Tusquets, 2020.80 pp. S/.39
Cuando empiece
a escribir este texto a máquina, cuando se me aparezca en letras de molde, mi
inocencia se habrá terminado. Cito la última frase de la nouvelle de Annie
Ernaux (Lillebonne, 1940) por su
exquisito juego temporal y la extinción de la condición a la que alude,
concebida como un estado de obnubilación sin culpas y no cual mero período de
ingenuidad que se deba superar por imposición externa. El único lamento del fin
de la inocencia es el tránsito del éxtasis emocional del título a experiencia
pasada y la imposibilidad, por más que se agoten todos los recursos de la
ficción, de replicar de manera real un tiempo en el que el futuro y sus
consecuencias importan poco o nada frente al objetivo de extender el presente a
como dé lugar, misión en la que se es capaz de apostar la vida misma.
¿Cuál es la
frontera entre el deseo amoroso y la obsesión enfermiza?¿Existe? No son
preguntas nuevas las que surgen al leer esta novela corta, cuya trama, la
confesión de la amante de un hombre casado, es tan antigua como la literatura
misma. Lo que causa la disrupción, esa sensación de estar ante algo novedoso y
único, es la intensidad que emana,
posible por la capacidad de Ernaux de contar y reflexionar en poquísimas líneas
sobre el delirio al que la ha llevado una relación amorosa y en el que no cabe
interés alguno por responder a los
juicios externos que esta puede provocar. La narración entrecortada, con cada
anotación dispuesta cual resquicio de un discurso que se sabe intraducible del todo y con el
que solo es posible trabajar mediante sus
residuos y esquirlas, le impregna
un matiz único de urgencia y zozobra a la experiencia de lectura.
Gran parte del
presente hastío que generan algunas novelas autobiográficas responde a que
estas se amparan de manera exclusiva en el morbo y la pérdida gratuita de pudor.
“Pura pasión” se ubica en la otra orilla por una diferencia esencial: un texto
sobre la pasión solo es posible al término de ésta, no mientras está vigente.
El lapso que media entre ambos estados es determinante para salvar a lo narrado
de un exhibicionismo vacuo y ramplón, cuyo
único destino posible es un abismo de perpetuo e irremediable tedio. La pasión
no avergüenza; su publicación y lectura sí, nos da a entender Ernaux, y es ese
miedo, ese pudor, lo que sostiene el riesgo, la sensación de que la autora se
está jugando el todo por el todo al publicar lo que ha escrito, algo que el
lector agradece y ,por qué no, aplaude.
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