovecraft que Labatut mencionó durante la presentación del libro vía Facebook y dejó estupefactos a sus interlocutores y, sospecho, a la mayoría de los lectores:

    “Creo que más que lo misericordioso del mundo es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros del infinito, y eso no significaba que viajáramos lejos. Las ciencias, cada una de las cuales se esfuerza en su propia dirección, hasta ahora nos han hecho poco daño; pero algún día, la reconstrucción del conocimiento disociado abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad y de nuestra espantosa posición en ella, que nos volveremos locos por la revelación o huiremos de la luz mortal hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura”.

    Una obra maestra.

(Texto aparecido en la Bitácora de el Hablador)