Páginas de Espuma, 2021. 176 pp.
Inventando de nuevo a Dios
“La tragedia moderna es el intento
vano de la adaptación del hombre al estado de cosas que él creó”.
-Clarice Lispector en ‘Cerca del corazón salvaje”
Mientras más
nos adentramos en los misterios del universo, más insignificantes nos sentimos dentro
de este. ¿Cómo lidiar con esta sensación de desamparo, de soledad y prescindibilidad?
¿Cómo permanecer con los pies en la tierra en tiempos más vertiginosos? Ya no solo
son descubrimientos científicos o avances tecnológicos los que asombran y
causan estupor, sino las herramientas que una élite va diseñando y arrojando al
mundo, ¿De qué sirve tanto progreso técnico, entonces? ¿De dónde viene esa
obstinación?
Ya en 1925[1], César Vallejo distinguía instrumentos de progreso ‘que no se dejan sentir (…) que no nos angustian, ni nos dan de trompicones, ni nos dominan, ni obstruyen el libre y desinteresado juego de nuestros instintos de señorío sobre las cosas; en una palabra, que no nos hacen desgraciados’. Casi cien años después, Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967) nos entrega ocho historias en donde ese discernimiento es más complejo, y en donde el futuro se lee desde una situación de zozobra constante. En estos relatos, la relación del ser humano con sus creaciones coexiste con una sensación de desgracia que se extiende aceleradamente en la sensibilidad de sus personajes: en sus líneas –cada vez más apesadumbradas–, se hace evidente la imperiosa necesidad de evadirse, acompañada por la menguante esperanza de una realidad mejor. Deseando que ese progreso que tanto se pregona en los medios masivos llegue, por fin, a sus vidas.
‘La vía del
futuro’, el relato que abre el volumen, nos muestra a través de distintas voces
(periodistas, estudiantes, niñeras, CEOs) las consecuencias de un sistema de
Inteligencia Artificial; así como a un culto que, adherido a este sistema, funge
de secta. Ante la complejidad para entender el funcionamiento de dicha creación,
se forma una fe inquebrantable hacia esta (La fe no exige explicaciones). Se entrega
el control de uno mismo ante el desconocimiento. La sensación de misterio que
guarda toda religión, ahora configurada para adorar a una máquina, es alimentada
por el miedo de lo que esta pueda hacer a futuro con la Humanidad . Dado que el
hombre no está haciendo capaz de sobrevivir a su entorno, ¿por qué no
entregarle el control de las máquinas?[2].
Como dice uno de los personajes:
“Coincidían
el hombre y la máquina en el tiempo y el espacio, mientras el universo giraba
hacia su desintegración. Me sentí triste por nuestra especie finita, por esos
chicos tan jóvenes que algún día no estarían más ahí, por ese yo que algún día
desaparecería. Nos iríamos pero esas máquinas con las que nos fusionábamos día
a día se quedarían. Entendía que debíamos cuidarlas, quererlas y respetarlas
para que ellas nos permitieran subsistir”. (pág. 27)
Tras este
inquietante inicio, ‘El señor de la palma’ y ‘Mi querido resplandor’ siguen
explorando esas búsqueda de amparo en alguna fe para lidiar con la precariedad.
En el primero, mediante el dominio usurero de una comunidad de agricultores a
través de un aplicativo móvil; y en el segundo, jugando con la posibilidad de
realizar avistamiento de ovnis. Aunque parezcan disímiles, la devoción –en
ambas piezas– juega un rol fundamental como vía de escape a esa precariedad que
asfixia y no permite imaginar otra vía, abrirle la puerta a otro universo.
Y es en esa
capacidad de imaginar un futuro mejor (¿o quizás un presente?) que se ha visto menoscabada
en los últimos años, donde Paz Soldán encuentra una oportunidad. A través del desmoronamiento
de una relación amorosa debido a la irrupción de una androide paraguaya, copia pirata a su vez de una
japonesa, y la obsesión que esta causa en el protagonista (‘La muñeca
japonesa’); las confusiones entre lo virtual lo físico (‘Las calaveras’); o la
drogadicción y la violencia como virus (‘En la hora de nuestra muerte’) Aquí
encontramos ficciones que avizoran un camino donde las sociedad parecen haber
priorizado su ambición digital por encima de la resolución de sus males
sociales, al punto de heredar los horrores de las anteriores generaciones y
nacer ‘con la droga en el cuerpo’ (pág. 130)
El último
relato, ‘Bienvenidos al nuevo mundo’, es un buen cierre para este volumen, con
una historia de campus, que muestra el lado b del culto mencionado en el primer
relato (‘El Profundo’). Aquí se imagina: ¿Cuál es una alternativa a la
felicidad cuando esta no es una posibilidad ni una vía? Ante el constante
estado de paranoia en el que se vive, se expande el deseo por desvanecerse del
sentido de conciencia. Se opta por entregarse a esos nuevos Prometeos que
representa algunos avances tecnológicos:
“Para mí
Dios es el GPS (…) Una máquina qué te dice cuál es el mejor camino a seguir,
nunca te falla y está encendida las veinticuatro horas. ¿Qué otro Dios quieres?”
(pág. 133)
En La
vías del futuro, Paz Soldán plasma, con un estilo particular y una
habilidad notable, la angustia de una sociedad que se encuentra varada entre el
artificio y la fatalidad que este provoca. En estas historias existen
situaciones imaginarias, pero que que no se sienten, en absoluto, imposibles. Son
retratos de cómo se va quebrando el
mundo interior de cada uno de sus personajes debido al miedo provocado por estos nuevos dioses inventados. Unos que,
como toda invención humana, no están tardando mucho en ponerse en contra
nuestra.
[1] En
‘Wilson y la vida ideal en la ciudad’, crónica de diciembre de 1925 recogida en
‘Del siglo al minuto. Crónicas sobre máquinas y ciencias’ (Casa de la
Literatura, 2021)
[2] La
sensación de temor sobre las posibilidades de replicarse en la vida real la
trama de este relato se vio catalizada por la siguiente noticia de hace unas
semanas: ‘El ingeniero de Google que asegura que un programa de inteligencia
artificial ha cobrado conciencia propia y siente’ (https://www.bbc.com/mundo/noticias-61787944)
(Reseña publicada en 'El hablador')
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